jueves, 7 de febrero de 2013

La orden



Esto lo escribí en marzo de 1999, pocos días después de los trágicos y heroicos sucesos, en base a datos sueltos que me había pasado una persona conocida del entorno del Gobierno de Raúl Cubas.
Es un relato narrativo e interpretativo de cómo percibía lo ocurrido en ese momento y en ese contexto bien determinado. Aunque después fui conociendo muchos otros datos que hacen más compleja y variada la historia del Marzo Paraguayo, asumo y rescato todo lo que escribí en ese particular tiempo de pasión y dolor, pero que debe leerse en forma complementaria con todo lo que también fui escribiendo después, incluyendo a mi novela "El país en una Plaza" (El Lector, 2004). 
"La orden" se publicó como una columna, en la primera edición de “Días de Gloria”, una revista especial tipo álbum de fotografías que editó Última Hora, y que agotó miles de ejemplares.
En estos días me lo hizo recordar la amiga Lilia María Ayala, con quien quedamos en que lo rescataría y lo compartiríamos aquí, pero como no tenía el texto en versión digital y ni siquiera sabía dónde estaba guardada alguna última copia de aquella revista, no sabía en que momento lo haría.
Por fortuna ha vuelto a acudir en mi ayuda, siempre oportuna, mi hada protectora, la querida amiga y mejor lectora Roxy Alvarez, quien -como ya lo hizo antes con otros escritos míos- se tomó el trabajo de haberlo guardado y copiarlo.
Aquí está, con algunos pocos retoques de estilo sobre la versión original, en memoria y homenaje a tanta sangre heroica, derramada en forma impune:

La primera orden fue: Que la policía les eche a garrotazos de la plaza, y que nuestra gente ocupe el lugar. Así, cuando los legisladores llegasen para el juicio político, la turba no los iba a dejar entrar. Y ellos, cruzados de brazos, iban a decir: no podemos hacer nada. Es la voluntad del pueblo.
Intentaron cumplir la orden. ¡Vaya si lo intentaron! Los cascos azules cargaron con saña pocas veces vista contra los indefensos ciudadanos. Cuatro valientes policías golpeando con furia a un cobarde anciano caído en el suelo.
Gases lacrimógenos. Carros hidrantes. Balines de goma. Represores a caballo.
Y nada…
Los jóvenes drogadictos y borrachos, los campesinos manipulados y comprados, los curas comunistas partida no se movían de la plaza, para nada. ¡Tercos imbéciles…!

Después vino otra orden.
Esta vez para los contramanifestantes: Usen las bombas y los petardos. Pero no al aire. Disparen directamente al cuerpo. Ya verán que cuando se quemen unos cuantos, van a salir rajando.
Así comenzaron a llegar cajas y más cajas de doce por uno.
Los policías ayudaban a cargar y a disparar.
¡Broom, broom…! caían las explosiones en medio de la multitud.
Gritos, llantos, gemidos de dolor.
Empezaban a evacuar a los heridos.
Pero estos boludos obstinados… ¡no salían de la plaza!

Entonces llegó la tercera orden.
Secreta, reducida, dirigida a unos pocos elegidos: Que la Policía se vaya a pasear. Que los manifestantes armen todo el quilombo que puedan. Y entonces, ustedes, bien escondidos, disparen. En principio no tiren a matar. Apenas a las piernas, a los brazos. Si aún así no salen, entonces cárguense a uno o dos. Ya verán que estos pituquitos, cuando vean que hay mbokapu, que la cosa es en serio, se irán corriendo a esconderse debajo de la cama.
Los oscuros sicarios obedecieron al pie de la letra.
Desgranaron las balas asesinas desde lo alto de los edificios y desde cualquier esquina.
Pero tampoco así hubo caso.
Los tercos imbéciles caían unos tras otros, recogían a sus compañeros muertos o heridos... ¡y seguían resistiendo!
Esa plaza ya no era sólo una plaza.
Esa plaza era ya la Patria. Era el país. Era el sueño de la democracia por el que había que luchar, hasta vencer o morir.
-¡República o muerte...! ¡Aquí no se rinde nadie, carajo!

El ex general sintió que estaba perdido.
Sintió que algo había fallado en sus siniestros cálculos.
Sintió que se le acababan las órdenes.
Sintió que esos adorables tercos estúpidos imbéciles drogadictos manipulados comunistas partida no se iban a mover nunca de esa maldita plaza... aunque él llamara a todas las hordas patoteras, a todos los francotiradores, a todos los tanques de guerra, a todos los cazabombarderos del mundo.
Entonces, frío, acorralado, vencido, se bajó del ensangrentado trono del poder. 
Tomó el teléfono celular, marcó el número codificado e impartió la última orden. 
La que no hubiera querido impartir nunca.
Dijo, simplemente:
-Preparen el avión...

4 comentarios:

  1. Al dolor sufrido en esta plaza por los jóvenes que veían caer a sus compañeros de , futbol, rugby, ongs, oficinas públicas etc, estaba el dolor de las madres que acompañaban a sus hijos en el intento de resguardarlos de algo parecido al 1 de Mayo frente al Cristo Rey. Pero no quedó ahí, lo peor fue exponer lo que uno más quiere, para que no haya culpables, se feliciten entre los parlamentarios de uno y otro bando, y a Oviedo máximo responsable de los momentos de angustia vividos por la población después del 89; compañeros de lucha de esos años ahora prósperos políticos, le rindan pleitesía a sus resto. Si no hay desprecio más grande al recuerdo de los muertos ese día del Marzo Paraguayo.

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  2. andres, excelente como siempre tus columnas. un consejo, las letras blancas sobre fondo negro hacen muy difícil la lectura, por alguna razón, varios blogs de paraguay tienen el mismo error. cambia el template, y que sea un color claro el fondo y el color más oscuro la fuente, facilita la lectura. gracias y felicidades por el blog.

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  3. No entiendo porque tanto escándalo por una simple costanera, Asunción lejos es mejor menos en su costanera, Asunción es una ciudad con más de tres millones de habitantes y Encarnacion es un pueblo del interior.

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