Vienen
otra vez… marchando desde muy lejos, con sus reclamos que se reiteran en cada
marzo húmedo y otoñal.
Vienen
otra vez…
desde
sus verdes valles desolados, pueblos
y comunidades rurales que siguen esperando en medio de la soledad y el olvido,
a merced de las mismas miserias e injusticias seculares, que no cambian por más
que cambien los gobiernos o los colores partidarios.
Vienen
otra vez…
Desde la
profundidad de una historia repetida, desde el corazón de una memoria
desgarrada que tercamente insiste en rescatar sus antiguas utopías
sobrevivientes.
Vienen
otra vez…
con sus
zapatos gastados
sus
banderas descoloridas
sus
toscas pancartas de tela que insisten en pedir la reforma agraria y varios
otros reclamos, con visibles faltas de ortografía.
Vienen
otra vez…
como
forasteros en tierra extraña
como
intrusos en la jungla de asfalto y cemento
Vienen
otra vez…
para
hacer visible al país invisible
para
mostrarnos que hay un país más allá de calle última
al otro
lado de la lluvia
ese
país nuestro que a veces desconocemos y casi siempre tratamos de ignorar
y sin
embargo esta allí, esperándonos…
Hay
algo en esos rostros curtidos por el color de la tierra, como si ya fueran
parte de ella. (“Tan tierra son los
hombres de mi tierra” escribió Augusto Roa Bastos en un clásico poema que
se hizo canción).
Hay
algo en esas miradas cándidas, tristes, melancólicas, de los niños y de las
niñas. Esas miradas duras, sufridas y combatientes, de las mujeres del campo. Esas
miradas tienen algo que duele, algo que emociona, algo que interpela.
(La 26ª
Marcha Campesina, que se realiza
anualmente desde 1994, se inició el lunes 18 marzo con concentraciones en los
distintos departamentos del país y llega a la capital el miércoles 20, hasta el jueves 21. Es organizada por la Federación Nacional
Campesina, con el lema “Tierra y producción para el desarrollo nacional,
construyendo poder popular”).
***
CONOZCAMOS LA HISTORIA DE LA MARCHAS CAMPESINAS
La
primera marcha campesina se realizó el 15 de marzo de 1994, durante el gobierno de Juan Carlos
Wasmosy, convocada entonces por la Coordinadora Interdepartamental de
Organizaciones Campesinas (CIOC), una sigla que se creó para intentar aglutinar
a los distintos grupos y movimientos rurales que habían sobrevivido a la caída
de la dictadura y se estaban reorganizando.
Entre
los movimientos sociales del Paraguay, las organizaciones campesinas fueron las
que mantuvieron mayor poder de organización, movilización y resistencia, aún en
los momentos de mayor represión desde el régimen dictatorial del general
Alfredo Stroesner.
(Ver un
poco más abajo: la historia del
Movimiento Campesino en Paraguay).
“Tras
la persecución a las Ligas Agraria y otras organizaciones, durante la
dictadura, un sector importante se mantuvo en la Coordinación Nacional de
Productores Agrícolas (CONAPA), hasta que en 1991 fundamos la Federación
Nacional Campesina y ya surgió la idea de organizar una gran marcha hasta
Asunción, para hacer escuchar nuestra voz
y nuestros reclamos”, relata Marcial Gómez, uno de los principales
dirigentes de la FNC.
“Los campesinos también existen”
titulaba Última Hora en su edición entonces vespertina del 15 de marzo de 1994,
con una gran foto de la movilización por la avenida Eusebio Ayala, y agregaba
en un subtítulo: “Con la gran marcha, el
país no terminó hoy en Calle Última”.
La
crónica relataba las múltiples trabas que el gobierno intentó aplicar para
evitar que los labriegos lleguen hasta Asunción, pero que resultaron
infructuosas.
Aquella
primera marcha, de la que participaron otras organizaciones nacionales y
regionales, tuvo tanto impacto en los medios de comunicación y en la sociedad,
que sus organizadores decidieron repetirla al año siguiente.
Fruto
de aquella primera experiencia exitosa, nació una nucleación más permanente, la
Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (MCNOC), que se encargó
de organizar las siguientes marchas, hasta 1998, cuando hubo una crisis y una
división.
Los campesinos en el Marzo Paraguayo
La
emergencia del oviedismo, con la elección de Raúl Cubas como presidente en
1998, pero con el general Lino Oviedo manejando los hilos del poder, despertó
un gran debate entre las organizaciones campesinas.
