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sábado, 30 de marzo de 2013

Serenata para los sueños dormidos



Ya había acabado todo. Era la noche del martes 26 de marzo en la plaza del Cabildo, en el centro de Asunción.
El acto de recordación a los mártires del Marzo Paraguayo había resultado puntual y emotivo.
Se había juntado cerca de un centenar de personas, más que el lluvioso año anterior, pero poca gente en comparación a lo que fue esa misma plaza catorce años atrás.
Era la expresión del olvido y la desmemoria que carcome la historia de este país, como si a veces estuviera escrita sobre arena.
Esa noche, tras gratos momentos de charlas y de compartir afectos, recuerdos y emociones, la gente se fue retirando. Gladys Bernal, la mamá de Henry Díaz Bernal -uno de los ocho jóvenes asesinados en la plaza, en la gesta ciudadana de 1999- se resistía a marcharse.
La incansable Madre Coraje quería seguir quedándose allí, a solas ante la cruz de madera, rezando y dialogando a solas con el espíritu y la memoria de su hijo acribillado por las balas asesinas.
Éramos pocos quienes nos quedamos a hacerle compañía, a sobrellevar su dolor y su pena.
Fue entonces cuando un automóvil se aproximó al sitio y del interior descendió un hombre sonriente, portando un reluciente arpa paraguaya.
Era el arpista Cristóbal Pedersen, uno de los propiciadores de la institución Arpa Róga, hermano del también arpista Rito Pedersen y padre del igualmente músico Kike Pedersen.
"Estoy llegando un poco tarde, pero sabía que te iba a encontrar aquí, Ña Gladys. Te traigo una serenata, a vos y a nuestros muchachos héroes", le dijo a la desconsolada madre.
Cristóbal contó que él estuvo allí mismo, hace catorce años, defendiendo la plaza con piedras y palos, pero ahora regresaba con su arpa y su música.
En esa plaza casi solitaria, con el suave resplandor de las velas encendidas ante la cruz de los mártires, el arpista inició un alucinante recital de polcas y guaranias.
Los sones cristalinos del instrumento musical resonaban en la noche, con el luminoso fondo del viejo Cabildo. Un humilde y anciano reciclador, que llegaba desde el centro de la ciudad, portando enormes bolsas sobre la espalda, se detuvo extasiado a apreciar el concierto.
"Es la primera vez en catorce años que, en lugar de llorar ante tanta injusticia e impunidad, me siento reconfortada, porque esta música me refresca el alma", confesó Ña Gladys.
Desde un arbolado rincón hubo un suave aleteo de pájaros nocturnos, como si la cálida serenata ayudara a despertar a los sueños dormidos de la histórica plaza.

(Publicado en la columna "Al otro lado del silencio", sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 30 de marzo de 2013).

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