Pasó
por los controles de la terminal área de Guarulhos, São Paulo, Brasil, con
anónima celeridad. Su elegancia milenial de traje oscuro a medida y camisa de
marca sin corbata lo convertía en uno más entre la muchedumbre que transita por
esa globalizada arca de Noé del siglo veintiuno, hasta que pasó la puerta de
embarque para el vuelo Latam LA1300, que partía a las 22.42 con destino a
Asunción, Paraguay. Era la noche del miércoles 16 de octubre.
Respondió
con una sonrisa a la bienvenida de la azafata, buscó su asiento en las primeras
filas, acomodó la elegante mochila en el compartimiento. Fue entonces cuando un
par de voces femeninas sonaron con estridencia desde los asientos de atrás:
—¡Vendepatria...!
—¡Traidor...!
—¡Ladrón...!
El
abogado José Rodríguez González, popularmente conocido como Joselo, puso cara
de piedra e intentó disimular que los gritos y los insultos eran para él, pero
el coro de voces se hacía cada vez más grande. Otros pasajeros se sumaban a los
exabruptos de las dos mujeres.
—¡Bandido...!
—¡Ase-sorete...!
—¡No te
queremos...!
—¡Que
se baje del avión...!
Se
cubrió la cabeza con el portafolios, pidió permiso a dos pasajeros que estaban
en su misma fila y se sentó casi hundido en el banco junto a la ventanilla. Si
hubiera tenido a mano la puerta de emergencia y la pudiese abrir,
probablemente, hubiera saltado por allí, pero ya las puertas estaban cerradas,
el interior se había presurizado y la aeronave empezaba a corretear... pero los
gritos no cesaban.
Martín
Fernández, un conocido periodista deportivo brasileño de la Rede Globo, viajaba
en el mismo vuelo para cubrir la reunión del Consejo de la Conmebol en
Asunción, que debía decidir las próximas sedes de los campeonatos de fútbol
Libertadores y Sudamericana 2020, y le llamó la atención ese singular escrache
en pleno vuelo de 150 pasajeros. Hizo indagaciones y empezó a reportar a través
de su cuenta de Twitter @mart_fern: “Traidor fue la cosa más leve que los pasajeros
paraguayos le gritaron”.
Martín
compartió un informe del diario O Estado de São Paulo, con el apunte: “Este es
Joselo Rodríguez”. El largo artículo dice en su primer párrafo, en portugués:
“El ex asesor de la Vicepresidencia del Paraguay José Joselo Rodríguez,
apuntado como lobista en la tentativa de venta de energía de la usina de Itaipú
para la empresa brasileña Leros, dijo que el empresario Alexandre Giordano
hablaba en las negociaciones en nombre del Gobierno brasileño” y agregaba más
adelante que la empresa Leros, según Giordano, estaba estrechamente vinculada a
la familia del presidente Jair Bolsonaro.
A más
de 10.000 pies de altura, los insultos desde los asientos de atrás contra
Joselo habían cesado, pero el abogado podía escuchar cómo los demás pasajeros,
que en principio desconocían el tema, preguntaban con interés quién era él y de
qué se trataba el caso tan cuestionado. Cuando un turista brasileño se enteró
con detalles cómo el joven abogado milenial estuvo envuelto en un presunto
negociado contra los intereses del país, con la evidente complicidad del propio
vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, y al menos el conocimiento o
posterior aval del presidente Mario Abdo Benítez, el turista le preguntó en
portugués a su vecino de asiento, un empresario paraguayo:
—¿Y por
qué Joselo está viajando tranquilamente y no se encuentra preso con los demás
responsables?
El
empresario paraguayo se encogió de hombros y bajó la mirada.
El
vuelo Latam LA1300 aterrizó en el aeropuerto Silvio Pettirossi a las 00.43 del
jueves 17. Con ventajas de viajar en primera fila, Joselo bajó apurado, antes
de que sus escrachadores lo puedan alcanzar y se perdió en la noche. Los videos
del acto de justicia moral ya empezaban a circular por las redes en internet.
Al
menos eso.
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