lunes, 21 de diciembre de 2009

Hijo Nuestro


“Yo quiero rezar a fondo un Hijo Nuestro...”.
(Silvio Rodríguez, "El necio").

#Navidad

Hijo Nuestro que estás en el pesebre, rodeado de mansos animales y de la gente humilde del pueblo.
Santificado sea tu nombre, porque es un símbolo de justicia y libertad.
Venga a nosotros tu mensaje de esperanza para este país que tanto necesita superar el desencanto, la corrupción, la miseria, la impunidad, la ignorancia, la falta de confianza de la gente en sí misma.
Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo, sobre todo en esta tierra que tiene todas las condiciones para ser un paraíso, pero que obstinadamente buscamos convertirla en un infierno.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Principalmente el pan para tantos chiquitos y chiquitas condenados a pasar hambre por culpa del egoísmo y de la indiferencia.
Perdona a los que han transformado la Navidad en un gran comercio, a los que han vaciado de contenido uno de los acontecimientos más bellos en la historia de la humanidad, a los que hoy le ponen precio hasta al mismo Dios.
No nos dejes caer en la tentación de creer que estas fiestas son solamente fiestas, porque en realidad son una oportunidad para redescubrir los valores de la solidaridad y del amor, para compartir nuestros sueños por encima de nuestras diferencias.
Y líbranos de los insulsos arbolitos de plástico y nieve artificial, de los ridículos Papá Noel con abrigos de lana en medio del calor subtropical, de los programas fashion de la televisión, de los petardos enloquecidos, de los paranoicos cazadores de brujas, de los fabricantes de conspiraciones, de los jueces vendidos al mejor postor, de los asaltantes y secuestradores, de los eternos baches de nuestras calles, del dengue, de la crisis, de los depredadores de la naturaleza, de los vendedores de ilusiones, de los ladrones de sueños, de la cachaca estruendosa, del calor insoportable y de todo mal. Amén.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Historia de Navidad


Historias de #Navidad

Se bajaron de la carrocería del camión cargado de olorosas frutas, cerca del Mercado Cuatro. 
El chofer no les cobró el precio del viaje e incluso les regaló una sandía. Con tristeza los vio marcharse calle abajo, hundiendo lentamente sus pies sobre el asfalto caliente, sus siluetas recortadas contra el fondo de rascacielos.
El hombre caminaba con dificultad, apoyado en un bastón, cargando a duras penas su bolsa de escasas pertenencias. A su lado la mujer aún joven, aunque con la piel surcada de arrugas, trataba de equilibrarse con su enorme panza, sosteniéndose a ratos por paredes y columnas.
Cerca de la vieja Estación del Ferrocarril alguien les indicó una pensión barata, pero la dueña les miró el aspecto de lástima y les dijo que ya no quedaban piezas vacías. 
Llamaron a la puerta de una gran casona a pedir un poco de agua o comida, pero apenas se abrió la mirilla el señor les dijo que no quería comprar nada y cerró con un golpe seco que les lastimó el corazón.
Estaban extenuados, sentados en un banco de la Plaza Uruguaya, cuando se les acercó un travesti, aburrido de no hallar clientes. 
Al principio lo miraron con temor y desconfianza, pero al poco rato ya le estaban contando su historia, la manera en que unos políticos inescrupulosos les habían despojado de su chacra y su ranchito, allá en Curuguaty. Solos, con muy poco dinero, con el niño a punto de nacer, no les había quedado más recurso que venir a la capital en busca de sustento.
Esa noche encontraron el calor de un viejo colchón, tirado sobre el piso de tierra de una casita de hule y cartón, en el Bañado. 
Esa noche, el llanto de un bebé recién nacido se escuchó nítido y fuerte sobre el rumor de cachacas y televisores encendidos. 
Esa noche, el travesti salió emocionado a contar la buena nueva a sus amigos pescadores y ellos abandonaron sus canoas para venir a ver al niño, trayéndole lo poco que habían pescado a manera de ofrenda. 
Esa noche hubo una estrella que brilló más que todas sobre la bahía.
Pudo haber sido una cálida noche de diciembre. 
La mujer pudo haberse llamado María y el hombre José, son nombres tan comunes. 
Esta historia pudo haber ocurrido en Asunción del Paraguay, en el 2020, o en una perdida aldea de Judá, llamada Belén, hace más de dos mil años. 
¿Acaso habría alguna diferencia...?

domingo, 1 de noviembre de 2009

La noche en que Caetano le cantó al alma del Paraguay


No era la poética Luna de Sao Jorge, sino la de la Triple Frontera, blanca y radiante, iluminando el instante mágico en que Caetano Veloso se quedó solo con su guitarra en medio del escenario, y empezó a entonar los inconfundible versos de la canción que el confiesa haber adorado desde niño, y que recién a los 67 años de su edad pudo cantarla directo al corazón de los paraguayos: “Una noche tibia, nos conocimos, junto al lago azul de Ypacaraí…”.
Fue el momento en que la multitud pareció levitar en una sola voz colectiva, cuando cerca de 2.000 gargantas acompañaron cada verso de la guarania con una emoción desbordada. No era la exquisita versión en solo de cello que el maestro Jacques Morelembaum arregló especialmente para el disco Fina estampa, sino otra distinta, más cálida e intimista, que Caetano improvisó con su voz inigualable y su suave rasgueo de guitarra.
La noche del viernes 30 de octubre no era tibia como la de Ypacaraí, sino extremadamente calurosa para ese privilegiado público apretujado en el patio del N9ne Bar & Lounge de Ciudad del Este, pero las incomodidades se habían olvidado en seguida, apenas el cantautor bahiano entró en escena.
El sonido acústico de la Banda Cé, con Pedro Sá (guitarra), Ricardo Diaz Gómez (bajo) y Marcelo Callado (batería), le dio el ropaje musical preciso a los nuevos temas del disco Zii e Zie, que Caetano presentó al público con entusiasmo adolescente, pero sin descuidar intercalar algunos de sus clásicos temas, incluyendo una extraordinaria versión en español del tango Volver, de Gardel y Lepera.
Y si con su interpretación de Recuerdos de Ypacaraí se metió en el alma del Paraguay, arrancó gritos de emoción cuando dedicó la canción Irene a la memoria del inmortal Augusto Roa Bastos, uno de los grandes escritores a quien Caetano confesó su devoción.
Fueron más de dos horas de un show que probablemente se hizo esperar una vida. Un largo bis de canciones coronó la noche en que uno de los más celebrados cantautores de Brasil y de toda Latinoamerica pulsó las fibras más hondas de la emoción, demostrando que su grandeza de artista convive por igual con su sencillez y su nobleza hondamente humana.
Un extraordinario concierto, que quedará en la historia.

