Hasta
que saltó el escándalo de los audios filtrados, revelando graves delitos de
corrupción y tráfico de influencia en el ámbito político y judicial, la opinión
pública prácticamente desconocía la existencia del entonces secretario del
Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, Raúl Fernández Lippmann.
El
funcionario, que no solo era el operador clave de su hasta entonces
todopoderoso jefe, el senador colorado cartista y presidente del JEM, Oscar
González Daher, en las presuntas actividades ilícitas de cobros de sobornos y
arreglos extrajudiciales, sino que ejercía mayor poder que el propio “padrino”,
había logrado hasta entonces lo que todo negociador en las sombras más anhela:
permanecer invisible ante la órbita de los medios.
Cuando
“Raulito” se convirtió en sorpresiva celebridad mediática, gracias a su voz en
los audios grabados de conversaciones telefónicas, todas las Redacciones
buscaron con desesperación fotografías suyas para ilustrar el vendaval de
materiales periodísticos. Pero, oh sorpresa, había una sola foto disponible,
la que hubo que publicar y seguir publicando hasta el cansancio, ya que el
hombre se había ocupado de borrar concienzudamente su imagen en las redes
sociales.
En esa
principal foto, multiplicada en Google, el secretario aparece serio y pulcro,
con el rostro afeitado, el pelo corto y bien peinado, mirando a cámara detrás
de unos elegantes anteojos. Es la imagen de un buen burócrata, de un abogado
distinguido, de un funcionario flaco y pequeño, aunque recio, que si mi abuela
la hubiera visto diría que es difícil de creer que alguien así haya hecho todo
lo que dicen que hizo.
Después
aparecieron un par de fotos más, que solo reforzaban la misma imagen
estereotipada de Raúl, imagen que a esta altura ya forma parte de la cultura
popular mediática o del inconsciente colectivo.
Hasta
que en estos días se filtró otra foto (sí, las fotos también se filtran; no
solo los audios), en donde se ve a un Raúl muy diferente: barba crecida, sin
lentes, remera suelta y casual, sombrero bombín a lo Sabina, sonrisa burlona
ante la cámara, posando ante una torta de cumpleaños con velas que forman su
nombre.
La
verdad, no recuerdo un cambio de look tan radical desde aquella vez en que el
polémico fiscal Rogelio Ortuzar cambió su uniforme guerrero de Rambo subtropical
por su actual tenida hípster.
Probablemente
estos detalles no significan nada (o sí), pero hacen las delicias de quienes
buscamos construir historias literarias en torno a los símbolos.
Me
quedan las ganas de ver qué imagen adoptará Raúl, el día en que la Justicia lo
condene por los delitos de los que se lo acusa… si acaso eso llegara a pasar.
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