El 16 de noviembre de 2001, Maria Edith Bordón de
Debernardi fue secuestrada en el Parque Ñu Guasu de Asunción y sería mantenida
64 días en cautiverio, hasta ser liberada en la madrugada del 19 de enero de
2002.
Era el inicio de lo que pronto se consideraría “la
industria del secuestro” y marcó en escena la aparición de un grupo armado que
recién 7 años después, en 2008, reivindicaría para sí el nombre de una presunta
guerrilla, el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP).
A 15 años de aquel hecho delictivo que conmovió a la
sociedad paraguaya, ofrecemos la reconstrucción de lo ocurrido, tal como la hemos publicado originalmente en el libro “EPP: La verdadera historia”, que
apareció en 2011, en una colección de 12 fascículos con el diario Última Hora.
#CrónicasDeLaMemoria
Por Andrés Colmán Gutiérrez
Ella iba prácticamente
todos los días, de lunes a viernes, a realizar caminatas al Parque Ñu Guazú, el
mayor espacio verde habilitado para realizar ejercicios aeróbicos, en un amplio
campo cercano al Aeropuerto Internacional Silvio Pettirossi, en los límites
entre Asunción y Luque.
Maria Edith Bordón de
Debernardi, apodada Nika, a pesar de
ser la esposa del Ingeniero Antonio Debernardi, hijo de uno de los hombres más
acaudalados y poderosos durante la dictadura stronista y el posterior periodo
de transición, se movilizaba sin custodia, manejando ella misma su camioneta
todoterreno, una Jeep Grand Cherokee, color gris metálico, chapa ABA 890.
Ese viernes 16 de
noviembre de 2001, Nika se había
levantado antes que su marido. Tras compartir desayuno con sus hijos, como a
las 8:30, Antonio se dirigió a su oficina, y Maria Edith pasó a buscar a su amiga,
Elizabeth Gunther de Niedhammer, para ir juntas a Ñu Guazú.
Se detuvieron en un
supermercado a comprar botellas de agua mineral. Ninguna percibió que un automóvil,
presumiblemente un Volkswagen Santana, también color gris metálico, las seguía
a distancia.
“Al terminar de caminar, fuimos a mi auto y nos
pusimos a conversar. Las dos estuvimos con las puertas abiertas. Repentinamente
se acercaron tres muchachos a la mano izquierda”, relata Maria Edith, en su posterior declaración
testifical ante la Fiscalía.
-Vamos a usar un ratito tu camioneta –le dijo uno de ellos, imperativo- ¡Esto es un secuestro!
Nika no opuso
resistencia. A su amiga Elizabeth la bajaron del vehículo a empujones, mientras
a ella la hicieron pasar al asiento de atrás, tapándole la boca para que no
grite.
Uno de los desconocidos
subió a su lado, los otros dos adelante, y el que ocupó el lugar del chofer
puso en marcha el motor.
“Me hicieron agachar para que no vea el camino, y la
persona que viajó a mi lado me estuvo atajando para que no me levante”, rememora.
Tres años más tarde,
durante el juicio, Nika identificaría
al hombre que la inmovilizó en el asiento trasero como Aldo Meza, miembro del
grupo, también acusado de participar en el posterior secuestro y asesinato de
Cecilia Cubas.
El vehículo iba a gran
velocidad y ella sintió que en algún momento casi se volcó al girar. Los giros
eran a la izquierda, en dirección a Luque.
Se detuvieron a pocos
minutos y el que iba a su lado le colocó una capucha en la cabeza. Le unieron
las manos atrás y las inmovilizaron con esposas. Le sacaron los calzados
deportivos y le ataron las piernas con una cuerda. La metieron en una gran
bolsa de plástico y la alzaron para depositarla acostada en un lugar que ella
adivinó como la valijera de un auto.
El viaje continuó, con
otras dos paradas, donde la sacaron y la volvieron a meter a la valijera de
otros vehículos. La música de la radio
sonaba muy fuerte.
“Recuerdo que no podía respirar y pedí auxilio.
Entonces uno de ellos se me acercó y me amenazó, me apuntó (con el arma) por la
cabeza. Me dijo que me callara o si no me iban a reventar la cabeza, hasta que
uno de ellos me abrió la capucha para poder respirar”, cuenta.
Entonces Maria Edith sintió
que una mano le tocaba el muslo y después el pinchazo de una aguja.
Le habían inyectado un
sedante.