lunes, 5 de octubre de 2009

Gracias a La Negra que ha cantado tanto



El viejo disco de vinilo estaba allí, guardado en el fondo del polvoriento estante, con la contratapa llena de cruces pintadas con marcador negro.
Había canciones que tenían hasta cinco cruces marcadas, y una anotación en manuscrito: “¡No pasar…!”.
Me llamó la atención, le di la vuelta y miré la carátula. 
Estaba la foto de una mujer morena, de rostro aindiado, vestida con un poncho, en pose de meditación contra un fondo marrón. 
Y un título enorme: 


Mercedes Sosa 

HOMENAJE A VIOLETA PARRA



Era un ardiente verano de 1975. 
Yo nunca antes había oído hablar de ella. 
Tenía 14 años de edad y realizaba mis primeras prácticas de aprendiz de locutor en ZP 27, Radio Mbaracayú, emisora de la fronteriza ciudad de Saltos del Guairá.
Le pregunté al operador qué significaban las cruces en el disco, y él me explicó:
Es una artista argentina y sus músicas están prohibidas de pasar por la radio, porque es una comunista peligrosa.
Me hizo señas de que me acercara, y me susurró al oído: 
Pero es una cantante de la gran siete… ¡escuchá!.
Me alcanzó los auriculares, puso el disco en una de las bandejas de prueba, colocó la púa en el surco dos, y se quedó esperando mi reacción.
Sentí un suave acorde de guitarras y luego una voz dulce y potente, límpida como el cristal, que entró por mis oídos y me acarició el alma: 

Gracias a la viiiida…. que me ha dado taaaanto….


Hay minúsculos instantes que te marcan para siempre.
Ese fue uno de ellos: la primera vez que escuché cantar a Mercedes Sosa ese magistral himno a la vida que compuso la mágica chilena Violeta. 
Ese día las dos entraron a mi vida para quedarse, ayudando a encender mi amor por el arte y mi consciencia de lucha por la libertad.
Le pedí al operador que me prestara el disco, pero puso cara de pánico, lo guardó otra vez en su funda, negando con la cabeza.
Al día siguiente, cuando llegué a la radio, me pasó subrepticiamente una cajita, en cuyo interior encontré un casete grabado con músicas de La Negra, que se convirtió en una de mis posesiones más preciadas.


***

En aquellos años de sueños y barricadas, en que nos descubrimos jóvenes e inmortales coreando consignas contra la dictadura, los discos clandestinos de Mercedes eran nuestro tesoro del arcón de los piratas, junto a algún libro de poemas de Neruda o Las Venas Abiertas de Eduardo.
Ella estaba allí, tan lejos pero tan cerca, arrullándonos con su voz increíble y su tenacidad tan luminosa.
Tras su regreso del largo exilio a la democracia renacida de su patria Argentina, hubo que desafiar al miedo para ir a escucharla cantar en vivo en la vecina Formosa, aquella vez en que nos abrazó desde el escenario y nos regaló su interpretación tan única del Despertar de Maneco Galeano, dándonos fuerzas para seguir resistiendo. 
¿Qué importaba que a la vuelta, en la aduana de Falcón, nos esperara el cerco abusador de la policía stronista?
Ella era la voz cómplice y compañera que le ponía banda sonora a nuestros sueños de libertad. 
Era la voz que se filtraba tras la frontera en las voces de los nuestros, en la reivindicada amistad con Maneco y luego en su solidario apoyo a Ricardo Flechita, con quien grabó el poético Víctor Libre de Maneco y Carlos Noguera.
Y aquel concierto tan inolvidable en el Sol de América, ya en nuestros tiempos de libertad, cuando recogió de la lona a su querido y sobreviviente Charly García, y lo trajo consigo hasta Asunción para curarlo con su gran cariño de madre y los aplausos del público paraguayo.
Sí, claro. Hay quienes le reprochan todavía su “dorado exilio en París”, o que a veces cobrara tan caro por su arte invaluable, o que llegara alguna vez en limusina a sus recitales contestatarios, como si su grandeza de artista, o la esencia de su solidaridad con los marginados de la tierra, se pudieran medir por tan nimios detalles.
Ella era el canto potente y libertario, la conmovedora historia personal de pequeñas y grandes batallas contra el sistema. La valentía de gritar verdades desde el escenario contra el plan de exterminio de tantos fascistas y asesinos, pero era también la reivindicación del folklore más puro de América Latina. La voz intimista impregnada de ternura, la sonrisa morena que te acaricia en lo más profundo, la generosidad de promover a figuras nuevas, la apertura para sumarse a propuestas tan diversas, desde el clásico rock rebelde de Charly García, hasta el pop de Shakira o el urbano sonido vanguardista de Calle 13.
Ahora dicen que La Negra se murió.
¿Será…?
Yo la escucho cantar igualito como aquella primera vez, hace tantos años.
No sé si su canto me llega desde las nubes o desde el corazón enterrado de la tierra... pero está allí y seguirá estando. 
Siempre.

