Páginas

sábado, 29 de junio de 2013

El hombre que dignificó a la política


Hay una escena muy simbólica en la muy bella película Invictus, de Clint Eastwood, en la que Nelson Mandela llega al Palacio de Gobierno para asumir su primer día como presidente de Sudáfrica, cuando ve que los afrikáneres, los funcionarios blancos del régimen del apartheid, al que había derrocado electoralmente, están recogiendo sus cosas para marcharse con malhumor y resignación, ante la alegría de los nuevos funcionarios negros que asumen con espíritu de revancha.
Entonces, el presidente los llama a todos, a negros y a blancos, y les dice que él entenderá a quienes quieran marcharse, pero que no están obligados a hacerlo. Por el contrario, "quienes quieran quedarse a trabajar por Sudáfrica, serán bienvenidos".
Mandela se enfrenta entonces a la protesta de su jefe de seguridad, quien le reclama por obligarlo a trabajar con los mismos policías blancos represores que lo habían perseguido por ser negro.
"Se merecen una nueva oportunidad", le dice Mandela, "si la reconciliación no empieza en el interior de nuestros propios corazones, nunca podremos reconciliarnos".
Hay, en este gesto, una lección profunda, que reivindica al luchador que sabe convertirse en estadista.
Los luchadores son valiosos, sobre todo, en momentos difíciles de la historia, como lo fueron los duros años de la dictadura en Paraguay, o como lo siguen siendo las condiciones de injusticia social en que se siguen debatiendo grandes sectores de nuestra población.
Es importante que surjan líderes combativos, personas que son faros de luz en la oscuridad, los que no se rinden, los que no agachan la cabeza, los que son capaces de resistir y mostrar el camino a seguir.
Pero hay un momento en que esa heroica actitud no resulta suficiente. Hay un momento en que el luchador debe evolucionar hacia el estadista, y asumir nuevas etapas de construcción política, capaz de sintonizar con las mejores aspiraciones de las mayorías y de las minorías de un país.
El mejor legado de Nelson Rolihlahla Mandela, el gran líder sudafricano que en estos días está librando su batalla final contra la muerte, ha sido eso: reivindicarnos con la política en su verdadera concepción aristotélica, de búsqueda del bien común.
No lo idealizo a Mandela, ni lo creo héroe o santo. Rescato lo que fue y lo que hizo. Haber sido víctima de uno de los peores sistemas de opresión e injusticia, como el apartheid sudafricano; haber ejercido la violencia revolucionaria como forma de lucha; haber estado 27 años en prisión, condenado a cadena perpetua... y, sin embargo, salir de la cárcel con el alma limpia y sin rencores, capaz no solo de perdonar a sus enemigos, sino de convocarlos desde una práctica coherente de ética personal a una reconciliación constructiva, en un proyecto unificador de Patria y de sociedad, sintonizando con la realidad cotidiana de las mayorías... es lo que se llama ser humilde en la grandeza y grande en la humildad.
No puede morir alguien como Nelson Mandela.
Estos días de hospital solo marcan el principio de un viaje hacia una página más brillante de la Historia.


(Publicado en la columna "Al otro lado del silencio", sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 29 de junio de 2013).

