La mañana del jueves 31 de julio de 2014 quedará registrada
en la historia chica como el curioso día en que el sempiterno y hasta hace poco
incombustible senador colorado Juan Carlos Calé Galaverna huyó abrumado de las
cámaras y de los micrófonos de la prensa, esgrimiendo un reiterativo "no
voy a hablar".
Muchos de los más veteranos periodistas del Congreso no lo
podían creer. ¿Era acaso este el mismo Calé, el que siempre se mostró tan
impune, verborrágico y soberbio? ¿El caudillo, al que no se le movió un pelo,
al admitir ante el propio plenario del Senado haber sido cómplice de un gran
fraude electoral? ¿El que se ufanaba con gesto sobrador, cuando una grabación
de conversación telefónica reveló cómo bajaba "línea política" al
entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Fernández Gadea?
¿El que tildaba públicamente de "putas con escapularios" a los más
poderosos empresarios de comunicación del país?
Lo que en todos estos años de pretendida construcción
democrática no lo han podido lograr ni la Justicia, ni la Fiscalía, ni las
sucesivas denuncias periodísticas, ni las marchas de protesta ciudadana, lo han
logrado algunos pocos minutos de segmentos editados de dos videos con escenas
sexuales, filtrados en las redes sociales de internet, probablemente por sus
adversarios políticos, en los cuales el senador aparece manteniendo (o
intentando mantener) relaciones sexuales con cinco mujeres, en dos momentos
diferentes.
Las escenas del video se multiplicaron, de manera
incontenible, a través de esa asombrosa red digital que es internet, y los
medios periodísticos tuvieron que hacerse eco de la información —en algunos
casos, cuidando no traspasar los límites éticos y legales; en otros, no—. Pero
ni las desesperadas acciones por levantar el video de algunos sitios webs, ni
de prohibir o censurar a través de una polémica –y pésimamente redactada–
resolución judicial pudieron atenuar el más fuerte golpe político que el
legendario senador colorado haya recibido en toda su carrera.
Aún habrá que ver hasta dónde llegan las oleadas de esta
explosión mediática, que mezcla en una confusa licuadora virtual lo privado y
lo público, lo legal e ilegal, lo morboso y lo ético, lo sexual y lo político.
Una cosa, sin embargo, es segura: la leyenda de Calé (y de
muchos de sus emuladores en el ámbito político), a partir de ahora, será
radicalmente diferente.
La experiencia revela además una nueva modalidad de guerra
política en la era digital: Mientras, en la región fronteriza norte del
Paraguay, los caudillos adversarios se siguen tirando a matar con balas, en la
capital del Paraguay, Asunción, y especialmente en los recintos del Congreso
Nacional, ahora se tiran a matar con videos.}
(Publicado en la columna
“Al otro lado del silencio”, sección Opinión, diario Última Hora, edición del
sábado 2 de agosto de 2014).
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