“Para
nosotros, el gobierno de Oviedo significaba claramente la asunción del fascismo
y del autoritarismo, que atentaba contra las organizaciones populares y las
libertades públicas. En el 98 hicimos
una plenaria y decidimos tener una postura clara contra el fascismo, salir a
combatirlo con movilizaciones, con cierres de calles y rutas”, relata Marcial
Gómez.
Esta
postura no fue compartida por otras organizaciones campesinas, que finalmente
decidieron no apoyar a la quinta marcha campesina en marzo de 1999 y se produjo
la primera ruptura.
La
MCNOC se abrió de la organización y la marcha fue convocada por la FNC, pero a
nombre de una Comisión de Reforma Agraria.
Fue la
más crítica de todas las marchas, ya que el día 23 de marzo, cuando estaban por
salir caminando desde el exSeminario Metropolitano, se produjo el asesinato del
vicepresidente Luis María Argaña, y los campesinos finalmente se unieron a la
llamada gesta ciudadana del Marzo Paraguayo, resistiendo durante varios días en
las plazas del congreso. Su participación fue decisiva para forzar la renuncia
del presidente Cubas y la huida de Oviedo.
“Nosotros
solo cumplimos con la posición que habíamos asumido. En esa ocasión logramos
además que el Congreso apruebe una ley, decretando la condonación de las deudas
de los pequeños productores ante la banca pública”, recuerda Marcial.
Entre
los “mártires del Marzo Paraguayo” falleció asesinado un miembro de la FNC,
Cristóbal Espínola, alcanzado por las balas de los francotiradores. El
asentamiento al que pertenecía, en Alto Paraná, actualmente lleva el nombre del
joven campesino mártir.
En su
homenaje, muchos participantes siguen portando en cada marcha los mismos
simbólicos garrotes de madera que portaban en aquella gesta de 1999, y que
según los organizadores “ayudaron a defender a la democracia ante el avance del
fascismo”.
Los logros de tanto marchar
¿Qué
han podido conseguir en todos estos años de llenar las calles y las plazas
asuncenas con la multitudinaria presencia campesina?
“Hubo
logros concretos, como la condonación de deudas de los pequeños productores, la
paralización de un plan de privatización de empresas públicas, la derrota del
proyecto político fascista en el Marzo Paraguayo, pero por sobre todo pudimos
instalar debates con nuestras críticas a un sistema socioeconómico que excluye
a los pobres, y nuestra propuestas sobre el modelo de sociedad que queremos
impulsar”, asegura Marcial.
“Cuestionamos
a un modelo rural de producción empresarial, ligado a la agroexportación de
materias primas, que no genera fuentes de trabajo y por el contrario expulsa
mano de obra del campo, causando envenenamiento con agrotóxicos, destrucción
del medio ambiente. Estamos en contra de la sojalización y el uso de
transgénicos, y a favor de la producción agrícola nacional”, resume Gómez.
Aunque
en los medios de comunicación se asegura que las marchas se suceden año tras
año, sin que se produzcan cambios importantes en el campesinado, Marcial
considera que si hubo avances, especialmente políticos al interior del
campesinado.
“Para
nosotros, las marchas son una forma de expresarnos ante la gente, de hacer oir
nuestra voz y dar a conocer nuestras propuestas, pero también de crecer como
organización. Hoy tenemos a una mujer (Teodolina Villalba) al frente de la FNC,
lo cual significó un gran paso en la participación política de las mujeres
campesinas y una superación de nuestra mentalidad machista y patriarcal”,
apunta.
Postura campesina frente a las mentiras
electorales
Otro
punto que diferencia a la FNC de otros movimientos campesinos, sociales o de
izquierda, es que sus miembros no han respaldado a ninguna candidatura para las
elecciones.
“No
creemos que actualmente haya algún candidato, partido o movimiento, que plantee
una verdadera transformación de este sistema socio-económico que causa pobreza
y atraso. Ninguno tiene un verdadero plan de reforma agraria, desarrollo social
e industrial, como el que nosotros pretendemos”, dice Marcial Gómez.
La FNC
promovió el “voto protesta” en la últimas elecciones, pidiendo a sus afiliados
que voten en blanco. “Lo que ofrecen a los campesinos son mentiras electorales.
Incluso el Gobierno de Lugo, que se embanderaba con la reforma agraria, no hizo
prácticamente nada”, cuestiona.
¿Qué
hacer, entonces, ante la inacción de los gobiernos?
