Andrés
Colmán Gutiérrez- @andrescolman
Algo
parecido solo lo habíamos visto en imaginativas películas y series de
televisión: Contagio, La Jetée, Virus, 12 Monos, The Hot Zone, Epidemia,
Ceguera, A ciegas, Soy Leyenda o la camada del Apocalipsis zombie,
principalmente The Walking Dead. Hasta que un día cerraron las salas de cine
del mundo y los habitantes del planeta nos encontramos inmersos en una de esas
apocalípticas tramas, sufriéndola en carne propia. La realidad copia a la ficción
y encima nos toca un guionista despiadado.
Hoy
tres gotitas de mocos en el aire son capaces de hacer temblar al mundo y
doblegar a las más grandes potencias. En el desgarrado corazón de Sudamérica,
antes que otros vecinos, nos vimos obligados a retomar la épica del Supremo
doctor Francia: cerrar nuestras fronteras y aislarnos “sobre el núcleo de
nuestra propia fuerza” para intentar sobrevivir.
La
pandemia del Covid-19 llegó para enseñarnos cuánto vivíamos equivocados. Ya no
son solamente los pobres e indigentes los apestados -como muchos habían creído
ideológicamente-, sino también jefes de Estado, estrellas de cine, empresarios
millonarios. El virus iguala a ricos y pobres, a cerristas y olimpistas, a
ateos y creyentes, a católicos y musulmanes. El contagio llega por igual para
naciones ultradesarrolladas como para países tercermundistas. Los muros con
alambradas y los misiles no pueden detenerlo. Quizás solamente una red
invisible pero constante de solidaridad y de fortaleza social comunitaria.
Al
contrario de lo que el sistema dominante sostenía, hoy descubrimos que la
ciencia es más importante que la economía. Un médico o una enfermera se han
vuelto más necesarios que un futbolista o una celebridad de la farándula. Un
hospital es más valioso y urgente que un shopping, un estadio o una autopista.
Las cosas materiales que antes considerábamos fundamentales para construir
nuestra comodidad han perdido su sentido de prioridad. Ahora lo primero es la
vida. Mantenerse vivos. Sobrevivir, aunque tengamos que dejar que tantas otras
cosas se disuelvan en la nada.
Recluidos
a la fuerza en nuestros hogares como náufragos en medio del océano urbano o en
islas de soledad, apreciamos el valor de la intimidad familiar o personal, la
posibilidad de reflexionar. Nos convertimos en filósofos existencialistas. En
medio de esta prisión casera descubrimos la necesidad de estar juntos, aun
distanciados.
Internet,
los teléfonos celulares y los medios de comunicación se nos han vuelto vitales
herramientas para no caer en la desesperación. Entendemos el valor del arte
como bálsamo para el espíritu. Asistimos a conciertos en línea y películas por
streaming, nos abrazamos con el alma por teleconferencia.
Estamos
con miedo. Reconocerlo no es cobardía. Hasta las iglesias y los templos han
cerrado sus puertas, la fe, la oración y las creencias resultan muy válidas,
pero no son suficientes. No existe un lugar seguro. No hay un búnker
antinuclear que nos proteja. Lo único que nos puede salvar es la solidaridad,
cuidarnos unos a otros, obedecer las reglas sanitarias, no discriminar a
quienes padecen el contagio, acompañar críticamente y respaldar el trabajo de
las autoridades, #QuedateEnCasa, #EpytaNdeRógape, sentirnos distanciados
físicamente pero muy cerca en el corazón.
Aceptamos
que la pandemia exige recortar libertades y derechos, pero no renunciamos a
vigilar y exigir que todo se haga con valores de la democracia, con honestidad
y transparencia. Nos queda aprender de esta emergencia global a ser más
higiénicos, más respetuosos del medioambiente, cuidadores de nuestra madre
tierra, más justos y solidarios. El futuro es incierto, pero no deja de ser
esperanzador mientras mantengamos abiertos el corazón y la mente. Otro mundo
será posible después del Apocalipsis. Si no lo podemos construir nosotros, lo
harán quienes queden vivos: Nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros nietos.
Hagamos lo mejor que podamos mientras estemos vivos.
Que
ese sea nuestro legado.
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Publicado
en la columna Al otro lado del silencio,
sección Opinión, del diario Última Hora
de Asunción, Paraguay. Edición del sábado 21 de marzo de 2020.
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