sábado, 28 de marzo de 2020

Los tuits de Mazzoleni



Andrés Colmán Gutiérrez – @andrescolman

Hace poco menos de un mes nadie habría pensado que pasaríamos las noches encerrados en nuestros respectivos hogares, esperando con ansiedad el posteo diario de un ministro en Twitter como quien esperaba el capítulo siguiente de la serie televisiva Game of Thrones o como quien espera en estos días el limitado subsidio del Gobierno o el sueldo de fin de mes.

El diario tuit nocturno del doctor Julio Mazzolenni, ministro de Salud Pública y Bienestar Social de la República del Paraguay, reportando datos del avance de la pandemia del Covid-19 en nuestro país con un lenguaje frío y circunstancial, conciso y preciso, con disciplina de médico militar, se nos ha vuelto tan esencial como el hoy esquivo pan de cada día o como el abrazo que ya no podemos dar a nuestros seres queridos. Cada tuit se acompaña y se sufre como uno de esos antiguos partidos futbolísticos de la Albirroja.

Hasta hace poco menos de un mes, Mazzoleni era considerado uno de los grises burócratas que integran el Gabinete del presidente Mario Abdo Benítez. Las críticas de los gremios de trabajadores de blanco lo señalaban como uno de los deficientes gestores de una desastrosa política sanitaria, arrastrada durante décadas por sucesivos gobiernos (principalmente colorados), con manejos de corrupción e instrumentalización partidaria, que ha dejado hospitales públicos desabastecidos y en ruinas, con infraestructura y recursos siempre insuficientes ante las filas de pacientes desesperados por recibir atención.

Pero llegó la pandemia del coronavirus y el mundo se dio vuelta. Los hábitos de nuestra vida cotidiana se disolvieron en la nostalgia y nos vimos obligados a abandonar casi todo para asumir esta prolongada prisión domiciliaria, cual náufragos digitales, con la ilusión de que el microscópico monstruo no nos alcance. En este contexto, la figura del hierático ministro de Salud se nos reveló inesperadamente como el necesario conductor de una verdadera cruzada por la supervivencia.

Más técnico que político, impertérrito en sus apariciones públicas, prudente en sus consideraciones, fríamente amable en su relación con la prensa y la ciudadanía, claro y firme en sus respuestas, con un look que combina al detective Kojak con el profesor Xavier de los X-Men, Mazzoleni supo ocupar un rol clave ante la crisis global, ganándose la confianza y el respeto de gran parte de la población. Aunque hay quienes sostienen que las audaces medidas adoptadas por el Gobierno fueron sugeridas por otros integrantes de su equipo, como el joven epidemiólogo Guillermo Sequera, director de Vigilancia de la Salud, no le quita mérito al ministro ni al presidente de la República haberles hecho caso y haber asumido el gran costo político y económico.

Existen muchas cosas cuestionables en este proceso: los abusos de los policías del Grupo Lince contra infractores pobres de la cuarentena, pero condescendientes con los infractores pudientes; los exabruptos autoritarios del ministro del Interior; el egoísmo miserable de la mayoría de los legisladores y políticos para intentar retener sus privilegios; la actitud inescrupulosa de empresarios y comerciantes al aumentar precios de alimentos y artículos de primera necesidad; la inconciencia de un sector de la población en exponerse al contagio y por sobre todo la cruda realidad de pobreza que se acrecienta con el paro sanitario. En contrapartida son admirables los muchos gestos de solidaridad, la actitud vigilante de la ciudadanía, las protestas que lograron –por ejemplo– obligar al Gobierno a aumentar al doble el monto del subsidio alimentario. Falta mucho más, pero es bueno ver que vamos construyendo otras formas de movilización ciudadana y expresión política en tiempos de coronavirus.

Y ahora les dejo. Empieza mi vigilia para esperar el siguiente tuit de Mazzoleni.

