Es solo
un trozo de tela de tres colores, pero hay quienes dieron la vida por ella. Los
símbolos de sus escudos ni siquiera son propios de nuestra cultura, historia o
geografía -un león africano, un gorro frigio francés, un olivo ibérico mediterráneo,
una palma caribeña…-, pero hubo legiones de paraguayos y paraguayas que
marcharon a la batalla bajo sus pliegues y que murieron abrazados a todo lo que
ella significa.
No me
conmueve tanto verla ondeando en los burocráticos edificios de los grises
Ministerios, ni en los cenáculos del poder, como sí en los esqueléticos mástiles
de las remotas escuelitas rurales, o pintada en el rostro de los jóvenes que
luchan por sus ideales, o erguida contra el viento en las movilizaciones
populares obreras y campesinas, o desplegada en brazos de la pasión de
muchedumbres en los estadios de fútbol. Me queda grabada para siempre una
bandera tricolor ondeando solitaria en la madrugada de marzo de 1999, después
de la trágica masacre en la plaza.
Hoy es
el Día de la Bandera Paraguaya y hay quienes sienten algún pudor en celebrarla,
quizás por temor a caer en el juego chauvinista de nacionalismos patrioteros, o
por sentir que es el mismo símbolo apropiado y bastardeado por las dictaduras.
Pero ella es también nuestra bandera, la de las utópicas resistencias
ciudadanas, la que también encarna al mejor Paraguay posible que cabe en
nuestros sueños individuales y colectivos, la que nos une en un mismo ideal de
Patria, por encima de todas nuestras diferencias.
¡Salud,
heroica bandera guaraní…!
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