“El Paraguay es como un gran espejo muy
luminoso, que se ha roto en muchos fragmentos…”.
(Augusto
Roa Bastos).
-----------------------------------------
(Una re-elaboración de artículos escritos
para medios de prensa internacional…)
Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
Habíamos
visto tantas cosas en este país, pero nunca se nos ocurrió que veríamos arder
al edificio del Congreso Nacional en medio de la noche, rodeado de personas
enfurecidas arrojando piedras, rompiendo vidrios, destruyendo documentos,
arrancando placas de senadores y quebrándolas ante la llamativa ausencia de
policías y la tardía llegada de los bomberos.
Ese simbólico
edificio de la República, habitado por una clase política cada vez más
desprestigiada, envuelto en llamas ante las cámaras en vivo de la televisión,
era a su vez un símbolo fuerte e impactante, al que cada uno le otorgaba su
propio particular significado.
¿Fue
acaso el incendio del Congreso un caso de vandalismo prefabricado y dirigido
como una maquiavélica maniobra política, o fue solamente un espontáneo acto de
indignación popular desbordada…?
¿Fue una
obra de patoteros infiltrados en medio de una manifestación que buscaba ser pacífica, un operativo perversamente
planificado por los líderes de la oposición para golpear al Gobierno, o un
hecho estimulado por el propio líder del Ejecutivo para perjudicar a su hoy
principal aliado y su mañana probable principal adversario en una hipotética
reelección…?
Más
allá de las muchas teorías sobre conspiraciones reales o imaginadas, el
Paraguay vuelve a sufrir uno de los momentos más críticos de su endeble y
golpeada democracia, con las escenas de una criminal y violenta represión
estatal, solo comparable a la peores épocas de la dictadura, con agentes de la
Policía tomando por asalto y sin orden judicial la sede del segundo partido
político más importante del país y asesinando a sangre fría a un joven
dirigente liberal.
El
Paraguay se encuentra otra vez fragmentado, pero esta vez con una grieta
distinta, más desgarradora. La crisis divide y enfrenta a amistades de toda una
vida, a compañeros y compañeras de causa, a militantes de izquierda y de derecha,
a colegas y parientes.
Personas
que han compartido luchas históricas y que arrastran solidarios lazos afectivos,
hoy se atacan unas a otras con insultos y amenazas en las redes sociales de
internet y en los grupos de Messenger o WhatsApp, se borran o se bloquean
mutuamente en sus cuentas de Twitter o en sus perfiles de Facebook, según cuál
sea la postura que asumen, en contra o a favor del proyecto de enmienda de la
Constitución para habilitar la reelección
presidencial.
Violadores de la Constitución, ratas de la
oligarquía, asesinos, narcoterroristas,
cómplices de Cartes y Lugo, empleaditos de Zuccolillo y Vierci, sicarios
mediáticos… son algunos de los epítetos que se intercambian
desde uno y otro bando, en una pelea que no solo provoca rupturas afectivas o
ideológicas, sino que levanta muros de intolerancia cada vez más altos, cerrando
las posibilidades a la reflexión o el diálogo.
¿Cómo diablos
hemos llegado a este punto…?
O como diría
un personaje de novela de Vargas Llosa: ¿En qué momento se jodió el Paraguay…?
Intentemos
buscar juntos algunas respuestas, tratemos de entender lo que hemos vivido y
sufrido en estos días y, por sobre todo, busquemos responder la esencial pregunta
que nos desvela: ¿Y ahora, qué…?
Panorama tras la primera represión en la tarde del viernes 31. (Foto: Fernando Calistro, ÚH). |
El ADN de Caín y Abel
Entre
la magia y la maravilla, el Paraguay también arrastra una larga historia de
rencillas entre hermanos y compatriotas, como si los habitantes de este
territorio mediterráneo lleváramos en nuestro metabolismo el ADN de Caín y
Abel.
Veamos
una breve lista incompleta: Los lopistas y los legionarios durante la Guerra de
la Triple Alianza (1864-1870). Las revueltas entre los saco puku y los saco mbyky
liberales en 1922. La Guerra Civil de 1947. Los que apoyaban a la dictadura de
Stroessner (1954-1989) y los que estábamos en la resistencia. Los argañistas y
los oviedistas en la década del 90. El Marzo
Paraguayo de 1999, con dos países enfrentados a muerte en las plazas del
Congreso.
