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viernes, 11 de noviembre de 2016

Mi primer “dealer” de libros


Muchos de los libros más viejos y queridos, de los que tengo atesorados en la biblioteca, me los vendió mi primer proveedor traficante de literatura, alguien a quien yo llamaba cariñosamente “el dealer de los libros”: el querido Alejo Pesoa.
Alejo fue esencialmente un actor y hombre de teatro, uno de los más grandes y a la vez uno de los más humildes, solidarios, traviesos y generosos.
Provenía de esa genuina cultura popular que solamente te da el barrio, la calle, el vivir intensamente junto a la gente que sufre, lucha y sueña.
Alejo nació en el barrio Tembetary de Asunción y en su vida hizo de todo: fue albañil, cosechero de algodón, mozo de restaurante, croupier de casino y traficante de libros… pero su gran pasión era el teatro, donde hacía desde utilero y acomodador, hasta llegar a entrenarse como director en 2014 con la obra Disparate, disparate y no tan disparate.
Había comenzado su carrera en los años 60, con el Grupo Independiente Jesús el Redentor. Había estudiado en la Escuela Municipal de Arte Escénico con el gran Roque Centurión Miranda. Posteriormente formó parte del Teatro Popular de Vanguardia, y algunos elencos legendarios como Aty Ñe’e y Piriri Teatro. Fue uno de los fundadores del Centro Paraguayo de Teatro (CEPATE) y participó en casi un centenar de obras teatrales.
Su gran admirador y director en varias obras, el también ya fallecido dramaturgo Miguel Gómez, con un grupo de colaboradores, le puso su nombre a la sala de teatro que durante años mantuvo en su local La Móvil Teatro, sobre la calle Estrella casi Colón.
Generalmente, a las salas se les pone nombres de meritorias personas que ya han fallecido, como una manera de homenajearlas en el recuerdo, pero Miguel y sus amigos quisieron homenajear en vida a uno de sus actores más admirados y lo llamaron así: Sala Alejo Pesoa.
“¡Andáte pues a ver la obra, muy linda es…! Van a dar allí, en la sala que lleva mi nombre…”, me decía en esos años Alejo, con una inocultable chispa de vanidad y picardía, cuando nos encontrábamos en cualquier esquina de Asunción, y nos quedábamos a conversar un buen rato.
Yo había conocido a Alejo en los años 80, cuando para ganarse la vida él traficaba libros prohibidos por la dictadura.
Buscaba un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano y una amiga me dijo: “Alejo te va a conseguir”, y me puso en contacto. Así me convertí en uno de los principales clientes de ese duende risueño e inocentón, que cargaba un maletín oscuro en donde guardaba los textos proscriptos, cuya simple posesión en esos años podían costarte la cárcel.
Alejo ya había adivinado mis gustos literarios y cada semana me proveía ejemplares ajados o nuevos de mis autores favoritos, en alguna transacción secreta, como si fueran vitales moñitos de cocaína.
A veces la atractiva colección de títulos que me ofrecía, rebasaba largamente mi presupuesto mensual de escriba asalariado, y entonces, con el dolor de mi alma, le confesaba que no me los podía quedar.
“No importa, llevá nomás. Cuando puedas, pagame…”, concedía.
Cuando llegaron épocas de mayor libertad o tolerancia, Alejo pudo montar un puesto más permanente de libros en la Plaza O’Leary.
Hace poco más de un año, lo vi sonriente en una foto, cuando la Junta Municipal lo designó “Hijo dilecto de Asunción”. Con su gorra eterna y sus bigotes a lo Pancho Villa, se parecía más que nunca a un duende travieso. Me dije que le debía un gran abrazo, pero las esquinas de esta azarosa ciudad nunca volvieron a cruzarnos.
En la noche de este jueves leí que acababa de fallecer. Algo pasa, cuando varios de los referentes principales que alumbraron los años más intensos de la construcción de nuestros caminos, se nos van yendo, uno por uno. Quizás sea un ciclo de vida que cumple su etapa inexorable. O quizás sea simplemente que les ha llegado el momento de decir adiós y no nos queda otra que extender ese abrazo pendiente más allá del tiempo y del espacio, para decirles: sinceramente gracias, por tanto.

¡Buen viaje, Alejo, mi querido primer dealer de libros…!

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(La foto es de Dani González).

3 comentarios:

  1. Excelente relato y justo homenaje, R

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  2. mirana un poco mi querido amigo...

    EL DUENDE DE LOS LIBROS...si asi le llamaba yo...Ayer traspaso la frontera a la eternidad el entrañable amigo Alejo Pesoa dejando tras de si una estela de recuerdos anecdoticos...unos alegres y otros no tanto...pero teñidos d la profunda humanidad q lo caractetizaba...te me adelantaste amigo dejando ese sabor incomprensible e inadmisible d la ausencia...te fuiste mi mago d los libros como te decia... Asuncion perdio a su duende d los libros... Paz en tu tumba ciudadano ilustre Alejo Pesoa. Blanca Olivetti

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  3. que buen titulo y que lindo homenaje para el querido Alejo. A muchos nos envolvió con su págame cuando puedas. Siempre me conseguía las ediciones de bolsillo de los best seller y en versión económica porque el presupuesto no alcanza para más. Me quedo la duda de si le llegué a cancelar mis deudas que anotaba en un cuaderno Avon que solo él entendía. Buen viaje Alejo!!

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