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Publicado en la columna Al otro lado del silencio, sección Opinión, del diario Última Hora de Asunción, Paraguay. Edición del sábado 28 de marzo de 2020.


sábado, 21 de marzo de 2020

Crónica desde el borde del Apocalipsis





Andrés Colmán Gutiérrez- @andrescolman

Algo parecido solo lo habíamos visto en imaginativas películas y series de televisión: Contagio, La Jetée, Virus, 12 Monos, The Hot Zone, Epidemia, Ceguera, A ciegas, Soy Leyenda o la camada del Apocalipsis zombie, principalmente The Walking Dead. Hasta que un día cerraron las salas de cine del mundo y los habitantes del planeta nos encontramos inmersos en una de esas apocalípticas tramas, sufriéndola en carne propia. La realidad copia a la ficción y encima nos toca un guionista despiadado.

Hoy tres gotitas de mocos en el aire son capaces de hacer temblar al mundo y doblegar a las más grandes potencias. En el desgarrado corazón de Sudamérica, antes que otros vecinos, nos vimos obligados a retomar la épica del Supremo doctor Francia: cerrar nuestras fronteras y aislarnos “sobre el núcleo de nuestra propia fuerza” para intentar sobrevivir.

La pandemia del Covid-19 llegó para enseñarnos cuánto vivíamos equivocados. Ya no son solamente los pobres e indigentes los apestados -como muchos habían creído ideológicamente-, sino también jefes de Estado, estrellas de cine, empresarios millonarios. El virus iguala a ricos y pobres, a cerristas y olimpistas, a ateos y creyentes, a católicos y musulmanes. El contagio llega por igual para naciones ultradesarrolladas como para países tercermundistas. Los muros con alambradas y los misiles no pueden detenerlo. Quizás solamente una red invisible pero constante de solidaridad y de fortaleza social comunitaria.

Al contrario de lo que el sistema dominante sostenía, hoy descubrimos que la ciencia es más importante que la economía. Un médico o una enfermera se han vuelto más necesarios que un futbolista o una celebridad de la farándula. Un hospital es más valioso y urgente que un shopping, un estadio o una autopista. Las cosas materiales que antes considerábamos fundamentales para construir nuestra comodidad han perdido su sentido de prioridad. Ahora lo primero es la vida. Mantenerse vivos. Sobrevivir, aunque tengamos que dejar que tantas otras cosas se disuelvan en la nada.

Recluidos a la fuerza en nuestros hogares como náufragos en medio del océano urbano o en islas de soledad, apreciamos el valor de la intimidad familiar o personal, la posibilidad de reflexionar. Nos convertimos en filósofos existencialistas. En medio de esta prisión casera descubrimos la necesidad de estar juntos, aun distanciados.

Internet, los teléfonos celulares y los medios de comunicación se nos han vuelto vitales herramientas para no caer en la desesperación. Entendemos el valor del arte como bálsamo para el espíritu. Asistimos a conciertos en línea y películas por streaming, nos abrazamos con el alma por teleconferencia.

Estamos con miedo. Reconocerlo no es cobardía. Hasta las iglesias y los templos han cerrado sus puertas, la fe, la oración y las creencias resultan muy válidas, pero no son suficientes. No existe un lugar seguro. No hay un búnker antinuclear que nos proteja. Lo único que nos puede salvar es la solidaridad, cuidarnos unos a otros, obedecer las reglas sanitarias, no discriminar a quienes padecen el contagio, acompañar críticamente y respaldar el trabajo de las autoridades, #QuedateEnCasa, #EpytaNdeRógape, sentirnos distanciados físicamente pero muy cerca en el corazón.

Aceptamos que la pandemia exige recortar libertades y derechos, pero no renunciamos a vigilar y exigir que todo se haga con valores de la democracia, con honestidad y transparencia. Nos queda aprender de esta emergencia global a ser más higiénicos, más respetuosos del medioambiente, cuidadores de nuestra madre tierra, más justos y solidarios. El futuro es incierto, pero no deja de ser esperanzador mientras mantengamos abiertos el corazón y la mente. Otro mundo será posible después del Apocalipsis. Si no lo podemos construir nosotros, lo harán quienes queden vivos: Nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros nietos. Hagamos lo mejor que podamos mientras estemos vivos.

Que ese sea nuestro legado.

