(Ahora que de nuevo se habla de la crisis
del idioma guaraní, a raíz de los datos preliminares del censo, que revelan que
hay un 10% menos de guaraní hablantes con respecto al censo anterior, rescato
este artículo publicado en ÚH hace ya varios años, que en su momento provocó un
buen nivel de polémica e hizo que muchos estudiantes secundarios lleguen hasta
el diario a buscar una copia, porque entonces no existía todavía la edición
digital. De alguna manera, lo que plantea el texto sigue plenamente vigente...)
Siempre
me divierte escuchar a los "guaraniólogos" o locutores ñembo expertos
en guaraní informar en sus programas de radio y televisión qué hora es:
—Ko'ágã ha'e poteî aravo ha poapy aravo'i.
Suena
muy lindo, ¿verdad?
Muy
dulce. Muy exótico. Muy folclórico. Muy nacionalista.
Pero...
¿se entiende?
Estoy
seguro de que, aparte de los "guaraniólogos" ñembo expertos, son
pocos los que han de darse por enterados enseguida de que poteî aravo ha poapy
aravo'i quiere decir, en realidad, que son las seis y ocho minutos.
Pero,
claro... ellos están hablando en el guaraní puro teete. ¿Qué importa si la
gente no entiende?
Hagamos
una prueba muy sencilla.
Vayamos
al rincón más alejado de la campiña y encaremos al campesino más campesino de
este Paraguay profundo y preguntémosle en su cotidiano guaraní:
—¿Mba'e hora piko re guereko?
¿Ustedes creen que el tipo va a mirar su reloj
y nos va a contestar:
-Ko'ágã
ha'e poteî aravo ha poapy aravo'i?
Lo dudo mucho.
Lo más probable es que el tipo nos salga con
un sencillo y tajante:
—La
séi y ocho.
(En
realidad, si de verdad queremos ser puristas, lo correcto sería preguntar:
¿Mba'e aravo re guereko?, pero lo más probable es que el tipo nos mire con cara
de despistado total.)
Todo
esto viene a colación del interesante comentario que se originó esta semana,
durante el lanzamiento del libro Ñe'êpoty apesã, de Lino Trinidad Sanabria,
cuando en una situación bastante inusual, y no menos pintoresca, el presentador
oficial del libro, Tadeo Zarratea, se dispuso a bajarle la caña al autor al
cual estaba presentando, y por añadidura a todos los "puristas" del
guaraní.
Si me
permiten, quisiera reproducir parte de lo dicho por Zarratea: "Jajehejána
aipo purésa jehekágui. Upévako ndaipóri mba'eveichagua ñe'ême. Anivémana jaiko
ñaporombo'e aipo guarani akadémiko rérape pe ñe'ê artifisial mba'eveichagua ava
oñe'ê'ÿva ha oikuaa'ÿva (Dejémonos de buscar lo que se da en llamar pureza, que
no existe en ningún idioma. No enseñemos más en nombre del llamado guaraní
académico una lengua artificial que ninguna persona habla ni entiende)".
Dicho
por el autor de Kalaíto Pombero —la primera (y estupenda) novela escrita íntegramente
en guaraní—, esta declaración tiene el efecto de un misil tierra-aire y plantea
un debate necesario y urgente sobre lo que de veras queremos hacer con nuestro
idioma nativo, ya que está más que comprobado que la manera en que se enseña en
escuelas y colegios, y en los famosos institutos o academias de lengua guaraní,
tiene muy poco que ver con el uso cotidiano que le da la gente.
El
guaraní convive con el idioma español desde que el conquistador Alejo García
puso sus pies en esta comarca, hace cinco siglos. Hay quienes sostienen que
nuestro bilingüismo o diglosia (lenguas que compiten entre sí), constituye un
factor que nos aísla y retrasa a los paraguayos en el contexto internacional.
Otros dicen que es nuestro elemento de resistencia cultural más fuerte, lo que
más nos define y nos identifica como pueblo.
El
guaraní que hablamos hoy ya no es —ya no puede ser— igual al que hablaba el
cacique Kara-Kara en la época de Juan de Ayolas. Hoy está mezclado no solo con
el español, sino también con el portugués, el japonés, el coreano, el alemán
menonita y hasta el inglés.
Sonará
como una herejía para los guaraniólogos fanáticos de la palabra
"aravo", pero en Canindeyú los mitã'i dicen: -¡Nde karai, o ye furá la nde
penéu!.
Y en
los colegios de la Capital hoy es normal oír a los péndex exclamar: ¡Jarýi, man! o ¡Ere eréa, baby...!
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