miércoles, 26 de junio de 2013

Réquiem por un celular


Hoy me despedí de mi viejo Motorola EX115, doble chip. 
¡Ah, si mi querido celu pudiera hablar…! ¡Cuántas historias compartidas, cuantos secretos encerrados en tan diminuto equipo!
Lo había comprado en una tienda de Ciudad del Este, hace más de cuatro años, a un precio muy barato, siguiendo la recomendación de un amigo comerciante árabe. 
Fabricado en Brasil para competir con los dobles chip chinos, lo que más me encantó del dispositivo es que podía tener las dos líneas telefónicas -la mía particular y la corporativa del diario- en un solo teléfono, lo cual resultaba tremendamente cómodo y práctico.
Aunque presuntamente intentaba ser ya un smartphone básico, nunca tuvo buena conexión a internet, pero eso no me importaba. En esa época yo todavía sostenía –con mentalidad de dinosaurio digital- que uno necesita un teléfono solo básicamente para hablar... y que para navegar en internet estaban las notebooks y las tablets.
Después, la empresa periodística para la cual trabajo me proveyó de mi primer Blackberry corporativo, y mi visión del asunto empezó a cambiar. Aún así, mantuve fielmente mi M EX115 como segunda opción, con mi línea privada prepaga, aunque a veces tuviera que caer en el viejazo de tuitear vía SMS. 
Hace unos días, luego de darle muchas vueltas al asunto, tomé la decisión de dar un salto digital, cancelar mi módem de internet móvil y retirar un nuevo smartphone con todas las letras. 
Me decidí por la Galaxy Note II de Samsumg, hasta ahora quizás la mejor conjunción que se ha logrado entre la tablet más pequeña y el teléfono celular móvil más grande... y todavía estoy aprendiendo a sacarle el jugo a las infinitas probabilidades comunicativas que permite.
Pero… ¿cómo decirlo? Al ir desmantelando de a poco mi vieja M EX115 sentí que de alguna manera iba enterrando una parte de mi vida. 
Inevitablemente, fui removiendo los momentos lindos... y también los momentos tristes compartidos. 
Este fue probablemente el teléfono a través del cual recibí algunas de mis mejores primicias periodísticas, como también los más tiernos mensajes de amor, pero en él también sostuve algunas de las más fuertes discusiones que nunca hubiera querido tener, y por él, una noche terrible, me enteré a la distancia de que mi mamá se estaba muriendo. 
¿Cómo decirlo...? La Vida misma, encerrada en una minúscula tarjeta hecha de silicio y nanotecnología.
Mientras me ocupaba de sacar el chip y guardar la batería -para luego eliminarla sin riesgo contaminante-, me encargué también de borrar los vestigios electrónicos de cualquier posible prueba comprometedora para mis afectos más íntimos.
Al final quedó solo una carcasa casi vacía, que me hizo evocar una bella y metafísica canción de Silvio Rodríguez. ¿A dónde van los cotidianos objetos queridos, cuando uno considera que han cumplido su ciclo? ¿Habrá acaso un cielo o un infierno para los teléfonos celulares que se van quedando al costado del camino, en esta loca y vertiginosa carrera de la tecnología?
Descansa en paz, querido M EX115. Te dejo, eternamente agradecido por tan valiosos servicios prestados.

jueves, 20 de junio de 2013

Judas kái: Usted elige a quién quemar

Carmen Benítez aprendió de sus padres el arte de construir muñecos para el Judas kái.
¿Ya ha pensado en ver arder a su jefe o al político más odiado, representados por un muñeco? La tradición del Judas kái, en el San Juan Ára, permite este simbólico ritual de venganza o de expiación colectiva. En Luque se fabrican a pedido, con la imagen que el cliente elige.
Al principio son solo muñecos rellenados con trozos de tela y hojas de papel de diario, a los que se les van dando características humanas, "a pedido de los clientes".
Hay quienes prefieren llevar a la hoguera a algún aborrecido senador (senarrata) o diputado (dipuchorro), en cuyo caso se lo vestirá con traje y corbata.
Pero, definitivamente, el personaje más solicitado para ser quemado este año es Pelusco, un muñeco que imita al ex director técnico de la selección nacional de fútbol, el uruguayo Gerardo Pelusso, presuntamente el "gran culpable" de que la albirroja no estará presente en el Mundial de Brasil 2014.
"Pelusco es el muñeco que más nos piden los clientes, al igual que Napú (imitación del empresario Juan Angel Napout, presidente de la Asociación Paraguaya de Fútbol) y Tacuarilla (por el jugador de la selección, Oscar Tacuara Cardozo); parece que este año todos les quieren quemar a ellos nomás luego", dice Carmen Benítez, dueña de la fábrica de juegos artificiales La Luqueñita, la artesana más reconocida en el oficio de confeccionar muñecos para el juego del Judas kái.

"Arde, maldito, arde..."

El Judas kái o quema del Judas es uno de los juegos más aclamados en las tradicionales fiestas de San Juan, o San Juan Ára, que se celebran el 24 de junio, pero que por su gran convocatoria popular ya se realizan desde varias semanas previas y se siguen repitiendo durante todo el mes siguiente.
Aunque las celebraciones tienen orígenes en antiguas fiestas populares europeas, religiosas y paganas, que combinan la consagración del solsticio de verano en el hemisferio norte con el culto católico a San Juan Bautista, fueron introducidas en América por los conquistadores españoles y asumieron características propias en cada región. En Paraguay, las fiestas adquirieron elementos folclóricos de la cultura indígena guaraní.
Según refiere el investigador Dionisio González Torres, en su obra Folklore del Paraguay, la quema de Judas es un ritual en donde el pueblo, simbólicamente, toma venganza del apóstol Judas Iscariote, por haber traicionado a Jesús, colgando en un lugar público a un muñeco que lo simboliza, que es rellenado con explosivos y quemado en medio de la algarabía popular.
Con el tiempo se han ido representando en estos muñecos también la figura de otros "judas", personajes más actuales, que han defraudado a la colectividad, y que de esta manera se cobra una metafórica venganza contra los mismos, en la noche de San Juan.

