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domingo, 26 de abril de 2020

Morir por volver a la patria


Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

Se llamaba Ricardo Duarte. Tenía 49 años de edad. Era un humilde poblador de la comunidad de Bonanza Tres de Mayo, distrito de Yatytay, Itapúa. Debido a la falta de oportunidades laborales en su propio país, al igual que muchos compatriotas, emigró a la Argentina. Junto a otros tres paraguayos estaban trabajando en un aserradero de Entre Ríos cuando llegó la pandemia del Covid-19, el establecimiento tuvo que cerrar y ellos quedaron despedidos.

Casi sin dinero y sin lugar en donde quedarse, Ricardo y los otros obreros paraguayos, Rosalino Acuña Olmedo, Édgar Duarte y Julio González, intentaron retornar a su valle, pero se encontraron con que los cruces de frontera estaban cerrados. Trataron de acudir a las autoridades del Consulado, pero solo se encontraron con negativas: “No se puede entrar”, “mejor quédense allí”. ¿Quedarse dónde? ¿Vivir de qué…? En su humilde valle campesino al menos tendrían un techo, una cama, un plato de saporó con mandioca, la cercanía solidaria de los familiares.

Dominados por la desesperación, apelaron al recurso de los paseros contrabandistas: Cruzar ilegalmente el limítrofe río Paraná desde la localidad de Puerto Rico, provincia de Misiones. Era la localidad más cercana frente a Bonanza Tres de Mayo. El ansiado valle se alcanzaba a ver al otro lado de la frontera.

Éver David Núñez, un afanoso canoero, aceptó hacerlos cruzar a cambio de un mínimo pago. La odisea se realizó en la madrugada del miércoles 22 de abril. Hacía frío y había una espesa niebla que facilitaba el paso a escondidas, pero la misma cobertura protectora les jugó una mala pasada. A unos cien metros de alcanzar la costa paraguaya, el canoero no pudo ver el montículo de piedras y la embarcación golpeó con violencia, volcándose. Todos cayeron al agua y nadaron desesperadamente. Ricardo Duarte no pudo lograrlo. La corriente lo arrastró. Su cuerpo fue hallado sin vida, poco después del mediodía, aguas abajo. Había logrado regresar a su patria, pero la avnrura le costó la vida.

El canoero y los demás tripulantes fueron arrestados, procesados y encerrados en cuarentena. Al menos consiguieron cumplir el objetivo de estar de nuevo en su país, aunque fuera en la cárcel.

Esta dramática historia real es apenas una más, entre muchas otras historias de compatriotas que se encontraban fuera del país cuando el mundo cerró sus puertas. ¿Acaso se les puede reprochar que, cuando llega el Apocalipsis, todos quieran volver a los brazos de la madre, que también es la patria? La Constitución dice que todo paraguayo tiene derecho a residir en su patria, pero no es fácil volver cuando están vigentes tantas restricciones sanitarias, tantas fronteras cerradas.

La patética imagen de cientos de compatriotas hacinados en el largo pasillo peatonal del fronterizo Puente de la Amistad, como encerrados en una triste jaula, provoca dolor e indignación, a la vez que también inspira temor de que puedan ser portadores del virus. Duele mucho que el país no tenga lugares apropiados para alojar a sus hijos que regresan en busca de auxilio y se demore tanto en abrirles las puertas, cumpliendo los estrictos protocolos sanitarios.

Por eso resulta igualmente indignante ver que altas autoridades, como la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, intervengan para que un reconocido empresario que vuelve repatriado en un vuelo especial desde los Estados Unidos sea apartado de manera preferencial al llegar al aeropuerto y resulte eximido de los requisitos de control sanitario que se exigen a los demás ciudadanos. Esa distinción excepcional por encima de la ley que se le aplica de manera favorable al empresario Karim Salum, pero se le niega al humilde obrero migrante Ricardo Duarte, es la dolorosa expresión de un modelo de país discriminador que se resiste a cambiar, a pesar de la especial situación que nos plantea la pandemia.

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Publicado en la columna Al otro lado del silencio, sección Opinión, del diario Última Hora de Asunción, Paraguay. Edición del sábado 25 de abril de 2020.

domingo, 19 de abril de 2020

Otra manera de vivir… y de morir




Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman


Encerrados desde hace semanas en nuestras casas, hartos de tanta familiaridad impuesta, solo esperamos que la maldita pandemia del Covid-19 acabe de una vez y podamos volver a la “normalidad” para recuperar tantos abrazos y caricias, domingos de asados y fútbol, estrenos de cine y teatro, conciertos masivos de música en vivo, ferias en la Costanera, encuentros en el colegio o en la facu, brindis con los amigos y amigas en el bar de la esquina.

Pero... qué pena. Los expertos aseguran que no será así. Aunque podamos ir saliendo gradualmente de la cuarentena y hayamos logrado “aplanar” o “martillar” la famosa curva, el virus seguirá allí, acechando como un mortal enemigo invisible y mientras no dispongamos de una vacuna (que –dicen– tardaría al menos un año) todas las personas, incluyendo a los “recuperados”, seguiremos siendo potenciales portadores del contagio.