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La camioneta de Maria Edith, abandonada cerca del lugar donde la secuestraron., |
Conmoción en la ciudadanía
El ingeniero Antonio Debernardi
llegó a su oficina, sobre la calle General Garay, poco antes de las 9:00, donde
lo esperaban el arquitecto Julio Mendoza y los ingenieros Ricardo Levi y Jorge
Moreno, para una reunión de trabajo.
Cerca de las 9:20, su
teléfono celular empezó a sonar con insistencia, pero él no hizo caso, para no
interrumpir la reunión.
A los pocos minutos, su
secretaria, María Graciela Castillo, entró llorando a la sala.
“Me contó que la señora Gunther la había llamado por
la línea baja y le había contado que habían robado la camioneta de mi señora, y
que habían llevado también a mi señora…”, relata Debernardi, en su declaración testifical.
La reunión empresarial
se interrumpió bruscamente. El esposo se puso en contacto con la policía para denunciar
lo ocurrido, y en seguida empezó a movilizar por teléfono a varios amigos.
Uno de sus contactos con
influencia en el Gobierno, el ingeniero Juan Manuel Cano Fleitas, logró que el
Ministerio de Defensa Nacional ordene una rápida patrulla aérea con un helicóptero
de la Armada, en busca del vehículo de María Edith.
Antes del mediodía, Cano
Fleitas llamó para informar que la camioneta había sido encontrada, vacía y
abandonada, en las inmediaciones del Club Internacional de Tenis, a poca
distancia de la avenida Madame Lynch (Calle Última), no muy lejos del lugar en
que se inició el secuestro.
No había rastros de
María Edith.
Para entonces, voceros
de la Policía ya habían filtrado la información a los medios de prensa. Las
radio emisoras y canales de televisión emitían boletines especiales urgentes acerca
del posible secuestro de la esposa de uno de los considerados “magnates de
Itaipú”, nuera del ex presidente de la ANDE (Administración Nacional de
Electricidad) y ex director paraguayo de la hidroeléctrica Itaipú durante la
dictadura de Stroessner, y luego ministro de Hacienda durante el Gobierno de
transición del general Andrés Rodríguez, el ingeniero Enzo Debernardi.
Pasadas las 10:00, el
comandante de la Policía Nacional, Blas Chamorro, ordenó realizar los primeros
rastrillajes y barreras de control en Luque, Limpio, Emboscada y otras zonas del Área Metropolitana, buscando cortar una posible huida de los
secuestradores, sin obtener resultados. También se difundió un aviso de alerta
máxima a todos los puestos fronterizos.
Era el primer secuestro
que se producía luego de varios años en Paraguay.
Los anteriores casos conocidos
fueron el del niño Mario Luis Palmieri, secuestrado y asesinado sin solicitud
de pago de rescate, en marzo de 1982, y el del médico Wenceslao Meza, secuestrado
y asesinado sin pago de rescate, en junio de 1992. El secuestro extorsivo como
práctica criminal era entonces algo casi inusual en el país.
Las víctimas, los
involucrados directos, los investigadores, las autoridades y el resto de la
sociedad, no podían imaginar siquiera que estaban ante el inicio de una serie
de más secuestros, ataques a establecimientos ganaderos, puestos policiales y
militares, con pérdidas de vidas humanas… marcando la irrupción y la evolución
de un grupo armado con un proyecto político de tipo guerrillero, y que con los
años iba a reivindicar para sí el nombre de Ejército del Pueblo Paraguayo
(EPP).
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La celda en que Maria Edith estuvo cautiva. |
Encerrada en un sótano, entre cucarachas y alacranes
“Llegamos a una casa, y uno de ellos me bajó y sentó
en el piso. Después me llevaron a una cama. Entre ellos murmuraban, pero no
podía escuchar lo que decían. Me daba cuenta de que se comunicaban por señas.
Era solo murmullo lo que escuchaba, y tuve mucho miedo…”, sigue el relato de María Edith de Debernardi, acerca
de lo ocurrido en esa primera mañana del 16 de noviembre.
Solo tres años después,
los investigadores descubrirían que la casa en que la mantuvieron secuestrada
estaba en el populoso barrio Palomar, de Asunción, sobre la calle Mencia de Sanabria
Nº 313, casi Yataity Corá, a pocas cuadras de la confluencia de las avenidas
General Santos y Fernando de la Mora, y había sido alquilada del propietario,
Tito Cáceres Buena, por un miembro del grupo armado, Melanio Mencia Esteche.