Póngale nombre a su propio Judas.

En la amplia vereda del local La Luqueñita, sobre la calle Javier Bogarín, en la zona del mercado municipal de Luque, se exhiben los muñecos ya terminados, hechos del tamaño de una persona humana, con sus pintorescas caracterizaciones.
Hay personajes clásicos, como el Dr. Chapatín (personaje televisivo de la serie Chespirito), Recallate (imitación del expresidente del Olimpia, Marcelo Recanate), presidentes y expresidentes de la República, pero la mayoría no tiene nombres ni fisonomía propia, a la espera de que los propios clientes le den la denominación que más prefieran.
"Hay personas que quieren que el Judas sea su propio jefe o su suegro, o algún político al que le odian especialmente, entonces nos piden que le demos alguna forma especial, o lo llevan así y ellos mismos le dan la identidad que quieren", explica Carmen Benítez, quien aprendió el oficio de confeccionar muñecos para el Judas kái de sus padres, quienes ya se dedicaban a este negocio.
En un pequeño taller detrás del salón de ventas, ella dirige la confección de los muñecos, a cargo de varios jóvenes empleados. Primero se instala un armaje de madera, con forma muy básica de esqueleto humano, al cual se le agrega un pantalón y una camisa, que se van rellenando con pedazos de telas y papel diario.
Para la cabeza se usa una pelota de plástico, a la que se cubre con tela, se le pintan las facciones y se le agrega gruesos hilos de colores para fingir la cabellera. En el interior del cuerpo se ubican las bombas y explosivos, según la potencia de estruendo que se requiera.
"Somos muy cuidadosos en el tipo de explosivos que le ponemos adentro, solo aquellos que detonan y se consumen en el mismo lugar, ninguna bomba tres por tres, ni petardos que puedan saltar y herir a las personas", explica Carmen.
El muñeco más barato cuesta G. 200 mil, pero el precio sube según la cantidad y calidad de explosivos. "Hay que mojarlos con querosén solo poco antes de prenderles fuego", señala.
En el local también se venden las bolas de tela preparadas para la tradicional pelota tatá (pelota llameante), tres unidades por G. 10 mil, además de cántaros de varios tipos, para el juego del kambuchi jejoka (quiebra de cántaros).

"La fiesta de San Juan es una tradición profundamente paraguaya, y a nosotros nos encanta contribuir para que eso se mantenga", dice Carmen Benítez, sonriente, mientras ayuda a terminar un nuevo muñeco de Pelusco, que en pocos días más acabará consumido por las llamas en una plaza pública o en un estadio, en medio de vítores y carcajadas de la multitud.

domingo, 16 de junio de 2013

En el nombre del padre



Mi papá también se llamaba Andrés, pero muy pocos lo sabían. Para todos era Chi’ito, un concepcionero andariego que un día recaló en mi pueblo natal, Yhú, buscando su destino. No se si lo encontró, pero sí encontró a mi madre.
Él nunca pudo concluir la escuela primaria, pero nadie le ganaba en las matemáticas. Fue obrajero, agricultor, músico, carpintero, almacenero, taxista, sereno de discoteca, despachador de combustible, administrador de aserradero.
Cuando decidió casarse, adquirio un lote municipal a cuotas y con la ayuda de otro primo carpintero, construyó con sus propias manos la casita de madera en donde nacimos con mis dos hermanas menores y mi segundo hermano varón, el que murió de neumonía a los nueve meses de edad (cuando yo tenía tres años), porque no había un médico en el pueblo.
Mi papá falleció trágicamente, arrollado por un auto, en la fronteriza ciudad de Katueté, cuando yo tenía diecisiete años de edad, y acababa de emigrar a Asunción con el sueño de hacerme periodista. Recién entonces, cuando sentí que él ya no estaba, empecé a conocerlo de verdad.
Lo recuerdo con su guitarra, sentado en el corredor de nuestra casa, sobre la calle principal de Yhú, tarareando boleros y guaranias bajo la noche acribillada de estrellas. Su máximo placer era organizar un asado alguna noche de fin de semana, y jugar al truco con sus amigos.
Una sola vez lo vi llorar. Fue cuando le llegó la noticia de que su padre, mi abuelo Hermógenes, acababa de morir en otro pueblo lejano. Estábamos los dos solos en nuestra casa en Salto del Guairá, yo tenía entonces menos de diez años de edad y él más de treinta, pero recuerdo la incómoda sensación de que en esa ocasión el niño era él.
Nunca me habló de política. Nunca me dio consejos acerca de lo que tenía que hacer o no hacer en la vida. Yo no sabía entonces que la honestidad, la laboriosidad, la solidaridad, son virtudes humanas. Él nunca me lo dijo, simplemente me lo demostró con su ejemplo, siempre, siempre. Es la herencia que más le agradezco.
Tampoco recuerdo cuántas veces pude haberle abrazado y decirle felicidades por el Día del Padre. Por eso, esté donde esté, ahora se lo digo

