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domingo, 28 de marzo de 2010

Los rostros del Paraguay olvidado



Hay algo en esos rostros curtidos por el color de la tierra, como si ya fueran parte de ella.

Hay algo en esas miradas cándidas, tristes, melancólicas, de los niños y de las niñas. En esas miradas duras, sufridas y combatientes, de las mujeres del campo. Todas esas miradas tienen algo que duele, algo que emociona, algo que interpela.

Han llegado otra vez, marchando desde muy lejos, con sus reclamos que se reiteran desde hace 17 años, en cada marzo húmedo y otoñal.

Han llegado desde sus verdes valles desolados, pueblos y comunidades rurales que siguen esperando en medio de la soledad y el olvido, a merced de las mismas miserias e injusticias seculares, que no cambian por más que cambien los Gobiernos o los colores partidarios.

Han llegado desde la profundidad de una historia repetida, desde el corazón de una memoria desgarrada, que tercamente insiste en rescatar sus antiguas utopías sobrevivientes.

Han llegado con sus zapatos gastados, sus banderas descoloridas, sus toscas pancartas de tela que insisten en pedir la reforma agraria y varios otros reclamos, con visibles faltas de ortografía.

Han llegado como forasteros en tierra extraña, como intrusos en la jungla de asfalto y cemento, esta vez en número mucho más reducido presuntamente por culpa de la lluvia, aunque quizás más por el cansancio de tantos años de venir y volver con las manos vacías, escuchando las mismas excusas y las mismas promesas de siempre.

“Ndaipori mba’evete la ypyahúva (no hay nada nuevo), son los mismos discursos de siempre”, sintetizó el dirigente de la Federación Nacional Campesina, Odilón Espínola, tras la audiencia con el presidente de la República, Fernando Lugo.

Fue triste verlos subir a la carrocería de los camiones para emprender el regreso. Pero no se iban vencidos. No había derrota ni frustración en sus miradas. Quizás apenas la comprobación de algo que ya esperaban: que el cambio no llegará tan fácil, y mucho menos será el legado de una clase política que continúa sorda e indiferente al clamor del Paraguay más olvidado, el verdadero país del interior. El cambio habrá que c0nstruirlo desde abajo, día a día, con movilización ciudadana, con solidaridad activa, con organización y trabajo.

Esta vez la marcha campesina tuvo un rostro predominantemente de mujeres y de niños. Miradas infantiles pero ya contagiadas de realismo. Miradas que duelen, miradas que conmueven, miradas que interrogan, miradas que convocan.

(Foto: Fernando Calistro, Última Hora).

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