Dicen
que ante la negativa del Gobierno paraguayo a que actúe en el Teatro Nacional,
el gran guitarrista y compositor Agustín Barrios Mangoré decidió dar su último
concierto en la Plaza Uruguaya, en enero de 1925.
“El concierto se realizó al aire libre, en
la Plaza Uruguaya, en el que colaboraron amigos y simpatizantes, entre ellos
Dionisio Basualdo para la organización. El escenario era un tablado improvisado
para la ocasión. Al inicio del concierto la avalancha del público por verlo de
cerca hacía peligrar la estabilidad del frágil escenario abandonado por Barrios
a tiempo, pues se venía abajo…”, narran Luis Szaran y Sila
Godoy, en su obra Mangoré, vida y obra de
Agustín Barrios,
Al
final del concierto, el músico emocionado, a manera de adiós al Paraguay, leyó
el emotivo soneto de su autoría:
¡Cuán raudo es mi girar! Yo soy veleta
que moviéndose a impulsos del destino,
va danzando su loco torbellino
hacia los cuatro vientos del planeta.
Llevo en mí el plasma de una vida inquieta,
y en mi vagar incierto, peregrino,
el arte va alumbrando mi camino
cual si fuera un fantástico cometa.
Yo soy hermano en glorias y dolores
de aquellos medioevales trovadores
que sufrieron románticas locuras.
Como ellos también, cuando haya muerto,
Dios sólo sabe en qué lejano puerto
iré a encontrar mi tosca sepultura.
Fue la
última vez que Mangoré actuó en su patria.
Dolido,
se alejó para nunca más volver…
Murió
en San Salvador, en 1944, donde es un ídolo nacional.
En los
primeros días de este culturoso junio de 2017, a pesar de todo, Mangoré regresó
a la Plaza Uruguaya.
Está
allí, encarnado en una estatua, con su guitarra inmortal.
En
frente, sentado en un sillón en actitud pensativa, también desde este junio
cuasi invernal, lo contempla otra gran gloria de la cultura paraguaya, el
escritor Augusto Roa Bastos.
***
Roa
Bastos cuenta que siendo niño llegó por primera vez desde Iturbe a Asunción en
compañía de su madre, bajó en la Estación del Ferrocarril y cruzó a la Plaza
Uruguaya, donde tuvo una de la visiones más impactantes: era la estatua de una
mujer pintada de blanco, en cuya boca abierta bajaban los pajaritos.
En su
imaginación febril, él vio que la mujer cerraba la boca y se comía a los
pajaritos.
Años
después utilizó ese recuerdo para cerrar su relato Estaciones, el tercer capítulo de su novela Hijo de Hombre, en donde el episodio de la estatua que comía
pajaritos es contado por el protagonista, el teniente Miguel Vera.
Ahora
Roa Bastos también está allí, encarnado en una estatua, no lejos de la mujer de
blanco y frente a la del gran músico Mangoré.
***
En un
relato autobiográfico de Roa Bastos, divulgado en en el libro de Rubén Bareiro
Saguier, Augusto Roa Bastos: Caídas y
resurrecciones de un pueblo, se narra que el gran escritor francés Antoine
de Saint Exúpery, autor de El Principito,
estuvo en Asunción en enero de 1930, como piloto y director de la Aeroposta
Argentina.
Se
encontró con el poeta paraguayo Hérib Campos Cervera en esa misma plaza.
“Se sentaron a conversar en la Plaza
Uruguaya y Hérib, en su mal francés, le relató el último concierto que el
guitarrista Agustín Barrios dio allí, tras acarrear él mismo los bancos de la
plaza para que la gente pudiera sentarse…",
cuenta Roa.
El
episodio está recreado en mi cuento El
Principito en la Plaza Uruguaya, en el libro homónimo publicado por la
editorial Servilibro.
***
Mangoré,
Roa Bastos y El Principito en la Plaza Uruguaya.
Senderos
que se bifurcan y vuelven a cruzarse.
¿Quién
dice que las plazas de Asunción no están tan pobladas de historia y de
cultura…?