El 17 de setiembre de 1980, un comando guerrillero del ERP asesinó
en las calles de Asunción al ex dictador nicaraguense Anastasio Somoza Debayle.
Fue un ataque sorpresivo, que derribó para siempre el mito de que la dictadura
stronista era poderosa e inexpugnable. Esta es la crónica de aquel histórico
atentado.
#CrónicasDeLaMemoria
#CrónicasDeLaMemoria
Por Andrés Colmán
Gutiérrez
@andrescolman
El lanzacohetes no disparó.
El capitán Santiago (Hugo Alfredo Irurzún) había salido al
frente de la vivienda que alquilaban sobre la avenida Generalísimo Franco
(actual España) y la calle América, en Asunción, desde donde divisaba
perfectamente el automóvil Mercedes Benz color blanco, en el que viajaba el ex
dictador nicaragüense Anastasio "Tachito" Somoza Debayle, y que en
ese momento se había detenido, luego de que el Jeep Cherokee, conducido por el
guerrillero Armando, le cerrara el paso.
Siguiendo el plan original, Santiago había levantado sobre
su hombro derecho el lanzacohetes RPG-2, de fabricación china, apuntado hacia
el automóvil y oprimido el gatillo, esperando el impacto de la explosión, pero
el arma no disparó.
Ramón (Enrique Gorriarán Merlo, el jefe del operativo) vio
que los policías que llegaban detrás, en otro auto, se disponían a reaccionar y
pensó que todo el plan podía fracasar en los siguientes minutos.
Entonces tomó posición con su fusil de asalto M-19 y vació
todo el cargador, que contenía 30 proyectiles, contra el parabrisas delantero,
mientras se repetía a sí mismo: "Ojalá que el auto no sea blindado".
No. El auto no era blindado. Los balazos penetraron el
parabrisas delantero y parte del fuselaje, alcanzando primero al chofer César
Gallardo (nicaragüense) como a quienes iban en los asientos traseros, Somoza y
su asesor financiero, Jou Baittiner (estadounidense).
Ramón se acercó a pocos metros del auto para disparar su
última ráfaga y luego, al ver que Santiago había recargado el lanzacohetes y
estaba listo para disparar, corrió en su dirección y le hizo señas para que
proceda.
Esta vez, el lanzacohetes funcionó perfectamente y el
potente proyectil dio de lleno en el auto Mercedes Benz, volándolo por los
aires.
"La explosión fue impresionante. Pudimos ver el auto
totalmente destrozado y la custodia escondida detrás de un murito de la casa de
al lado. Ya no tiraban más", recordaría luego el propio Gorriarán Merlo en
una entrevista televisiva.
Eran las 9.55 de la mañana del miércoles 17 de setiembre de
1980 y la potente explosión del lanzacohetes no solamente acababa de terminar
con la vida de "Tachito" Somoza, sino también acababa de darle un
duro golpe a la propia dictadura del general Alfredo Stroessner, abriendo una
profunda grieta en su férreo muro de vigilancia sobre una sociedad sometida y
derribando para siempre el mito de que el régimen era una fortaleza
inexpugnable.
La
"hospitalidad" paraguaya
Tras haber sido derrocado por la revolución del Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en julio de 1979, luego de una
sucesión de dictaduras militares que había empezado su propio padre, Anastasio
Somoza García, a finales de los años 30 del Siglo XX, Tachito Somoza tuvo que
peregrinar por Estados Unidos, las Bahamas y Panamá, hasta lograr que un
gobierno amigo le conceda asilo político.
Acusado de varios crímenes de lesa humanidad y de haberse
enriquecido ilegalmente en el poder, Somoza llegó al Paraguay el 19 de agosto
de 1979, acompañado de un grupo de familiares y colaboradores cercanos,
incluyendo a su amante, Dinorah Sampson.
El entonces ministro del interior de la dictadura stronista,
Sabino Augusto Montanaro, expuso en una conferencia de prensa que Somoza era
recibido en el Paraguay en carácter de "residente temporal" y no como
exiliado político.
"El Paraguay, siempre fiel a su tradición de
hospitalidad, que se ha puesto de manifiesto en distintas épocas, recibirá al
general Somoza en calidad de residente temporal", dijo Montanaro.