Muchos de
estos enfrentamientos eran quizás peleas de grandes caudillos,
pero también eran choques de proyectos políticos y hasta de modelos distintos
de país.
Ante la
incapacidad de confrontar con las ideas y con la participación popular
democrática, se optaba –se sigue optando- por recurrir a la fuerza, a la
ilegalidad y hasta a las armas, dejando casi siempre un lamentable saldo de
pérdidas de vidas humanas.
Una gran
responsabilidad política en esta larga historia de autoritarismo y violencia la
tuvo, y la sigue teniendo, el principal partido político del Paraguay, el de la
Asociación Nacional Republicana, Partido Colorado, que sostuvo por 35 años a la
dictadura de Stroessner y que siguió gobernando en democracia, con apenas una
cosmética reconversión, manteniendo el aparato represivo y la corrupción,
además de sumar en las últimas décadas la activa participación de la
narcopolítica.
Esa
responsabilidad en las prácticas violentas también es compartida por el otro gran
partido centenario, el Partido Liberal, que junto a su heroica tradición de
resistencia ante la dictaduras también promovió, a través de la historia, varios
golpes de Estado, revoluciones y guerrillas.
Tampoco
hay que olvidar a las fuerzas políticas de izquierda, que en su clásica
concepción de la toma del poder, hasta hace poco tiempo seguían incluyendo la
opción por la lucha armada.
El diputado liberal Edgar Acosta, herido por policias, el viernes 31. (Foto Última Hora). |
El quiebre de Lugo y el caso Curuguaty
Gran
parte de la crisis que hoy padecemos tiene sus raíces en el cambio político
ocurrido en abril de 2008, cuando el ex obispo Fernando Lugo, al frente de una
alianza entre el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y agrupaciones de
izquierda, ganó las elecciones y puso fin a seis décadas de permanencia del
Partido Colorado en el poder.
El gobierno
de Lugo cumplió poco de lo prometido en su campaña electoral, pero le dio un sentido
de gratuidad a la salud pública, mejoró las políticas de asistencia a sectores
humiles y vulnerables de la población y otorgó una proyección popular a la
cultura desde el Estado. Se desgastó en rencillas internas, sufrió los escándalos
de las revelaciones sobre sus hijos presuntos o verdaderos y su mayor error fue
descuidar la alianza con sus socios liberales, creyendo quizás que la izquierda
tendría la fuerza suficiente para sostenerlo.
La
masacre de Curuguaty, el 15 de junio de 2012, que dejó 11 campesinos y 6
policías muertos, fue maquiavélicamente aprovechada por una mayoría de
legisladores colorados y liberales, junto a otros aliados, para expulsarlo del
poder, con un golpe parlamentario revestido de juicio político express, dejando
la presidencia al liberal Federico Franco, cuyo gobierno fue un festín de
corrupción que abrió las puertas para que
el Partido Colorado retorne al gobierno en el 2013, de la mano del
controvertido y multimillonario empresario outsider
Horacio Cartes.
Aquel
golpe a la institucionalidad democrática, además de ocasionar sanciones
internacionales al Paraguay, dejó heridas profundas en la sociedad. Se instaló
una nueva división entre golpistas y anti-golpistas, se replanteó una cultura
de la resistencia ante un reinventado gobierno colorado que avanzaba como
aplanadora con su imagen de modernidad, eficiencia empresarial y macroeconomía
neoliberal exitosa, logrando aprobar leyes de militarización y alianzas público
privadas, mientras se criminalizaba la lucha social y se intentaba frenar y
perseguir todo proyecto con olor a socialismo.
Uno de
los conflictos más traumáticos en esta etapa fue la farsa del juicio sobre la
masacre de Curuguaty, totalmente parcial y politizada, que solo investigó la
muerte de los 6 policías y no de los 11 campesinos, condenando a los labriegos
a altas penas carcelarias, reafirmando la imagen de una Justicia totalmente sometida
al mismo poder político y económico que había dado el golpe contra Lugo.
En
todos estos años, las piezas del ajedrez político se fueron moviendo con
pintorescas e insólitas variantes:
-Un
sector importante los liberales, liderados por Blas Llano, se volvió aliado del
oficialismo colorado, mientras otro sector, liderado por Efraín Alegre, se
declaró opositor.
-Un
sector importante de los colorados, liderados por Marito Abdo, rompió su
alianza con el cartismo y se convirtió en la principal disidencia interna.
