Mucho
antes de que llegaran los antológicos Juglares, Vocal Dos, Sembrador, Ñamandú…,
Víctor Pato Brítez ya recorría los escenarios con su guitarra, allá por los
años 60, entonando canciones testimoniales que desafiaban al opresivo cerco
cultural y político de la dictadura stronista.
Le
gustaba que se lo llame por el apodo, Pato, antes de que por su nombre. Una vez
le pregunté sobre el origen, se echó a reír y prometió que alguna vez lo iba a
contar. “¡Solo te digo que no soy el Pato Donald de los colorados…!”, bromeaba.
Nacido
en Asunción, en 1947, fue integrante del Coro del Ateneo Paraguayo, director
del grupo vocal Voces para un Continente, con el que logró el primer premio en
el Festival de Coros de Viña del Mar, Chile, en 1967.
En los
registros del Archivo del Terror está documentada su rebeldía artística, cuando
subió a cantar algunos temas “revolucionarios” en un festival del Colegio
Internacional en 1969 y protestó por la visita de Nelson Rockefeller al
Paraguay. En seguida la policía fue a buscarlo, por lo que tuvo que permanecer
oculto durante varias semanas.
En los
años 70, la represión sobre el Caso OPM lo alcanzó. Fue apresado y torturado,
permaneciendo en las mazmorras de la dictadura junto a muchos otros presos
políticos.
Lo
conocí en los años 80, cuando me iniciaba en el periodismo y cubría los
festivales contestatarios de Mandu’ara, en la Misión de Amistad, donde empezaba
a cobrar forma el Movimiento del Nuevo Cancionero Popular Paraguayo, tras la
senda de grandes autores como Maneco Galeano y Carlos Noguera.
Nos
volvimos a encontrar muchas veces, siempre con un cálido abrazo y alguna larga
charla sobre música y política.
Él se
había establecido en Ciudad del Este, donde era un valorado y solidario médico,
sin dejar de ser nunca artista y luchador social, incansable soñador de
utopías. Excelente guitarrista, es también compositor de varios temas
musicales, como Mainumby veve, Guarnica y Galopeada.
En la
capital del Alto Paraná formó el grupo vocal Tetãgua, junto a Oscar Carvallo y
Juanita Colmán, que en 2013 cumplió 30 años de trayectoria artística, ya con
algunos nuevos integrantes. En 1989, en el año de la caída de la dictadura
stronista, Tetãgu obtuvo el trofeo del Festival del Lago Ypacaraí.
En 1999
coincidimos con Pato como instructores voluntarios en un campamento cultural
organizado por los chicos y chicas del Festival de Teatro Juvenil, en Tacuatí,
San Pedro. Allí, junto al gran lobo estepario luqueño, el abuelo del rock
Chester Swann (que nos dejó en 2012), nos enfrascábamos los tres en largas
charlas bohemias, con muchos sones de guitarra (de ellos) e improvisadas
historias (mías), hasta muy entrada la madrugada. Pato defendía la idea que el
arte siempre debe acompañar las luchas populares y fue coherente con ese
principio hasta el último día de su vida.
Cuando
en 2007 me mudé a Ciudad del Este para coordinar la Redacción regional de
Última Hora, Pato acostumbraba pasar a visitarnos para tomar tereré y aponernos
al día sobre chismes y noticias, y con frecuencia coincidíamos en peñas y
festivales.
La foto
en que se lo ve tan sonriente y animoso fue captada durante una de sus visitas
a nuestras oficinas.
El
pasado domingo 30 de octubre, Pato tuvo que ser internado de urgencia en el Hospital de la
Fundación Tesãi, en Ciudad del Este. Su corazón no resistió y finalmente
falleció el lunes, a los 70 años de edad.
Nos deja varios discos grabados con Tetãgua y con los grupos de Mandu'ara, un
manojo de lindas canciones y el testimonio de un artista digno y coherente, de
lo que quedan pocos.
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