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martes, 26 de agosto de 2014

De periodistas, almuerzos presidenciales y confidencialidad


En estos últimos días estuve trabajando en el interior del país, un poco desconectado de las cosas que suceden en la capital, absorbido por cosas más terribles que ocurren en “el otro Paraguay”, y no me enteré de la noticia de que algunos destacados colegas periodistas habían sido invitados “en privado” a almorzar con el jefe de Estado, hasta que el colega Santiago González me llamó desde Radio Cardinal y me preguntó al aire qué opinaba sobre el tema.
Entre otras cosas, le respondí que los periodistas casi siempre somos tentados a ser seducidos por el poder, asunto con el que tenemos que tener mucho cuidado, y le recordé una frase que aprendí del maestro Daniel Santoro, que es un lema para los reporteros de investigación: “Hay que estar cerca del poder para obtener la información y lo suficientemente lejos para publicarla”.
Ahora que estoy de regreso a Asunción, he conocido más detalles de la famosa reunión, y en realidad lamento mucho que colegas con tanta trayectoria y profesionalismo, a quienes aprecio mucho, se hayan prestado a una reunión privada o secreta que, como mínimo, ha contribuido a aumentar la dosis de desconfianza que la ciudadanía tiene sobre sectores del periodismo y de la comunicación social.
Me parece poco sólido el argumento de que la reunión se hizo en privado, o se mantuvo en secreto, solo porque se deseaba obtener del presidente de la República alguna información que era valiosa, pero que el mandatario había pedido lo mantengan como “fuente anónima”, conocida en el ambiente periodístico como fuente “off the record” (fuera de grabación).
Aunque en Paraguay tenemos una valiosa conquista jurídica, en el sentido de que la Constitución Nacional (en su artículo  29) ampara a que los periodistas “no serán obligados a actuar contra los dictados de su conciencia, ni a revelar sus fuentes de información”, ello no nos salva de la exigencia ética de que debemos decirles a nuestros lectores o a nuestras audiencias de donde sacamos la noticia que les proveemos, simplemente porque es parte de la honestidad, de la transparencia, de la responsabilidad y de la credibilidad. Y si no lo podemos hacer, al menos contarles claramente por qué.
En momentos de confusión, es bueno releer a los maestros,  como el gurú de la ética periodística, el catedrático colombiano Javier Darío Restrepo, quien afirma que “con las normas de confidencialidad (como el llamado pacto “off the record”) se trata de proteger a las fuentes, cuando la reserva de sus nombres es una condición para conocer la verdad. En la práctica periodística, es un RECURSO EXCEPCIONAL, porque lo normal es que el lector conozca quién es la fuente de donde proceden esas informaciones”.
Restrepo sostiene que “también debe ser excepcional que el periodista acepte pactos de confidencialidad, y cuando estos se dan, debe ser bajo condiciones que no le impidan cumplir con la máxima de sus prioridades, que es el servicio del público. El hecho mismo de la confidencialidad se justifica en tanto en cuanto es una ayuda para prestar ese servicio”.
Es decir, generalmente la figura del “off the record”(el anonimato de quien provee la información) solo hay que aceptarla cuando la fuente tenga una información muy valiosa, cuya difusión es de utilidad pública, pero la identificación de esa fuente puede poner en riesgo su seguridad personal o profesional, caso que difícilmente puede aplicarse al presidente de un país. Y aún en caso de que aceptemos la información “off the record”, igual tenemos que re-confirmarla con otras fuentes que sí puedan ser identificables, antes de publicarla. El lector siempre debe saber de dónde obtenemos nuestra información, para que esta sea creíble. De lo contrario, podriamos inventar cualquier cosa, escudándonos en nuestras fuentes “off the record”.
Aunque nos llamen “el Cuarto Poder”, los periodistas no deberíamos asumir ese rol, sino el de ser un “contra-poder”, y siempre respondiendo a los intereses de la ciudadanía, nunca de los poderosos, ni siquiera de los patrones y empresarios que nos pagan el sueldo. No debería ser problema trabajar en medios de comunicación que son propiedad de los Zuccolillo, Vierci, Domínguez Dibb o Wasmosy, siempre y cuando no nos olvidemos de que nuestra fidelidad final es con la del público lector, tele-oyente o cibernauta.  Es un principio del verdadero periodismo.
Y desde ese principio de nuestra fidelidad con quienes nos leen, escuchan, miran o siguen, como profesionales comunicadores, no deberíamos aceptar almuerzos privados o secretos con el presidente de un país –o con alguna otra alta autoridad equivalente del poder-, a espaldas de nuestro público, porque  -por más que creamos que no estamos haciendo nada malo-, se podrían sentir traicionados.

Quizás por eso, siempre tengo presente la radical definición de periodismo que alguna vez hizo el gran autor de la demoledora novela 1984, George Orwell: “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques… todo lo demás es relaciones públicas”.

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