Así que no, estimados amigos y amigas. No podremos regresar a la ansiada “normalidad”. Tendremos que acostumbrarnos a andar por la vida con tapabocas, a lavarnos las manos a cada instante, a desinfectar siempre todo lo que tocamos, a ir al trabajo con extremo cuidado, a guardar distancia física ante los demás. Tendremos que habituarnos a ver los partidos de fútbol solo por televisión, a asistir a los conciertos de nuestros artistas preferidos por internet, a hacer compras principalmente en tiendas virtuales, a cursar estudios online, a brindar simbólicamente con nuestros amigos y seres queridos a través de una pantalla. Tendremos que renunciar al apretón de manos y a los abrazos, al tereré compartido.

Tendremos que aprender otra manera de vivir... y de morir. Ni las despedidas a quienes fallecen podrán seguir siendo igual. Debemos romper tradiciones culturales y religiosas que llevan siglos, velar a nuestros muertos por escaso tiempo y en higiénica soledad.

Y aunque más tarde que temprano pueda ser posible retornar a lo que llamamos “normalidad”, probablemente no será lo recomendable. Tal como coinciden los pensadores, eso que consideramos “normalidad” es lo que nos ha llevado a esta situación.

Lo “normal” era exactamente el problema. Lo “normal” de sistemas de producción que desprecian el valor de la naturaleza, que arrasan con bosques y ecosistemas, que llenan el mundo de humo, basura y polución, que envenenan el aire, contaminan el agua y alteran el clima, que les dan poder a los políticos corruptos e insensibles, que se apropian de los recursos públicos y desprecian a las mayorías pobres, que discriminan y persiguen a quienes son diferentes o piensan de modo distinto, que privatizan y mercantilizan la salud, que ponen a la salud pública y a la educación en último lugar.

Por sostener algo similar en una entrevista concedida a la renovada versión digital del mítico periódico “Adelante” del Partido Comunista Paraguayo, el médico Guillermo Sequera, director de Vigilancia de Salud del Ministerio de Salud, uno de los hombres claves en la lucha contra la pandemia del coronavirus, ha sido objeto de una virulenta campaña por parte de un sector reaccionario de la política y la sociedad de nuestro país. Lo acusan de “comunista”, usando un recurso que quizás era válido hace más de 30 años, en plena dictadura stronista, pero Sequera solo expuso el pensamiento de filósofos y cientistas sociales de todas las tendencias, una convicción que empieza a consolidarse en todo el planeta.

Aceptémoslo: la forma de vida que conocíamos no va a volver. Para sobrevivir al Covid-19 debemos cambiar drásticamente nuestra forma de hacer casi todo lo que hacemos: cómo trabajamos, cómo hacemos deporte, cómo salimos a farrear, a comprar, a atender nuestra salud, a educarnos y a educar a nuestros hijos, a cuidar a los miembros de la familia, a producir creativamente.

Otro mundo es posible a partir de la crisis. En nuestras manos está hacerlo mejor o peor.

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Publicado en la columna Al otro lado del silencio, sección Opinión, del diario Última Hora de Asunción, Paraguay. Edición del sábado 18 de abril de 2020.

(Fotografía: Desirée Esquivel).


miércoles, 15 de abril de 2020

Covid-19 en Paraguay: Los fallos que ponen en riesgo la salud


Venciendo temores y prejuicios, el martes 14 de abril fuimos en misión periodística desde nuestra base de cuarentena en Atyrá hasta la compañía Itapirú de Arroyos y Esteros, Departamento de Cordillera, la pequeña comunidad rural de aproximadamente 200 familias que desde el lunes está bajo bloqueo sanitario, luego de haberse revelado que un sexagenario poblador que padecía de leucemia, fallecido el sábado a la noche en el Hospital de Clínicas, había sido velado durante el domingo en su domicilio con varias personas y sepultado el lunes a la mañana, acompañado de muchos vecinos, cuando se les comunicó que la causa de la muerte fue Covid-19.

Con autorización del intendente municipal Lázaro Ovelar, tomando las prevenciones sanitarias de rigor, pudimos franquear la barrera policial establecida a la entrada, que no permite que los pobladores salgan del lugar por 15 días.

Ante la gravedad del caso, esperábamos hallar una dotación de técnicos de salud vestidos como astronautas, como en las películas, procediendo a asistir a la población, pero… nada.

La calle principal lucía vacía y desolada, los pocos almacenes y despensas estaban totalmente cerrados, los rostros campesinos que nos miraban con miedo tras los vidrios o barrotes de las ventanas. El miedo se sentía en el aire.

En el cementerio tuvimos la suerte de encontrar a un hombre que tomaba notas y verificaba la situación. Así conocimos al doctor Gustavo Américo Gamarra, terapista del Hospital Militar, quien también es un poblador de Itapirú y había asistido al paciente S. V., días antes de que fuera llevado otra vez con urgencia a Clínicas. Él nos mostró las precarias condiciones en que se hallaba el panteón donde fue alojado el féretro, con finas paredes de ladrillo que contenía visibles grietas, tal como lo retratamos en el reportaje que publicamos este miércoles en Última Hora, y que lo pueden leer al final de este posteo.