Ella sintió que la
cargaban hasta un lugar que al principio pensó era el interior de un ropero o
un armario. Finalmente, cuando le sacaron la capucha, descubrió que estaba en
un sótano, donde había una estrecha celda con paredes de hormigón y una puerta
de metal con rejas. Allí la encerraron, tras liberarla de ataduras y esposas.
“No había luz, había mucho olor a humedad, las paredes
estaban con revoque, había paredes con pinturas negras. El piso era de tierra.
Había muchos bichos, alacranes, cucarachas. Mi cama era muy angostita, era de
cemento, tenía un colchón de espuma, finito. Me acuerdo que la cama llegaba
hasta mi rodilla, pero había un agujero dentro de la pared, en que podía meter
mis piernas hasta la rodilla”,
describe.
Al lado de su celda, del
otro lado de los barrotes, dos hombres con el rostro cubierto por pasamontañas
montaban guardia.
“Estaban armados, tenían cuchillos, granadas, pistolas
y chichoneras. Uno de ellos me pasó un papel para que lea. Decía que no le
tenía que hablar al guardia, no le tenía que mirar, y si necesitaba algo, tenía
que pedirlo por escrito. Me comentó que había explosivos”, relata Maria Edith.
Para hacer sus
necesidades fisiológicas le dieron un baldecito y una bolsa de basura. Además
le dejaron un termo con agua.
La primera noche, uno de
los guardias le avisó que el jefe del grupo iba a bajar a hablar con ella. El
descenso era por un hueco, a través de una precaria escalera, como la que usan
los pintores.
“La persona que se me acercó tenía un antifaz, con una
camisa celeste tirando más al azul, mangas cortas y no un pasamontañas. No
puedo precisar la edad que tenía. Era de cutis blanco, estatura mediana, como
1,75 metros aproximadamente, flaco. Se expresaba muy bien en castellano, y me
explicó que era un secuestro, pero primero me preguntó cómo me llamaba, si yo
era la señora María Edith. Me dijo que si yo cooperaba con ellos, no me iban a
hacer daño, y que iban a pedir un rescate por mí, y que en ese momento se
retiraba para hacer las tratativas con mi marido”, relata Nika.
Años después, durante el
juicio oral, ella aseguró que el jefe que la visitó esa noche era el dirigente
del Partido Patria Libre, Juan Arrom, quien además era pariente político suyo,
ya que una hermana de Juan, Marina Arrom, estaba entonces casada con un hermano
de Maria Edith, el médico Guillermo Bordón.
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Una de las cartas que Maria Edith escribió desde su celda. |
Empiezan las negociaciones
Tras 48 horas de la
desaparición de su esposa, sin haber recibido comunicación o noticia de ella,
el ingeniero Antonio Debernardi tuvo la certeza de que no se trataba de un
simple robo de vehículo, sino de un caso de secuestro extorsivo, y se preparó
para afrontarlo. Contrató a la empresa inglesa Control Risck Group, consultora internacional
en seguridad, que envió a un grupo de expertos a asesorarlo en las
negociaciones.
Para entonces, la
noticia se había instalado como tema central en los medios de comunicación. La
sociedad paraguaya seguía con gran conmoción cualquier información sobre la
suerte de Maria Edith.
La Policía Nacional
destinó en forma exclusiva a 300 efectivos para ocuparse del caso, pero todo el
cuerpo estaba en alerta máxima. Al frente de las operaciones se designó al jefe
de Investigación de Delitos, comisario Roberto González Cuquejo, y como principal
asistente al jefe de Represión a Robos de Automotores, sub comisario Antonio
Saturnino Gamarra. Desde el Ministerio Público, se puso a cargo de la
investigación a los agentes fiscales Hugo Velázquez, Cynthia Lovera y Sandra
Quiñonez.
El 3 de diciembre de
2001, 17 días después de la desaparición de María Edith, se produjo el primer contacto
con los secuestradores. Un sobre cerrado, dirigido al doctor Guillermo Bordón,
hermano de la secuestrada, fue dejado en una clínica donde el médico cumplía
labores. Adentro estaba otro sobre para Antonio Debernardi.
“Había una carta manuscrita de mi esposa, que supongo
era del 30 de noviembre de 2001, porque hacía alusiones a publicaciones
periodísticas de esa fecha. Incluía una carta hecha a máquina de escribir, donde
lo resaltante es que me informaban que tenían secuestrada a mi esposa, y me
pedían para su liberación la suma de 12 millones de dólares”, narra el esposo.