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Publicado en la columna Al otro lado del silencio, sección Opinión, del diario Última Hora de Asunción, Paraguay. Edición del sábado 21 de marzo de 2020.


jueves, 19 de marzo de 2020

Covid-19: Es tiempo de lavarnos las manos y el alma




Andrés Colmán Gutiérrez – @andrescolman

Podríamos quedarnos con las injustificables imágenes de los pobladores de diversos barrios de Asunción y otras ciudades que reclaman por largos días sin agua potable. ¿Cómo se entiende que el Ministerio de Salud exija lavarse las manos a cada rato para no contagiarse con el coronavirus, pero la Essap niegue el líquido vital? ¿O que la urgente solución a este drama no sea una prioridad para el Gobierno?

Podríamos quedarnos con las patéticas escenas de gente peleando a bordo de un ómnibus del transporte público, por la tensión entre la nueva disposición de que no suban pasajeros apretujados como en latas de sardina (como tendría que haber sido siempre) y el reclamo de quienes necesitan viajar “como sea” para llegar a sus lugares de trabajo y poder ganar el sustento diario.
Podríamos quedarnos con el lamentable cuadro de los comerciantes y dueños de farmacias que buscan lucrar con el miedo de la gente, alzando de manera abusiva los precios de los artículos más requeridos: Alcohol en gel, tapabocas, medicamentos, ante la inutilidad de los organismos encargados de proteger al consumidor.

Podríamos reiterar el conocido informe sobre un sistema de salud precario y colapsado en tiempos “normales” y en la apocalíptica suposición de lo que puede llegar a ocurrir si el Covid-19 se llega a expandir de manera incontrolada.

Sí, podríamos quedarnos con todo eso y mucho más... pero por esta vez propongo poner el foco en otros detalles, superar las teorías conspirativas y el hábito de ver solamente el lado oscuro de la luna, para rescatar algunas imágenes luminosas, aun ante el negro cuadro de la pandemia y las drásticas restricciones impuestas por las autoridades.

La vecina del barrio Sajonia, de Asunción, que instaló una mesita con una gran botella de alcohol en gel y toallas de papel en su vereda, a disposición de quienes pasen por el lugar. El supermercado de Ypacaraí que montó una cabina para el lavado de manos en la entrada del local, invitando a todos sus clientes a higienizarse antes de ingresar. Los empresarios que decidieron cerrar por catorce días sus locales y dar vacaciones a sus empleados, manteniendo sus salarios, aun sabiendo que van a perder mucho dinero. El intendente de Ciudad del Este que destinó lo recaudado en la Terminal de Ómnibus para construir un nuevo pabellón en el hospital regional, destinado exclusivamente a pacientes con coronavirus.

Son pequeñas y grandes acciones que denotan un espíritu de colaboración, de sacrificio y de solidaridad en un momento más que difícil. No es fácil cambiar pautas culturales de la noche a la mañana, pero la alarma está logrando que mucha gente valore el hábito de la higiene como un modo de proteger la salud personal y comunitaria. Y así como hubo cuestionables carreras consumistas en los supermercados y mucha información falsa corriendo en los teléfonos celulares, también empezaron a surgir maneras creativas de sentirse más juntos: Cadenas de oración a través de grupos de WhatsApp, conciertos musicales y propuestas artísticas que se pasan unos a otros por redes sociales en internet, platos de comida sobre las murallas, saludos y abrazos a distancia.

Las grandes crisis, las catástrofes, las situaciones límites, suelen sacar lo peor pero también lo mejor del ser humano. El forzado periodo de cuarentena nos traerá –además de situaciones de dolor y de pérdidas–, graves consecuencias económicas, pero también la oportunidad de aprender muchas cosas esenciales, como entender porqué necesitamos un mejor sistema de salud.