Creímos que iba a resultar difícil hablar con los pobladores, pero al salir del cementerio un nutrido grupo de ellos nos estaban esperando. El encuentro fue impresionante. Estaban parados en medio de la calle, distanciados a unos metros, unos de otros. Mujeres y hombres. Algunos llevaban tapabocas, a falta de ellos otros se cubrían el rostro con prendas de vestir atados sobre el rostro, o como la mujer que hizo de vocera, Liza Ferreira, sostenían una remera contra la boca y la nariz, como si de ese modo pudiesen protegerse contra el virus.

Fue impresionante escucharles por el miedo y el susto que demostraban, relatando la angustia de encontrarse en una situación que ni buscaron ni esperaron, y sobre todo que se sentían muy abandonados y desamparados por las autoridades, muchos de ellos sin ninguna forma de sustento. Simplemente se les aisló y se los dejó como prisioneros del bloqueo total, con la incertidumbre de no saber quiénes pudieron haberse contagiados, y con el temor de que el cuerpo del poblador fallecido estaba allí, sin haber sido enterrado bajo tierra, ni incinerado, apenas depositado en un precario panteón de cemento en la superficie, aun con grietas visibles en el momento en que estuvimos allí.

Aquí quedan varias cuestiones que deben ser revisadas.

Lo primero es que evidentemente hubo fallos en el protocolo que se siguió desde el Hospital de Clínicas.

Según el médico Gustavo Gamarra, quien conoce a profundidad el caso, el sexagenario S. V. se contagió probablemente con el Covid-19 tras su última sesión de quimioterapia en Clínicas, en los primeros días de abril, debido a sus bajas defensas.

En ese estado fue traído de vuelta a su comunidad, en donde, ya probablemente en situación de infectado con el coranavirus, tuvo contacto con mucha gente, no solamente en Itapirú, sino en la misma ciudad de Arroyos y Esteros, ya que acudió con sus familiares a una farmacia y a otros negocios.

Cuando el abuelo S. V. se sintió muy enfermo, con alta fiebre y casi sin glóbulos blancos, en los días de Semana Santa, el doctor Gamarra recomendó que lo vuelvan a llevar con urgencia al Hospital de Clínicas, en San Lorenzo. Así se hizo. Allí murió el sábado 11 a la noche. Los médicos le hicieron una segunda prueba de Covid-19 al paciente, cuyos resultados estarían el lunes 13 (ya le habían hecho un primes test, que dio negativo) y decidieron entregar el cuerpo a los familiares en la mañana del domingo 12, tras asegurarse de que una funeraria de Caacupé proceda a lacrar el ataúd, con todos los cuidados sanitarios, antes de trasladarlo. Supuestamente dieron precisas instrucciones para que sea llevado directamente al cementerio de Itapirú, lo cual no se cumplió.

Aquí está un grave fallo. Según el ministerio de Salud, aunque no exista confirmación de Covid-19, todos los decesos deben manejarse con protocolo como si fueran casos de infección: ataúdes sellados, sin velatorios, sepelios sin aglomeración y con máxima seguridad.

Los médicos supuestamente confiaron en que los familiares llevarían el cuerpo directo al cementerio. No fue así. Confiados en que no tenía Covid-19, llevaron el ataúd directamente al domicilio, donde lo velaron durante toda la tarde y noche del domingo 12, madrugada del lunes 13, hasta proceder al sepelio el lunes a la mañana. En todos estos momentos, muchos pobladores se acercaron a dar sus pésames a los familiares, siguiendo la humana tradición cultural y religiosa.

A la mañana, tras culminar el sepelio, aparecieron las autoridades del Centro de Salud local con gente de la Fiscalía de Cordillera y la Policía a avisar que el segundo test de coronavirus había dado positivo. Allí se desató el escándalo y cundió el miedo. Hubo un fuerte altercado entre gente de la Fiscalía y los familiares del fallecido. Se ha buscado echar la culpa principalmente a los parientes.

Pregunta: ¿No deberían las autoridades del Hospital de Clínicas haber comunicado este caso a las autoridades del Ministerio de Salud, para extremar cuidados? ¿No deberían haberse preocupado de que se cumplan las indicaciones de deposición del cuerpo según el protocolo sanitario, avisando a la policía de Arroyos y Esteros y de Itapirú para que controlen que así ocurra? Son los graves fallos que se cometieron y que urge revisar, para que no vuelva a ocurrir un lamentable episodio como el de la compañía Itapirú.

Mientras tanto, unas 200 familias viven con suma angustia, con muy poca información y muy escasa asistencia, encerrados en su territorio, casi sin víveres y sin orientación, dispuestos incluso a quemar el panteón que consideran es un riesgo al acecho. Un triste episodio del que hay que tomar urgentes lecciones.

Andres Colmán Gutiérrez

Fotos: Desirée Esquivel.

El médico Gustavo Gamarra muestra las grietas del panteón donde se alojó al fallecido por Covid-19 en Itapirú.

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(A continuación, el reportaje publicado este martes 15 de abril de 2010 en el diario Última Hora).

Negligencia y miedo en torno al fallecido por Covid-19 en Itapirú

Policías de Arroyos y Esteros controlan el acceso a la compañía Itapirú, tras el bloqueo sanitario dispuesto por las autoridades
TEMOR. Pobladores que están en cuarentena amenazan con quemar panteón y piden ayuda.