-La
izquierda que acompañó a Lugo en el gobierno se fue fragmentando, esencialmente
en dos bloques: el Frente Guasu, donde Lugo continua como líder, y Avanza País,
en donde emergió como principal figura el actual intendente de Asunción, Mario
Ferreiro. Los partidos más pequeños, como UNACE, PDP, Encuentro Nacional, Patria Querida y el
febrerismo, se fueron posicionando en distintos bandos.
En este
singular Juego de Tronos o House of Cards “a la guaraní”, Horacio
Cartes perdió su mayoría en el Senado pero la conservó en Diputados,
instaurándose una sorda guerra política que fue creciendo en intensidad, hasta
que a mediados de 2016, el oficialismo colorado se dio cuenta de que Cartes
debía continuar en el poder, por lo cual decidió impulsar contra viento y marea la
enmienda de la Carta Magna, a fin de introducir la figura de la reelección.
La
Constitución redactada en 1992, a pocos años de la caída de la dictadura,
estableció en su artículo 229 que la reelección presidencial no podría ocurrir
“en ningún caso”. El espíritu de este artículo era impedir que el entonces
presidente militar, el general Andrés Rodríguez, sucumbiera a la tentación de
ser reelecto y eternizarse en el poder, emulando a su consuegro Alfredo
Stroessner, a quien él había derrocado tras 35 años de dictadura.
Se suponía que cuando se instaure plenamente la democracia y solo hubiese presidentes civiles, ese especial artículo sería modificado, habilitando sin problemas la reelección.
Se suponía que cuando se instaure plenamente la democracia y solo hubiese presidentes civiles, ese especial artículo sería modificado, habilitando sin problemas la reelección.
Pero,
en 27 años, eso no llegó a suceder…
El conflicto paraguayo en las pantallas de la televisión mundial. |
La obsesión por el poder
Lo
irónico es que la mayoría de los actores políticos paraguayos, así como los propios
ciudadanos, no estamos en contra de la reelección.
Es más, coincidimos plenamente en que la Constitución debe ser reformada, incorporando no solo a esta figura, sino a varias otras: revocatoria de mandato, ballotage, exclusión de listas sábanas, limitar periodos legislativos, etc. Solo que esta modificación debe hacerse en forma debida y sin violentar las normas.
Es más, coincidimos plenamente en que la Constitución debe ser reformada, incorporando no solo a esta figura, sino a varias otras: revocatoria de mandato, ballotage, exclusión de listas sábanas, limitar periodos legislativos, etc. Solo que esta modificación debe hacerse en forma debida y sin violentar las normas.
Es
decir, si el señor Horacio Cartes hubiese convocado en los primeros años de su gobierno
a una Convención Nacional Constituyente para reformar la Constitución, tras un
consenso con todos los partidos y sectores organizados de la sociedad, no
hubiera hallado mucha resistencia, y él –al igual que los demás ex
presidentes-, hubieran podido competir libre y democráticamente en las
elecciones generales del 2018.
Pero
lamentablemente no ocurrió así. El tema no le importó, ni a él ni al resto de la
clase política. Todas las veces en que grupos de ciudadanos presentaron iniciativas
para que se reforme la Constitución, éstas simplemente fueron enviadas al
congelador. El propio Cartes, en las ocasiones en que los periodistas le
consultaron, aseguró que no le interesaba para nada ser reelecto, ya que “la
Constitución no lo permite”.
Pero aparentemente
hay un bichito que inocula la obsesión por el poder y acostumbra picar a los
mandatarios en su tercer o cuarto año de mandato. Es probablemente lo que le ocurrió
al presidente Nicanor Duarte Frutos (2003-2008), recordado por un relativo buen
gobierno en sus dos primeros años, pero al tercero empezó a derrapar y
atropellar con todo, en su delirio por ser reelecto, lo cual le costó quedar en
la historia como “el mariscal de la derrota”, al haber precipitado la caída electoral
del partido colorado.
Picado
por el mismo bichito, Horacio Cartes al principio trató de ocultar sus ganas,
dejando que sus bases reclamen su reelección en cada acto de gobierno, en una
campaña que fue subiendo de tono, hasta que la propia Convención Colorada de octubre
de 2016 oficializó la campaña en busca del rekutu
(en lengua guaraní significa literalmente: volver a clavar, hincar,
apuñalar).