Ya tendremos la ocasión de seguir bajándole la caña a nuestras autoridades y reclamar justicia ante tantas arbitrariedades. Mientras, aprendamos a vivenciar los últimos versos de Jorge Drexler: “La paranoia y el miedo/ no son ni serán el modo/ de esta saldremos juntos/ poniendo codo con codo”.
Es tiempo de lavarnos las manos y el alma.

domingo, 1 de marzo de 2020

Amoite Cerro Corápe…






A 150 años, la muerte de López todavía conmociona al Paraguay

Andrés Colmán Gutiérrez  - @andrescolman
Fotos: Andrés Catalán
DESDE CERRO CORÁ, AMAMBAY


El Aquidabán Nigui es apenas un delgado hilo de agua que se desliza entre pedregullos y matorrales. Un arroyo tan pequeño, todavía limpio y transparente, que en su rumoroso fluir puede relatar sin embargo una historia tan inmensa, tan trágica y gloriosa a la vez, para quien sea capaz de comprender su hídrico lenguaje.
Así lo confirma la canción Cerro Corá del recordado poeta guaraní Félix Fernández y del gran músico Herminio Giménez:

“Osyry pe Aquidabán
culantrillomi apytépe
iñe’ême omombe’u
ñanderu omano hague”.

(Corre el Aquidabán
entre las hierbas de culantrillo
y en su lenguaje cuenta
que ha muerto nuestro padre).

–Fue aquí, en este mismo lugar, en donde mataron al mariscal López– dice Perla Vázquez, jefa del Parque Nacional Cerro Corá, señalando un punto entre los matorrales, a orillas del arroyito.
En el lugar señalado hay un monolito de piedra que envuelve a un busto de metal del mariscal Francisco Solano López, el presidente y jefe del Ejército paraguayo que resistió durante más de cinco años, desde 1864 hasta aquel 1 de marzo de 1870, a las tropas aliadas de Brasil, Argentina y Uruguay, en una de las guerras más cruentas y desiguales de la historia latinoamericana.
Fue aquí, hace exactamente 150 años, en donde la Guerra Guasu llegó a su fin.

La tumba del Mariscal López y su hijo Panchito, en el Parque Nacional Cerro Corá.

EL CERCO FINAL.
Son pocos los testimonios de primeras fuentes acerca de cómo fue la muerte de López en Cerro Corá, aquel 1 de marzo de 1870 y no siempre coinciden.
El sacerdote Fidel Maíz, que acompañó a López en gran parte de la contienda, narra en sus memorias que López y su ejército llegaron al valle rodeado de cerros el 8 de febrero de 1870 “apenas con algo más de 400 hombres, reducidos a la más postración, sin ropas ni víveres, sin más esperanza que sucumbir bajo la presión del hambre y de miserias increíbles”.
El ejército brasileño, al mando del general José Antonio Correa da Cámara, se había desplazado a la caza de López, junto a otros jefes militares como Floriano Peixoto, Francisco Antonio Martins, Silva Tavares y Silva Paranhos.
López instaló fuerzas para intentar contener el avance, pero los defensores nada pudieron hacer ante la superioridad numérica de los atacantes.
El general Isidoro Resquín, uno de los sobrevivientes, relata que “este último y sangriento combate en Cerro Corá duró nada menos que unos quince minutos (...) fue derrotado y vencido por completo el ejército (paraguayo), después de haber luchado cinco años, defendiendo la honra e integridad de su patria”.
En un primer enfrentamiento, el mariscal López, montado sobre su caballo, se enfrentó a golpes de espada con varios atacantes, ocasión en que fue herido de un lanzazo en el vientre por el brasileño Francisco Lacerda, el célebre Chico Diabo. También recibió un hachazo en la sien. Dos de sus oficiales lo cubrieron, para evitar que sea ultimado en ese lugar.

La cruz de los héroes, en un sector central del Parque. Derrama agua como lágrimas a una fuente.