FALLAS. Médico cree que contagio fue en Clínicas y acusa de errores en la entrega del cuerpo.



Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
Fotos: Desirée Esquivel - @desiesquivel
ITAPIRÚ - CORDILLERA

“Las autoridades ya nos tenían olvidados, ahora además nos tienen como presos y en grave peligro de morir”, dice Liza Ferreira, pobladora de la compañía Itapirú, Arroyos y Esteros, parada en medio de la calle de tierra junto a otros vecinos que la secundan, manteniendo metros de distancia. A falta de tapabocas ella se cubre el rostro con un paño blanco, que no alcanza a ocultar el miedo en su mirada ni a disimular el enojo y la angustia en su voz.

Es mediodía del martes y el miedo se siente en el aire enrarecido de esta pequeña comunidad rural habitada por unas 200 familias, quienes desde el lunes permanecen en zozobra, tras enterarse que un vecino de 67 años de edad, querido y respetado, a quien muchos acompañaron en su velorio y en su sepelio, había muerto contagiado del Covid-19.

“No sabíamos que él se contagió del coronavirus. Muchos fueron al velorio y acompañaron al cementerio. Después llegaron los de la Fiscalía. Ahora tenemos miedo, no sabemos quiénes fueron contagiados. Encima nos tienen presos, no podemos salir, mi marido trabaja en Asunción y me tiene que enviar plata para la comida, pero no puedo recibir, las despensas están cerradas. Las autoridades no aparecen”, reclama Liza y varias voces se unen a su indignación. “Si no llevan el cuerpo contagiado de aquí, vamos a quemar el panteón por nuestra seguridad”, advierten.

BARRERA. Dos tiras de cintas amarillas cierran los dos caminos de acceso a Itapirú. Agentes de Policía controlan que los pobladores no salgan. Los pocos locales comerciales están cerrados. No se ven personas en las calles. En el cementerio, un hombre toma notas en una planilla. Es el doctor Gustavo Américo Gamarra, médico terapista del Hospital Militar, quien también vive en Itapirú, fue director del centro de salud local y conoce el caso en profundidad.

“Conocí bien al señor (la víctima). Tenía leucemia y acudía a hacerse quimioterapia en el Hospital de Clínicas, en San Lorenzo. Entre el 5 y 6 de abril estuvo allí, probablemente entonces contrajo el coronavirus”, explica.

El martes 7 de abril, una hija del sexagenario buscó a Gamarra porque su padre estaba con fiebre. Tenía apenas 1.200 glóbulos blancos. Al día siguiente, miércoles 8, pasó a verlo en su domicilio. “Les dije que lo lleven urgente al hospital. La hija me llamó y me contó que le diagnosticaron NIH (neumonía intrahospitalaria), en Clínicas ya sabían que él había adquirido una infección allí. Murió el sábado 11 a la noche. Le hicieron una segunda prueba de Covid-19 (la primera había dado negativo) y entregaron el cuerpo a los familiares el domingo 12”, relata Gamarra.

FALLAS DE PROTOCOLO. Una empresa funeraria de Caacupé cerró el ataúd y trajo el cuerpo hasta el domicilio de la familia en Itapirú, el domingo 12. “Debían enterrarlo enseguida, pero trajeron a velarlo en la casa durante la tarde y noche del domingo. Mucha gente vino al velorio y acudió al sepelio el lunes”, narra el médico Gustavo Gamarra.

Poco después del sepelio aparecieron las autoridades sanitarias y de la Fiscalía con el resultado del último examen, revelando que el paciente dio positivo a coronavirus. La alarma se disparó. Hubo una fuerte discusión entre la gente de la Fiscalía y los familiares en la entrada del cementerio.

El doctor Gamarra cree que hubo poco cuidado en Clínicas al entregar el cuerpo a los familiares, cuando probablemente ya había sospechas sobre coronavirus. “Tampoco nadie controló que el cuerpo se entierre enseguida, que se cumpla el protocolo”, destaca.

Hubo muchas mentiras. “Un fiscal de Caacupé aseguró que el cuerpo se enterró bajo tierra, según el protocolo, pero no es así”, indica. Acompaña a los periodistas a verificar el precario panteón y muestra las grietas visibles que el panteón tiene en la parte posterior. “Esto no responde al protocolo de seguridad médica, aquí se cometieron muchos fallos”, asegura.

ANGUSTIA. En una casi desierta sede de la Municipalidad de Arroyos y Esteros, el intendente Lázaro Ovelar reconoce su preocupación. “Los pobladores están molestos y con miedo, necesitamos asistencia de las autoridades nacionales. El bloqueo sanitario agravará la situación. Aquí hay 7.200 personas humildes que se anotaron para recibir subsidios del programa Ñangareko, pero no cobraron aún un solo guaraní. Ni siquiera pueden ir a pescar porque está prohibido. Hacemos todo lo que podemos por ayudar, pero nuestros recursos son limitados. Y aún no sabemos cuántos más se contagiaron”, indica.

BAJO CONTROL. Respecto al manejo del Hospital de Clínicas, que hoy evalúa enviar a cuarentena a su personal de salud, el doctor Eduardo Jara, director de la tercera Región Sanitaria de Cordillera, dijo: “No quiero arriesgarme y decir en qué momento o quién falló, porque Clínicas no depende del Ministerio de Salud y no sé cuál fue el manejo que se dio en ese lugar”.