En el
proceso, Cartes encontró a un inesperado aliado: el ex presidente Fernando
Lugo, a quien él ayudó a derrocar por un golpe parlamentario en 2012, actual senador electo, quien tras ver que la mayoría de las
encuestas le daban una alta intención de votos, también se encarameló con la
posibilidad de retornar al poder. A la cruzada se sumó un tercer mosquetero,
Blas Llano, ex presidente del PLRA, quien tras quedar relegado electoralmente
como oposición interna en su partido, se embarcó en el proyecto Lugo 2018.
Un manifestante observa el incendio del Congreso desde un sillón robado del interior. (Foto: José Molinas, ÚH). |
Durmiendo con el enemigo.
El caso
de Fernando Lugo resulta algo esquizofrénico, desde el punto de vista político.
El ex
obispo siempre mantuvo una postura crítica contra la reelección, ya que fue precisamente
su participación en una campaña contra el rekutu
del colorado Duarte Frutos la que lo catapultó a la presidencia, en 2008. Como
senador, tras ser destituido de la presidencia, su voto también ha sido constante
en contra de la enmienda.
Entonces,
¿cómo respaldar una campaña a favor de su propia reelección, cuando él siempre
estuvo en contra de esa posibilidad? ¿No sería demasiada incoherencia…?
La
estrategia fue que Lugo siga sosteniendo no estar de acuerdo con la enmienda de
la Constitución, mientras sus cuatro senadores del Frente Guasu se aliaban con
el cartismo y el llanismo para operar a favor de dicha enmienda, con el
argumento de que el ex obispo es el único líder con una opción socialista,
capaz de enfrentar y de vencer al modelo neoliberal de los colorados.
En el
segundo semestre de 2016, Lugo empezó una gira por el interior del país, realizando
actos políticos en varios lugares, “para hablar con la gente”, acción que el
Partido Colorado denunció en noviembre de 2016 ante la Justicia Electoral como
“campaña electoral engañosa”. Después, cuando se consumó la alianza con el Frente
Guasu, se olvidaron de la denuncia.
Al
principio, el abogado Marcos Fariña, asesor jurídico de Fernando Lugo, sostuvo
la tesis de que el ex obispo no necesitaba de ninguna enmienda de la
Constitución para presentarse a elecciones, ya que al haber sido derrocado
antes de culminar su mandato, no entraba en la categoría de los demás ex
presidentes y estaba habilitado para competir electoralmente. Esta peculiar
interpretación de la Constitución despertó la burla de la mayoría de los
juristas y hasta se inventó el término “fariñear” como sinónimo de distorsionar
la Ley.
Al
parecer, aunque la mayoría de los seguidores de Lugo repetían el mismo
argumento, no estaban tan convencidos de su validez y “para asegurar” se
embarcaron en la alianza con el cartismo y el llanismo, al principio en forma
oculta y casi vergonzosa, pero luego ya abiertamente asumida.
Cartes
y Llano fueron dos de los principales políticos que impulsaron el golpe
parlamentario que destituyó a Lugo en 2012, pero ante los insistentes reclamos
por la incoherencia de asociarse con sus ex verdugos, el ex obispo respondió
católicamente que había llegado “el tiempo de perdonar”.
Huellas de la noche en que ardió el Congreso. (Foto: Andrés Colmán Gutiérrez). |
¿Violamos las reglas…?
El
proyecto de la enmienda tuvo un largo proceso de incubación, mientras se
negociaban términos y condiciones entre los tres sectores aliados.
Desde
el frente opositor, en el que coincidían la disidencia colorada, el oficialismo
liberal y legisladores de partidos más pequeños, también se fueron diseñando
estrategias para intentar frenar el proyecto reeleccionista.
En esta
pulseada política, los opositores y disidentes dieron un golpe maquiavélico en
agosto de 2016, cuando en una sesión extraordinaria del Senado madrugaron al
oficialismo y a sus aliados, presentando ellos mismos un proyecto de Ley de enmienda
de la Constitución para introducir la reelección, lo votaron y lo rechazaron en
la misma sesión. De este modo buscaron evitar que se pueda presentar otro
proyecto hasta agosto de 2017, ya que el reglamento legislativo dispone que no es
posible dar entrada a algo similar hasta dentro de un año. Los oficialistas
sostienen que aquella jugada fue ilegal.
