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viernes, 2 de septiembre de 2022

La Iglesia paraguaya deja atrás el conservadurismo más duro

 

Desde sus orígenes, la Iglesia Católica paraguaya vive una fuerte puja entre sectores conservadores, centristas y progresistas. Experiencias como las Reducciones Jesuíticas y las Ligas Agrarias, combatidas y reprimidas, fueron señales de una Iglesia comprometida con los pobres y marginados. Obispos como Rolón, Medina y Maricevich fueron baluartes de resistencia ante la dictadura. La politización de Fernando Lugo generó un impacto negativo para el progresismo y favoreció el ascenso del conservadurismo más duro. La llegada del Papa Francisco con sus ideas renovadoras ayudó a equilibrar fuerzas. El nombramiento de Adalberto Martínez como nuevo arzobispo de Asunción y primer cardenal en la historia del Paraguay, abre una nueva etapa para una Iglesia más abierta a los signos de los tiempos. Que el cardenal Martínez decida realizar su primera misa en una humilde parroquia del Bañado Sur es un mensaje claro de que el liderazgo eclesial retoma la cercanía con los más pobres y excluidos.

Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman 

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La Iglesia Católica, con más de dos mil años de permanencia en la historia mundial, es una institución que ha aprendido el enorme poder de los símbolos. La imagen de un hombre clavado a una cruz es sin duda su representación más universal, pero también lo son los múltiples gestos que sus líderes y exponentes protagonizan en momentos cruciales de la historia.

Por poner un ejemplo, podemos recordar a uno de los principales referentes de la Iglesia paraguaya, el destacado ex arzobispo de Asunción, monseñor Ismael Rolón, quien cuando la dictadura del general Alfredo Stroessner recrudeció la represión contra sectores contestarios, incluyendo a sacerdotes, religiosos y laicos, convocó a dos grandes “procesiones del silencio”, en octubre de 1987 y agosto de 1988, en la que pidió a los fieles que marchen en completo silencio por las calles de Asunción hasta la Catedral Metropolitana, sin gritar consignas. La expresión de aquella multitud callada tuvo más fuerza que los gritos de muchas otras marchas de grupos políticos opositores.

Una larga historia de pujas internas

Desde que se estableció en Asunción el primer episcopado de la cuenca del Río de la Plata, por auspicios del Emperador Carlos V y con la bula del Papa Paulo III Super Specula Militantis Ecclesiae del 1 de julio de 1547, con la que se creó el Episcopatum Paraguariensis, la Iglesia Católica paraguaya vive una fuerte puja entre sectores conservadores, centristas y progresistas.

A través de la historia, sectores eclesiales comprometidos con los más pobres y marginados impulsaron experiencias consideradas subversivas o revolucionarias, como las célebres Reducciones Jesuíticas, experiencias de comunidad con indígenas guaraníes, implementadas por misioneros de la Compañía de Jesús en un conjunto de treinta pueblos misioneros fundados a partir del siglo XVII en Paraguay, Argentina, Uruguay y partes de Bolivia y Brasil, con sistemas productivos, económicos y políticos de tipo socialista, que resultaban peligrosos para los poderes coloniales, poniendo además a salvos a los indígenas de los cazadores de esclavos. Finalmente, los reinos de España y Portugal decidieron expulsar a los jesuitas de América y acabar con las Reducciones en 1767.

Miembros de la Iglesia Paraguaya, como fray Fernando Cavallero o el presbítero Francisco Xavier Bogarín participaron activamente del proceso de la Independencia del Paraguay (mayo de 1811), pero luego el clero fue perseguido o sometido a controles por los gobiernos del dictador Garpar Rodríguez de Francia y sus sucesores, Carlos Antonio López y Francisco Solano López.

Tras la debacle producida por la Guerra de la Triple Alianza (1964-1970), la Iglesia Católica Paraguaya empezó a reorganizarse paulatinamente. En 1929 fue restablecida la Provincia Eclesiástica del Paraguay, con el Arzobispado de Asunción como sede y con las diócesis de Villarrica y Concepción como primeras sufragáneas.