La carta estaba firmada
con el seudónimo El Abuelo, que se
mantendría en las once cartas que recibió el marido: nueve le llegaron en forma
directa o a través de familiares y amigos cercanos, mientras una fue dejada en
el local del diario ABC Color y otra en Radio Ñandutí.
En la primera carta
pidieron que responda con un texto publicado en la sección de avisos fúnebres
de los diarios argentinos Clarín y La Nación. Debernardi insertó en el aviso que
“el rezo se hará en la casa número 10 y
no en la casa 120”, dando a entender que podía pagar 1 millón de dólares,
pero no 12 millones.
El 11 de diciembre, un
segundo sobre fue dejado en casa del ingeniero Roberto Nagy, socio comercial de
Debernardi. Además de otra carta manuscrita de Nika, esta vez había una
fotografía tomada con una cámara instantánea Polaroid, en la que ella aparece
sosteniendo un ejemplar del diario Clarín, edición del 7 de diciembre de 2001. Acompañaba
una nueva carta de El abuelo, en la que
aceptaba bajar el rescate a 10 millones de dólares.
Un tercer sobre, dejado
el 19 de diciembre también en casa de Nagy, aceptó bajar el monto del rescate a
5 millones. Pedía que Debernardi confirme su aceptación a través de Radio
Ñandutí. El marido respondió que antes necesitaba escuchar la voz de su esposa
por teléfono, para certificar que estaba viva, y en caso positivo redoblaba su
oferta, aunque no habló de cifras.
El cuarto sobre fue
dejado en casa del político colorado Eduardo Venialgo, el 21 de diciembre.
Incluía un micro casete con un mensaje grabado con la voz de María Edith. El precio
del rescate se mantenía en los 5 millones.
Se aproximaban las
fiestas de Navidad y Año Nuevo, y todo hacía presagiar que las negociaciones
iban a resultar mucho más largas de lo que la familia esperaba.
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Tras su liberación, Maria Edith reconoce el túnel por el que la bajaron a su celda. |
El juego del guardia
bueno y el guardia malo
Al tercer día de su cautiverio
en el sótano, Maria Edith fue alzada algunas horas a una habitación pequeña
pero más ventilada, para luego ser devuelta a la celda.
Al cabo de una semana,
la dejaron quedarse en esa pieza de modo más permanente. Luego la mudaron a
otra, más cómoda. Manejaban los cambios de lugares de reclusión como un sistema
de premios o castigos, según la actitud de docilidad o resistencia que ella
asumía.
“Esa primera semana no comía, vivía a base de
líquidos, no quería comer. Por el olor en el sótano, era imposible comer y no
podía ni siquiera oler comida”,
recuerda.
Una noche recibió la
visita de una muchacha, delgada y morena, con el rostro cubierto por un
pasamontañas, quien le proveyó medicamentos y tranquilizantes. Le llamó la
atención que tenía cajas de Flexicamin B 12, comprimidos que ella debía tomar
por una afección de tiroides. “Ella
hablaba en castellano y su acento era de una paraguaya. Me ponía sedantes en la
comida”, relata.
Entre las personas que
se movían por la casa, Maria Edith contabilizó a unas ocho personas, incluyendo
a una mujer que se encargaba de preparar la comida, y que estaba en ocasiones
en compañía de un niño pequeño. A ella la identificaría luego como Carmen
Villalba.
Dos hombres se turnaban
en vigilarla y asumían roles distintos. Uno de ellos, al que llamó el guardia bueno y a quien durante el
juicio identificó como Alcides Oviedo, era quien mejor la trataba.
“Solíamos conversar con este guardia, leíamos la
Biblia, que me habían facilitado, le preguntaba por qué me hacían eso,
respondiéndome que era por ambición, por dinero y por aventuras”, relató.
Nika lo describe como
joven, de estatura mediana, muchos vellos, pelo corto de color negro, delgado,
de cutis moreno, con una verruga cerca del ojo, en el pómulo izquierdo, cerca
de la nariz. (Varias de estas descripciones físicas no coinciden con las de
Oviedo, pero el Tribunal consideró esos datos como irrelevantes).
En cuanto al otro, a
quien ella denomina el guardia malo,
lo describe como muy petiso, muy flaco y muy nervioso, siempre con guantes y
pasamontañas, con voz fina y con un trato muy despectivo e imperativo.