Marcial
es bien concreto: “Las conquistas se logran con lucha social y fuerza
organizativa, para eso también son las marchas campesinas. Hoy tenemos unas 200
mil hectáreas de tierra en distintos puntos del país, con unos 40 asentamientos
rurales. Eso se ganó con ocupaciones, movilizaciones, cierres de rutas,
exigiendo a las autoridades que cumplan su función. Hace falta mejor
infraestructura, caminos, escuelas, puestos de salud, centros productivos, pero
es gente que ya está viviendo en su tierra propia y contribuyendo con su
trabajo al desarrollo del país”.
Aunque
todavía falta mucho por lograr, explica.
Y por
eso es escuchan gritos campesinos
resonando en las calles de la ciudad…
***
ANTECEDENTES: LA HISTORIA DE LAS
ORGANIZACIONES CAMPESINAS DURANTE LA DICTADURA
Entre
todos los sectores que resistieron a la dictadura stronista, probablemente el
más constante haya sido el de los campesinos, que conforman el sector
mayoritario de la población, pero a la vez el más marginado y postergado.
Al
inicio del régimen stronista, comunidades y grupos campesinos empezaron a
organizarse en torno a postulados del sector más progresista de la Iglesia
Católica, que estimulaba procesos de concienciación y redención social de los
pobres, con base en principios evangélicos de “vivir como hermanos” y
“compartir solidariamente”, los que luego serían conocidos como las experiencia
de las comunidades eclesiales de base y de la llamada Teología de la
Liberación.
Grupos
de sacerdotes como los jesuitas españoles José Luis Caravias, Francisco de
Paula Oliva, Bartomeu Meliá, José Ortega, José Miguel Munárriz, entre otros,
asesoraron en el proceso de consoli- dación de las organizaciones, que se
denominaron Ligas Agrarias Cristianas (LAC). Tenían sus propios modelos de
núcleos poblacionales y de producción agropecuaria colectivizada, y hasta su
propio modelo de “educación liberadora”, a través de las “escuelitas
campesinas”, que elaboraban contenidos distintos a los del sistema educativo
oficial, siguiendo la línea de la “pedagogía del oprimido” que pregonaba el
educador brasileño Paulo Freire.
El
régimen comenzó a mirar con preocupación el nivel de desarrollo organizativo de
las LAC y empezó a perseguirlos sistemáticamente, aunque ello significaba
enfrentarse a la poderosa e influyente Iglesia Católica. También varios
prominentes miembros de la jerarquía católica paraguaya apoyaban con mucho
entusiasmo a las LAC, entre ellos el obispo de Misiones, monseñor Juan Sinforiano
Bogarín.
Pero el
padrinazgo de la Iglesia sobre los campesinos empezó a tener graves conflictos
y llegó a la ruptura, cuando varios dirigentes se radicalizaron y decidieron
pasar del modelo de la oposición pacifista o la “no violencia activa” cristiana
a la lucha armada para derrocar al régimen, en alianza con sectores marxistas.
En
diciembre de 1973, unas jornadas de reflexión y evaluación de las LAC
concluyeron en la resolución de tomar la vía insurreccional para defender al
campesinado contra los ataques del Gobierno. Los principales dirigentes
campesinos que decidieron sumarse al proyecto guerrillero de la Organización
Político Militar (OPM) fueron Sindulfo Coronel, Estanislao Sotelo, Corsino
Coronel, José Gill Ojeda, Blasita Rodas, Constantino Coronel, Ángel Médici
Vera, Martín Rolón, Silvano Flores, Arturo Bernal y Francisco López.
“Ubicando el problema del campesinado
dentro del contexto político socioeconómico nacional e internacional, vieron la
necesidad de trabajar sobre un proyecto que busque la sustitución del presente
aparato político-militar, por otro que esté basado en los valores humanos que
sostenían. Este trabajo se inició en 1974. Se unieron a los campesinos,
empleados y profesionales de las zonas urbanas. Hicieron reuniones clandestinas
en distintos lugares del país, en las que también participaron estudiantes
secundarios y universitarios”, destaca la periodista María
Luisa Ferreira en su libro Las víctimas del régimen stronista.
La
represión contra las Ligas Agrarias fue dura y aleccionadora de parte del
régimen, como sucedió con uno de los casos más emblemáticos. La historia de la
comunidad de San Isidro de Jejuí, en el departamento de San Pedro, es una de
las más heroicas y a la vez trágicas, en la resistencia contra la dictadura.
Bajo la
experiencia de las LAC, en mayo de 1969, unos 150 campesinos lograron adquirir
unas 230 hectáreas, en las inmediaciones del actual General Resquín. Buscaban
“vivir como hermanos”, una experiencia de comunidad cristiana solidaria,
inspirada en valores del Evangelio. Pero la dictadura ya había empezado la
cacería contra las Ligas Agrarias. El diario Patria, vocero del Partido Colo-
rado, acusaba que San Isidro era un koljós soviético comunista en medio de la
selva.
En la
madrugada del 8 de febrero de 1975, los pobladores fueron despertados por
disparos y órdenes militares. Un pelotón al mando del teniente coronel José
Félix Grau asaltó la colonia y apresó a todos sus pobladores. El pa’i Braulio
Maciel, párroco local, fue baleado en la pierna.
Los
ranchos fueron destruidos, las chacras arrasadas. Las tierras, por las que ya
habían pagado hasta el último guaraní, fueron confiscadas. La Isla de la Utopía
se convirtió en estancia. San Isidro fue borrada a sangre y fuego. Pero sus
pobladores –presos, torturados, perseguidos y dispersos, con la absoluta
prohibición de regresar al lugar–mantuvieron vivo el sueño. Finalmente, luego
de una larga lucha, en el año 2013, pudieron obtener el título de propiedad y
recuperar parte de aquella tierra.
Tras el
desmantelamiento de la OPM, en 1976, con la persecución, encarcelamiento y
asesinato de varios de sus dirigentes, las Ligas Agrarias se terminaron, aunque
algunas experiencias aisladas buscaron continuar.
En los
años 80, en algunos casos ya desprendidos de la tutela de la Iglesia Católica,
aunque en otros bajo nuevas formas de relación, varios de los dirigentes de las
ex Ligas Agrarias ayudaron a crear nuevas organizaciones campesinas.
Entre ellas
se mencionan a la Asociación de Agricultores del Alto Paraná (ASAGRAPA), la
Comisión Regional de Agricultores de Itapúa (CRAI), el Comité Central de
Horticultores (CCH), la Regional Campesina de Cordillera (RCC), las Comunidades
Eclesiásticas de Base (CEB), el Movimiento Campesino Paraguayo (MCP), la Unión Nacional Campesina (UNC)
“Oñondivepa”, y el Servicio Arquidiocesano de Comercialización (SEARCO). Seis
de ellas se unieron luego para conformar la Coordinación Nacional de
Productores Agrícolas (CONAPA), que se volvió la de mayor presencia nacional en
la época, junto al MCP, que tenía una orientación más claramente marxista.
“Desde su fundación en 1986, CONAPA ha
debido enfrentar una serie de dificultades. Una de ellas es el hecho de
funcionar como una confederación de organizaciones diversas que no nacieron con
un proyecto único o colectivo: opera con una cierta lentitud, y las
organizaciones individuales que la integran cuentan con mayor cohesión y
efectividad que la confederación misma. A esto hay que agregar las dificultades
para generar un liderazgo a nivel nacional, además de aquellas ocasionadas por
la inmensidad del espacio físico que debe cubrir y el consiguiente costo de las
comunicaciones”, apuntaban los investigadores José Carlos Rodríguez y Benjamín Arditti en su libro "La sociedad a pesar del Estado".
En su
caracterización del Movimiento Campesino Paraguayo (MCP), los autores señalaban
que “sus planteamientos tienen mayor
tonalidad política y sus métodos son más arrojados, particularmente en lo que
se refiere a las ocupaciones de tierras. Se diferencia de las demás
organizaciones por dos grandes motivos. Por un lado, por considerar que la
cuestión agraria no es solamente un
problema económico o un ‘problema campesino’ susceptible de ser resuelto con
políticas parciales, sino más bien un problema básicamente sociopolítico que
requiere una propuesta de solución global; por el otro, por su postura
explícitamente clasista, vale decir, por anclar la identidad y los problemas de
la colectividad campesina en determinantes económicos y políticos comunes que
permiten hablar de una clase social determinada”.
El MCP
fue fundado en diciembre de 1980, y desde entonces alegaba haber constituido
más de 68 comunidades en los departamentos de Caaguazú y Misiones. “El MCP intenta heredar la experiencia de
las Ligas Agrarias Cristianas de los años 60, aunque sin el elemento
confesional de estas. Hoy es, posiblemente, la organización campesina con mayor
cohesión interna, mayor diversidad de estructuras auxiliares y mayor claridad
político-ideológica acerca de lo que busca”, destacaban Rodríguez y Arditi.
El
programa de lucha del MCP se basaba en 13 reivindicaciones: 1) reforma agraria
integral e inmediata; 2) asistencia técnica y crediticia para todos los
campesinos; 3) precio justo para los productos agrícolas, 4) libre comercialización
de los mismos; 5) libertad de agremiación, movilización y expresión para todos
los campesinos; 6) legalización del MCP como entidad sindical en defensa de los
intereses campesinos; 7) cese del contrabando de productos agrícolas; 8) aparición
con vida de los compañeros detenidos-desaparecidos, y entrega de los
cadáveres de los asesinados que están en fosas comunes a sus familiares; 9)
vuelta de todos los exiliados y libertad de todos los presos políticos; 10)
creación de una central de trabajadores; 11) igualdad de derechos de la mujer
en la sociedad, 12) derecho al estudio de la juventud campesina; 13) derecho a
la jubilación campesina.
En los
años 80, las organizaciones agrarias instalaron fuertemente la reivindicación
de los llamados “campesinos sin tierra”, que promovieron ocupaciones masivas de
propiedades pertenecientes a terratenientes, generalmente extranjeros, y de
empresas multinacionales. El Gobierno acudió a los desalojos violentos por parte
de policías y militares, con quema de ranchos y en varios casos asesinatos de
campesinos ocupantes, mientras por otra parte procedía al reparto de tierras y
habilitación de colonias a través del Instituto de Bienestar Rural.
Tanto
el MCP como la CONAPA subsistieron hasta pocos años después de la caída de la
dictadura, en que crisis y divisiones internas llevaron a la creación de otras
grandes organizaciones campesinas, las que persisten en la actualidad, como la
Federación Nacional Campesina (FCN) y la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones
Campesinas (MCNOC).
(Este capítulo está extraído del libro “La oposición tolerada y la perseguida”
de Andrés Colmán Gutiérrez, Colección 60 años del stronismo, Editorial El
Lector y diario ABC Color, 2014).
***
LOS CAMPESINOS EN EL MARZO PARAGUAYO
27 de
marzo de 1999, mediodía: la despedida.
Empezaron
a recoger sus pocas pertenencias en silencio, con gestos apenas perceptibles.
Frazadas raídas, esteras de pirí, cacerolas oxidadas, platos y cucharas de
lata, jarras de plástico y guampas de tereré. Desarmaron las lonas y carpas
atadas con sogas a las ramas de los árboles. Despacio, muy despacio, empezaron
a ponerse en marcha. Las mujeres cargaban a los niños y los hombres portaban
los bultos. Algunos iban descalzos, pies curtidos y encallecidos por miles de
kilómetros caminados entre el polvo, el tiempo y la soledad, como si ellos
mismos fueran parte de la tierra que pisaban.
Empezaron
a caminar en silencio, como si no quisieran molestar a nadie al retirarse, pero
de pronto sintieron que la multitud se abría en dos para dejarlos pasar,
formando un largo callejón de rostros y sonrisas amigas, de manos solidarias y
lágrimas incontenidas.
Empezaron
a caminar, deslizándose lentamente en medio de ese callejón humano de gente a
la que ni siquiera conocían cuando llegaron a esa ciudad extraña, apenas cuatro
días atrás, pero ahora sentían que ya formaban parte de sus vidas, que ya nunca
volverían a sentirse forasteros en esa ciudad, ya nunca sentirían que esa
tierra fuera áspera ni que esa gente fuese extraña, porque habían peleado por
esa ciudad y por esa tierra, las habían defendido juntos, habían derramado su
sangre sobre ella, habían dejado a sus muertos tendidos en esa plaza junto a
los de ellos, y ya se sabe que nada une tanto en la vida como compartir la
muerte de aquellos a los que uno ama.
Empezaron
a caminar, lentamente, cuando sintieron que el rumor de los aplausos nacía
despacio en un extremo de la muralla humana, un rumor seco y acompasado que
empezaba a crecer a medida en que ellos avanzaban, hasta rodearlos totalmente y
volverse casi ensordecedor, envolviéndolos como un viento refrescante que
acariciaba el alma.
Ellos
no dijeron nada. Simplemente siguieron caminando. Algunos descalzos. Algunos
con el sombrero pirí en el aire en un tímido gesto de adiós.
Ya
está. Ya habían cumplido la misión. Ahora era hora de dejar esa plaza y esa
ciudad, hora de volver a sus valles, a sus chacras, a sus tierras lejanas, a su
antigua miseria digna y combativa.
El sol
se alzaba sobre las ruinas y el humo de la plaza, cuando los campesinos se
marcharon en silencio, mientras los jóvenes los aplaudían en un largo y emotivo
adiós.
(Fragmento de la novela: El país en una plaza, de Andrés Colmán
Gutiérrez. Editorial Servilibro, 2014).
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