Desde
ese momento, el oficialismo y sus aliados amenazaron que presentarían igual el
proyecto de enmienda, aunque las normas ya no lo permitían. Para ello empezó
una verdadera “cacería de votos”, con alzas de cotizaciones en la bolsa
política, para tratar de alcanzar los 23 votos que precisaban en el Senado y buscar
imponer la aprobación del proyecto por la vía de los hechos consumados.
Se
trató de dar legitimidad con una campaña de recolección de firmas a favor de la
enmienda. En abril de 2017, el vicepresidente de la República, Juan Afara,
junto a varias autoridades del Gobierno y del Partido Colorado, entregaron a la
Justicia Electoral planillas con las firmas de más de 340.000 ciudadanos solicitando
la enmienda. Sin embargo, tras un minucioso examen, se descubrió que 1.142 firmas
eran de personas que ya murieron, 19.000 de no inscriptos en el Registro Cívico
Permanente, más de 27.000 eran dobles firmas y 13.000 firmas coincidían con el
nombre y apellido. Se sumaron denuncias de personas asegurando que se les
obligó a firmar con engaño o bajo coacción, por tratarse de funcionarios públicos
o de pobladores humiles que reciben subsidios. El caso acabó en un gran
escándalo y en una denuncia formal ante la Justicia, que hasta ahora no
resolvió la cuestión.
El edificio del Congreso, al día siguiente del incendio. (Foto: Andrés Colmán Gutiérrez). |
El estallido de la crisis
La
crisis estalló el martes 28 de marzo de 2012, cuando los 25 senadores que
responden a la alianza de Cartes, Lugo y Llano violaron las normas legislativas
y en la práctica instalaron un “Senado paralelo”.
Para
ello, ante la resistencia del presidente del Senado, Robert Acevedo, y el
vicepresidente primero, Eduardo Petta, ambos del sector opositor, de declarar
una sesión extraordinaria y admitir un proyecto de modificación de reglamento
interno de la Cámara, el vicepresidente segundo, el colorado Julio César
Velázquez, que en ese momento respondía al sector cartista, elevó la voz y
declaró abierta la sesión extraordinaria, en medio de un escándalo de gritos y
acusaciones. En seguida dio entrada al proyecto y lo giró a comisiones.
El
incidente fue transmitido en vivo por la televisión y pudimos ver perfectamente que la
argucia empleada por Velázquez era claramente ilegal, ya que ni el presidente, ni el
vicepresidente primero se habían ausentado del recinto, por lo tanto él no
tenía atribuciones para sustituirlo, pero ese “detalle” no les importó a
ninguno de los 25 senadores “pro-enmienda”, que luego se reunieron a puertas
cerradas en la bancada del Frente Guasu y realizaron otra sesión paralela, en
la que aprobaron con mucha rapidez su propio proyecto metido por la ventana,
modificando el reglamento del Senado en tres artículos; los que ellos
necesitaban para dar entrada y para aprobar el proyecto de la enmienda de la
Constitución.
Esa
acción abiertamente violatoria del martes 28 generó mucha indignación
ciudadana, que se cristalizó en una gran marcha que reunió a unas 4.000
personas en la noche del jueves 30, con una caminata desde la Plaza Uruguaya
hasta la Plaza de Armas, frente al Congreso. Allí, los principales líderes de la oposición y la disidencia llamaron a
estar alertas, ante otra inminente maniobra para aprobar la enmienda.
Una imagen que recorrió el mundo: (Foto: José Molinas, ÚH). |
La
noche en que ardió el Congreso
En la
tarde del viernes 31 de marzo, los 25 senadores de la alianza Cartes-Lugo-Llano
volvieron a reunirse en una pretendida “sesión extraordinaria” del Congreso,
excluyendo a los otros 18 senadores opositores y disidentes, desconociendo la
autoridad del presidente. A velocidad vertiginosa, aprobaron el proyecto de
enmienda.
Tras
conocerse la maniobra, grupos de ciudadanos acudieron a protestar ante la sede
del Congreso, pero una fuerte dotación de policías cerró el paso. Al intentar
cruzar las barreras, los agentes dispararon balines de goma a los cuerpos y rostros
de los manifestantes, destrozando la mandíbula del diputado liberal Edgar
Acosta, hiriendo al presidente del PLRA, Efraín Alegre y a un custodio que
protegía al presidente del Senado, Robert Acevedo.