LA MUERTE DE LÓPEZ.
El coronel Silvestre Aveiro, otro de los que acompañaron al mariscal López en ese momento final, cuenta que él le pidió que lo siga para salvarlo.
Se internaron a caballo en la espesura, hasta que ambos cayeron. Siguieron a pie, ayudándose, hasta orillas del Aquidabán Nigui. Se les unió el soldado Ignacio Ibarra. Fue allí donde fueron alcanzados por los brasileños. Apareció el general Cámara, quien según versiones le intimó a López a rendirse.
Relata el general Isidoro Resquín: “Al oír el mariscal López proferir semejantes palabras, les contestó con toda la energía de un valiente que no se rendía y que estaba dispuesto a sacrificar todo por su querida patria. Inmediatamente (...) recibió con heroísmo las balas de la fuerza de Brasil, con lo que entregó su vida al Creador”.
El coronel Silvestre Aveiro relata que Cámara intercambió algunas palabras con López, pero solo alcanzó a escuchar la palabra patria. “Después en Río de Janeiro se publicó y supe que cuando fue a intimarle rendición el general Cámara, había dicho López: ‘¿Me garante lo que le pido?’ Y con la repuesta de que no podía garantizarle más que la vida, había dicho: ‘¡Entonces muero con mi patria!’, levantando su espadín”.
Hasta ahora, 150 años después, se sigue discutiendo si López realmente pronunció la frase “muero con mi patria” o “muero por mi patria”.

Reliquias en el museo de entrada al Parque Cerro Corá.

MEJORAS EN EL PARQUE.
El lugar en donde el mariscal López fue ultimado, ocasión en que se puso fin a la Guerra Guasu, es hoy un Parque Nacional de 5.538 hectáreas, administrado por el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades).
El Parque fue creado por decreto del dictador Alfredo Stroessner en 1976. Está ubicado en el Departamento de Amambay, en el Noreste del Paraguay, a 494 kilómetros de Asunción y a 40 kilómetros de la ciudad de Pedro Juan Caballero, junto a la frontera con el Brasil.
Un equipo de cinco guardaparques, dirigidos por una mujer, Perla Vázquez, se encarga del manejo y del control del espacio histórico y ambiental. Perla es pilarense y ocupa el cargo desde hace dos años. Es la primera mujer que dirige un parque nacional, rompiendo un esquema que hasta entonces había sido manejado solo por hombres. “Es una gran responsabilidad dirigir un espacio tan valioso, con tanta significación en la historia nacional. Recibimos muchos visitantes, durante el 2019 llegaron 16.750 personas, incluyendo a muchos turistas brasileños, argentinos y uruguayos, personas que son de países que pelearon contra el Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza, pero que sin embargo se declaran admiradores del mariscal López y muy a favor de la causa del Paraguay”, explica.
Ella relata que suele ver cómo muchos visitantes se emocionan y derraman lágrimas al llegar al lugar en donde López fue muerto por los soldados brasileños. “Es impresionante cómo la gente se sigue conmoviendo con esta historia, aunque haya transcurrido un siglo y medio”, apunta.
El Parque Cerro Corá, cuya infraestructura suele quedar olvidada durante gran parte del año, ha recibido un fuerte espaldarazo en obras de mejoramiento en la semana previa al 1 de marzo.
Cuando visitamos el lugar, varias cuadrillas de obreros trabajaban contra reloj, incluso con turnos nocturnos, para poder acabar a tiempo la reconstrucción de un sistema de pasarelas de metal, denominado Paseo de los Héroes, que conduce al sitio donde mataron a López, como a la simbólica tumba que le rinde homenaje a él y a su hijo Panchito, el coronel Juan Francisco López Lynch, asesinado a pocos metros de donde murió su padre, cuando solo tenía 15 años de edad. Además, se restauró el sistema hidráulico que arroja agua desde la gran cruz en el centro del parque y se dotaron rampas inclusivas al monumento principal, en donde se llevará a cabo el acto de evocación por los 150 años.

