Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
Es lo que ocurre cuando creemos estar al borde del
Apocalipsis. Acabamos normalizando que el Estado intervenga, cierre fronteras,
decrete cuarentenas, ponga barreras policiales y militares, nos prohíba salir
de nuestras casas, use nuestro dinero para fondos de emergencia y meta en la
cárcel a los rebeldes que osan desafiar las órdenes de la autoridad.
Así nos han acostumbrado tantas películas y novelas
de terror biológico y dictaduras futuristas, o nuestra propia historia de
largas tiranías y democracias corruptas. Ante el miedo global, la primordial
reacción es la de los polluelos que buscan cobijo y protección bajo las alas de
mamá gallina, aunque los que manejan el gallinero sean habitualmente déspotas y
corruptos.
Cuando llegó la pandemia estábamos tan temerosos de
que el fin del mundo nos agarre desprevenidos, sin cama reservada en algún
desguarnecido hospital público, que acabamos aceptando de buen grado que el
Gobierno decrete un estado de excepción sin ser un estado de excepción, apenas
un paquete de medidas en base al Código Sanitario (Ley 836 de 1980) heredado de
la dictadura stronista. Revalorizamos el rol del Estado y la importancia de la
salud pública, fingiendo olvidar que por tanto tiempo el Estado paraguayo ha
sido un Estado fallido, autoritario, corrupto e insensible ante las necesidades
de una mayoría pobre y marginada.
Al ver que levantaban murallas a nuestro alrededor
para hacernos sentir seguros, aplaudimos como héroes a quienes apenas meses
atrás considerábamos villanos, sin darnos cuenta que esas mismas murallas que
hoy supuestamente nos mantienen a salvo del temible virus, también nos han
quitado nuestras libertades públicas, nuestras fuentes de ingreso, nuestro pan en
la mesa y nuestros mejores sueños de un país con igualdad de derecho, justicia
social y libertad compartida.
A casi 100 días de este estado de sitio que no es
estado de sitio, seguimos sin indignarnos debidamente por los millonarios
esquemas de delincuentes políticos y socios del poder para apropiarse del
dinero público en nombre de salvarnos la vida. “Están haciendo bien su trabajo médico, no importa que nos roben”,
es la consigna. O si la Policía dispara a matar contra una familia que decidió
no pasar por una barrera de control, dirigimos el dedo acusador contra el papá irresponsable, por más que un
ministro de la Corte nos explique que no ha cometido ningún delito, o que las
barreras de control no tienen un respaldo constitucional. No nos interesa. Queremos
que el Gran Hermano nos vigile siempre. Nos gusta agachar la cabeza y decir Sí Señor, Volvé mi General.
Afortunadamente existen personas como la activista
social María Esther Roa y sus compañeros y compañeras, que no agachan la cabeza
y salen a la calle a manifestarse, por más que no guarden la distancia
sanitaria que a ellos se les exige, pero a tantos otros se les tolera, y sean
imputados por un servil sistema de Justicia mientras tantos legisladores y
políticos ladrones siguen libres e impunes. Mi solidaridad con María Esther y
con quienes sufren la criminalización por defender los derechos civiles y
oponerse a la corrupción. Más temprano que tarde, la democracia también saldrá
de su cuarentena.
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Publicado en la columna Al otro
lado del silencio, sección Opinión, del diario Última Hora de
Asunción, Paraguay. Edición del domingo 14 de junio de 2020.
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