Andrés Colmán Gutiérrez / Textos literarios, de periodismo narrativo, de investigación y de opinión en Paraguay
domingo, 16 de junio de 2013
En el nombre del padre
Mi papá también se llamaba Andrés, pero muy pocos lo sabían. Para todos era Chi’ito, un concepcionero andariego que un día recaló en mi pueblo natal, Yhú, buscando su destino. No se si lo encontró, pero sí encontró a mi madre.
Él nunca pudo concluir la escuela primaria, pero nadie le ganaba en las matemáticas. Fue obrajero, agricultor, músico, carpintero, almacenero, taxista, sereno de discoteca, despachador de combustible, administrador de aserradero.
Cuando decidió casarse, adquirio un lote municipal a cuotas y con la ayuda de otro primo carpintero, construyó con sus propias manos la casita de madera en donde nacimos con mis dos hermanas menores y mi segundo hermano varón, el que murió de neumonía a los nueve meses de edad (cuando yo tenía tres años), porque no había un médico en el pueblo.
Mi papá falleció trágicamente, arrollado por un auto, en la fronteriza ciudad de Katueté, cuando yo tenía diecisiete años de edad, y acababa de emigrar a Asunción con el sueño de hacerme periodista. Recién entonces, cuando sentí que él ya no estaba, empecé a conocerlo de verdad.
Lo recuerdo con su guitarra, sentado en el corredor de nuestra casa, sobre la calle principal de Yhú, tarareando boleros y guaranias bajo la noche acribillada de estrellas. Su máximo placer era organizar un asado alguna noche de fin de semana, y jugar al truco con sus amigos.
Una sola vez lo vi llorar. Fue cuando le llegó la noticia de que su padre, mi abuelo Hermógenes, acababa de morir en otro pueblo lejano. Estábamos los dos solos en nuestra casa en Salto del Guairá, yo tenía entonces menos de diez años de edad y él más de treinta, pero recuerdo la incómoda sensación de que en esa ocasión el niño era él.
Nunca me habló de política. Nunca me dio consejos acerca de lo que tenía que hacer o no hacer en la vida. Yo no sabía entonces que la honestidad, la laboriosidad, la solidaridad, son virtudes humanas. Él nunca me lo dijo, simplemente me lo demostró con su ejemplo, siempre, siempre. Es la herencia que más le agradezco.
Tampoco recuerdo cuántas veces pude haberle abrazado y decirle felicidades por el Día del Padre. Por eso, esté donde esté, ahora se lo digo
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