Visitantes en Cerro Corá, el mayor Hugo Ojeda y su familia,

EL MARISCAL EN LA MEMORIA.
A 150 años de su muerte, Francisco Solano López sigue provocando pasiones, dividiendo a sectores del Paraguay, como a los propios historiadores, en “Lopistas” y “antilopistas”, entre quienes lo consideran “héroe máximo” como a quienes lo llaman “tirano” y el principal responsable de una guerra que diezmó al Paraguay.
El historiador Hérib Caballero Campos declaró al periódico británico The Guardian que ningún otro país latinoamericano ha pasado por lo que pasó el Paraguay con la Guerra de la Triple Alianza. “Es por eso que (la Guerra) ha dejado una marca tan fuerte en la conciencia colectiva paraguaya”, indicó.
La figura de Francisco Solano López, declarado oficialmente como “Héroe Nacional sin Ejemplar” por el Gobierno del general Rafael Franco, en 1936, que decretó el 1 de marzo como el Día de los Héroes, ha sido reivindicado por gobiernos de grandes estadistas demócratas como el liberal Eligio Ayala, por dictaduras de derecha como la del general Alfredo Stroessner, mientras en las antípodas ideológicas, el entonces clandestino Partido Comunista Paraguayo mantenía un grupo de guerrilla que combatía a Stroessner con el nombre de Columna Mariscal López, bajo el mando del legendario comandante Agapito Valiente. También el actual grupo armado criminal denominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) adopta como símbolo al Mariscal López.
“El Lopismo es una construcción ideológica estructurada en los años 20, como forma local del nacionalismo. Como muchos nacionalismos, porta contenidos fuertemente antidemocráticos y militaristas, defendidos primero por los colorados, asumidos desde la década del 30 por el partido comunista paraguayo y por la derecha nacionalista liberal” ha señalado la historiadora Milda Rivarola, una de las investigadoras con posturas críticas ante la figura del mariscal.
Desde otro ámbito, el político e historiador uruguayo Vivia Trías, ha señalado que “los López demostraron que era posible y viable un modelo de desarrollo liberador de nuestras patrias. Probaron el acierto de Moreno y Artigas. Para que su experiencia fracasara hubo que aniquilarla con una guerra implacable y abrumadora. Pero la propia guerra demostró cuán difíciles, arduos e inciertos son el desarrollo y la liberación sin la unidad continental; en especial para las naciones pequeñas. La idea vive y es más necesaria que nunca. Hoy hay que unir patrias y no provincias. El problema es distinto, pero la solución es la misma: Unidad y liberación. Es un largo y dramático proceso, plagado de esperanzas y desengaños, de sombras y de luces. Entre las últimas, pocas tan deslumbrantes y alentadoras como el Paraguay de los López”.

La lista de los principales oficiales caídos en Cerro Corá. Monumento en el lugar.
CERRO CORÁ, A 150 AÑOS.
El mayor de Caballería Hugo Ojeda es uno de los visitantes a quien encontramos en Cerro Corá. Aprovechando días libres, él ha llegado desde Pilar con su esposa y su hija para conocer por primera vez el sitio donde murió el mariscal.
“Como paraguayo y como militar, admiro la manera en que defendió la soberanía territorial de nuestro país, el principio de nuestra independencia. Se puede hacer muchas críticas, pero tenía valores que pocos gobernantes tuvieron después”, señala.
Detrás de él y sus familiares encontramos a un grupo de visitantes brasileños. “A nosotros, en el Brasil, nos enseñan en la escuela que la Guerra del Paraguay fue para liberar al país de un tirano, pero creo que esa no es la verdad. Leí a otros autores que muestran que Solano López fue un héroe. Por eso venimos a conocer el lugar donde murió”, relata Moacir Ferreira, comerciante de Corumbá, Mato Grosso do Sul.
Tanto el militar paraguayo como el comerciante brasileño han coincidido aquí, 150 años después. Ambos se mantienen en silencio mirando al busto de metal de aquel hombre odiado o admirado, dejando que el rumor de las aguas del Aquidabán Nigui les cuente su propia historia.

Perla Vázquez, jefa encargada del Parque Nacional Cerro Corá, con su equipo de guardaparques.

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(Crónica publicada en la edición impresa del diario Última Hora de Asunción, sección Política, edición del domingo 1 de marzo de 2020).

Fantasmas en la ciudad




Andrés Colmán Gutiérrez – @andrescolman

Están allí pero no los vemos o fingimos que no existen, como si no tuvieran rostros o se hubieran vueltos incorpóreos, igual que el personaje de la novela Garabombo el invisible, del escritor peruano Manuel Scorza. Otro escritor, el uruguayo Eduardo Galeano, los denomina Los Nadies, “los hijos de nadie, los dueños de nada... que valen menos que la bala que los mata”. En alguna rebelde canción, Manu Chao les da otro nombre: Fantasmas en la ciudad.