sábado, 15 de junio de 2013

Curuguaty, año uno: Lo que la tormenta de Marina Cué se llevó


La masacre de Marina Cué, Curuguaty, fue el conflicto social agrario más grave desde la caída de la dictadura, con un impacto traumático en la sociedad y consecuencias nefastas en las relaciones internacionales, ya que desencadenó un cuestionado juicio político parlamentario, la destitución del presidente Fernando Lugo y la suspensión del Paraguay ante organismos como Mercosur y Unasur. Por todo ello, tendría que haber sido el caso más investigado y mejor esclarecido de nuestra historia reciente, pero no fue así.
Por el contrario, el caso Marina Cué significó no solo una lamentable regresión en términos de la institucionalidad democrática, sino también la reinstauración de un pensamiento fuertemente conservador e intolerante hacia lo diferente, ocasionando fracturas profundas en la vida nacional, en las relaciones personales y familiares. Como en la peor época del stronismo, muchos paraguayos y paraguayas volvimos a estar divididos, esta vez entre "golpistas" y "soberanos", enfrentando nuestras miradas con recelo y agresión, atacándonos a través de las redes sociales.
A un año de la masacre que causó la muerte de seis policías y once campesinos, existen distintas lecturas de lo que realmente ocurrió, según quien sea el que elabore el relato y cuáles sean sus visiones ideológicas o sus particulares intereses.
La Fiscalía y la Justicia, junto con las fuerzas de seguridad y los sectores de propaganda del Gobierno que asumió tras la destitución de Lugo, han insistido en llevar adelante una investigación visiblemente parcial y precaria, con una historia oficial elaborada sobre la hipótesis de que los campesinos ocupantes fueron los únicos culpables de la matanza, violando elementales derechos de los detenidos y sus familiares.
Desde el otro lado se insiste en que la masacre fue una perversa conspiración prefabricada para tumbar a un mandatario con inclinaciones socialistas, aunque las evidencias apunten a que fue más bien una utilización oportunista y maquiavélica de graves errores y debilidades políticas.
A un año de la masacre, el Estado se contradice a sí mismo. Mientras el Ministerio Público formuló sus principales acusaciones sobre la premisa de que los campesinos eran invasores de propiedad privada, el Indert (Instituto Nacional del Desarrollo Rural y de la Tierra) confirma oficialmente que las tierras de Marina Cué son de propiedad del Estado y no de la familia Riquelme. Es decir, el invadido era el verdadero invasor. Y entonces, ¿cómo queda todo?
A un año de la masacre, la desigual concentración de la tierra en el Paraguay no ha variado casi nada. La pobreza campesina, tampoco. La reforma agraria y el desarrollo rural siguen siendo solamente bellas promesas electorales pendientes.


(Publicado en la columna "Al otro lado del silencio", sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 15 de junio de 2013).