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P.D.: La cantautora chilena Violeta Parra, la autora de Gracias a la vida, nació un 4 de octubre de 1917, el mismo día y el mismo mes en que muere Mercedes Sosa, su más especial intérprete, el 4 de octubre de 2009. Hace rato que me he convencido de que, en cuestiones de magia poética, musical y literaria, las casualidades y las coincidencias no existen.

jueves, 6 de agosto de 2009

La reivindicación de Alberto Rodas


La fría noche del cálido recital de Silvio Rodríguez en Asunción trajo emociones desbordadas, lágrimas nostálgicas y deliciosas sorpresas. Entre ellas la invitación que hizo el trovador cubano al cantautor paraguayo Alberto Rodas para subir al escenario y cerrar el concierto.
El prócer mayor de la Nueva Trova pensaba dedicar “Unicornio” a los desaparecidos durante la dictadura stronista (se la dedicó a las víctimas del Ycuá Bolaños), pero admitió que tras enterarse de que “un gran cantautor paraguayo” había compuesto una hermosa música sobre el tema, prefería que la cante él.
Fue un broche de oro inesperado, que el público aplaudió y acompañó connmovido, coreando desde el alma esos versos que remueven tanta historia personal y colectiva.
Estaba previsto que sería la noche de gloria de nuestro gran Ricardo Flecha, invitado especial a abrir el concierto de Silvio, y resultó grato verlos cantar juntos “Pequeña serenata diurna”, con los versos traducidos al guaraní. Pero lo de Rodas fue una alegría extra, por la justa reivindicación de uno de los creadores más brillantes de la canción paraguaya contemporánea, que, por diversas y complicadas razones, últimamente se movía en el limbo de la marginalidad, el olvido o la indiferencia.

Pequeño gran Alberto
Nacido en Fernando de la Mora, en enero de 1964, hijo de un dirigente sindical de la Línea 26, Alberto Rodas conoció el rostro dictatorial desde niño, cuando su familia migró a Buenos Aires, huyendo de la represión.
De regreso en los años 80, trajo consigo el rebelde gen rockero, sumando su juvenil aporte creativo a bandas como Faro Callejero o Pro Rock Ensamble. En los festivales contestatarios tomó contacto con grupos del Nuevo Cancionero y sus temas despertaron la atención por la calidad de sus letras y músicas.
Más de una docena de discos grabados y cerca de un centenar de canciones forjaron la identidad de uno de los más logrados compositores de las dos últimas décadas. “¿Donde están?”, su obra más difundida, se convirtió en himno de la lucha por los derechos humanos. La BBC de Londres la utilizó como banda sonora de un documental sobre los desaparecidos en América Latina.
Pero el éxito no acompañó en igual proporción a la carrera del artista. Su problemática y a veces inestable personalidad, sumado a sus radicales posturas de rebeldía anti-sistema, las limitaciones interpretativas de su voz cada vez más desgarrada, no le hicieron fácil mantenerse en el duro y cruel ámbito del mercado musical.
Últimamente era común hallarlo en la mesa de un bar, pasado de revoluciones, metido en alguna pelea contra el mundo, como si algún dolor muy grande no le dejara ser plenamente feliz. O cruzarse con él en la calle, sin dinero para el ómnibus. Quién diría que ese hippie sobreviviente, al que muchos califican con tanta ligereza de “loco”, es el mismo que te eriza la piel de ternura al contarte la historia del pequeño Adrián, el bebé nacido en la Cárcel de Mujeres. (“Yo quiero un firmamento nuevo para vos, de pan y libros, para que sepan quien sos…”).
El jueves pasado, durante el encuentro entre Silvio Rodríguez y los cantautores paraguayos en el Teatro Municipal, estos reivindicaron solidariamente a su malogrado colega ante el trovador cubano, cantando todos a viva voz los versos de “¿Dónde están?”.
La magia del arte hizo lo demás. El sábado 1 de agosto, a la mañana, durante los actos conmemorativos del Ycuá Bolaños, Ricardo Flecha le transmitió un apurado mensaje a Rodas. Y en pocas horas más, con la voz quebrada ante el frío viento de la historia, Alberto cantó de cara al futuro, en el justiciero escenario de Silvio:

¿Dónde están?, preguntan los panfletos
¿Dónde están?, insisten los recuerdos,
¿Dónde están?, cual grillos del camino,
¿Dónde están? ¿Dónde se habrán ido?


Esa noche el cielo estaba nublado. Pero, aún así, fue posible advertir que aquellos huesos convertidos en estrella brillaban con una cegadora claridad.

domingo, 26 de julio de 2009

Paraguay sueña con serpientes



Fue a mediados de los años ’80, poco antes de un concierto que Silvio Rodríguez ofreció en Montevideo, Uruguay. La entonces joven guitarrista paraguaya Berta Rojas logró colarse al camarín del cantautor cubano y le hizo una entrevista para El Correo Semanal de Última Hora.
Silvio quiso saber del Paraguay. Berta le contó que sus canciones circulaban en discos y casetes casi clandestinos, muchas de ellas cantadas por artistas paraguayos en los festivales contestatarios, canciones convertidas en banderas de resistencia contra la dictadura de Alfredo Stroessner. Y que varios jóvenes habían hecho un largo viaje secreto de Asunción a Montevideo, solo para verlo y escucharlo en vivo.
Minutos después, desde el escenario, Silvio se dirigió al público: “Quiero dedicar esta canción al Paraguay, un país que aún no conozco y es para mí un misterio”
En seguida sus manos arrancaron a la guitarra los primeros acordes de uno de sus temas más emblemáticos, mientras su histriónica voz empezaba a entonar: “Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan …”.
Hubo mucha especulación sobre aquella dedicatoria. Circulaba la leyenda de que Ojalá fue escrita originalmente para el dictador chileno Augusto Pinochet, y que en aquel festival Silvio le mandaba un premonitorio mensaje al tirano Stroessner: “Ojalá pase algo que te borre de pronto/ una luz cegadora, un disparo de nieve...”.
El cantautor reveló en otro momento que compuso la canción en 1969 para su primer amor, Emilia. 
Pero las letras de Silvio siempre tienen múltiples significados. 
Aquella noche montevideana estaba dedicando una canción de amor y a la vez una canción política a un misterioso país llamado Paraguay, al que dos décadas después, en otro tiempo y otras circunstancias, abrazaría por vez primera desde otro histórico escenario.