El primer arzobispo de Asunción, Juan Sinforiano Bogarín, fue un gran defensor de los derechos de los más desprotegidos. Llamado “El obispo viajero” recorrió casi cincuenta mil kilómetros a caballo, por todo el país, animando a los campesinos a organizarse socialmente para la defensa de sus tierras y de sus derechos. El Obispo Hermenegildo Roa (tío del escritor Augusto Roa Bastos, retratado en su célebre cuento “El viejo señor Obispo”) como un pastor dedicado a los más pobres, fue secretario de monseñor Bogarín y vicario general de la diócesis.

Enfrentados a los abusos

Así como existieron obispos y sacerdotes que buscaron congraciarse con los sucesivos regímenes totalitarios y sectores políticos y económicos que dominaron el Paraguay a lo largo del Siglo XX, quizás fueron más lo que se opusieron a los abusos y acompañaron los sufrimientos del pueblo.

“Si uno lo compara con cualquier otro país de América Latina, no hubo otra Iglesia que se haya plantado ante una dictadura como lo hizo la paraguaya, denunciando violaciones de derechos humanos, clamando por aperturas políticas. También sufrió muchos ataques. Hubo periodos duros en donde se hicieron gestos dramáticos, como la decisión del entonces obispo de Caacupé, monseñor Ismael Rolón, de suspender la procesión de la Virgen en 1969. Ya como arzobispo de Asunción, suspendió el tedéum del 15 de agosto y comunicó que no iba a participar del Consejo de Estado. Fueron gestos simbólicos importantes que hicieron que la Iglesia paraguaya marque con actos la independencia que reclamaba al Estado”, destaca en una entrevista el investigador Miguel Carter, autor del libro El papel de la Iglesia en la caída de Stroessner.

Carter señala que “los sectores más progresistas acompañaron las primeras movilizaciones campesinas, apoyaron la creación de las Ligas Agrarias Cristianas. La Iglesia paraguaya siempre fue una Iglesia pobre, sin muchos recursos, que no se identificó con los propietarios de tierras, ni con los estamentos más favorecidos”.

Al igual que la experiencia de las Reducciones Jesuíticas en la época colonial, las Ligas Agrarias Cristianas y las Comunidades Eclesiales de Base, impulsadas a partir de los años 60 en Paraguay, bajo el influjo del Concilio Vaticano II y las conferencias del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968) y Puebla (1979), en que se adoptaron líneas de opción preferencial por los pobres y los jóvenes, fueron fuertemente perseguidas y reprimidas por la dictadura stronista.

Así como existieron algunos obispos como el de Caacupé, monseñor Demetrio Aquino, y sacerdotes como el paí Guido Coronel, que fueron abiertamente cómplices y partidarios del dictador Alfredo Stroessner, son más los que mantuvieron una postura crítica y solidaria con los perseguidos, como el arzobispo de Asunción, monseñor Ismael Rolón; el obispo de Concepción, Aníbal Maricevich y el obispo de Misiones, Mario Melanio Medina.

“La Iglesia tuvo un rol central, pero es importante remarcar que, si bien en este período su postura era antidictatorial, también era profundamente anticomunista, por lo que las reivindicaciones estaban más asociadas a que la dictadura no tuviese injerencia en las actividades de la Iglesia y que se diera paso a una democratización liberal creciente. Uno de los hitos centrales fue el intento de manipulación de la visita papal (Juan Pablo II) de mayo de 1988 que llevó al gobierno a suspender algunas actividades del Vaticano –por supuestos ataques de opositores– y a alterar a la Iglesia por estas injerencias”, refiere la investigadora Magdalena López en un ensayo sobre “Disputas teóricas e históricas en torno a la transición a la democracia en Paraguay”.

 

Fernando Lugo y monseños Ismael Rolón

La era del conservadurismo

Tras la caída de la dictadura (febrero de 1989), la Iglesia paraguaya también experimentó el mismo proceso que se daba a nivel internacional, de volcarse hacia un conservadurismo más duro, por la alarma ante los impactos políticos de la llamada Teología de la Liberación, que ya se había iniciado durante el papado de Juan Pablo Segundo (1978 – 2005) pero se profundizó con la ascensión de Benedicto XVI (2005 – 2013), que buscó encumbrar a obispos y cardenales de líneas opuestas a los cambios.