sábado, 8 de junio de 2013

Estado ausente, violencia presente

 
Puente sobre el río Ypané, que une a Tacuatí (San Pedro) con Kurusu de Hierro (Concepción)
 Uno de los episodios más tragicómicos en la lucha contra el grupo armado Ejército del Pueblo Paraguayo, ocurrió en febrero de 2010.
Tras la liberación del ganadero secuestrado, Fidel Zavala, el Ministerio del Interior recibió datos de que uno de los miembros del EPP más buscados, Alejandro Ramos, estaba escondido en Vallemí. Organizó una expedición de grupos comandos de la Policía, que partió rápidamente de Concepción en once camionetas todoterreno, con el plan de aplicar el "factor sorpresa" y lograr la captura.
Pero el pésimo estado del camino les jugó una mala pasada. Las camionetas se quedaron varadas en el barro durante más de un día. Cuando finalmente fueron rescatadas por tractores de estancias vecinas y pudieron llegar a Vallemí, ya todos los lugareños estaban enterados de lo que les pasó e inventaban chistes sobre los "comandos tortugas ninjas". Los del EPP habían tenido tiempo de sobra para poder escapar.
Finalmente se inició la pavimentación de los 176 kilómetros a Vallemí, pero avanza más lento que los comandos policiales entre el barro.
Una situación peor viven los pobladores de Tacuatí, San Pedro, otra localidad que se puso de moda por las acciones armadas del EPP. Fundada en 1790, esta histórica población está unida a la ruta tres por cincuenta kilómetros de camino de tierra en pésimas condiciones, y al Departamento de Concepción por un puente de madera sobre el río Ypané, tan lleno de remiendos que ni siquiera Indiana Jones se aventuraría a cruzar.
El pasado 31 de mayo, día en que asesinaron al ganadero Luis Lindstron, hubo otra víctima fatal: la oficial Miriam Morel, experta en Criminalística de la Policía, quien viajó a Tacuatí en una patrullera para recoger evidencias del crimen, pero el vehículo volcó y perdió la vida, debido al pésimo estado del camino.
El asesinato de Lindstron ocupó grandes espacios en los medios periodísticos, mientras la muerte de la oficial Morel fue apenas noticia complementaria, casi anecdótica, aunque ambos hechos tienen mucha más relación que la aparente coincidencia temporal y geográfica.
La acción del EPP pudo hallar raíces en ese vasto territorio del olvido que es el Norte del Paraguay, donde conviven comunidades pobres y aisladas con mafias del narcotráfico y el contrabando, caudillos políticos semifeudales y una estructural corrupción de los pocos organismos estatales instalados. Especialmente, la Policía.
Desde que se iniciaron los ataques armados en el 2006, los sucesivos gobiernos se han preocupado por instalar más comisarías, pero se han olvidado de que por sobre todo hacen falta más escuelas, más puestos de salud, caminos en buenas condiciones y principalmente oportunidades de trabajo y desarrollo. Mientras esa dura realidad no sea tenida en cuenta, la violencia seguirá cobrando víctimas... y no solo la que proviene del EPP.


(Publicado en la columna "Al otro lado del silencio", sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 8 de junio de 2013).

lunes, 3 de junio de 2013

Luis Alberto Lindstron: Viaje al corazón de las tinieblas


El ganadero Luis Alberto Lindstron, asesinado el viernes 31 de mayo de 2013, en Tacuatí, había sido secuestrado por el grupo armado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) en julio de 2008. Esta es la crónica de cómo fue aquel secuestro, extraído del libro “EPP, la verdadera historia”, de Andrés Colmán Gutiérrez, editado en fascículos por Ultima Hora, en noviembre de 2011.  

#CrónicasDeLaMemoria


Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman


“Parece que hay visitantes”, pensó el ganadero Luis Alberto Lindstron Picco, la tarde del jueves 31 de julio de 2008, cuando llegó en su camioneta Toyota Hilux, color plateado, chapa ARZ232, hasta un retiro de su estancia La Brasilerita (también conocida como Viudita Cué), en la zona de Kurusu de Hierro, al Sur del Departamento de Concepción, para dejar víveres a sus trabajadores, y percibió que un hombre extraño, vestido con uniforme militar vamuflado, se acercaba a recibirlo. La sorpresa se convirtió en susto, cuando vio que el desconocido portaba una pistola ametralladora Uzi, y le apuntaba directamente al cuerpo.
“Al llegar y bajar de mi camioneta, sale un hombre con una metralleta, me apunta y me lleva directo a la administración, y ahí me di cuenta de que ya le tenían dominados a mis empleados, quienes estaban recostados contra la pared, custodiados por tres hombres, todos con armas largas”, contó el ganadero, en entrevista con Última Hora.
La toma de la estancia se produjo cerca del mediodía del jueves, cuando cinco hombres armados surgieron de la espesura y rodearon a los peones. Llegaron por un bosque cercano a la propiedad, cruzando el arroyo Ka’agata. El establecimiento de Lindstron está al borde del río Ypané, que divide los departamentos de Concepción y San Pedro, cerca de Tacuatí, localidad de la cual el ganadero fue intendente municipal.
Entre los atacantes fueron reconocidos Osvaldo Villalba, comandante Alexander, principal líder del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), y su segundo en el mando, Manuel Cristaldo Mieres, comandante Santiago.
Tras inmovilizar a los peones y enterarse de que el dueño de la estancia no se encontraba, pero llegaría en horas de la tarde, decidieron esperarlo. Aparentemente no pensaban secuestrar por mucho tiempo a Lindstron, sino cobrarle el “impuesto revolucionario” que el EPP exige a ganaderos y empresarios rurales que operan en su zona de influencia, pero la situación tuvo que ser alterada.
“Uno de ellos me llevó hacia la pieza y me pidió una cantidad de dinero para liberarme. Yo no pude conseguir el monto solicitado en seguida, pero sí para el día siguiente”, relata Lindstron. La suma que le exigieron en ese momento fue de 80 millones de guaraníes.
“Sin embargo, antes de que llegue la plata, se complicaron las cosas, porque otros empleados míos se fueron a la estancia, y fueron repelidos con tiros al aire por los secuestradores. Allí, en seguida me alzaron a mi camioneta y tomamos rumbo a Kurusu de Hierro, pasamos a Paso Tuyá, y cerca de un monte nos bajamos de la camioneta, y nos internamos hacia el monte”, narra el ganadero.
Los integrantes del EPP ocuparon la estancia desde el mediodía del jueves 31 de julio hasta la mañana del viernes 1 de agosto, manteniendo cautivos a los peones y a Lindstron por casi 20 horas. Durante ese tiempo, el ganadero se puso en contacto con familiares para obtener el dinero. En la mañana del viernes, el capataz Ramón Martinez y otro empleado se acercaron al establecimiento, pero los disparos sobre sus cabezas los obligaron a retroceder. Los miembros del EPP alzaron a Lindstron en su propia camioneta y escaparon del lugar.
Los empleados y familiares de Lindstron ya habían avisado a la policía, y una patrullera inició la persecución, alcanzando a los secuestradores en el momento en que abandonaban la camioneta, en la zona de Paso Tuyá, para internarse a pie en la espesura.
“Unos ocho efectivos policiales llegaron detrás de nosotros y comenzaron a dispararnos. Los secuestradores, que eran cinco, también dispararon e hirieron a dos policías. De allí comenzamos a caminar casi dos kilómetros. Recién a la noche nos movimos otra vez de nuestro lugar”, recuerda Lindstron.
Durante el enfrentamiento, el suboficial segundo Quintín Melgarejo y el suboficial ayudante Julio Fernández cayeron heridos por las balas del EPP. Los demás policías prefirieron no adentrarse en el monte y abandonaron la persecución para trasladar a sus compañeros heridos a un centro asistencial.