La autoridad sanitaria asegura que la situación en la compañía Itapirú está bajo control. Se detectó a todos los que asistieron al velorio y al sepelio, se los mantiene en cuarentena y el panteón será revestido con una pared más gruesa de cemento. “Tenemos a unas diez personas trabajando en el caso”, expresó.

Vista del cementerio de Itapirú, convertido en un foco de temor para la población local.

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Médicos del Hospital de Clínicas podrían ir de cuarentena

El doctor Jorge Giubi, director general asistencial del Hospital de Clínicas refirió que “lo que pasó es peligroso y preocupante porque Salud dictó un protocolo de manejo de fallecidos sospechosos y que se socializó. No hay que velarle al paciente, que tiene que estar en el cajón cerrado, sellado, y que tiene que ir directo al entierro”.

Agregó que “era un enfermo leucémico que estaba en tratamiento en el Hospital de Clínicas en forma programada, estuvo hace 10 días para hacerse una quimioterapia dentro de la institución, se hizo la quimio, y se fue de alta. Y el paciente volvió el viernes 10 al hospital con un agravamiento de su cuadro leucémico, vino con fiebre y ahí se constató un problema respiratorio, y se le pasó al área respiratoria, como un caso sospechoso del Covid-19”.

“Este paciente fallece en estado grave. Los familiares estaban en conocimiento de que era un sospechoso del Covid. Se les dijo que se envió la muestra. Creo que hubo una dificultad económica para trasladar el cuerpo entonces fue llevado a la morgue, la funeraria cumplió con el protocolo para el retiro del cuerpo del paciente”, dijo Giubi.

El director indicó que unos 40 funcionarios, entre médicos, enfermeros y otros trabajadores de la salud del Hospital de Clínicas podrían ser sometidos a cuarentena, luego de haberse constatado el fallecimiento del sexagenario procedente de Arroyos y Esteros.

Giubi, admitió que se trata del primer paciente fallecido por coronavirus en Clínicas y el caso implica una evaluación de lo ocurrido, para corregir los fallos que se puedan haber podido cometer. “Todos estamos aprendiendo de este proceso”, indicó en una entrevista radial. “En un sistema de salud donde tenemos pocos recambios esto golpea mucho, pero vamos a hacerlo”, agregó sobre la cuarentena del personal de blanco.

lunes, 13 de abril de 2020

#QuedateEnTuCasa con hambre



Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

Ella estaba allí, deambulando solitaria por la plaza desierta frente a la Basílica de Caacupé cerrada y silenciosa. Arrastraba dos bolsas de náilon cargadas de latitas vacías de cerveza y gaseosa que había logrado juntar tras recorrer toda la mañana por la ciudad desolada, las que luego iba a ofertar a un reciclador mayorista, a cambio de unos escasos billetes para comprar alimentos.

Ella lleva casi un mes desde que se le canceló súbitamente el oficio cotidiano que ejercía desde hace 24 años: vender velas de color azul a los miles de creyentes que llegaban hasta el Santuario de la Virgencita Serrana, pero ahora ya nadie viene, no hay velas que vender, no hay dinero para comprar comida.

Ña Norma tiene 55 años, vive sola con cuatro nietos que han quedado a su cargo. Ella tiene miedo de salir a la calle ante el temor de contagiarse con el coronavirus, pero tiene mucho más temor de que si no sale a rebuscarse para el sustento, sus nietos mueran de hambre.

Ella nos contó su historia con ojos humedecidos por encima del tapabocas que le regalamos para protegerse, en medio del inusual paisaje casi apocalíptico de la Basílica abandonada en la ciudad de Caacupé, en vísperas del último Domingo de Ramos. Es la historia de muchos hombres y mujeres compatriotas, pobres de pobreza casi extrema, que despertaron una mañana en un mundo que les cierra sus puertas y les expulsa de sus lugares de informal sobrevivencia laboral, porque un virus mortífero extiende sus alas negras.

#QuedateEnTuCasa #EpytaNdeRógape. Los mensajes repiquetean como una orden imperativa. Es fácil decirlo cuando uno tiene una casa mínimamente cómoda en donde refugiarse, una heladera relativamente cargada, algo de dinero en la billetera, un auto en qué movilizarse hasta la despensa o el supermercado más cercano. ¿Cómo decirle #EpytaNdeRógape a Ña Norma y a tantos que solo tienen como refugio una choza de cartón o madera terciada al borde de una zanja, un ranchito de paja en medio del campo, un lecho de cajas viejas junto a un portal, un duro banco de madera en una plaza? ¿Cómo recriminarles por “la inconsciencia de violar la cuarentena” a quienes siempre han sobrevivido en sus propias cuarentenas de exclusión social, que no duran solo 14 días o un mes, sino a veces toda una vida?

