La Luna
está herida y bañada en rojo.
La Luna
llora sangre… o sangra lágrimas.
Quizás
le duele el mundo.
Quizás
le duele la vida.
O quizás
le duele lo que hacemos nosotros, los seres humanos, con nuestro mundo y con
nuestra vida.
Los
astrónomos dicen que es solo el efecto cromático de un eclipse total de Luna, y
que este fenómeno sideral ocurre apenas siete veces en el siglo, ¿pero… qué
saben los astrónomos de la Luna?
¿Acaso
la conocen mejor que los perros callejeros, los lobos esteparios, los poetas
malditos y los escritores noctámbulos?
Ni
siquiera la conocen bien los astronautas, que tanto se ufanan de haber caminado
sobre su superficie... pero nunca han podido acariciar su alma.
Luna
roja, no llores más, no sangres más…
Déjame
enjugar tus lágrimas y restañar tu sangre.
Déjame
imaginarte otra vez toda de queso, como cuando era mita’i, allá en mi valle
lejano, y te cantábamos jasy moroti, jasy
memby, jasy kañy, jasy pehengue...
Déjame
sentirte otra vez Luna de gitanos, como te idealizó el poeta desterrado.
Déjame
cantarte Luna lunera, cascabelera,
con cadencia de románticos boleros.
Déjame
que, como el canalla Sabina, recueste mi
cabeza en el hombro de la Luna/ y le hable de esa amante inoportuna/ que se
llama soledad.
Luna
roja, no nos prives de tu luz blanca, ni de tu magia azul.