La Nueva Trova
Nacido en San Antonio de los Baños, en 1946, Silvio Rodríguez es una figura que despierta encendidas pasiones, odios o amores, por su obstinada fidelidad a la revolución cubana y al régimen castrista. Pero ni sus adversarios y más severos críticos pueden negar su ya legendaria dimensión artística, su bien ganado lugar como uno de los mayores exponentes de la canción de autor en español.
Fundador de la llamada Nueva Trova Cubana, junto a Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliú, entre otros, Silvio se rebeló desde muy joven como un exquisito poeta, con versos impregnados de belleza y ternura, rozando a veces el surrealismo, y como un talentoso e irreverente compositor, capaz de combinar la rica herencia de la trova y el son con los acordes del rock, el jazz, y hasta la música clásica, con su radical pasión militante.
Su rica y prolífica producción (casi medio millar de canciones, varias aún inéditas), lo han situado, junto a Pablo Milanés, como los mayores embajadores artísticos de Cuba. Pero en los últimos años el autor de Yolanda se volvió crítico y disidente al régimen de los hermanos Castro, mientras Silvio mantiene su defensa del proceso revolucionario, aún con sus matices autocríticos, lo cual ha provocado un distanciamiento cada vez mayor entre los dos principales íconos musicales de la isla.

Silvio en Paraguay
Quienes al principio de los ’80 despertamos a la lucha contra la tiranía de Stroessner, aprendimos a amar las canciones de Silvio Rodríguez en la potente voz de Ricardo Flecha, cuando desde el mítico Grupo Juglares nos deleitaba con Mariposas, encendía nuestras fibras románticas con Te doy una canción, o nos convocaba a la movilización insurgente con Vamos a andar
Vocal Dos nos brindaba a su vez la inquietante versión de Sueño con serpientes, mientras Gente en Camino nos regalaba la más bella metáfora de la utopía, al relatar la pérdida del Unicornio azul.
Flecha conoció personalmente a Silvio en 1986, en Lima, durante la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (Sicla). Nació una amistad artística y política que se fortaleció con las visitas de Ricardo a La Habana, y que los llevó a grabar juntos la versión en guaraní de Pequeña Serenata Diurna, en el primer disco El Canto de los Karai, de nuestro gran artista compatriota.
Ya entonces Flecha repartía la vaga promesa de un posible concierto de Silvio en Paraguay. En los 90 lo tuvimos al impagable Pablito Milanés, más recientemente al insumiso Frank Delgado y al pionero Vicente Feliú, pero la venida de Rodríguez se nos fue volviendo tan utópica como la búsqueda del Unicornio azul
Tuvo que ir el propio presidente Fernando Lugo a invitarlo en La Habana, para que finalmente dijera que sí.

Cita con ángeles
Son curiosos los cambios que provocan el paso del tiempo y la visión de nuevas perspectivas de la historia.
De aquel enamoramiento juvenil de mi generación con respecto a la revolución de Fidel Castro y el Che Guevara me quedan sentimientos contradictorios: la admiración por la larga y obstinada resistencia del pueblo cubano a la imposición de un modelo político neoliberal y capitalista globalizador del mundo. El elogio a su solidaridad sin fronteras y a sus trascendentes logros en salud, educación, deporte, arte y cultura. Y también la necesidad de una dolorosa crítica a la falta de libertades básicas, a los injustificables excesos represivos contra los disidentes, al anquilosamiento de estructuras de poder autoritario, a la intolerancia hacia quienes piensan distinto.
Pero a pesar de los tantos cambios de adentro y de afuera, nunca pude dejar de amar las muchas y bellas canciones de Silvio Rodríguez.
Así que en la noche particularmente simbólica y dolorosa de este 1 de agosto, que nos recuerda los cinco años del masivo y hasta ahora impune crimen del Ycuá Bolaños, vamos a estar allí, los de entonces y los de ahora, a orillas de la mágica Bahía de Asunción, para deleitarnos con la voz cascada pero vibrante de este tan joven y tan viejo trovador sin edad, sintiendo que todavía seguimos persiguiendo unicornios y soñando con serpientes.
Y seguramente cantaremos juntos aquel Ojalá que nos regalara en una lejana noche uruguaya, y que sigue siendo el himno de nuestras mejores esperanzas.

¡Bienvenido, querido Silvio...!

martes, 30 de junio de 2009

Mundo Guaikuru



La noche es fría, oscura y misteriosa, en medio de la agreste serranía de Altos.
Sopla un viento helado desde el Sur, pero en la “cancha kora”, en el centro de la pequeña comunidad rural de Itaguazú, hay una gran hoguera que ilumina los rostros sonrientes y calienta por igual el cuerpo y el alma.
Es la noche del 28 de junio, la festividad de los patronos San Pedro y San Pablo. En medio de la cancha, las mujeres del pueblo se desafían unas a otras con las antorchas de paja o kapi''i encendidas, en el antiguo juego de la “rúa”, al son de alegres polcas.
De pronto, un ulular primitivo y gutural crece desde alguna parte. Figuras fantasmagóricas emergen de las sombras. Personajes grotescos y casi vegetales, con el cuerpo cubierto por hojas secas de banano y máscaras de tela o madera de timbó, que representan a animales, duendes y criaturas oníricas.
–¡Cháke guaikuru...!
Las mujeres gritan de miedo, excitación o gozo, al sentir que los enmascarados saltan a perseguirlas. Tratan de contenerlos con el fuego, pero ante la inutilidad de la defensa echan a correr por la cancha, perseguidas tenazmente, hasta que son atrapadas al vuelo y arrastradas brevemente hacia algún rincón oscuro.
Hace tres siglos o más, en esta misma región, esta era terriblemente real, cuando los feroces e irreductibles indios guaikuru (mbaya y payagua) atacaban a los tava-pueblos de Altos, Atyrá o Tobatí, asesinaban a los pobladores, quemaban la edificación y raptaban a las mujeres.
De esos trágicos episodios hoy solo quedan estas recreaciones pintorescas, sensuales, humorísticas. Es la vida que se ríe de la muerte y la convierte en folclore, fiesta, tradición.

