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sábado, 20 de febrero de 2016

Adiós al maestro que nos ayudó a pensar críticamente


Eco le muestra a Robin el libro envenenado que se usó en la película El nombre de la rosa.


Fue el que en nuestra juventud nos abrió los ojos sobre las trampas del sistema con su polémico ensayo Apocalípticos e integrados.
Por él supimos que existía una rara especialidad académica llamada "semiología"... y que hasta podría no resultar aburrida.
Después decidió ser novelista y nos maravilló con su ópera prima literaria, El nombre de la rosa, donde trasladó a nuestro amado Borges y a nuestros admirados Sherlock y Watson a la biblioteca laberíntica e infernal de un convento medieval, con un alucinante trasfondo de política, religión y misterio. Él nos mostró como podíamos aprender y divertirnos a la vez... leyendo.
Lo fuimos perdiendo un poco detrás del vértigo cambiante de la Era Digital. Le costaba entender este nuevo siglo, tan abrumadoramente tecnológico, y más de una vez disentimos con sus visiones apocalípticas sobre los medios y las redes sociales en internet.
Compartimos también su (nuestra) pasión por el cómic o la historieta. Sus ensayos sobre su compatriota Hugo Pratt y su romántico aventurero, El Corto Maltés, están colocados en nuestro altar mayor.
Más aún cuando supimos que admiraba particularmente la obra de nuestro maestro y compatriota Robin Wood, especialmente al Dago trashumante y justiciero de su pluma que tanto éxito cosecha en Italia, quien lo tuvo como personaje en una de sus aventuras. (La foto es justamente de una visita que le hizo el caazapeño Robin en su estudio de Milán, en donde es fácil imaginar una conversación llena de humor, libros, ironías y admiración mutua).
El año pasado publicó su última novela, Número Zero, en donde nos dedica un punzante y caricaturesco homenaje a los periodistas y a la prensa en general, a través de un escriba mercenario contratado para dirigir un diario que nunca se va a publicar, pero que amenaza a todos con sus escandalosas primicias e investigaciones. Una obra chiquita y por ratos liviana, pero con destellos del mejor Eco.
Ahora El País me cuenta que Umberto Eco se ha muerto en Italia. Quizás sea una broma, una noticia tomada de Domani, ese diario de noticias imaginadas que él imaginó en Número Zero.
¿Saben, que...? No me lo creo.
Seguro que el profesor Eco estará apenas perdido en los laberintos de la biblioteca con su contendiente Jorge y con su amigo fray Guillermo de Baskerville, buscando el ensayo perdido de Aristóteles sobre la risa.
Ellos son los que en realidad saben: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus...

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