Con el retiro de los obispos más progresistas, sus sucesores correspondieron a corrientes más conservadoras, como sucedió en el Arzobispado de Asunción. Tras la renuncia del admirado monseñor Ismael Rolón, lo sucedieron obispos cada vez más reaccionarios, como Felipe Santiago Benítez, Pastor Cuquejo y el ultra conservador Edmundo Valenzuela, cuestionado por oponerse a cambios y proteger a sacerdotes acusados de ser acosadores sexuales

Entre las expresiones más polémicas de monseñor Valenzuela, llegó a pedir públicamente a jóvenes catequistas, que denunciaban un caso de acoso de un párroco, a “no hacer de una piedrita una montaña”. Otra perla del arzobispo fue hacer campaña para que el gobierno paraguayo no firme el Acuerdo de Escazú, con el que se buscan mejorar los derechos humanos y la protección ambiental en América Latina y el Caribe. «Nos encontramos ante una amenaza que proviene de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que quieren hacer un acuerdo de todos los acuerdos, prácticamente imponiéndonos aceptar todas las resoluciones anteriores de aborto, ideología de género, eutanasia…», declaró Valenzuela en un video de propaganda. Posteriormente, pidió disculpas al reconocer que no tenía toda la información.

Mientras los sectores conservadores se consolidaban en la conducción de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP), negando incluso avances en el sistema educativo por considerar que se pregonaba la “ideología de género”, en la conquista de los derechos sociales, e incluso avalando abiertamente prácticas antidemocráticas, como el apoyo que brindaron a los sectores políticos golpistas que en junio de 2012 destituyeron a través de un golpe parlamentario al presidente Fernando Lugo (luego pidieron disculpas), los pocos sectores progresistas de la Iglesia incurrían en acciones que favorecían aun más al conservadurismo más duro.

Uno de los elementos más críticos y polémicos en ese sentido fue la decisión del entonces obispo de San Pedro, monseñor Fernando Lugo, de abandonar el sacerdocio para incursionar en la política, presentándose para las elecciones generales de 2008 y lograr acceder a la presidencia de la República. Lugo era uno de los referentes más reconocidos de la línea de la Teología de la Liberación, considerado el obispo de los pobres, que apoyaba a los campesinos en su lucha por la tierra, condición que lo ayudó mucho en el campo de la política, pero abrió mayores conflictos a quienes siguen esta corriente de religión. Sus colegas más conservadores, como el entonces obispo de Alto Paraná, monseñor Rogelio Livieres Plano, aprovecharon lo ocurrido para satanizar aun más a los sectores progresistas dentro de la Iglesia, poniendo además énfasis a las posteriores revelaciones de que Lugo, siendo sacerdote, desobedeció el voto de castidad, mantuvo relaciones sexuales con mujeres y engendró a varios hijos.

Los cambios que trajo el Papa Francisco

La elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio como Papa Francisco tras la renuncia de Benedicto XVI, en 2013, trajo vientos de renovación a la Iglesia Católica a nivel universal, con efectos paulatinos también en la Iglesia del Paraguay.

Partidario de la llamada “teología del pueblo”, que supone una superación de la teología de la liberación, sosteniendo que, a partir de la globalización y la profundización de los procesos de exclusión, la «opción preferencial por los pobres» debe expresarse como «opción preferencial por los excluidos», Francisco empezó a operar acciones en la Iglesia universal que también repercutieron localmente.

Una de ellas fue la destitución del ultraconservador obispo de Alto Paraná, monseñor Rogelio Livieres Plano, acusado de malversación de fondos y de encubrir a sacerdotes acusados de abusos sexuales.

Otro hito en este proceso fue la visita del papa Francisco a Paraguay, que tuvo lugar entre el 10 y el 12 de julio de 2015. Siendo arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio había establecido un estrecho contacto con comunidades de paraguayos migrantes en Argentina y una especial devoción a la Virgen de Caacupé y hacia el rol de la mujer paraguaya, a la que la llama “la más gloriosa de América”, en la reconstrucción del país tras la hecatombe de la Guerra de la Triple Alianza.