Durante el juicio, Maria
Edith identificó como el guardia malo
al periodista, poeta popular y dirigente de Patria Libre, Anuncio Martí. Para
muchos que conocían a Martí, la acusación resultó difícil de creer, ya que el comunicador
y activista siempre se caracterizó por un trato suave y afable con las personas
con quienes se relacionaba, pero el Tribunal aceptó como válidas todas las
evidencias.
“Con relación a las cartas que escribí, debía escribir
lo que ellos me indicaban, y luego ellos las controlaban, obligándome a
reescribirlas, si incluía algo que no era del agrado de ellos”, recuerda.
Le obligaron a tomarse
fotos en dos oportunidades, sosteniendo un ejemplar del diario argentino
Clarín, y otro del diario paraguayo Vanguardia, de Ciudad del Este, apuntándole
con una ametralladora. Le colocaron vendas en el rostro, para simular que tenía
heridas.
“Para sacarme las fotografías, el guardia más agresivo
me descompuso el peinado, lo cual me asustó mucho”, confiesa.
La mujer recuerda
momentos críticos durante el largo cautiverio, que se prolongó durante 64 días.
En una ocasión, escuchó que cavaban un pozo en el patio, y un escalofrío le
recorrió la espina dorsal, al pensar que estaban ya preparando su tumba, pero
el guardia bueno la tranquilizó. Eran
solamente tareas de refacción en el jardín.
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Una de las cartas que envió el jefe de los secuestradores, con la firma "El abuelo". |
Caen los primeros implicados y se inicia el pago del
rescate
Tras varios arrestos de
delincuentes comunes, que no arrojaron pistas concretas, el 24 de diciembre, en
vísperas de Navidad, la policía encuentra su primer eslabón, al detener en Luque
a José Tomás Rosa, un hombre con antecedentes de asaltos a bancos, y a su
esposa Nidia Estigarribia. El mismo día, en Ciudad del Este, es detenido De los
Santos Saldívar, con antecedentes de robo y tráfico ilegal de vehículos.
Mientras José Tomás y su
esposa negaron toda vinculación, Saldívar admitió que los tres fueron
contratados para participar en el secuestro de María Edith. La mujer habría
trabajado en vigilancia previa a la víctima durante un mes, y los dos hombres
intervinieron en el plagio en Ñu Guazú.
Paralelamente, con
participación de la fiscalía, Antonio Debernardi avanzaba en las negociaciones
con los secuestradores. En la carta número 9, dejada el 5 de enero de 2002 en
casa de Guillermo Bordón, se estableció 2.250.000 dólares como cifra final para
el rescate y se dio instrucciones para el pago.
La carta 11, última en
llegar el 9 de enero, estableció como día de pago el 14 de enero. Debernardi propuso
como entregadores del dinero a Guillermo y Carlos Bordón, hermanos de María
Edith.
En la noche del 13 de
enero, Debernardi se reunió con los fiscales del caso, con quienes –según su
declaración testifical-, procedieron a fotocopiar un millón de dólares, todo en
billetes de a cien, certificando cada copia.
El lunes 14, según
relata, decidió distribuir solo 400.000 dólares en dos bolsos deportivos, y
completó el volumen con hojas de diario. En cada bolso puso una nota en la que
aclaraba que era solo una primera entrega, ya que aún no había completado el
monto requerido.
A las 12:30 recibió una
primera llamada al número de teléfono celular habilitado (0971-126939), de una
voz femenina “con acento colombiano,
peruano o venezolano”. Las restantes llamadas fueron de otra mujer, con
acento paraguayo, que adoptó el nombre Obdulio.
A las 18:30 se inició el
proceso. Guillermo y Carlos Bordón partieron a bordo de un vehículo Zuzuki
Maruti, color rojo, hasta frente al hospital central del Instituto de Previsión
Social (IPS), en el barrio Trinidad. Debajo de una piedra hallaron una hoja de
papel que marcaba el paso siguiente.
Tras un periplo que los
llevó por toda la ciudad, recorriendo 6 estaciones más durante casi dos horas,
llegaron a la última escala, sobre la avenida Ita Ybaté (21 proyectada) casi
Estados Unidos, Barrio Obrero, donde tres hombres jóvenes interceptaron al vehículo. Al grito del
santo y seña convenido (“¡Obdulio!
¡Obdulio!”), se llevaron los dos bolsos de dinero, caminando por Estados
Unidos hasta la calle 19 proyectadas, donde los esperaba un automóvil Kia
Pride, color gris metalizado.
