Hace un par de años, por una desatención mía y por tener fobia a la burocracia, no me di cuenta de que, además de pagar el Impuesto al Valor Agregado (IVA), ya me tocaba ingresar en el grupo de los que pagan el Impuesto a la Renta Personal (IRP). Cuando me avisaron ya tenía una deuda considerable ante la Secretaría de Estado de Tributación (SET) y no me había tomado el trabajo de juntar facturas para poder deducir. Así que no me quedó más alternativa que procurar fondos (que no tenía) para ponerme al día.
Fue entonces
cuando algunas personas que conocían mi situación me recomendaron “comprar
facturas” para no tener que pagar tanto. Me dijeron que hay gente que te las
provee, ponele una factura por valor de diez millones, pero solo te cobran dos
millones. Me dijeron incluso que eran facturas legales, que no iba a haber
problemas, que “todo el mundo lo hace”, etc. Por supuesto, con mi esposa,
Desirée, ni siquiera consideramos la oferta. Hace mucho que aprendí que, en
esta vida y en este oficio, es importante aquella frase heredada del antiguo
Imperio Romano: “La mujer del César no
solo debe ser honrada; sino también parecerlo”. Nos apretamos el cinto,
hicimos préstamos y saldamos la deuda. Me sentí identificado con esa canción de
Joaquín Sabina: “El tiburón de Hacienda /
confiscador de bienes / me ha cerrado la tienda / me ha robado el mes de
abril…”.
Ante la
triste situación de algunos reconocidos colegas periodistas que han estado en
estos días en el ojo de la tormenta por haber estado involucrado en casos de
facturas falsas en su rendición por impuestos, descubiertas por la SET,
procesados judicialmente y que se han debido acoger al criterio de oportunidad,
pagar los impuestos evadidos, además de multas e incluso donar una ambulancia,
es oportuno realizar algunas consideraciones.
Los
periodistas, que solemos ser sumamente implacables con los políticos y los
funcionarios acusados de hechos de corrupción, no podemos pretender que se nos
dispense un trato diferente del que nosotros solemos endilgar a los
protagonistas de este tipo de noticias. Más que ninguno, nosotros sabemos lo
que es el valor de la información, la necesidad de dar explicaciones a la
audiencia, y que todo silencio u ocultamiento será entendido siempre como una
indirecta admisión de culpabilidad. Si nuestras aclaraciones no son detalladas
y transparentes, si no respondemos a las muchas preguntas que quedan flotando,
siempre quedarán las dudas de que nuestra historia no acaba de cerrar.
Cuando los
periodistas nos encontramos al otro lado de la situación en que muchas veces
ponemos -desde nuestros programas o medios de comunicación- a las personas que
están en el banquillo de los acusados, no podemos pretender que la popularidad
que hayamos podido ganar sea una coraza de impunidad. Es tan cuestionable el
silencio corporativo de algunos miembros del gremio para con los colegas, como
la saña encarnizada en que caen otros para hacer leña del árbol caído, ya sea
por enconos personales, como por razones de competencia comercial o profesional.
El mismo criterio de rigurosidad periodística que reclamamos para tratar el
tema de cualquier político corrupto debería valer para cuando los protagonistas
de la noticia son personas de nuestro propio oficio.
Siento mucho
la situación de personas a las que, por diversas circunstancias, les tomé
afecto y en algún momento admiración. Una vez más, recuerdo lo que siempre les
digo a mis alumnos de periodismo: “Si pretenden construir una trayectoria de
periodistas creíbles, cuiden esa trayectoria en cada momento de sus vidas, en
cada detalle, en cada palabra que digan, en cada línea de texto que escriban.
Alguna vez tendrán un lindo auto o una linda casa, y existe el riesgo de que
los pierdan en un choque o en un incendio, pero siempre tendrán posibilidad de
volver a juntar dinero y volver a comprarlos. Pero si en algún momento se les
descubre accediendo a un soborno, vendiendo una información, haciendo algo
ilícito o éticamente reprochable, toda esa trayectoria que antes construyeron
se irá al basurero y será probablemente irrecuperable. La credibilidad perdida
ya no se recupera como un auto o una casa”.
Soy un
periodista esencialmente de prensa escrita. No tengo el nivel de exposición y
popularidad que tienen los de la tele. También me resisto a ser eso que ahora
está tan en boga, lo que llaman ser “influencer”, que a muchos colegas muy
populares les generan altos ingresos por vender su popularidad. Les recuerdo
que no es algo ilegal, pero si es una situación reñida con la ética. No se
puede pretender ser un informador serio, conducir programas de periodismo o
noticiero de televisión, y en la tanda comercial aparecer diciéndole a la
audiencia que tal heladera, tal shampú o tal crema de belleza es mejor que los
productos de otra marca, solo porque te pagan (aparte de lo que ya ganás por tu
oficio de periodista) por decirlo. ¿Cómo creerte lo que me estás contando como
información, si al mismo tiempo me estás vendiendo el producto de la marca que
te auspicia? O sos periodista o sos modelo publicitario. Si sos ambas cosas,
hace ruido.
Recomienda
el artículo 13 del Manifiesto Ético para Periodistas del Paraguay (que
elaboramos varios periodistas con Semillas para la Democracia): “Salvaguardar
la libertad e independencia de la profesión, evitando vender publicidad. No
prestar la imagen para promocionar productos o marcas comerciales.
Excepcionalmente, participar en anuncios o campañas benéficas, sin recibir
retribución a cambio”.
Igualmente,
dice el artículo 7 del Código de Ética del Sindicato de Periodistas del
Paraguay (SPP): “El periodista, en orden a salvaguardar su libertad e
independencia, mientras trabaje como tal debe evitar hacer publicidad y
propaganda, excepto que se trate de anuncios institucionales de utilidad
pública”.
Hechas estas puntualizaciones críticas, envío un abrazo de solidaridad a los colegas que han pasado por este duro trance. Ojalá aprendan la lección y logren recuperar sus carreras profesionales, aunque posiblemente ya nada será como antes.
Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman