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martes, 8 de octubre de 2019

La máquina de escribir que dejó Augusto Roa Bastos



Muy cerca de donde ahora escribo en una funcional notebook, Augusto Roa Bastos escribía hace casi 70 años en una metálica y ruidosa Remington, en el segundo piso de la casona de Benjamín Constant casi 15 de Agosto, cuando un obrero subió a avisar que unos matones estaban destruyendo la imprenta en el taller de abajo, a golpes de hacha y martillo.
Era una tarde gris de marzo de 1947. La guerra civil estaba en ebullición y Roa no era todavía el celebrado novelista, apenas el joven secretario de Redacción de El País, el diario dirigido por Policarpo Artaza, pero sus columnas satíricas, firmadas como El viejito del acordeón, ya provocaban enojos entre los dueños del poder, sobre todo en J. Natalicio González, entonces ministro del dictador Higinio Morínigo, quien envió a una horda del Guión Rojo –grupo paramilitar del Partido Colorado– a destrozar el diario y a traer maniatado al irreverente escriba ante su presencia.
Los periodistas huyeron corriendo encima de los techos de las casas vecinas. Cuando llegaron a buscar a Roa Bastos a su casa de Villa Morra, él tuvo que ocultarse dentro de un tanque de agua, para luego buscar asilo en la Embajada brasileña, iniciando el largo exilio que lo llevó primero a la Argentina, donde empezaría a convertirse en nuestro escritor más universal.
Hay quienes aseguran que la antigua máquina de escribir que dejó en aquella Redacción asaltada por los Guión Rojo, es la que hoy se exhibe en la recepción de Última Hora como una pieza de museo. No creo que sea exactamente la misma, aunque sí es de la época, pero es reconfortante creer en ese símbolo.
En esta antigua casa editorial, que aún conserva el histórico nombre de aquel combativo diario El País, se han editado muchos diarios y semanarios. No hay otro edificio que guarde tanta historia periodística –que en gran parte aún falta rescatar y contar mejor– desde que se imprimió por primera vez el vespertino La Tarde, dirigido por Ernesto J. Montero, el 9 de marzo de 1903. Le siguieron El Tiempo, El Orden, El Estudiante, La Lucha, La Mañana, otra vez La Tarde y varios más, hasta que el 8 de octubre de 1973 apareció por primera vez Última Hora, impreso con las mismas máquinas de la época de Gutenberg, bajo la dirección de Isaac Kostianovsky, el recordado Kostia.
Esa gloriosa época de diarios casi artesanales quedó atrás. Ahora ya no hay matones destrozando imprentas, ni periodistas obligados a huir sobre los techos ante paramilitares enviados por algún gobierno, pero sí hay sicarios narcos que disparan ráfagas de muerte o arrojan granadas sobre los informadores, así como policías y políticos cómplices, fiscales y jueces corruptos que traban cualquier acción de justicia.
Última Hora celebra hoy 46 años de vida. En lo personal y profesional, he compartido 40 años de esa historia y me gusta creer que la misma máquina de escribir que dejó Roa Bastos nos recibe a todos quienes cotidianamente ingresamos a esta remozada casa periodística, como un desafío para que la sigamos haciendo funcionar con la misma actitud de valentía, claridad y dignidad de aquellos duros años de trinchera.

Andrés Colmán Gutiérrez

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