El EPP empaña la victoria electoral de Lugo

El secuestro del ganadero Luis Alberto Lindstron se produjo en un momento político especialmente significativo para el Paraguay, a apenas 15 días antes de que asuma la presidencia de la República el ex obispo de San Pedro, Fernando Lugo, quien había ganado las elecciones del 20 de abril de 2008, al frente de la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), que derrocó por primera vez al Partido Colorado tras casi 60 años de permanecer en el poder.
La conmoción mediática causada por el nuevo secuestro realizado por el grupo armado, que ya entonces se reivindicaba como un presunto proyecto guerrillero, con la denominación de Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), empañó el ambiente de gran expectativa ante un histórico cambio político.
Los principales referentes del Gobierno saliente, del presidente Nicanor Duarte Frutos, sintieron que tenían ante sí un nuevo grave caso de inseguridad ciudadana, que no se iba a resolver en tan poco tiempo, empeorando aun más la imagen de la administración que dejaban en herencia a sus sucesores.
Para las nuevas autoridades, igualmente, el caso iba a representar un gran desafío, particularmente porque seguían instaladas las acusaciones políticas de que el propio presidente electo, Fernando Lugo, tenía algún tipo de conexión ideológica y política con los principales dirigentes del EPP, ya que había conocido a varios de ellos en el pasado, desde su condición de obispo de San Pedro, vinculado a las organizaciones sociales y populares campesinas.
El sábado 2 de agosto, Fernando Lugo condenó el secuestro y dio su apoyo a los familiares. "Tristemente, damos nuestra solidaridad a la familia Lindstron. Hemos hablado esta mañana con su hija Luisa. Sentimos muchísimo que por un hecho de violencia que no compartimos, provenga de donde provenga, hoy no se lo pueda encontrar (a Lindstron), porque el Estado no está presente en muchos sitios de nuestra geografía nacional", declaró.
El comandante de la Policía Nacional, Fidel Isasa, designó al director de Orden y Seguridad, comisario Fulgencio Morel Chamorro, para dirigir a una dotación de 150 efectivos de la Agrupación Especializada, con refuerzo de militares y un helicóptero de la Fuerza Aérea, realizando operativos de rastrillaje por toda la zona aledaña a la estancia y el lugar donde fue abandonada la camioneta de Linsdtron, pero no hallaron más rastros de los secuestradores.