Con su visita al Paraguay, Francisco reforzó los lazos con el clero y el pueblo, dio signos de cercanía con los pobres y principalmente esbozó un plan de renovación de la Iglesia paraguaya, de cara a los desafíos del Siglo XXI, que fue cumpliendo paulatinamente con el nombramiento de obispos más abiertos en sustitución de los conservadores.

Uno de los signos de este proceso fue la designación en junio de 2017 de monseñor Ricardo Valenzuela, conocido por sus posturas críticas ante el poder político y por su dinámica acción con los jóvenes, como nuevo obispo de Caacupé, una de las diócesis más importantes del país, sede del santuario nacional de la Virgen de Caacupé, en reemplazo del conservador obispo Claudio Giménez, a quien se cuestionaba su complacencia ante el poder político de turno.

Pero, sin dudas, el símbolo más fuerte sobrevino en febrero de 2022, cuando se anunció en el Vaticano el nombramiento de monseñor Adalberto Martínez Flores como nuevo arzobispo de Asunción, en reemplazo del ultraconservador Edmundo Valenzuela.  Y más aún, cuando en mayo de 2022, el Papa Francisco anunció que monseñor Adalberto sería investido como el primer cardenal en toda la historia del Paraguay.


Una Iglesia más abierta al mundo

Tal como lo expresamos en un artículo anterior, el nuevo arzobispo (y ahora primer cardenal), Adalberto Martínez, asume la conducción principal de la Iglesia paraguaya “con una trayectoria relevante, de perfil generalmente bajo ante las exposiciones mediáticas, conocido por sus actitudes de prudencia y equilibrio (que también caracterizaba a monseñor Rolón), pero con gestos de valentía en tiempos críticos”

También señalamos que “Monseñor Martínez no es un obispo en la línea de la Teología de la Liberación (como lo es, por ejemplo, el obispo emérito de Misiones, monseñor Melanio Medina, o como lo fueron, en su momento, el fallecido obispo de Concepción, Aníbal Maricevich, o el luego renunciante obispo de San Pedro, Fernando Lugo, que llegó a la presidencia del país), pero es un prelado sensible a la situación social. Tampoco es un obispo a quien se pueda considerar conservador, aunque aferrado a la tradición litúrgica y social de la Iglesia, es conocido por su espíritu de apertura y por su buena formación teológica e intelectual”.

De Martínez recordamos su papel relevante y valiente en lo sucesos del Marzo Paraguayo, una trágica y a la vez heroica gesta ciudadana que detuvo el ascenso al poder de un proyecto totalitario encabezado por el entonces general Lino Oviedo. En la noche del 26 de marzo de 1999 y en la madrugada del 27 de marzo, tras la masacre de los jóvenes en la Plaza del Congreso, monseñor Martínez, quien entonces era obispo auxiliar de Asunción, asumió el rol de autoridad de la Iglesia en busca una pacificación y de resultados concretos de Justicia.

No deja de ser significativo que el nuevo cardenal haya decidido realizar su primera misa no en la histórica Catedral Metropolitana, en el microcentro del poder de la capital paraguaya, sino en “la otra ciudad”, en la periferia del Bañado Sur, en la humilde parroquia San Felipe y Santiago, donde el sacerdote dominico Pedro Velazco viene desarrollando desde hace treinta años algunos proyectos pioneros de organización social con los más pobres, como el Centro de Ayuda Mutua Salud para Todos (Camsat), y que a través de luchas, movilizaciones y negociaciones, ha logrado que las actuales obras de la Costanera Sur no expulse a los moradores, contemplando su permanencia en viviendas sociales.

El lugar geográfico y el contexto histórico elegidos para esta primera misa responden a un fuerte símbolo que el nuevo cardenal quiere brindar, en abierta consonancia con el modelo de Iglesia que el papa Francisco está impulsando, dejando paulatinamente atrás —o al menos ayudando a reducir su influencia y poder— al modelo de Iglesia más conservadora, fundamentalista y opuesta a los cambios que exige el tiempo actual.

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Este artículo está publicado originalmente en el medio digital El Otro País, parte de un servicio de análisis de coyuntura distribuido primero a los suscriptores.