LO AUTÉNTICO. Itaguazú queda a poco más de una hora de viaje desde Asunción. Un camino de tierra de 3 kilómetros lleva desde la entrada de Altos hasta este lugar todavía apartado de la civilización de plástico y el vértigo de la carretera.
Cada año, desde mediados de mayo, varias comisiones de pobladores se ponen en marcha para organizar la fiesta de los santos patronos. Hay una “comisión guaikuru”, que se encarga de vestir y adiestrar a unos treinta jóvenes campesinos que encarnarán a las míticas criaturas, y una “comisión kamba ra’anga”, que hace lo mismo con otra treintena de voluntarios.
A ello se suman la comisión de damas, la comisión de jóvenes y la comisión pro oratorio, que se encargan de organizar los cultos religiosos y rituales, el servicio de cantina y los espectáculos tradicionales. No hay reguetón ni cachaca, solo polca y música de banda koygua.

ORÍGENES. En “Las fiestas de Yvu-Altos” (Fondec, 2003), Regina Kretschner destaca que los guaikuru eran antepasados de los indios Toba-Qom, “rebeldes ante las políticas de colonización, que se negaron a someterse al dominio español”. Fueron una constante amenaza para los pueblos coloniales de las cordilleras. “Atacaban con una táctica guerrillera, sorprendiendo a los pobladores y guarniciones. Robaban caballos, armas, ropas, artefactos y tomaban a los pobladores como prisioneros”, dice Kretschner. Las recreaciones se incorporaron a las fiestas antes de la Guerra de 1864-1870.
Al contrario de los guaikuru, que conservan un estilo más tradicional, los kamba ra’anga incorporan más elementos modernos a sus representaciones. Kretschner dice que sus orígenes se asocian tanto a los soldados brasileños negros (kamba) que atacaron durante la Guerra contra la Triple Alianza, como con las máscaras de los indios guaraní-chiriguanos, o como una herencia cultural traída del África por los ex esclavos negros, pero no existen fundamentos sólidos para confirmar ninguna de estas tres hipótesis. “Sus orígenes se pierden en el tiempo”, asegura.


KAMBA KUÑA. Adriana Acosta, locutora de una radioemisora en Altos, tenía “un problema de salud”. Quería concebir un bebé y no podía lograrlo. Entonces, se “encargó” a San Pedro y San Pablo y les prometió que si la ayudaban a cumplir su sueño, ella acudiría durante siete años seguidos a celebrar el ritual del fuego en su homenaje y a vestirse de “kamba kuña”, la versión feminista de los kamba ra’anga.
Hace más de cuatro años, los santos le cumplieron el milagro. Y desde entonces ella acude religiosamente, cada 28 de junio, hasta la compañía Itaguazú, donde son los patronos, para pagar su promesa.
“Les estoy muy agradecida y vengo todos los años a participar de la «rúa», a jugar con el fuego y a enfrentarme a los guaikuru y a los kamba ra’anga, durante las dos noches. También suelo vestirme de «kamba kuña» en la tercera noche, junto a las mujeres del pueblo”, cuenta Adriana.
La tercera noche de festividad, dedicada exclusivamente a las mujeres, es un “agregado feminista” que empezó hace algunos años, cuando las mujeres de Itaguazú se cansaron de ser las eternas víctimas perseguidas por los kamba ra’anga y raptadas por los guaikuru, y exigieron invertir los roles.
Entonces, a las dos noches tradicionales, del 28 y 29 de junio, agregaron “la noche de los kamba kuña”, cada 30, en que las mujeres se ponen las máscaras y los disfraces, y salen ellas a ofrecer espectáculos y a perseguir a los hombres. “Nosotras somos mucho más divertidas y creativas que los kuimba’e”, dice Eugenia Pérez, lpresidenta de la “comisión kamba kuña”.

MÁSCARAS. Un viejo machetillo o un simple cuchillo de cocina le resultan suficientes para darle forma a la liviana madera de timbó y arrancarle formas de sueño o pesadilla, una flor, una mariposa, un loro, un tucán, o las asustadoras máscaras que en la noche les darán rostros míticos a los guaikuru.
Carlos Álvarez aprendió el oficio de tallador de máscaras cuando era mita’i, viendo trabajar a su papá y a su abuelo, que a su vez lo aprendieron de sus progenitores.
“Este es un arte que viene desde hace muchos atrás, aquí en Itaguazú, y su origen exacto nadie conoce. Algunos dicen que trajeron los esclavos negros del África, otros dicen que nuestros antepasados aprendieron de los indios. Pero hoy es nuestra mayor riqueza cultural y tratamos de que no se pierda, que los jóvenes y los niños lo sigan aprendiendo”, dice Carlos.
El taller de Álvarez está en su humilde vivienda, dentro de las 3 hectáreas de la chacra familiar, en la entrada misma de Itaguazú, donde sus obras están en exposición permanente junto a las paredes de ladrillos desnudos.
“Aquí somos unas veinte personas las que nos dedicamos de lleno a esto, a pesar de que nuestro arte todavía no se conoce mucho, no hay apoyo para que vengan turistas. Yo tengo también una galería en Areguá, y allí hay mayor salida. Pero aquí en Itaguazú, que es la cuna de esta cultura, no hay mucha promoción”, señala.
Desde la pared, rostros de sueño y pesadilla observan en silencio.

martes, 16 de junio de 2009

El regreso de Soledad Barret


La historia de la guerrillera paraguaya Soledad Barret es rescatada por el escritor brasileño Urariano Mota, en su libro "Soledad en Recife", que aparece en julio.


