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sábado, 1 de diciembre de 2012

Apocalipsis en la Gran Asunción

Si el primer apocalipsis bíblico fue por un exceso de lluvias que inundó el mundo, quienes habitamos esta caótica y a la vez entrañable maraña urbana que conforman Asunción y sus ciudades circunvecinas, acabamos de padecer otra violenta muestra de lo que implica ser víctimas de un diluvio. 
Las dramáticas escenas que se siguen repitiendo en los noticieros de la televisión, en los sitios de noticias y en las redes sociales en internet, mostrando furiosos raudales que derrumban casas y arrastran automóviles y personas por las calles de Asunción, Lambaré, Limpio, Luque y otras localidades, causando cuantiosas pérdidas económicas y de vidas humanas, no tienen nada que envidiar a las de la fantasiosa película 2012, con la que Hollywood intentó aprovechar taquilleramente la paranoia global desatada ante la supuesta profecía maya, que anuncia el fin del mundo para el próximo 21 de diciembre.
Aquí no necesitamos de ninguna profecía. Desde hace tiempo, casi todos sabemos que basta que caiga una fuerte lluvia para que las calles de nuestras ciudades desbordadas, sin planificación y sin equipamiento urbano, sin un buen sistema de redes cloacales y canales de desagüe, se conviertan en caudalosos ríos y en peligrosas trampas mortales.
Todos lo sabemos... pero no hacemos casi nada por buscar soluciones de fondo. Ni las autoridades, ni los ciudadanos. Con mucha inconsciencia, seguimos arrojando basura en calles, arroyos y baldíos, colmatando y taponando las pocas e insuficientes vías. Seguimos destruyendo y contaminando los recursos naturales, incidiendo en la alteración climática. Cada vendaval provoca horror y despierta actitudes de heroísmo suicida, solidaridad y asistencialismo, baldeadas y remiendos... pero solo hasta esperar que llegue la próxima tormenta.
Los proyectos de transformación urbana son pocos e insuficientes, y son encarados aisladamente, sin una visión política y técnica integradora y global, que esté por encima de calendarios electorales e intereses corporativos. Casi todo es asistencialismo de emergencia, limitado a repartir víveres y chapas con leyenda electoral el día después de mañana. Puro parche o aspirina sobre la herida profunda. Correr a apagar incendios, antes que prevenirlos.
Y mientras barrios y comunidades enteras siguen esperando que se reconecten los servicios de energía eléctrica o de agua potable, o que alguien les ayude a reconstruir sus casas derribadas o a rehabilitar sus calles arrasadas... los políticos en campaña prosiguen con sus mítines partidarios y su propaganda electoral, buscando sacar réditos hasta de la precaria asistencia. 


(Publicado en la columna Al otro lado del silencio, sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 1 de diciembre de 2012).

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