En un despacho internacional, la agencia EFE recordó que el
régimen paraguayo se había hecho célebre por dar refugio a criminales internacionales
como el médico nazi Joseph Mengele o el narcotraficante francés Lucien
Darguelles, alias Auguste Joseph Ricord, el jefe de la famosa Conexión Latina.
Somoza residió a su llegada en una mansión alquilada sobre
la avenida Mariscal López, casi San Martín, pero pocos meses después se mudó a
otra más grande, sobre la avenida Generalísimo Franco, donde vivió hasta el día
de su muerte.
Muy pronto, su presencia se hizo habitual en clubes
nocturnos y restaurantes lujosos, donde participaba de fiestas y celebraciones,
relatándose varios incidentes con algunas personalidades del jet-set asunceno.
Se volvió leyenda su enemistad con el empresario Humberto Domínguez Dibb (HDD),
yerno del dictador Alfredo Stroessner y director propietario del diario Hoy,
presuntamente porque Somoza cortejaba a una mujer que también era amante de Domínguez
Dibb.
También empezaron a trascender noticias de que Somoza estaba
realizando operaciones comerciales de compras de tierras y otras inversiones.
Posteriormente, se pudo comprobar que Somoza adquirió 8.000 hectáreas de
tierras destinadas a la reforma agraria en el Chaco.
La "Operación
reptil".
El plan para asesinar a Somoza empezó a gestarse en Managua,
la capital de Nicaragua, durante los primeros meses de gobierno del Frente
Sandinista. Quién lo planteó fue un conocido líder guerrillero argentino,
Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, "El Pelado", quien en los años 70
fue fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y de su brazo
armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), junto a Mario Roberto
Santucho, en su país.
Tras una serie de acciones armadas en la Argentina,
Gorriarán y varios de sus compañeros se unió en 1976 a la lucha del sandinismo
en Nicaragua, donde tuvo destacada actuación, hasta lograr la caída de Somoza.
Según lo relataría luego el propio Gorriarán, el plan para
matar a Somoza surgió a finales de 1979, en el restaurante argentino Los
Gauchos, en Managua, cuando con sus compañeros estaban compartiendo un asado
con cervezas.
—Da rabia pensar que ese criminal está gozando de sus
millones en Paraguay— dijo Armando.
—¡Ah no!, sería una vergüenza histórica permitir que ese
asesino se muera tranquilamente en su cama de tanto beber guaro— agregó otro de
los guerrilleros, según contó Gorriarán a los escritores Claribel Alegría y
D.J. Flakoll.
Así empezó a gestarse la llamada "Operación
reptil", que si bien fue una iniciativa del grupo comando del ERP, contó
con la autorización y la financiación de autoridades del gobierno sandinista,
especialmente del entonces ministro del Interior, comandante Tomás Borge.
"Entrar al Paraguay sin levantar sospechas, hacer el
trabajo sin que te agarren y salir sin dejar huella", era el objetivo del
grupo, que según Gorriarán fue integrado por "cerca de diez" hombres
y mujeres. Solo se ha podido conocer y confirmar la identidad concreta de
Gorriarán, Irurzún, Roberto Sánchez y Claudia Lareu.
Tras un entrenamiento en Colombia, un primer grupo de tres
personas ingresó al Paraguay desde Brasil en marzo de 1980 y sus integrantes perdieron
varias semanas reconociendo el terreno y tratando de detectar el lugar donde
vivía Somoza.
El dato preciso lo pudieron obtener de un modo temerario,
cuando una de las integrantes del grupo abordó un taxi y le pidió al taxista
que la lleve hasta "una peluquería que queda a dos cuadras de donde vive
el general Somoza". Como el taxista tampoco lo sabía, no se le ocurre
mejor recurso que bajarse a preguntar en una comisaría, y así la propia policía
les indica la dirección, sobre la avenida Generalísimo Franco.
Para poder vigilar la casa sin despertar sopechas, el grupo
alquiló un kiosko de venta de revistas y diarios en las esquinas de la actual
avenida España y Santísimo Sacramento. Desde allí, haciéndose pasar como
kioskero, uno de los guerrilleros podía observar las salidas y entradas a la
mansión de Somoza y tratar de establecer su rutina.
"Lo simpático es que varios de los clientes que acudían
a nuestro kiosko a comprar revistas pornográficas eran los propios policías de
Stroessner", apuntaría luego Gorriarán Merlo.
