Por Andrés Colmán Gutiérrez
Los
símbolos más revolucionarios a veces resultan contradictorios.
Hace
casi un año, para motivar a ponerse de pie y movilizarse en reclamo de una
mejor educación, los alumnos del Colegio Cristo Rey se sentaron y quedaron
inmóviles, todos juntos en el suelo.
Así
impusieron las célebres "sentatas", que se extendieron en oleada por
colegios de todo el país, creando un clima de indignación y rebeldía ciudadana,
generando la multitudinaria marcha de secundarios del 18 de setiembre de 2015 y
abriendo puertas a la gran revuelta estudiantil universitaria de
#UNAnotecalles.
Paradoja
u oxímoron: Convirtieron un gesto estático y pasivo –el de sentarse y quedarse
quietos–, en un dinámico elemento movilizador.
Esta
semana, los chicos y chicas de la Organización Nacional Estudiantil fundaron
otro poderoso símbolo, que ya está grabado en el inconsciente colectivo
paraguayo: el de la ventana de la esperanza y las rejas de la libertad.
En la
mañana del martes, cuando los integrantes de la ONE tomaron el colegio
República Argentina, en realidad pensaban ocupar todo el edificio, pero al
percibir que la policía rompía la puerta para sacarlos, diez de ellos
decidieron atrincherarse en un aula, que tiene una ventana con rejas hacia la
calle.
Es una
descascarada ventana con barrotes de metal, tan clásica en las casonas
asuncenas de estilo colonial. Una ventana de postal turística, como la que
describen músicos y poetas en románticas escenas de furtivas serenatas.
Esa
ventana se volvió la más famosa del país, al ser el único nexo de comunicación
de Camila, Éver, Brisa, Arnaldo, Sofía, Daniel, Rodney, Alfredo, Fátima y Darío
con el resto del mundo. A través de esa ventana, aferrados a los barrotes,
transmitieron su mensaje a los medios de comunicación, recibieron víveres y
abrazos de solidaridad, percibieron cómo iba creciendo la ola de rebeldía cuya
mecha ellos y ellas habían encendido, y desde allí contemplaron cómo el
Gobierno acusaba el golpe y una ministra de Educación era derribada de su
soberbia y su terca negación de la realidad.
Diez
adolescentes tuvieron que encerrarse para ayudarnos a ser más libres. Tuvieron
que suspender sus clases por la fuerza, para impartir la mayor lección de
coraje cívico y de necesaria unidad para forzar los cambios. Contradictorio país,
en el que los jóvenes educan a sus mayores.
La
caída de una ministra no resuelve el problema, pero vuelve más visible el gran
desafío. Pareciera que los jóvenes tienen claro lo que hay que hacer, pero para
que puedan lograrlo necesitan que los sigamos acompañando solidariamente.
Hay una
nueva ventana abierta al futuro y esta no tiene rejas. De todos depende que no
vuelva a cerrarse.
(Publicado en la columna “Al otro lado del
silencio”, sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 7 de mayo
de 2016)
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