Lo primero que le preguntamos a Ña Norma fue si no se había anotado para recibir ayuda del programa gubernamental Ñangareko, creado para asistir a los pobres en esta emergencia. Entonces ella nos contó sus largas vicisitudes para tratar de inscribirse, la imposibilidad de acceder desde un precario teléfono móvil ante páginas colapsadas, la recurrencia a oficinas municipales para buscar ayuda y el drama de encontrarse con largas colas de otros tantos hombres y mujeres también desesperados, a quienes se les daba la misma respuesta: aquí no hay nada, acudan a la Secretaría Nacional de Emergencia.

Esta es la cara más triste y dolorosa de esta crisis. La comprobación palpable de que hemos seguido sosteniendo un país tan injusto y desigual, en donde hay funcionarios estatales, directivos de entidades binacionales que ganan sueldos de más de cien millones de guaraníes, mientras 1.700.000 personas apenas tienen para la canasta básica y otros 340.000 compatriotas viven en extrema pobreza. ¿Cómo pretender que hoy, privados a la fuerza de sus “estrategias de sobrevivencia”, puedan sobrevivir todo un mes con 500.000 guaraníes de una ayuda estatal que ni siquiera les llega?

Este es el modelo de estructura del Estado que ya no debemos tolerar. Hay que movilizarse y transformarlo con urgencia, echando de sus lugares de privilegio a todos los corruptos y bandidos. La crisis del Covid-19 nos permite esta opción que no debemos desaprovechar. Mientras tanto, multipliquemos las ollas populares y las acciones de solidaridad para ayudar a quienes deben quedarse en casa con las ollas vacías.


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Publicado en la columna Al otro lado del silencio, sección Opinión, del diario Última Hora de Asunción, Paraguay. Edición del sábado 11 de abril de 2020.

(Fotografía: Desirée Esquivel).

miércoles, 1 de abril de 2020

Justicia para un soldado, veinticuatro años después



Este miércoles 1 de abril, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó al Paraguay a pagar alrededor de USD 37.000 por la muerte del soldado Vicente Ariel Noguera, quien falleció a los 17 años cuando realizaba el servicio militar, en enero de 1996. Fue uno de los casos emblemáticos entre los 157 jóvenes (cifra oficialmente aceptada por el Estado paraguayo) que murieron durante el Servicio Militar Obligatorio (SMO) y que pusieron en jaque a la estructura castrense.

Pueden leer la noticia en este enlace.

Me tocó hacer una investigación periodística junto al colega Arnaldo Alegre, actual director periodístico de Última Hora, que en su momento tuvo mucha resonancia. Ello hizo que María Noguera, la madre de Vicente Ariel, fundadora de la Asociación de Familiares de Víctimas del Servicio Militar (Afavisem), me pida comparecer como testigo en la causa ante la CIDH.

La sentencia se produce en un momento crítico por la pandemia del coronavirus y golpea aún más al Estado, pero es importante para afirmar que nunca más se deben permitir abusos como los que se cometían desde el poder militar en esa época, el mismo que sostuvo a la larga dictadura de Stroessner y que siguió vigente después. Era otro gobierno, es cierto (el de Juan Carlos Wasmosy), pero respondía al mismo Partido Colorado que sostuvo a la dictadura y cubrió con la impunidad, evitando que se haga justicia, y que sigue gobernando el país.

Ahora que llega esta sentencia desde la CIDH, que también sigue trabajando aun en medio de la crisis sanitaria global, les comparto lo que fue mi declaración a distancia, ya anticipando el estilo de presencia virtual. Es un aporte a la memoria y a la justicia, en homenaje a Vicente Ariel y a la lucha de su madre, como a todas las víctimas, 24 años después.

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DECLARACIÓN DE ANDRÉS COLMAN GUTIÉRREZ ANTE LA CIDH

1.-Diga el testigo: ¿Fue testigo presencial de los hechos?
-Si se refiere al hecho de la muerte del joven cimeforista Vicente Ariel Noguera, ocurrido el 10 de enero de 1996 en el cuartel del Tercer Cuerpo de Ejército, en Mariscal Estigarribia, Chaco Paraguayo, no fui testigo presencial de la muerte, pero si pude recabar mucha información posteriormente, en un trabajo de investigación periodística realizado para el diario Última Hora de Asunción, en una serie que publicamos con el colega Arnaldo Alegre (actualmente jefe de Redacción del diario) a partir del 7 de setiembre de 1996, luego de que la madre del joven, María Noguera, haya presentado una querella criminal por homicidio ante la Justicia paraguaya.

2.-Diga el testigo: ¿Cómo se enteró de los hechos y cuándo?
-Me enteré el mismo día en que se conoció la noticia, el 11 de enero de 1996, a través de un dato que llegó a nuestra Redacción. Me interesó particularmente, porque desde el equipo de investigación periodística del diario Última Hora veníamos haciendo un seguimiento a los numerosos casos de soldaditos muertos en los cuarteles, en muchos casos por situaciones de maltratos y abusos por parte de sus superiores.  Acudí a la casa de la familia Noguera y conversé con la madre. Ante los indicios de que se trató de un caso de muerte por maltrato violento, decidimos iniciar una investigación.

3.-Diga el testigo: ¿La señora María Noguera, en su carácter de víctima o querellante, le ofreció como testigo en el expediente judicial?
-En la querella criminal ante la Justicia paraguaya no fue así, aunque sé que nuestras publicaciones sobre el caso fueron tenidas en cuenta, al igual que las publicaciones de otros medios periodísticos. En el caso de la denuncia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos sí, la señora María Noguera me ha pedido que participe como testigo, a fin de ratificar los elementos que habíamos podido comprobar y que en su momento ya habíamos publicado en nuestra investigación.

