En 2001, escalamos por primera vez hasta la
cumbre del Tres Kandú, el cerro más alto del país, en un reportaje especial
para la revista Vida, de Última Hora.
Doce años después, volvimos al lugar para contar cuánto ha cambiado el mundo,
visto desde 842 metros de altura. (Reportaje publicado en la edición especial
por los 15 años de Vida, publicado
el sábado 25 de mayo de 2013).
Había que
subir casi a ciegas. Agarrarse con desesperación de las salientes de piedras o
de las ramas de los árboles, para no resbalar y caer barranca abajo.
Ahora
hay senderos auto-guiados con estaciones marcadas. Hay carteles informativos
que te indican con precisión geográfica cuántos metros ya subiste, y cuánto
falta todavía. Hay cabos de acero tensados para ayudarte a subir en las partes
muy empinadas. Hay pintorescos banquitos de madera en medio de la espesura,
donde te podés sentar a recuperar el aliento.
Aún
así, la subida al cerro Tres Kandú, la cumbre más alta del Paraguay, en la
Cordillera del Yvytyruzú, Departamento del Guairá, sigue siendo una aventura
difícil y complicada, pero igualmente apasionante. A 230 kilómetros al
sureste de Asunción, se llega por la ruta 8, que une Villarrica con San Juan
Nepomuceno, hasta la localidad de General Eugenio A. Garay, ex Charará.
En doce
años, el paisaje del entorno ha cambiado. Ahora hay toda una infraestructura
instalada de destino turístico, una empresa que ofrece servicios de guías y
apoyo logístico a los escaladores, y una comunidad, Garay, que ha asumido con
orgullo y márketing ser la puerta de ingreso a uno de los lugares más
emblemáticos del turismo de aventura.
Hace
doce años, solo había un polvoriento camino y un precario tapé po’i en medio
del monte, rumbo hacia lo alto y hacia lo desconocido.
Destronando
al Cerro San Rafael.
Aquella
primera expedición organizada por Vida en 2001, fue de aventura y
descubrimiento.
El Tres
Kandú era entonces prácticamente desconocido, ya que la mayoría de los manuales
escolares de geografía informaban equivocadamente, desde hacía varias décadas,
que el punto más alto del Paraguay era el Cerro San Rafael, en Itapúa.
En
1977, un equipo de investigadores del Instituto Geográfico Militar se dio
cuenta del error y se encargó de aclarar que en realidad el cerro más alto es
el Tres Kandú, con 842 metros sobre el nivel del mar, pero las autoridades del
Ministerio de Educación no se mostraron muy interesados en corregir los libros.
La
cumbre máxima del Ybytyruzú siguió siendo ignorada y desconocida.
A fines
de febrero de 2011, junto con el fotógrafo Alfredo Duarte, y un gran
colaborador de VIDA, el ingeniero agrónomo e investigador cultural (entre
varios otros oficios) guaireño Caio Scavonne, llegamos hasta una chacra al pie
del Tres Kandu, buscando el perdido tapé po’i o sendero que utilizaban los
lugareños para llegar hasta la cima.
Un
campesino de piel curtida y sombrero piri salió a nuestro encuentro. Era
Higinio Insfrán, uno de los pobladores legendarios de General Garay, quien no
solo nos mostró cual era la vía para subir al cerro, sino gentilmente se
ofreció a guiarnos hasta la cumbre.
Fueron
más de tres horas de dificultosa escalada. En más de una ocasión nos salvamos de
caer al precipicio, gracias a la hábil y oportuna ayuda de Higinio, quien se
movía entre los árboles con la agilidad de un chimpancé. Llevaba una escopeta colgada del hombro. Cuando le pregunté si esperaba algún peligro, me respondió con seriedad: “A veces aparecen tigres por aquí”. El fotógrafo pensó que era una broma, pero al ver el rostro serio de Insfrán, empezó a alarmarse.
Finalmente,
cuando ya estábamos a punto de desfallecer de cansancio, se abrió la espesura,
y emergimos en una amplia meseta, desde donde pudimos observar uno de los
paisajes más bellos e increíbles.
Aquella vez, pronunciamos una frase casi al unísono: “Estar aquí y poder sentir esta sensación de tener el mundo a tus pies… ¡vale cualquier sacrificio!”.
Aquella vez, pronunciamos una frase casi al unísono: “Estar aquí y poder sentir esta sensación de tener el mundo a tus pies… ¡vale cualquier sacrificio!”.
Hacia
un turismo comunitario.
Aquella
tapa del número 149 de VIDA tuvo un gran impacto periodístico. En la foto se
veía a nuestro eventual guía, Higinio Insfrán, con su escopeta y sombrero pirí,
contemplando el amplio valle del Guairá desde la alta cumbre. El reportaje,
“Viaje a la cima del Paraguay”, despertó el interés de muchos lectores y
lectoras por viajar y conocer el Tres Kandú.
Doce
años después, regresamos con Caio Scavonne, sumando esta vez a la expedición al
fotógrafo Fernando Francesquelli. Alfredo Duarte ahora vive en Estados Unidos.
Higinio Insfrán sigue viviendo en Garay, pero el día de la visita no lo pudimos
encontrar.
El
camino que utilizamos en aquella primera subida, ya no existe. Quedó sepultado
por un alud de rocas, y se habilitó otro sendero, que parte desde la compañía
Potrero Ybaté, donde la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur) y la
Secretaría del Ambiente (Seam) asesoraron a un grupo de pobladores y
propietarios de terrenos para crear la empresa Asociación Naturaleza Pura SA y
Asociados, en el marco de una reserva de recursos manejados.
“Buscamos
desarrollar un modelo de turismo comunitario, que deje beneficios a los propios
pobladores, quienes prestan servicios de guía, acompañamiento, comidas caseras,
incluso comparten relatos sobre las historias de la región”, explica Manuel
Almada, uno de los directivos.
Las
visitas generalmente se organizan a través de agencias de turismo o grupos, con
tarifas adaptadas. La empresa cuenta con un campamento base, con zona de
camping y servicios de baños y agua potable.
El
sendero de subida está totalmente señalizado y geo-referenciado, pero aun así,
exige un gran esfuerzo físico. Esta vez ascendimos sin prisa, tomando aire a
cada tanto, disfrutando plenamente de la odisea, gozando de cada detalle que
ofrece esa maravillosa belleza natural de nuestro país, hasta que, al cabo de
tres horas, llegamos a la cima.
Como
aquella primera vez, parado en el borde del techo del Paraguay, observando el
increíble y verde paisaje a nuestros pies, con pueblos y ciudades vistos como
pequeñas maquetas y con las personas apenas perceptibles cual minúsculas
hormigas, sólo pude volver a expresar la misma frase que me había surgido en
aquel primer viaje: “Esta sensación de tener el mundo a tus pies… vale
cualquier sacrificio”.