Era tan dulce y hermosa que hubiera llegado a ser “Mis Paraguay, carátula, almanaque”, dice el poeta Mario Benedetti. Pero la sangre de su abuelo, el gran periodista, escritor y luchador anarquista Rafael Barret, la tironeaba desde la sangre, conduciéndola a un destino de entrega a la lucha social y política, que forjó su corta, heroica y trágica historia.
Poco se sabe de Soledad Barret Viedma, nacida el 6 de enero de 1945, hija de Alejandro Rafael Barret López, único hijo del recordado autor de “El dolor paraguayo”. En Sao Paulo hay una escuela y en Río de Janeiro una calle que llevan su nombre, pero en el Paraguay su historia es aún desconocida, apenas fragmentos filtrados a través del clásico poema de Benedetti y la canción de su compatriota uruguayo Daniel Viglietti.
Ahora, Soledad Barret es rescatada por el novelista brasileño Urariano Mota, quien la conoció personalmente en su Recife natal, y vivió de cerca su trágico fin, cuando luego de haber militado en organizaciones de la izquierda uruguaya, llegó hasta el nordeste del Brasil en 1971, para unirse a filas de la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR), la legendaria guerrilla brasileña liderada por el capitán Carlos Lamarca, en la lucha por derrocar a la dictadura militar del vecino país.
“Soledad en Recife” es el título del libro que publicará la Editorial Boitempo, en julio. Se trata de una novela de no-ficción o reportaje novelado, que recrea la valiente entrega de la joven paraguaya a la lucha revolucionaria, y como acabó entregada a los represores por su propio amante, el supuesto guerrillero Daniel, quien en realidad era “el cabo Anselmo”, un doble agente de la dictadura.
Urariano Mota, nacido en Recife y residente en Olinda, es autor de la consagrada novela “Os coraçoes futuristas”, que retrata los sombríos años de la dictadura Médici en el nordesde brasileño, en los años 70.
“Soledad Barret marcó profundamente mi juventud, cuando la vi en mi ciudad, en 1973. Después de su muerte, tomé conocimiento de tres grandes crímenes: a) su propia y vil ejecución; b) la traición del Cabo Anselmo, su propio esposo; c) la muerte de un amigo mío entre los seis ‘terroristas” que fueron exterminados con ella”, relata el escritor a El Correo Semanal.

La herencia de Barret

“Yo tengo por Soledad Barret amor y admiración, como el libro lo narra en voz más alta que esta declaración”, afirma Urariano Mota, acerca de su nueva obra.
“Esta admiración se extiende a su abuelo, el gran Rafael Barret, escritor olvidado fuera del Paraguay. Así como lo menciono en el libro, Rafael Barret transmitió a Soledad no solamente la sangre, la herencia de caracteres, sino que él fue su inspiración y su influencia hasta la trágica muerte”, declara el novelista.
Eran años de dictadura y terror. También de lucha revolucionaria y amor. Soledad tenía 25 años de edad cuando perdió a su esposo, el brasileño José María Ferreira de Araujo, capturado y asesinado por los militares, en 1970.
En el fragor de la lucha se reencontró con Daniel, antiguo compañero de José María, a quien había conocido en Cuba. Era un militar que lideró la “revuelta de los marineros” en 1964, contra el Gobierno de Joao Goulart, y se había convertido en héroe para los guerrilleros. Pero la dictadura lo había captado como agente y tenía la misión de delatar a sus compañeros.
Soledad halló en él a un nuevo compañero, sin desconfiar que lo iba a traicionar. La paraguaya estaba embaraza de 5 meses, cuando el padre de su bebé la entregó a los militares, junto con otros cinco miembros de la VPR, el 8 de enero de 1973. Fueron secuestrados y salvajemente torturados hasta la muerte en una granja de las afueras de Recife, en el caso conocido como “A masacre da chácara de Sao Bento”.
A pocos días de haber cumplido 28 años de edad, la revolucionaria nieta del gran Rafael Barret acabó su vida de manera violenta, para ser recordada por los versos de Mario Benedetti: “Soledad, no moriste en soledad, por eso tu muerte no se llora, simplemente la izamos en el aire…”.
Treinta y seis años después, la guerrillera paraguaya Soledad Barret vuelve a vivir, gracias a la pluma de un apasionado escritor brasileño.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Adiós a un amigo




Y mientras Fukuyama repite iracundo
que estamos ante el fin de la historia del mundo
mi amigo Benedetti abre el tomo segundo.

(Frank Delgado, “Konchalovsky hace rato que no monta en Lada”).

Lo primero a lo que renunció fue a su prolongada denominación.
Sus padres, fanáticos de la literatura y el cine, lo bautizaron con un largo rosario de nombres de personajes: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia. El prefirió llamarse simplemente Mario Benedetti, pero se quedó con el amor por la literatura y el arte que le dejaron de herencia.
De aquella pasión nacieron más de 80 libros (poemas, novelas, cuentos, artículos, letras para canciones), y una activa militancia por las causas humanas a toda prueba, que deja una luz de dignidad y coherencia en el firmamento del Sur.

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves


Hombre y artista comprometido con la historia de su tiempo. Su obra y su vida fueron siempre la misma cosa. La siniestra sombra de las dictaduras militares y el encandilador destello de las experiencias revolucionarias lo llevaron, en 1971, a unirse con miembros del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, para fundar el Movimiento Independiente 26 de Marzo, que integró combativamente el Frente Amplio de la izquierda uruguaya hasta 1973, cuando la barbarie militar lo empujó al exilio durante 7 años.

con tu imagen segura
con tu pinta muchacha
pudiste ser modelo
actriz
miss Paraguay
carátula
almanaque
quién sabe cuántas cosas
pero el abuelo Rafael el viejo anarco
te tironeaba fuertemente la sangre
y vos sentías callada esos tirones
Soledad no viviste en soledad
por eso tu vida no se borra
simplemente se colma de señales
Soledad no moriste en soledad
por eso tu muerte no se llora
simplemente la izamos en el aire

Como muchos de mi generación que empezamos a gatear en la militancia contra la dictadura stronista en los duros años 70 y en los combativos años 80, me asomé a la historia de la guerrillera Soledad Barret, nieta de mi admirado maestro Rafael Barret, gracias a un poema de Benedetti que nos llegaba en folletos multicopiados, tratando de burlar, más que la censura, la falta de plata para comprar libros.