 “Pongan rápido el dinero o mataremos a su padre”

-Hola, che ha’e la secuestrador ha roipota pemoi pya’e la plata porque o sino rojukáta la itúa kuéra, porque ore aho’íma la Policía. Ha pya’e pemoi la plata o sino rojukáta la pende túa mitakuñanguéra cherendúva pya’e pemoi la ore pedido, porque rojukáta la Policía ha romanóta ápe hendivekuéra, mokóima ro’eri ha ro’erivéta chupekuéra.
La voz distorsionada que dejó un mensaje grabado en el teléfono celular del abogado Miguel Dominguez, quien acompañaba a los familiares de Luis Alberto Lindstron, sonaba amenazadora.
(Traducido del guaraní, el mensaje expresaba: “Hola, yo soy el secuestrador y queremos que pongan rápido el dinero, o mataremos a su padre, porque ya nos está acosando la policía. Y pongan rápido el dinero, o sino mataremos al papá de ustedes, muchachas que me están escuchando, pongan rápido nuestro pedido, porque vamos a matar a la policía y vamos a morir con ellos, ya les hemos herido a dos de ellos y vamos a herir más”).
La primera comunicación llegó el sábado 2 de agosto, en forma de mensaje grabado al teléfono del abogado Domínguez, y se reiteró el 5 de agosto.
Al principio los secuestradores pidieron 1 millón de dólares de rescate, luego fueron bajando la cifra, hasta los 130.000 dólares que se pagó finalmente, según la versión oficial.
Mientras, Luis Lindstron era mantenido cautivo en precarios campamentos, en medio del monte, en lugares indeterminados que, según posteriores estimaciones, se hallaban a no mucha distancia del mismo sitio donde fue capturado, entre Arroyito y Horqueta.
“La mayor parte del tiempo me mantenían con los ojos vendados, sin saber muy bien qué estaba pasando alrededor. Comíamos lo que teníamos, a veces enlatados. Durante los 43 días en que estuve secuestrado, comimos en tres oportunidades gallina casera.  Así también, a veces no teníamos nada, entonces nos aguantábamos”, relata Linsdtron.
El ganadero permanecía con manos atadas y ojos vendados, vigilado siempre muy de cerca. El campamento cambiaba de lugar cada cierto tiempo, pero las movilizaciones se realizaban en horas nocturnas.
“Más o menos en siete lugares estuvimos. Nos movíamos siempre cuando se hacía de noche, caminábamos en fila india. Si cruzábamos una calle, lo hacíamos pisando la misma pisada de quien iba adelante, de esta manera quedaba solo una huella”, recuerda.
En muy pocas ocasiones intercambiaban palabras con el prisionero. “Solo cuando me veían muy abatido, se acercaban y me decían: Tranquilo Lindstron, oho pora la trabajo hina (las negociaciones están yendo bien)”.
En días de lluvia lo metían bajo una carpa. Lindstron asegura que en general no lo maltrataron físicamente, aunque llegaron a torturarlo sicológicamente, haciéndole creer que iban a matarlo. En una ocasión lo colocaron en una hamaca, cabeza para abajo, con ojos, manos y pies vendados, y empezaron a discutir en voz alta acerca de cavar una fosa, en la cual pensaban enterrarlo.

Prueba de vida: un video grabado en medio del monte

Barbudo y flaco, con un semblante de lástima, sentado en una hamaca en medio del monte, vigilado desde atrás por un hombre con uniforme militar y un fusil automático, luego de casi 40 días de cautiverio, la imagen de Luis Alberto Lindstron hablando a una cámara de video les hizo llorar de angustia a sus familiares, pero también les alegró ver que estaba aparentemente sano y con vida.
El video había llegado a manos de Ramón Lindstron, hermano del ganadero secuestrado, la noche del domingo 7 de setiembre, como la prueba de vida exigida antes del pago del rescate. El familiar fue quien negoció por teléfono con el vocero de los secuestradores, que se hacía llamar Lucio, y quien según su propia versión no era otro que Manuel Cristaldo Mieres, subcomandante Santiago, el segundo al mando en el EPP.
Lució le pidió a Ramón que le formule algunas preguntas de tipo muy personal, cuyas respuestas solo Luis Alberto Linsdstron podía conocer. Las preguntas fueron hechas por teléfono, y en el video –grabado en el campamento- el ganadero secuestrado respondió a cada una de ellas, aseguró que estaba bien, pero sufría mucho por las precarias condiciones de cautiverio, y pedía que paguen el rescate para ser liberado pronto.
En la madrugada del martes 9 de setiembre, los hermanos Ramón y Amado Lindstron, siguiendo las indicaciones de “Lucio”, el negociador de los secuestradores, llegaron a bordo de una motocicleta, equipada con dos luces de neón, llevando el dinero del rescate en una bolsa de lana.
A través de llamadas telefónicas fueron guiados hasta un lugar, a 150 kilómetros de la ruta V, General Bernardino Caballero, a la altura del kilómetro 165, en un sector boscoso, en donde un hombre joven se les aproximó, y Ramón le preguntó: “¿Nde pio Lucio? (¿Vos sos Lucio?”, y el desconocido le contestó: “¿Nde pio Silvio? (Vos sos Silvio)”. Era la clave convenida. Ramón asegura que el que cobró el rescate era Cristaldo Mieres, el subcomandante Santiago, a quien reconoció por las fotografías publicadas en los diarios.
“Tenía una especie de detector  de metal y tras revisar todo, contó los billetes, que estaba en fajos de 10 mil dólares. Me dijo: Ya veo que sos hombre de palabra, vos ya cumpliste conmigo, y ahora yo te voy a demostrar que también soy hombre de palabra, voy a entregarte a tu hermano en cuatro o cinco días, pero me van a dar tiempo para moverme”, recuerda Ramón Lindstron. 

