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viernes, 21 de septiembre de 2012

Ser joven en el Paraguay

Ser joven en el Paraguay es comenzar a ser adultos o ancianos antes de los 15 años. Es crecer a golpes de realidad. Hipotecar el futuro a cambio de un puesto de vendedor en un shopping. Empacar los sueños dentro de una ajada maleta de cuero y salir a enfrentar al mundo sin pasaporte.

Ser joven en el Paraguay es archivar los libros y las ilusiones en el ropero, para resignarse a subsistir en la chacra, en un taller, en una carpintería. Es esperar pacientemente en largas colas frente a una agencia de empleos: Certificado de buena conducta. Antecedentes policiales. Experiencias laborales. Referencias comerciales. ¿Sabe hablar inglés? ¿Conoce el Window 10 Pro? ¿Tiene nociones de márketing? Vuelva el lunes. Nosotros le vamos a llamar. Lo sentimos mucho, pero el puesto ya ha sido ocupado.

Ser joven en el Paraguay es vivir bajo la constante sospecha de estar cometiendo un delito que nadie sabe explicar cuál es. A ver, documentos. Contra la pared. De dónde viene, carajo. Les tienen que venir a buscar sus padres. ¿Por qué tenés los ojos colorados?, seguro que estuviste fumando marihuana. ¿Estudiando toda la noche, quién te va a creer?

Ser joven en el Paraguay es vivir la vida a ritmo de video-clips. Es morirse por un jean prelavado o una campera de cuero. Es llorar con una película de Leonardo Di Caprio. Es creer que Dios tiene el rostro de un cantante de rock and roll.

Ser joven en el Paraguay es soñar que se llega al paraíso desfilando a través de una pasarela. Es matarse de hambre por parecerse a Gisele Bündchen, Angelina Jollie o Kate Moss. Es vivir desmayándose como los poetas del romanticismo.

Ser joven en el Paraguay es creer que se puede apagar con mucha cerveza la sed de tantas preguntas. O que se puede tapar con el sonido al máximo del iPod el molesto y estruendoso ruido de la realidad.

Ser joven en el Paraguay es creer en todo y no creer en nada. Es ser feliz y hundirse en la depresión sin sentido aparente. No entender nada y de pronto comprenderlo todo. Odiar a los políticos y amar a los actores de telenovela. Ser ingenuo y cínico a la vez. Creer que la felicidad está al alcance de la mano o del lado oscuro de la luna. Querer cambiar el mundo o desear que estalle en pedazos.

* * *

Palabras para los jóvenes


–No te metas, mi hijo. No es tu problema.

–Sos muy joven todavía, no podés entender.

–¡Sacate ese arito, parecés un maricón!

–¡Estás loca...! ¿Cómo vas a estudiar esa carrera? ¡Te vas a morir de hambre!

–Vas a estudiar ingeniería, como tu papá. Así tenés el futuro asegurado.

–¡Apagá esa música horrible!

–Dejá de escribir boludeces y hacé algo productivo.

–Esa chica (ese chico) no te conviene.

–Tenés que volver antes de la una.

–Esos amigos no te convienen.

–Vos andás en algo raro.

–¿Cómo vas a salir vestida así a la calle?

–¡Cortate el cabello, parecés una mujer!

–¿Por qué te cortaste el pelo tan cortito? ¡Parecés un tipo!

–Cuando seas grande vas a poder decidir.

¿Les suena conocido...?

Son algunas de las características frases con las que los adultos solemos "orientar" la vida de los jóvenes.

Les hablamos desde la distancia. Desde atrás de una muralla. Desde el otro lado de los barrotes de una cuna. Creemos que todavía no han crecido, cuando en verdad quienes no hemos terminado de crecer somos nosotros.

Nunca les hablamos sobre el sexo. Será porque nosotros mismos no sabemos lo que es.

Los cuidamos de las drogas, pero no de los malos gobiernos, ni de esa otra droga que es la mala televisión. Les reprochamos que el trash metal no es música sino ruido para drogadictos, olvidando que nuestros padres nos decían lo mismo cada vez que escuchábamos a Los Beatles.

Ellos se juntan en el shop, a la salida del cole. Beben cerveza como si tuvieran toda la sed del mundo. Ponen el volumen del rock o del reguetón al máximo, pero no les alcanza para aturdirse.

Quieren votar, pero no saben a quién. La palabra política les produce náuseas. Sueñan con un país diferente, pero no saben cómo...

A veces quisieran estar lejos, muy lejos.

Han nacido en nuestros brazos... y de pronto parecen extraños. Ya no los conocemos, o tenemos miedo de conocerlos.

A lo mejor no hay que buscar entenderlos.

A lo mejor solo hay que quererlos.


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