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

Me aprendí varios de sus poemas de memoria para susurrarlos en los oídos de alguna adorable compañera, entre reuniones y pintatas clandestinas.
Delirábamos al corear sus versos musicalizados en las voces de Sembrador y Gente en camino:

Te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

Aquella noche, hace no sé cuantos años, cuando vino por primera vez al Paraguay para una jornada de vinos y poemas en el entonces precario anfiteatro de El Lector, en San Martín, me acerqué con timidez a darle un abrazo y hacerle firmar un ajado ejemplar de La Tregua, y encontré con sorpresa que él parecía aún más tímido que yo.
Recuerdo que le dije entonces que aunque era la primera vez que lo veía en persona, lo sentía como un gran amigo de toda la vida, y él me dijo que sentía igual con muchos lectores a quienes nunca había tratado, pero que lo conocían mejor que él mismo.
Yo era entonces un adolescente tardío descubriendo el mundo y allí aprendí que las letras unen más que los abrazos o que cualquier forma de relación física o social. Por eso entendí cuando el enmascarado Subcomandante Marcos de Chiapas eligió su nombre, inspirado en un personaje de la novela “El cumpleaños de Miguel Angel”, de Mario Benedetti.
Ahora cuenta la prensa que ese gran amigo, que me acompañó y me seguirá acompañando con sus versos esenciales en la vida, ha muerto en la ciudad de Montevideo, Uruguay, a los 88 años de su edad.
Seguro que es otra noticia falsa de los medios.
¿Cómo se va a morir Benedetti?

sábado, 9 de mayo de 2009

Todo sobre mi madre



Ella era una humilde niña campesina de Yhú, de 11 años de edad, cuando estalló la guerra civil de 1947. Un pelotón de milicianos ocupó el pueblo y tomó de rehén a los pobladores, mientras los combatientes atracaban con violencia las casas, apoderándose de la comida y de todo lo que hallaban de valor.

Ella permaneció escondida en un sobrado, tapada con un una manta, con el rostro aplastado contra las tablas, temblando ante el riesgo de ser descubierta y violada, mientras las botas y las armas pasaban una y otra vez a poca distancia, entre el eco de las risas siniestras y los desesperados gritos de auxilio. Ella me reveló esa historia íntima muchos años después, en un largo viaje hacia su memoria más profunda, y la sentí todavía estremecerse de terror.

Ella creció con la angustia de esos años de pobreza y exilio interior, cuando vio alzarse la sombra de una naciente dictadura, sin tener idea de lo que significaba. Recogió la sangre de su hermano asesinado por una estúpida enemistad, en un cruce de caminos. Despertó al amor juvenil de un arribeño concepcionero que supo llevarla al altar con sus boleros nostálgicos, y le construyó una casa con sus propias manos, en donde dio a luz a sus cuatro hijos.

Ella sintió que un puñal atravesó su corazón, el día en que su pequeño segundo hijo varón murió en sus brazos de pulmonía, porque en aquel pueblo aislado del mundo no había un solo médico que pudiera prestarle auxilio.

Ella mudó su hogar desde las verdes soledades de Yhú a la calcinada frontera de Canindeyú, solidaria compañera de su marido en cada aventura laboral. Y cuando se quedó viuda y desamparada, una trágica noche de 1979, ella enjugó sus lágrimas y se arremangó la camisa, para que nunca en la vida les falte el pan a sus hijos. No quiso volver a amar a ningún otro hombre, pero se prodigó en amor, amistad, alegría y ganas de vivir.

Su nombre era Nilda Victoria. Era mi madre. Su corazón se le quebró repentinamente, un miércoles 6 de mayo de 2009, en Ciudad del Este, quizás por haberlo usado tanto.

Pido disculpas si este texto adquiere un tinte demasiado personal, pero el particular homenaje a mi mamá es también el homenaje a todas la madres paraguayas, abnegadas y sufridas, heroínas anónimas, las que hacen que este país siga siendo grande y único, a pesar de todos los infortunios.

El sábado último antes de su adiós, en el cumpleaños de su nieta Abi, ella estaba feliz, radiante, porque se había logrado el milagro de juntar a la familia tan dispersa. Le pregunté entonces qué iba a querer como regalo por el Día de la Madre, y me contestó, sonriente: “Yo solo quiero que mis hijos sean felices”.

Así que, perdónenme, no puedo darme el lujo de estar triste.


Es el regalo que le debo a mi mamá.















lunes, 23 de marzo de 2009

Una historia de amor en el fragor de la batalla

Todo empezó con el desafío de una muchachita adolescente, parada en medio de la plaza, con un fondo de llamaradas, gritos y corridas, en la trágica y heroica madrugada del sábado 27 de marzo de 1999.
-Tenés que escribir un libro sobre todo esto…
Ella tenía 16 o 17 años, vestía jeans y zapatillas, una remera negra con la imagen del Che Guevara, sus bellos hoyuelos pintados con motivos tricolores y una bandera paraguaya atada al cuello, que le colgaba a la espalda como la capa de Batman. La bauticé irónicamente como Batichica Tricolor.
Al igual que muchos de mis colegas, fui atrapado por el vértigo periodístico del Marzo Paraguayo. Los días de la gesta ciudadana los pasé en la Redacción, en la Plaza, en la calle, en las puertas de los cuarteles, en los pasillos políticos, esquivando la represión policial o los proyectiles de los manifestantes, durmiendo muy poco en cualquier lugar, atento a los hechos noticiosos que estallaban continuamente como las explosiones de las bombas.
-Tenés que escribir un libro…
Esa madrugada, la voz quebrada de esa heroica niña fantasmal me hizo adquirir conciencia de que no solo estaba registrando noticias para el periódico, sino que también era el privilegiado testigo de un momento clave en la historia del país, un cronista para la posteridad.
Mi proyecto inicial fue un largo reportaje o novela de no-ficción, como las de John Red, Truman Capote o Rodolfo Walsh, que recogiera las diversas aristas de lo ocurrido. Pero encontré demasiados agujeros negros en la cronología. Muchos protagonistas guardaban silencio por prudencia o temor.
Fue entonces cuando mis criaturas de ficción acudieron en mi ayuda. El reportero Rafael Bastos, protagonista de mi novela “Chaco” (aún inédita), aceptó narrar la historia en primera persona. Desde “El último vuelo del Pájaro Campana” (mi primera novela publicada) llegaron el detective Martín Yacaré y su amiga Claudia Villasanti a dar una mano. La literatura al rescate del periodismo.
No sé si “El país en una plaza” es una novela histórica, como apuntan algunos críticos. Me gusta pensar que es la historia de un amor desigual y conflictivo que nace en medio del fragor de la batalla, entre un periodista veterano y escéptico, y una joven adolescente idealista y militante, mientras en el fondo se desarrolla otra historia de amor más antigua y crucial: la de un país y su gente, en busca de un mejor destino.
La obra se publicó en marzo del 2004, a cinco años de la gesta. Caía una fresca llovizna la tarde desolada en que dejé un ejemplar al pie de la cruz de los mártires, en la vieja Plaza. Era mi modesto homenaje para quienes dieron su vida por dejarnos un país más libre y digno, más allá de la traición y la mezquindad de muchos políticos. Y era mi manera de cumplir con aquella muchachita de hoyuelos rebeldes y ojos soñadores, que en una madrugada de fuego, hace diez años, me desafió:
-Tenés que escribir un libro…
Bien o mal, pude hacerlo.