Un inesperado pasajero en la madrugada

Aproximadamente a las 5:15 de la madrugada del viernes 12 de setiembre de 2008, el chofer Santiago Amarilla conducía el ómnibus de la empresa La Concepcionera, que había partido a medianoche desde Asunción, con rumbo a Concepción, cuando aproximadamente a 20 kilómetros de llegar a la ciudad de Horqueta, en el lugar denominado Calle 7, cuando ve que al costado del camino aparece un hombre con aspecto sucio y desaliñado, con las ropas mojadas y muy estropeadas, que le hace señas desesperadamente para que se detenga.
Al parar el bus y abrir la puerta, el hombre sube, agitado, y Amarilla lo reconoce en seguida por las fotos que en todos esos días se estuvo publicando reiteradamente en todos los medios de comunicación. No tuvo tiempo de preguntarle nada, cuando el hombre le dijo: “Yo soy Luis Lindstron, el que estaba secuestrado. Me acaban de dejar libre, por favor, ¿me podés llevar hasta Horqueta? No tengo para pagarte el pasaje”.
El chofer y los pasajeros no podían creer lo que estaba sucediendo. Lindstron pidió si no tenían un teléfono celular para prestarle, y el conductor le pasó el suyo. El ganadero llamó a su hermano Ramón y le contó la buena noticia. Dijo que iba a ir junto a su amigo, el médico Sixto Barrios Elizeche, propietario de la Clinica San Antonio, en Horqueta, y que iba a esperar allí a que vengan a buscarlo.
El proceso para su liberación se había iniciado el mismo martes 9 de setiembre, tras el cobro del dinero del rescate, cuando uno de sus secuestradores, conocido como Petiso (quien sería Isax Burgos Aguilar) se le acercó y le comunicó que ya se había pagado por su liberación, y regresaría con su familia en pocos días más.
“El jueves viene uno de los secuestradores con la cara cubierta por una capucha, y me dice que va a peluquearme, para poder irme a casa. El me cortó el pelo, después me dieron una afeitadora, para que me corte la barba, que también ya estaba bastante larga. Allí me avisaron que esa noche sería liberado”, recuerda Lindstron.
En la lluviosa noche del jueves 11, llega hasta el campamento un hombre en motocicleta. “Habrá sido a eso de las 23:00, me vendan los ojos, me colocan un anteojos y un quepis en la cabeza, subo a la moto detrás del hombre y detrás de mí sube otro, y entre tres en la moto empezamos a recorrer como dos horas, debajo de una fuerte llovizna”, relata.
A la madrugada lo dejaron en el desolado cruce de caminos de Calle 7, junto a la ruta V, donde le dijeron que aguarde varios minutos antes de sacarse la venda de los ojos. Lindstron esperó con impaciencia casi media hora, hasta que vio acercarse al ómnibus de La Concepcionera.
El transporte lo dejó frente a la Clínica San Antonio, donde Lindstron despertó al médico Sixto Barrios, con gritos en guaraní: “Aju che ra’a, aju che ra’a (vengo amigo, vengo amigo)”. Tras el abrazo, le pidió que le mande preparar “un suculento desayuno”, porque se sentía desfallecer de hambre.
En pocos minutos, la noticia se propagaba por todos los medios de comunicación y el centro de Horqueta se convertía en un hervidero. El ministro del interior, Rafael Filizzola, y el comandante de la Policía Nacional, comisario Pedro Acuña, llegaron hasta el lugar en helicóptero. Al medio día, tras someterse a una revisión médica, Lindstron fue trasladado por sus familiares a su domicilio en Tacuatí.
Parafraseando al novelista Joseph Conrad, tras haber permanecido 43 días de cautiverio en una cárcel vegetal sin paredes, en medio del monte, Luis Alberto Lindstron había regresado desde el corazón de las tinieblas.