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sábado, 29 de junio de 2013

El hombre que dignificó a la política


Hay una escena muy simbólica en la muy bella película Invictus, de Clint Eastwood, en la que Nelson Mandela llega al Palacio de Gobierno para asumir su primer día como presidente de Sudáfrica, cuando ve que los afrikáneres, los funcionarios blancos del régimen del apartheid, al que había derrocado electoralmente, están recogiendo sus cosas para marcharse con malhumor y resignación, ante la alegría de los nuevos funcionarios negros que asumen con espíritu de revancha.
Entonces, el presidente los llama a todos, a negros y a blancos, y les dice que él entenderá a quienes quieran marcharse, pero que no están obligados a hacerlo. Por el contrario, "quienes quieran quedarse a trabajar por Sudáfrica, serán bienvenidos".
Mandela se enfrenta entonces a la protesta de su jefe de seguridad, quien le reclama por obligarlo a trabajar con los mismos policías blancos represores que lo habían perseguido por ser negro.
"Se merecen una nueva oportunidad", le dice Mandela, "si la reconciliación no empieza en el interior de nuestros propios corazones, nunca podremos reconciliarnos".
Hay, en este gesto, una lección profunda, que reivindica al luchador que sabe convertirse en estadista.
Los luchadores son valiosos, sobre todo, en momentos difíciles de la historia, como lo fueron los duros años de la dictadura en Paraguay, o como lo siguen siendo las condiciones de injusticia social en que se siguen debatiendo grandes sectores de nuestra población.
Es importante que surjan líderes combativos, personas que son faros de luz en la oscuridad, los que no se rinden, los que no agachan la cabeza, los que son capaces de resistir y mostrar el camino a seguir.
Pero hay un momento en que esa heroica actitud no resulta suficiente. Hay un momento en que el luchador debe evolucionar hacia el estadista, y asumir nuevas etapas de construcción política, capaz de sintonizar con las mejores aspiraciones de las mayorías y de las minorías de un país.
El mejor legado de Nelson Rolihlahla Mandela, el gran líder sudafricano que en estos días está librando su batalla final contra la muerte, ha sido eso: reivindicarnos con la política en su verdadera concepción aristotélica, de búsqueda del bien común.
No lo idealizo a Mandela, ni lo creo héroe o santo. Rescato lo que fue y lo que hizo. Haber sido víctima de uno de los peores sistemas de opresión e injusticia, como el apartheid sudafricano; haber ejercido la violencia revolucionaria como forma de lucha; haber estado 27 años en prisión, condenado a cadena perpetua... y, sin embargo, salir de la cárcel con el alma limpia y sin rencores, capaz no solo de perdonar a sus enemigos, sino de convocarlos desde una práctica coherente de ética personal a una reconciliación constructiva, en un proyecto unificador de Patria y de sociedad, sintonizando con la realidad cotidiana de las mayorías... es lo que se llama ser humilde en la grandeza y grande en la humildad.
No puede morir alguien como Nelson Mandela.
Estos días de hospital solo marcan el principio de un viaje hacia una página más brillante de la Historia.


(Publicado en la columna "Al otro lado del silencio", sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 29 de junio de 2013).

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