sábado, 7 de marzo de 2009

A una mujer...


Te levantarás temprano como siempre.
Barrerás el patio.
Limpiarás la cocina.
Prepararás el desayuno.
Bañarás a los niños.
O emprenderás un largo y cansino viaje hasta el Mercado, con una bolsa o un canasto cargados con el peso de la vida misma a tus espaldas, a buscar el afanoso sustento de cada día.
Es probable de que ni llegues a enterarte de que se recuerda el Día Internacional de la Mujer.
O quizás sí.
Si por allí alguien enciende cerca de ti una radio o una tele, quizás te llegue un eco lejano de mensajes y discursos:

Nde ningo kuña guapa.
Kuña mbarete.
Kuña Paraguay hecopete.
Ndereikuaaiva kane’o.


Mujer paraguaya. ¿De qué te sirve tanta alabanza romántica cantada en polcas y guaranias, cuando te han dejado sola en el mundo y no tenés que darle de comer a tus hijos?
¿De qué te sirve ser la gloriosa heredera de Las Residentas, cuando tu hombre llega borracho a casa y te insulta o te golpea por el motivo más absurdo?
¿De qué te sirve que te levanten estatuas o monumentos, o que te dibujen irreal y eterna en el reverso de un billete con largas trenzas morenas, blusa de typoi y un kambuchi de barro acunado entre los brazos, cuando tenés que guardar los pedazos de tus sueños en una cajita, junto a un clavel marchito o un corazón de papel amarillento?
¿De qué te sirve…?
Es el Día Internacional de la Mujer… y podría escribirte muchas cosas.
Que sos la cuna. La ternura. La piel. El beso. El abrazo. El calor de la noche. El frío de la soledad. El nombre pronunciado con amor o con rabia. El misterio. El abismo. La presencia que ilumina. La ausencia que duele. La calma del cariño. El vértigo del deseo. El motivo de un poema. La razón y el sentido de existir.
Si, podría escribirte muchas cosas, mujer.
Pero siempre resultarían insuficientes.

sábado, 14 de febrero de 2009

Carta de amor


Mi querido amor:

Quién fuera Neruda para escribirte veinte poemas de amor y una canción desesperada
Quién fuera Flores y Ortíz Guerrero para imaginarte etérea panambi vera danzando sobre las gotas de rocío y ser enterrado bajo la sombra de tu profunda mirada. 
Quién fuera Sabina para abominar de este catorce de febrero a cambio de matarme contigo si te matas y morirme contigo si te mueres.
Más de una vez escribí que el Día de los Enamorados es un invento de la sociedad de consumo para hacer negocios con los sentimientos. ¿Quién puede sustraerse a tanto bombardeo publicitario, a tantas postales edulcoradas con forma de corazón a ritmo de bolero...?
Amar es nunca tener que pedir perdón, decía aquel clásico film Love Story, pero no hay amor que te perdone si hoy te olvidás de regalarle alguna flor, quizás una tarjeta con versos de Benedetti, una caja de bombones suizos, una salida a cenar o a bailar, un collar de brillantes...
Por ello, querida mía, déjame ensayar estas líneas apasionadas y cursis, para expresarte todo mi amor inmenso, sufrido, inevitable.
No sé cuando fue el momento en que me enamoré de vos.
Quizás lo traía en la sangre, desde antes de nacer. 
O fue probablemente un enamoramiento a primera vista, cuando mi ser se adhirió a tu esencia, cuando te respiré en el aire y te acaricié en el tiempo.
No es fácil amarte, vida mía. 
Duele mucho compartir cada día tus problemas y tus miserias, tus necesidades y tus defectos. 
Duele ver lo que hicieron contigo, lo mucho que te han robado y prostituido, mi amor. 
Pero hay momentos mágicos en que toda tu belleza y tu riqueza interior salen a luz. 
Cuando te acaricio en lo más profundo y me haces cosquillas en el alma, en ese antiguo lenguaje que es un secreto entre los dos.
¡Cuántas veces me desilusioné de vos, y seguramente vos de mí...! 
¡Cuántas veces te vi en brazos de otros, ajena, perdida... y decidí abandonarte, porque sentí que en tu corazón ya no había sitio para mí...! 
Pero la distancia solo me hizo reafirmar lo mucho que te amo, y descubrir que es doloroso vivir contigo... pero es imposible vivir sin ti.
Hoy sé que amarte es una lucha cotidiana. 
Tu futuro es el mío y el de nuestros hijos, de todos tus muchos enamorados. 
Amarte es construir juntos el mañana, con voluntad y sacrificio. 
Amarte es no desesperar, no desencantarse fácilmente. 
Amarte es seguir imaginándote digna y libre, justa y solidaria.
Amor de mi vida... Patria mía querida... Paraguay de mi dolor y mi alegría... en nombre de todos los que nos desvivimos de pasión por vos: ¡Feliz Día de los Enamorados...!

Sinceramente tuyo.

Andrés