Fue a mediados de los años ’80, poco antes de un concierto que
Silvio Rodríguez ofreció en Montevideo, Uruguay. La entonces joven guitarrista
paraguaya Berta Rojas logró colarse al camarín del cantautor cubano y le hizo
una entrevista para El Correo Semanal de Última Hora.
Silvio quiso saber del Paraguay. Berta le contó
que sus canciones circulaban en discos y casetes casi clandestinos, muchas de
ellas cantadas por artistas paraguayos en los festivales contestatarios,
canciones convertidas en banderas de resistencia contra la dictadura de Alfredo
Stroessner. Y que varios jóvenes habían hecho un largo viaje secreto de
Asunción a Montevideo, solo para verlo y escucharlo en vivo.
Minutos después, desde el escenario, Silvio se
dirigió al público: “Quiero dedicar esta canción al Paraguay, un país que aún
no conozco y es para mí un misterio”.
En seguida sus manos arrancaron a la
guitarra los primeros acordes de uno de sus temas más emblemáticos, mientras su
histriónica voz empezaba a entonar: “Ojalá que las hojas no te toquen el
cuerpo cuando caigan …”.
Hubo mucha especulación sobre aquella
dedicatoria. Circulaba la leyenda de que Ojalá fue escrita originalmente para
el dictador chileno Augusto Pinochet, y que en aquel festival Silvio le mandaba
un premonitorio mensaje al tirano Stroessner: “Ojalá pase algo que te borre de pronto/
una luz cegadora, un disparo de nieve...”.
El cantautor reveló en
otro momento que compuso la canción en 1969 para su primer amor, Emilia.
Pero
las letras de Silvio siempre tienen múltiples significados.
Aquella noche
montevideana estaba dedicando una canción de amor y a la vez una canción
política a un misterioso país llamado Paraguay, al que dos décadas después, en
otro tiempo y otras circunstancias, abrazaría por vez primera desde otro histórico
escenario.
La Nueva Trova
Nacido en San Antonio de los Baños, en 1946,
Silvio Rodríguez es una figura que despierta encendidas pasiones, odios o
amores, por su obstinada fidelidad a la revolución cubana y al régimen
castrista. Pero ni sus adversarios y más severos críticos pueden negar su ya
legendaria dimensión artística, su bien ganado lugar como uno de los mayores
exponentes de la canción de autor en español.
Fundador de la llamada Nueva Trova Cubana, junto
a Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliú, entre otros, Silvio se rebeló
desde muy joven como un exquisito poeta, con versos impregnados de belleza y
ternura, rozando a veces el surrealismo, y como un talentoso e irreverente
compositor, capaz de combinar la rica herencia de la trova y el son con los
acordes del rock, el jazz, y hasta la música clásica, con su radical pasión
militante.
Su rica y prolífica producción (casi medio
millar de canciones, varias aún inéditas), lo han situado, junto a Pablo
Milanés, como los mayores embajadores artísticos de Cuba. Pero en los últimos
años el autor de Yolanda se volvió crítico y disidente al régimen de los
hermanos Castro, mientras Silvio mantiene su defensa del proceso
revolucionario, aún con sus matices autocríticos, lo cual ha provocado un
distanciamiento cada vez mayor entre los dos principales íconos musicales de la
isla.
Silvio en Paraguay
Quienes al principio de los ’80 despertamos a la
lucha contra la tiranía de Stroessner, aprendimos a amar las canciones de
Silvio Rodríguez en la potente voz de Ricardo Flecha, cuando desde el mítico
Grupo Juglares nos deleitaba con Mariposas, encendía nuestras fibras
románticas con Te doy una canción, o nos convocaba a la movilización
insurgente con Vamos a andar.
Vocal Dos nos brindaba a su vez la inquietante
versión de Sueño con serpientes, mientras Gente en Camino nos regalaba la más
bella metáfora de la utopía, al relatar la pérdida del Unicornio azul.
Flecha conoció personalmente a Silvio en 1986,
en Lima, durante la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (Sicla).
Nació una amistad artística y política que se fortaleció con las visitas de
Ricardo a La Habana, y que los llevó a grabar juntos la versión en guaraní de Pequeña Serenata Diurna, en el primer disco El Canto de los Karai, de
nuestro gran artista compatriota.
Ya entonces Flecha repartía la vaga promesa de
un posible concierto de Silvio en Paraguay. En los 90 lo tuvimos al impagable
Pablito Milanés, más recientemente al insumiso Frank Delgado y al pionero
Vicente Feliú, pero la venida de Rodríguez se nos fue volviendo tan utópica
como la búsqueda del Unicornio azul
Tuvo que ir el propio presidente Fernando Lugo a
invitarlo en La Habana, para que finalmente dijera que sí.
Cita con ángeles
Son curiosos los cambios que provocan el paso
del tiempo y la visión de nuevas perspectivas de la historia.
De aquel enamoramiento juvenil de mi generación
con respecto a la revolución de Fidel Castro y el Che Guevara me quedan
sentimientos contradictorios: la admiración por la larga y obstinada
resistencia del pueblo cubano a la imposición de un modelo político neoliberal
y capitalista globalizador del mundo. El elogio a su solidaridad sin fronteras
y a sus trascendentes logros en salud, educación, deporte, arte y cultura. Y
también la necesidad de una dolorosa crítica a la falta de libertades básicas,
a los injustificables excesos represivos contra los disidentes, al
anquilosamiento de estructuras de poder autoritario, a la intolerancia hacia
quienes piensan distinto.
Pero a pesar de los tantos cambios de adentro y
de afuera, nunca pude dejar de amar las muchas y bellas canciones de Silvio
Rodríguez.
Así que en la noche particularmente simbólica y
dolorosa de este 1 de agosto, que nos recuerda los cinco años del masivo y
hasta ahora impune crimen del Ycuá Bolaños, vamos a estar allí, los de entonces
y los de ahora, a orillas de la mágica Bahía de Asunción, para deleitarnos con
la voz cascada pero vibrante de este tan joven y tan viejo trovador sin edad,
sintiendo que todavía seguimos persiguiendo unicornios y soñando con
serpientes.
Y seguramente cantaremos juntos aquel Ojalá que nos regalara en una lejana noche uruguaya, y que sigue siendo el himno de
nuestras mejores esperanzas.
¡Bienvenido, querido Silvio...!