4.-Diga el testigo: ¿Usted prestó declaración testifical en la causa penal que investigó la muerte de Vicente Ariel Noguera?
-No fui convocado como testigo en esa oportunidad, por tanto no presté declaración testifical. Sé que nuestras publicaciones periodísticas, al igual que las de otros medios de prensa, fueron tenidas en cuenta en el proceso.

5.-Diga el testigo: ¿Su investigación periodística acerca del caso fue publicada?
-Así fue. Se publicó a doble página, con una llamada en portada, con la volanta “Investigación: ¿Quién mató a Ariel Noguera?”, a partir del sábado 7 de setiembre de 1996, en la páginas 6 y 7 de la sección Política del diario Última Hora, continuando las entregas durante una semana hasta el jueves 12 de setiembre de 1996. En días posteriores publicamos más notas, ya en forma suelta, a medida en que surgían más reacciones sobre la serie de reportajes.

6.-En el marco de la investigación periodística, ¿Cuántas veces se constituyó en  el lugar de los hechos?
-Si se refiere como “lugar de los hechos” al cuartel del Tercer Cuerpo de Mariscal Estigarribia donde fue hallado muerto el soldado Ariel Noguera, estuve personalmente durante una jornada, pero otros miembros de nuestro equipo periodístico estuvieron en varias otras circunstancias, incluyendo visitas oficiales programadas por las Fuerzas Armadas. Sin embargo, permítanme apuntar que un trabajo de investigación periodística no se basa solo en visitas al lugar de los hechos, sino a indagaciones en varias otras esferas, conversaciones con ex-camaradas de la víctima, familiares, superiores, búsquedas de documentos, etc.

 7.-Diga el testigo: ¿Con cuántas personas pudo entrevistarse, que tuvieron conocimiento de los hechos?
-Pude conversar personalmente con al menos una veintena de ex camaradas del conscripto Ariel Noguera, además de oficiales superiores que aceptaron brindar datos en forma confidencial, pidiendo no ser identificados, porque tenían mucho miedo a posibles represalias de sus superiores. Además pudimos entrevistar a muchas otras personas relacionadas al caso: familiares, médicos, fiscales, policías, militares, como de acudir a diversas fuentes documentales. Fácilmente hemos entrevistado a más de 40 personas relacionadas al caso. Los principales acusados, el subteniente Fernando Mosqueda y el teniente primero Hernán Alcaraz, los dos oficiales que habrían sometido al cimeforista a castigos físicos, como sus superiores de las Fuerzas Armadas, se negaron sistemáticamente a ser entrevistados, a pesar de nuestros insistentes requerimientos. Tampoco el entonces comandante del Ejército, general Lino César Oviedo, aceptó dar una entrevista o brindar declaraciones sobre la muerte de Ariel Noguera.

8.-Diga el testigo: ¿Entre las personas que entrevistó se encontraban funcionarios públicos?
-Así es. Una de las personas que aceptó conversar con nosotros fue el propio fiscal general del Estado en ese entonces, el doctor Anibal Cabrera Verón, quien  ayudó a reabrir el caso cuando ya se consideraba cerrado judicialmente, logrando que se realice una nueva autopsia. Su intervención no impidió sin embargo que sectores de las Fuerzas Armadas, entre ellas el propio general Lino Oviedo, tengan éxito en bloquear las investigaciones y en evitar que se pueda descubrir la verdad sobre la muerte del cimeforista. También nos entrevistamos en su momento con el propio juez que llevaba adelante la investigación, José Waldir Servin Bernal, quien se mostró reacio a dar detalles del caso.  

9.-Diga el testigo: ¿Dentro de su investigación encontró algún indicio que ponga en duda la veracidad de contenido del informe de la autopsia dirigida por el doctor Martínez Yaryes, propuesto por la señora María Noguera?
-Así es. Tal como lo revelamos en un anexo del primer reportaje publicado el 7 de setiembre de 1996, bajo el título: “Categórico: El hanta virus no mató a Ariel”, reproducimos un informe de laboratorio que el propio doctor Martínez Yaryes había pedido, en donde el especialista Ralph Bryan, del Epidemiology Branch de Albuquerque, Nuevo México, Estados Unidos, concluye que el resultado del análisis inmunohistoquímico del paciente ha dado negativo con respecto al hantavirus. Es decir, el estudio de laboratorio que había encargado Martínez Yaryes desmintió que Noguera haya muerto por hantavirus, tal como el forense atribuyó en un primer momento. Me tocó entrevistar a Martínez Yaryes tras este informe, quien se mostró sorprendido por los resultados del laboratorio. “No he visto golpes (en la autopsia realizada) pero no descarto que una situación violenta pueda haber causado la muerte. De hecho, para mí, el caso sigue siendo muy extraño”, declaró, tal como lo publicamos en su momento en el diario.   