Lorenzo era uno de esos muchos Nadies. 
Indígena del pueblo Mbya Guaraní, recorría las calles de Asunción pidiendo limosnas, recogiendo cosas de la basura para sobrevivir. Cuando podía inhalaba cola de zapatero para engañar al hambre. Dormía en donde encontraba lugar. Fue así como esa madrugada del lunes 16 de diciembre de 2019 se acostó en el banco de una parada de bus sobre la calle Jejuí casi Montevideo, sin sospechar que el odio y la muerte andaban al acecho.
Las grabaciones de una cámara de vigilancia muestran al lujoso auto sin chapas pasar por el lugar a las 2.10 de la madrugada, detenerse, volver a circular para regresar una segunda y tercera vez. Entonces se ven los fogonazos desde el interior, certeros disparos que acabaron con la vida del indígena, cuya identidad no pudo ser determinada durante varios días, porque no tenía cédula y sus huellas digitales no figuraban en el sistema. 
Era un perfecto Nadie.
Si no fuera por la indignada presión de un reducido sector de la sociedad, no hubiera existido el esfuerzo policial para averiguar que el indígena asesinado se llamaba Lorenzo Silva Arce y había llegado desde una comunidad de Tacuatí, San Pedro. 
A más de dos meses, ni la Policía ni la Fiscalía han podido determinar quién fue el asesino ni cuál fue el móvil, aunque se maneja la hipótesis principal de que fue un crimen de odio. “Combata la pobreza: Mate a un indigente”, como pregonaba algún grafiti en la pared.
Todo hubiera quedado en el olvido y el opa rei, como acaban casi siempre los asesinatos de los Nadies, si no fuera por un grupo de personas, principalmente profesionales católicos, comunicadores, artistas e indigenistas, que decidieron juntarse cada lunes en el lugar en que lo mataron para recordarlo con canciones y oraciones, junto a reclamos de justicia. Como él no tenía familia conocida, crearon una comunidad en Facebook que se llama “Colectivo Somos la Familia de Lorenzo”.
La trágica historia de Lorenzo ha vuelto a repetirse muchas veces, de otras maneras. El caso más terrible es el de una niña indígena de 12 años, cuyos restos fueron hallados este martes 25 de febrero, dentro de una mochila, en posición fetal, con las manos atadas, en un baldío cerca de la Terminal de Ómnibus de Asunción. Ella fue presumiblemente víctima de abuso sexual y maltrato hasta morir. Fue identificada como Francisca Araujo, de pueblo Mbya Guaraní, una de las tantas y tantos Nadies que recorren las calles pidiendo monedas en los semáforos, expuestos a todo tipo de atropellos. Una más de los muchos fantasmas en la ciudad.
Podríamos cerrar esta columna con un justificado tono de trágico lamento y de indignada denuncia ante estas y otras numerosas situaciones que nos muestran a una sociedad podrida y deshumanizada, con personas que abusan y asesinan sin piedad y con impunidad a los más débiles, ante un sistema de Justicia que no está ni ahí, pero prefiero rescatar la otra cara: La de ese grupo de personas que se juntan los lunes a rezar y cantar en el mismo lugar donde mataron a Lorenzo, o la de quienes salieron a marchar pidiendo Justicia para la niña Francisca, las que alzan su voz y no dejan de actuar ante cada uno de estos crímenes horrendos.
Son estos ciudadanos y ciudadanas las que nos permiten seguir creyendo que otro Paraguay es posible. Los que le ponen nombres a los Nadies, los que hacen visibles a los invisibles, los que les dan rostros concretos y humanos a los fantasmas de la ciudad. Son quienes nos sostienen en la mejor esperanza.

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Publicado en la sección Opinión del diario Última Hora, columna “Al otro lado del silencio”, edición del sábado 29 de febrero de 2020.
La foto es del Colectivo Somos la Familia de Lorenzo.