La
salvaje represión fue observada en directo por televisión, motivando que más
personas acudan a la plaza. La policía comenzó a replegarse cuando un grupo de
manifestantes atropelló las vallas del Congreso, y tras romper las puertas
ingresó al local, provocando serios destrozos y arrojando bombas molotov. En
pocos minutos brotaron llamaradas de fuego en toda la primera planta.
“Se
incendia el Congreso, parece toda una obra de arte de alta belleza estética”,
comparó el músico Luis Szarán, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de
Asunción. En medio de la preocupación generalizada, muchas personalidades, en
sus posteos en las redes sociales, consideraron que se estaba cumpliendo una
especie de “justicia poética” contra una clase política caída en el
desprestigio.
Al otro
lado de la ciudad, un fastuoso escenario estaba listo para recibir al
presidente Horacio Cartes a inaugurar el flamante mayor viaducto de Asunción,
construido con una inversión de 22 millones de dólares.
“Presidente: No nos abandones, queremos que continúes. El pueblo pide la reelección”, rezaban los carteles, que iban a coronar el lanzamiento de la campaña por un nuevo mandato. Ante el escándalo generado, Cartes prefirió no asistir y mandó al vicepresidente Juan Afara. El impacto propagandístico del “súperviaducto” quedó opacado por el incendio del Congreso y por las trágicas consecuencias que le siguieron.
“Presidente: No nos abandones, queremos que continúes. El pueblo pide la reelección”, rezaban los carteles, que iban a coronar el lanzamiento de la campaña por un nuevo mandato. Ante el escándalo generado, Cartes prefirió no asistir y mandó al vicepresidente Juan Afara. El impacto propagandístico del “súperviaducto” quedó opacado por el incendio del Congreso y por las trágicas consecuencias que le siguieron.
Policía en el local del PLRA tras disparar a Rodrigo Quintana. (Foto captura de video de seguridad). |
La policía sale de cacería
-¡Han incendiado el Congreso…! ¿Cuántos
detenidos hay?-, preguntó un asesor del presidente Cartes al
comandante de la Policía Nacional, Críspulo Sotelo, poco antes de la medianoche
del viernes.
-Todavía, ninguno…-, fue la
respuesta del jefe policial. La enérgica orden que sobrevino fue salir a cazar
prisioneros.
En una
de las noches más negras que se recuerdan en los últimos años del Paraguay, los
diversos cuerpos policiales efectuaron una redada indiscriminada por las calles
céntricas, ignorando los más elementales derechos cívicos.
Además
de capturar a muchos manifestantes en los alrededores del Congreso, procedieron
a arrestar a personas que caminaban por las calles o que estaban cenando en
bares céntricos. También varios automovilistas fueron interceptados por las
patrullas policiales, obligados a descender y tumbarse cuerpo a tierra. Muchos
fueron golpeados, esposados y conducidos a las comisarías. En total, 211
personas resultaron detenidas, muchas sin haber participado de la
manifestación. Varios denunciaron haber sido torturados y que durante los
agentes policiales les robaron sus pertenencias, especialmente dinero y
teléfonos móviles celulares.
El
episodio más criminal ocurrió a las 0.22 de la madrugada del sábado 1 de abril,
en la sede del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), uno de los dos
partidos más antiguos e importantes en la historia del Paraguay. Más de 30 policías ingresaron al local, sobre
la calle Iturbe, sin portar orden judicial, rompiendo la puerta a golpes y
efectuando disparos, provocando una corrida generalizada de quienes se hallaban
adentro, principalmente jóvenes militantes de la organización política.
Rodrigo
Quintana, un dirigente de 26 años de edad, presidente de un comité político del
interior del país, fue alcanzado por un disparo de escopeta con balines de
plomo, que le dejó 8 impactos en el cuerpo y lo dejó tendido en el piso. Las
grabaciones de la cámara de vigilancia del local muestran que uno de los
policías, luego identificado como el suboficial Gustavo Florentín, de la
Agrupación de Seguridad, es quien dispara a Rodrigo y, tras verlo caído, lo
pisa y lo deja agonizante. Los demás ocupantes son detenidos y arrojados cuerpo
a tierra, a ninguno se le permite ayudar al compañero herido, hasta que el
mismo muere irremediablemente, sin recibir auxilio.
“Nunca,
ni en las peores épocas de la dictadura, en el directorio de nuestro partido
fuimos víctimas de una acción tan salvaje y arbitraria, totalmente fuera de la
Ley”, asegura el presidente del PLRA, Efraín Alegre.
