En estos
últimos días estuve trabajando en el interior del país, un poco desconectado de
las cosas que suceden en la capital, absorbido por cosas más terribles que
ocurren en “el otro Paraguay”, y no me enteré de la noticia de que algunos
destacados colegas periodistas habían sido invitados “en privado” a almorzar
con el jefe de Estado, hasta que el colega Santiago González me llamó desde
Radio Cardinal y me preguntó al aire qué opinaba sobre el tema.
Entre
otras cosas, le respondí que los periodistas casi siempre somos tentados a ser
seducidos por el poder, asunto con el que tenemos que tener mucho cuidado, y le
recordé una frase que aprendí del maestro Daniel Santoro, que es un lema para
los reporteros de investigación: “Hay que estar cerca del poder para obtener la
información y lo suficientemente lejos para publicarla”.
Ahora
que estoy de regreso a Asunción, he conocido más detalles de la famosa reunión,
y en realidad lamento mucho que colegas con tanta trayectoria y profesionalismo,
a quienes aprecio mucho, se hayan prestado a una reunión privada o secreta que,
como mínimo, ha contribuido a aumentar la dosis de desconfianza que la ciudadanía
tiene sobre sectores del periodismo y de la comunicación social.
Me parece
poco sólido el argumento de que la reunión se hizo en privado, o se mantuvo en
secreto, solo porque se deseaba obtener del presidente de la República alguna información
que era valiosa, pero que el mandatario había pedido lo mantengan como “fuente
anónima”, conocida en el ambiente periodístico como fuente “off the record”
(fuera de grabación).
Aunque
en Paraguay tenemos una valiosa conquista jurídica, en el sentido de que la
Constitución Nacional (en su artículo 29) ampara a que los periodistas “no serán
obligados a actuar contra los dictados de su conciencia, ni a revelar sus
fuentes de información”, ello no nos salva de la exigencia ética de que debemos
decirles a nuestros lectores o a nuestras audiencias de donde sacamos la
noticia que les proveemos, simplemente porque es parte de la honestidad, de la
transparencia, de la responsabilidad y de la credibilidad. Y si no lo podemos
hacer, al menos contarles claramente por qué.
En
momentos de confusión, es bueno releer a los maestros, como el gurú de la ética periodística, el
catedrático colombiano Javier Darío Restrepo, quien afirma que “con las normas
de confidencialidad (como el llamado pacto “off the record”) se trata de
proteger a las fuentes, cuando la reserva de sus nombres es una condición para
conocer la verdad. En la práctica periodística, es un RECURSO EXCEPCIONAL,
porque lo normal es que el lector conozca quién es la fuente de donde proceden
esas informaciones”.
Restrepo
sostiene que “también debe ser excepcional que el periodista acepte pactos de
confidencialidad, y cuando estos se dan, debe ser bajo condiciones que no le
impidan cumplir con la máxima de sus prioridades, que es el servicio del
público. El hecho mismo de la confidencialidad se justifica en tanto en cuanto
es una ayuda para prestar ese servicio”.
Es
decir, generalmente la figura del “off the record”(el anonimato de quien provee
la información) solo hay que aceptarla cuando la fuente tenga una información
muy valiosa, cuya difusión es de utilidad pública, pero la identificación de
esa fuente puede poner en riesgo su seguridad personal o profesional, caso que
difícilmente puede aplicarse al presidente de un país. Y aún en caso de que
aceptemos la información “off the record”, igual tenemos que re-confirmarla con
otras fuentes que sí puedan ser identificables, antes de publicarla. El lector
siempre debe saber de dónde obtenemos nuestra información, para que esta sea
creíble. De lo contrario, podriamos inventar cualquier cosa, escudándonos en
nuestras fuentes “off the record”.
Aunque
nos llamen “el Cuarto Poder”, los periodistas no deberíamos asumir ese rol,
sino el de ser un “contra-poder”, y siempre respondiendo a los intereses de la
ciudadanía, nunca de los poderosos, ni siquiera de los patrones y empresarios
que nos pagan el sueldo. No debería ser problema trabajar en medios de comunicación
que son propiedad de los Zuccolillo, Vierci, Domínguez Dibb o Wasmosy, siempre
y cuando no nos olvidemos de que nuestra fidelidad final es con la del público
lector, tele-oyente o cibernauta. Es un
principio del verdadero periodismo.
Y desde
ese principio de nuestra fidelidad con quienes nos leen, escuchan, miran o
siguen, como profesionales comunicadores, no deberíamos aceptar almuerzos
privados o secretos con el presidente de un país –o con alguna otra alta
autoridad equivalente del poder-, a espaldas de nuestro público, porque -por más que creamos que no estamos haciendo
nada malo-, se podrían sentir traicionados.
Quizás
por eso, siempre tengo presente la radical definición de periodismo que alguna
vez hizo el gran autor de la demoledora novela 1984, George Orwell: “Periodismo
es publicar lo que alguien no quiere que publiques… todo lo demás es relaciones
públicas”.
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