Debernardi y su
compadre, el ingeniero Francisco Griñó, observaron la escena desde el interior
de otro vehículo y pudieron anotar la chapa del auto Kia: 198174, del Municipio
de Asunción.
Una posterior
verificación permitió comprobar que la placa fue expedida a nombre de Gilberto
Chamil Setrini Cardozo, uno de los seis miembros del grupo arrestados en Choré,
en 1997, cuando pretendían robar el banco local, a través de un túnel cavado
desde una casa vecina.
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El entonces fiscal Hugo Velazquez muestra la foto de Maria Edith cautiva, que enviaron los secuestradores. |
María Edith libre: De caso policial a escándalo
político
Tras el primer pago,
Antonio Debernardi asegura haber mantenido nuevos contactos telefónicos con Obdulio, a quien explicó que no podía
reunir más de 1 millón de dólares, y propuso cerrar la negociación entregando
los restantes 600 mil.
“Después de consultar, me resolvió afirmativamente,
siempre y cuando la entrega fuese al día siguiente, a más tardar, que yo
acepté”, relata.
El 18 de enero, tras
coordinar detalles por teléfono, se preparó la entrega, en el mismo vehículo y
con los mismos emisarios: Carlos y Guillermo Bordón.
El operativo comenzó a
las 19:31. El santo y seña escogido fue “cuarenta y cinco”.
Tras un largo
periplo, a las 21:00 llegaron a la plazoleta Sagrado Corazón de Jesús, detrás
de la Parroquia Medalla Milagrosa, en la ciudad de Fernando de la Mora, donde
esperaron unos 40 minutos, hasta que dos jóvenes se aproximaron.
-¡Cuarenta y siete…! –dijo uno de ellos, y al percatarse del error,
corrigió- ¡Disculpe, cuarenta y cinco!
¡No miren…! ¡Cuarenta y cinco!
Guillermo Bordón les
pasó los bolsos con el resto del dinero, y los dos se marcharon caminando.
En la casa del
secuestro, María Edith recibió instrucciones de vestir ropas de hombre. Le
taparon los oídos con algodón y los ojos con curitas, le pusieron un kepis y
lentes oscuros, y la alzaron a un vehículo en marcha.
“Sentí que la calle era accidentada, parecía ser de
tierra y luego me dieron muchas vueltas, por aproximadamente una hora y media”, recuerda.
Pasada la hora cero del
sábado 19 de enero, Antonio Debernardi recibió una llamada de Obdulio, pidiéndole que vaya a buscar a
su esposa en Aviadores del Chaco y Santísima Trinidad.
Salió a gran velocidad
en una Toyota Land Cruiser, color verde, acompañado de su padre, Enzo
Debernardi, su hijo también llamado Enzo y su cuñado Guillermo Bordón, hasta la
dirección indicada, donde aguardaron con impaciencia durante más de una hora. Otra
llamada de Obdulio los dirigió a otra dirección, Santa Teresa y Denis Roa, y de
allí, nuevamente a Coronel Cabrera y Santa Teresa.
A María Edith la habían
bajado del auto y la hicieron sentar en la vereda, ordenándole que no se mueva
hasta que vengan a buscarla. Cuando sintió que el vehículo se marchó, ella se sacó los lentes y las vendas de los ojos. Se
encontró sola, en medio de una calle desierta y oscura.
Antonio vio desde la
distancia a la figura vestida con ropas masculinas y encendió la luz alta del
vehículo. Su hijo abrió la puerta y bajó corriendo a abrazar a su madre.
Maria Edith sintió
entonces que regresaba a la vida, después de 64 días en el infierno.
Esa misma madrugada, en
medio de la celebración por el retorno de Nika
en casa de los Debernardi, el jefe de Investigación y Delitos de la Policía
Nacional, comisario Roberto González Cuquejo, hacia una revelación que dejó
perplejo a los periodistas, y que en pocas horas convertiría lo que hasta
entonces era un extraordinario caso policial, en un verdadero escándalo
político: “Se trató de un desenlace
exitoso de un plan de un grupo de izquierda, con intenciones de promover la
desestabilización del Gobierno”.
A pocos minutos, en las
redacciones ya circulaba la copia de una orden de captura contra Juan Arrom
Suhurt y Anuncio Martí, dirigentes del Partido Patria Libre, y contra los seis
ex miembros de la llamada “Banda de Choré”: Alcides Oviedo, Carmen Villalba,
Gilberto Setrini Cardozo, Pedro Maciel Cardozo, Lucio Silva y Francisco
Espínola Lezcano.