10.-Diga el testigo, ¿cómo era la consideración pública respecto del doctor Miguel Ángel Martínez Yaryes?
-El doctor Martínez Yaryes era un reconocido dirigente político opositor que mantuvo una lucha heroica contra la dictadura stronista, además de un destacado médico, pionero de la medicina forense en el Paraguay. Sin embargo, cuando le tocó realizar la autopsia del cimeforista Noguera se encontraba ya en avanzada edad y su primera conclusión, de que el cimeforista habría fallecido por la enfermedad del hantavirus, fue desmentida por el informe de laboratorio que el mismo encargó en los Estados Unidos, como por otros especialistas que aseveran que es muy difícil que un caso e hantavirus se de en esa región del Chaco.  

11.-Diga el testigo: ¿Realizó, en su carácter de periodista, cobertura a los actos públicos de reparación organizados por el Estado, vinculados al presente caso? En caso afirmativo, ¿podría indicar cuáles?
-No lo hice, porque los periodistas de investigación no hacemos cobertura informativa diaria. Si me enteré de estos actos por lo que se publicó en los medios y también leí que los familiares no están satisfechos con lo que hasta ahora hizo el Estado para reparar el hecho denunciado.

-Finalmente, si se me permite, quisiera ampliar esta declaración destacando que la investigación periodística sobre el caso Ariel Noguera la hicimos en un contexto más amplio, en el marco de una realidad socio-política de los años 90, a poco de haber sido derribada la dictadura del general Alfredo Stroessner, en que el militarismo seguía siendo muy fuerte en la sociedad paraguaya, época en que existían muchas denuncias de humildes familias campesinas sobre sus jóvenes hijos, muchos de ellos menores de edad, que eran prácticamente cazados por pelotones militares en el interior, movilizados a la fuerza para prestar el Servicio Militar Obligatorio (SMO) y acababan muertos por haber sido sometidos a castigos inhumanos o a prácticas de combate poco profesionales. Según el registro oficial reconocido por el Estado paraguayo, desde la caída de la dictadura (1989) un total de 157 jóvenes murieron durante el Servicio Militar Obligatorio. Muchas de estas muertes no fueron investigadas por la Justicia o los casos quedaron en el oparei, nombre que se da en el Paraguay a la palabra impunidad en lengua guaraní.
En el caso Noguera, nuestra investigación pudo constatar varias irregularidades, tal como lo publicamos en su momento:
-En su primer periodo de entrenamiento, cumplido en enero de 1995 en Villarrica, Vicente Ariel Noguera tuvo un altercado con un oficial, el subteniente Fernando Mosqueda, cuando al soldado se le cayó accidentalmente el fusil y golpeó en el rostro al oficial. Sus camaradas relataron que desde ese momento Mosqueda juró vengarse de Noguera.
-En el segundo periodo como cimeforista, en enero de 1996, Noguera debía prestar su servicio militar en Fortin Montanía, Chaco, pero para sorpresa suya cambiaron su destino al tercer cuerpo de Ejército, en Mariscal Estigarribia, donde también sorpresivamente se encontró de nuevo cara a cara con el subteniente Mosqueda.
-En Mariscal Estigarribia, Noguera tuvo otro altercado con otro oficial, el teniente primero Hernán Alcaraz, el 10 de enero, cuando el oficial lo reprendió en la formación, el soldado reaccionó y el oficial se cayó al suelo ante la vista de todos, situación en la que se sintió ridiculizado. Según los testimonios que recabamos de los camaradas, Alcaráz amenazó frente a varios testigos con castigar a Noguera y las palabras que pronunció fue: “Ni él no va a querer contar, como hombre, el castigo que va a recibir”.
-Aunque las versiones de los camaradas difieren, la relación de hechos concluye que ese 10 de enero Noguera fue incorporado al llamado “pelotón jabón” -un grupo a donde son conducidos los soldados bajo castigo- que dirigía el subteniente Alcaraz, donde permaneció durante dos horas sometido al “descuereo” (ejercicios físicos intensos). Lo vieron por última vez tras el ejercicio, en que lo llevaron a sentarse en un banco, en la guardia. A la madrugada encontraron su cuerpo muerto en una cama que no era la suya, a dos camas de la que le correspondía dentro de la cuadra. Llamativamente, también el teniente Alcaraz desapareció por largas horas, durante las mismas horas en que estaba desaparecido Noguera.
-Lo llamativo fue que, tras conocerse el caso, desde las altas esferas de las Fuerzas Armadas intentaron bloquear nuestra investigación y ocultar datos. El entonces comandante del Ejército, general Lino Oviedo, viajó a Mariscal Estigarribia, reunió a todos los excamaradas de Noguera y les ordenó: “Ustedes no digan nada, nosotros vamos a arreglar todo, porque esto se va a usar para desprestigiar a las Fuerzas Armadas”. Muchos de los ex camaradas se negaron a dar declaraciones y quienes accedieron lo hicieron con mucho miedo, en medio de medidas de seguridad y tras asegurarles que sus identidades serían mantenidas en reserva. Durante la etapa en que hicimos la investigación, la madre de Ariel Noguera fue víctima de ataques y presiones, llegaron a incendiar una carpintería de la familia y un auto chocó a uno de sus hijos.

En la esperanza de poder contribuir a este juicio, los saludo atentamente.

Andrés Colmán Gutiérrez
Periodista