Alquilaron varias casas de seguridad en barrios populares de
Asunción. Una de ellas estaba en el barrio San Vicente, donde guardaban las
armas que lograron ingresar de contrabando desde Argentina, cruzando en
canoa por el río Paraguay, con ayuda de unos contrabandistas, a quienes
hicieron creer que eran simples mercaderías: el lanzacohetes RPG-2, fusiles
M16, ametralladoras Ingram y pistolas automáticas.
Otra iniciativa fue alquilar una casa sobre la avenida
Franco (actual España), por donde habitualmente pasaban Somoza y sus
guardaespaldas, en dirección al centro de la ciudad.
Tras comprobar que había una vivienda ofrecida en alquiler
sobre Franco y América, los guerrilleros se presentaron ante el propietario (el
ingeniero civil Luis Alberto Montero) asegurando que eran representantes del
cantante español Julio Iglesias, quien planeaba pasar un tiempo en Paraguay
para preparar una película y una serie de conciertos, pero que el mismo deseaba
permanecer en el anonimato.
La estrategia funcionó perfectamente.
"¡Blanco...!
¡Blanco...!", fue la señal.
Durante varias semanas de agosto y setiembre, Somoza
desapareció de escena y los miembros del comando guerrillero estuvieron a punto
de abortar el operativo, temiendo ser descubiertos si pasaba más tiempo, hasta
que el 10 de setiembre, el ex dictador reapareció en sus periódicas salidas
desde la mansión.
Ya no había vuelta atrás. Había que ejecutar el operativo en
la primera oportunidad, y la misma se dio el miércoles 17, cuando el
guerrillero que se hacía pasar como kioskero gritó a través del walkie talkie
la señal convenida: "¡Blanco...! ¡Blanco...!", aludiendo al color del
auto en que se desplazaba Somoza.
En el auto, conducido por el chofer Cesar Gallardo, solo
iban atrás Somoza y su asesor Baittiner. Detrás se desplazaba el auto de los
custodios, un Ford Falcon a cargo del comisario Francisco González León, con
otros cuatro policías asignados.
Cuando el auto Mercedes Benz cruzó el semáforo de la calle
Venezuela, el guerrillero Armando salió al paso a bordo de un Jeep Cherokee y
cerró el paso a una kombi que iba adelante. El chofer de Somoza, que venía
detrás, tuvo que frenar bruscamente.
Fue cuando el capitán Santiago (Irurzún) salió a la vereda e
intentó disparar el lanzacohetes, pero el mecanismo se trabó. Gorriarán asumió
el momento, vaciando el cargador de su M-16. Recién entonces Irurzún pudo
activar su potente arma y el Mercedez Benz voló en pedazos.
Un paisaje desolador.
Había que estar allí, para ver los rostros desencajados y
asustados del entonces ministro del Interior de la dictadura stronista, Sabino
Augusto Montanaro, del jefe de Policía, general Alcibiades Brítez Borges, y del
jefe del Departamento de Investigaciones de la Policía de la Capital, Pastor
Milciades Coronel, todos parados al lado del Mercedes Benz color blanco,
totalmente destrozado en medio de la avenida.
Los máximos jerarcas del régimen estaban lívidos,
completamente shockeados, como bien se puede observar en varias de las fotos
que publicó la prensa de la época.
El ex dictador nicaragüense Tachito Somoza, uno de los
"huéspedes" mundialmente más famosos del dictador Alfredo Stroessner,
acababa de ser asesinado en un violento atentado, cometido por un grupo de
desconocidos, y ellos, los máximos responsables de la seguridad de un sistema
político que se proclamaba como un muro de vigilancia infranqueable... ¡habían
sido tomados totalmente de sorpresa!
En la Redacción del diario Última Hora, al igual que en la mayoría de los demás medios, se vivió una febril agitación para cubrir el hecho noticioso, totalmente inusual en el contexto político de esos años de dictadura.
Los primeros reporteros que llegaron al lugar del crimen
encontraron un escenario impactante: restos humanos regados sobre el asfalto,
el auto de Somoza totalmente destruido y aún humeante, y mucha confusión de
parte de las autoridades.