El
escándalo del crimen provocó la destitución del ministro del Interior, Tadeo
Rojas, y del comandante policial, Críspulo Sotelo. El Gobierno trató de
presentar como único culpable al suboficial Florentin, pero diversas
grabaciones en video demuestran que toda la cúpula policial estuvo involucrada
en el ilegal operativo represivo.
Una versión más breve de este artículo, publicado en el semanario uruguayo Brecha. |
El diálogo que no fue posible
En
medio de una creciente indignación ciudadana, tras recibir una exhortación del
Papa Francisco y de la embajada de Estados Unidos, el presidente Horacio Cartes
se vio obligado a convocar a una mesa de diálogo con los titulares de ambas
cámaras del Congreso y los presidentes
de partidos políticos, con la mediación del arzobispo de Asunción, monseñor
Edmundo Valenzuela.
La
primera reunión se realizó el miércoles 5, tras lo cual los opositores
y disidentes comunicaron que no iban a continuar, debido a que Cartes y sus
aliados no están dispuestos a echarse atrás con su plan de aprobar la enmienda
y convocar al referendo para decidir la reelección. El viernes 7 hubo una segunda reunión, pero solo acudieron a la mesa los oficialistas.
La
tensión en las calles ha vuelto a cobrar intensidad. Las manifestaciones
ciudadanas y los escraches contra los pro-enmienda se suceden en Asunción y en diversas ciudades del interior, pero
también el Frente Guasú y los partidarios del Gobierno realizan sus propias
movilizaciones para apoyar la enmienda. Mientras, se espera que la Corte
Suprema de Justicia –generalmente muy servil al Gobierno- resuelva una acción
de inconstitucionalidad presentada por los opositores y disidentes, pidiendo de
declare ilegal las sesiones del “Senado paralelo”.
Las grietas en la fachada del edificio del Congreso paraguayo. |
Lo que habrá que reconstruir…
Lo que
está sucediendo no es solamente una crisis política, sino una crisis de los
políticos en general, especialmente de los partidos con representación parlamentaria.
Si en
el Congreso todavía existían unos pocos referentes que podían encender ideales
de cambio, con actitudes éticas distintas a las de los políticos tradicionales,
esta vez acabaron por confundirse todos en la misma debacle. Seguramente tendrán caudal electoral
y conquistarán votos en las próximas elecciones, pero lo harán bajo la cada vez
más clara percepción ciudadana de que son parte de la misma podredumbre que
alguna vez prometieron combatir y erradicar.
Lo que
ocurre ya no es solo una maquiavélica pelea entre dos grupos políticos, por el
botín del poder. Ya no importa tanto si se viola o no (una vez más) la
Constitución. La grieta se nos ha metido en el alma del Paraguay, y nos afecta
a todos, incluyendo a quienes optan por no involucrarse, a quienes creen que
esta no es su lucha.
Gane
quien gane esta pelea, el que pierda será el Paraguay.
Nos dejarán la inmensa tarea de cerrar la grieta, de reconstruir entre las ruinas del incendio.
La única ventaja es que esta no será la primera vez que lo hacemos, a lo largo de nuestra desgarrada historia.
Nos dejarán la inmensa tarea de cerrar la grieta, de reconstruir entre las ruinas del incendio.
La única ventaja es que esta no será la primera vez que lo hacemos, a lo largo de nuestra desgarrada historia.
La
buena noticia es que cuando todo se deshace, se puede construir de nuevo.
Llevará más tiempo, pero hay mucha buena semilla sembrada en experiencias
dispersas que deben juntarse, superar divisiones y prejuicios, encontrar puntos
de coincidencia.
Hay una
generación por fuera de la vieja política que demostró ideales y coraje cívico
en las revueltas universitarias, en las tomas de los colegios secundarios por
una mejor educación, o en la colorida última movilización de las mujeres por el
8M.
Hay
testimonios de organización, construcción de proyectos alternativos y valores
igualitarios expresados dignamente en la reciente marcha campesina, aun entre
el show de la crisis legislativa.
Hay
ideas nuevas abriéndose campo en muchos sectores del arte y la cultura, de
emprendedores juveniles y empresariales.
¿Cómo
hacer para que se encuentren, dialoguen, tengan una representación política
diferente con real fuerza para transformar la sociedad...?
Ese es el
desafío…
No hay comentarios:
Publicar un comentario