Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
En las puertas del Apocalypse Now, cuando parecía que el mismo infierno se había desatado sobre la tierra, cuando los bomberos se sentían rebasados ante las murallas de fuego… ellos y ellas aparecieron.
Hombres y mujeres en su mayoría jóvenes, gente de barrio, pobladores emergiendo de la cuarentena. Traían en sus manos o sobre sus hombros algunos rústicos baldes de plástico con agua, recipientes reciclados que alguna vez fueron envases de pintura o de aceite, botellones, jarras, palanganas… Hormigas humanas movilizándose ante las exhalaciones de un gigantesco dragón, formando cadenas incansables para arrojar chorros sobre las hogueras ardientes.
¿Qué podrían hacer con tan precario y primitivo sistema, ante la apocalíptica dimensión del desastre? La efectividad no estaba quizás en los resultados tangibles, que fueron muchos e importantes, sino en el mensaje que brindaban: Ante la inercia y la manifiesta inutilidad gubernamental, surgía una impresionante respuesta de solidaridad ciudadana y de heroísmo cívico.
Aparecieron en los incendios de Areguá, pero se extendieron por diversos puntos del país. Gente haciendo colectas para acercar alimentos y equipos a los bomberos. Gente ofreciendo sus casas a los voluntarios y el agua de sus piscinas para recargar los camiones tanques.
Podría quedarme con las imágenes del dantesco infierno que sufrimos esta semana, con un calor por encima de los 40 grados, cercados por las llamas y el humo tóxico, con cortes de energía eléctrica y de agua corriente de las inoperantes empresas estatales, con la vigente amenaza del Covid-19 y el dengue, con la crisis económica y el sistema de salud al borde del colapso, mientras legisladores, jueces, fiscales y políticos corruptos seguían celebrando el carnaval de la impunidad.
Podría reiterar las críticas tantas veces repetidas y avaladas en pruebas científicas de que la tétrica imagen de un Paraguay en llamas con casi 15.000 focos de incendios solo en esta semana y todo el desastre climático no ocurren por capricho de la naturaleza, sino que son la directa consecuencia de un modelo de supuesto desarrollo agroganadero que privilegia el lucro y destruye el ecosistema, algo que definitivamente no nos gusta, pero no por eso vamos a buscar otro planeta. No, señor Zavala, este es nuestro país y este es nuestro planeta. Quienes los amamos lo vamos a seguir defendiendo y buscando proteger.
Podría poner el acento en seguir denunciando lo que ya tantas veces hemos denunciado… pero hoy prefiero detenerme a reivindicar a estos héroes y a estas heroínas del balde de plástico, que nos han dado un fresco aliento de esperanza entre tanta sofocante y ardiente pesadilla.
Hace años me contaron la conmovedora historia del colibrí. Ante un gran incendio, mientras los demás animales huían en desbandada, el ave pequeña volaba al río más próximo, cargaba agua en su pico y en sus plumas y retornaba a dejar caer las gotas sobre el bosque en llamas. Al ver aquel esfuerzo aparentemente inútil, un león le preguntó qué estaba haciendo, en lugar de ponerse a salvo. El colibrí respondió: “Yo solo hago mi parte. Si todos hiciéramos lo mismo, hace rato hubiéramos apagado el incendio”.
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(Publicado originalmente en la columna Al otro lado del silencio, sección opinión del diario Última Hora, domingo 4 de octubre de 2020).
(Las conmovedoras imágenes que acompañan este texto son de Agustín Martínez, que supo estar allí y dar testimonio con sus fotografías. Lo pueden conocer mejor en este reportaje y
seguirlo en su perfil de Facebook ).
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