Una escena que la mayoría de los colegas recuerda es la de
la amante de Somoza, Dinorah Sampson llegando al lugar, a los gritos,
exigiendo:
—¿Dónde está el general? ¿Dónde está mi marido? ¡Quiero verlo!
Y la respuesta del ministro Montanaro, que se escuchó dura y brutal:
—Señora, allí está su marido...¡totalmente destrozado!
—¿Dónde está el general? ¿Dónde está mi marido? ¡Quiero verlo!
Y la respuesta del ministro Montanaro, que se escuchó dura y brutal:
—Señora, allí está su marido...¡totalmente destrozado!
Ese día Última Hora salió a las calles al final de la tarde, cuando ya había una larga cola de lectores esperando frente a la sede central, para adquirir un ejemplar. También los principales matutinos, ABC Color y Hoy, sacaron a la calle ediciones "extras", esa misma tarde.
La cobertura de los diarios ofrecía mucho despliegue sobre
el atentado, con fotos y croquis.
A miles de kilómetros de distancia, en Managua, otros
periodistas le preguntaron al entonces ministro del interior de la revolución
sandinista, comandante Tomás Borge, si sabía quiénes eran los que acababan de
asesinar a Somoza en Paraguay.
—¡Fuenteovejuna...! –se limitó a responder Borge.
La pregunta apuntaba a determinar si el gobierno de la
revolución sandinista había tenido alguna participación en el atentado contra
el ex dictador, pero Borges encontró en la célebre obra teatral del escritor
Lope de Vega, en que el pueblo de Fuente Ovejuna, en la España de finales del Siglo
XV, se rebela ante la tiranía y hace justicia por mano propia, la excusa
perfecta para evadir cualquier responsabilidad.
Los versos de Lope de Vega dicen:
¿Quién mató al
Comendador?
¡Fuenteovejuna, Señor!
¿Quién es Fuenteovejuna?
¡Todo el pueblo, a una!
Pasarían muchos años hasta que se conozca que no fue
Fuenteoejuna, sino el grupo comando del Ejército Revolucionario del Pueblo
(ERP), dirigido por el argentino Enrique Gorriarán Merlo, con estrechos lazos
con el Gobierno sandinista, el que tuvo a su cargo el operativo de
ajusticiamiento.
La pesadilla represiva
La respuesta del régimen al episodio bautizado como "el
Somozaso" fue el cierre de fronteras, el estado de excepción y una fuerte
escalada represiva.
La mayoría de los autores del atentado lograron escapar a
tiempo del país, menos uno de ellos, el capitán Santiago, Hugo Alfredo Irurzún,
quien fue atrapado cuando regresaba a una de las casas que mantenían como
refugio, en el barrio San Vicente, para retirar armas y dinero.
Irurzún se enfrentó a tiros con la policía, resultó herido y
fue llevado al Departamento de Investigaciones, donde murió luego de largas
horas de tortura, según el testimonio de otros presos políticos. Sin embargo,
el jefe de Investigaciones, Pastor Coronel, aseguró que fue abatido durante un
fuego cruzado con la policía.
En los días siguientes sobrevino una verdadera cacería de
brujas, con los famosos "operativos rastrillos", en que bandas de
militares, policías y pyragués avanzaban peinando los barrios de las ciudades y
los pueblos, casa por casa, ingresando con mucha violencia a revisar viviendas,
comercios y oficinas, o formaban sorpresivas barreras en las calles y en las
rutas, para someter al control a personas y vehículos.
Cualquiera que resultara "sospechoso" (nadie sabía
de qué) podía ser detenido al instante, sin orden judicial, y ser llevado
"para averiguaciones". Suponía una casi segura sesión de torturas en
las comisarías o en las mazmorras de Investigaciones, solo por haber sido
encontrado en su poder algún libro o disco prohibido. La dictadura necesitaba
encontrar culpables del "bárbaro crimen terrorista" contra "el
dignatario extranjero", y la lección represiva buscaba acallar nuevos
intentos de protestas contra el régimen.
Pero ya el mito había sido vencido: la dictadura no era
todopoderosa ni inexpugnable, y podía llegar a caer.
Por supuesto que la CIA le dio via libre a este operativo de la Direccion General de Inteligencia del MININT Cubano, en el libro Despues de Fidel de Brian Latell menciona sobre el mismo en sus preparativos y ejecucion..
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