Uno de
los episodios más tragicómicos en la lucha contra el grupo armado Ejército del
Pueblo Paraguayo, ocurrió en febrero de 2010.
Tras la
liberación del ganadero secuestrado, Fidel Zavala, el Ministerio del Interior
recibió datos de que uno de los miembros del EPP más buscados, Alejandro Ramos,
estaba escondido en Vallemí. Organizó una expedición de grupos comandos de la
Policía, que partió rápidamente de Concepción en once camionetas todoterreno,
con el plan de aplicar el "factor sorpresa" y lograr la captura.
Pero el
pésimo estado del camino les jugó una mala pasada. Las camionetas se quedaron
varadas en el barro durante más de un día. Cuando finalmente fueron rescatadas
por tractores de estancias vecinas y pudieron llegar a Vallemí, ya todos los
lugareños estaban enterados de lo que les pasó e inventaban chistes sobre los
"comandos tortugas ninjas". Los del EPP habían tenido tiempo de sobra
para poder escapar.
Finalmente
se inició la pavimentación de los 176 kilómetros a Vallemí, pero avanza más
lento que los comandos policiales entre el barro.
Una
situación peor viven los pobladores de Tacuatí, San Pedro, otra localidad que
se puso de moda por las acciones armadas del EPP. Fundada en 1790, esta histórica
población está unida a la ruta tres por cincuenta kilómetros de camino de
tierra en pésimas condiciones, y al Departamento de Concepción por un puente de
madera sobre el río Ypané, tan lleno de remiendos que ni siquiera Indiana Jones
se aventuraría a cruzar.
El
pasado 31 de mayo, día en que asesinaron al ganadero Luis Lindstron, hubo otra
víctima fatal: la oficial Miriam Morel, experta en Criminalística de la Policía,
quien viajó a Tacuatí en una patrullera para recoger evidencias del crimen,
pero el vehículo volcó y perdió la vida, debido al pésimo estado del camino.
El
asesinato de Lindstron ocupó grandes espacios en los medios periodísticos,
mientras la muerte de la oficial Morel fue apenas noticia complementaria, casi
anecdótica, aunque ambos hechos tienen mucha más relación que la aparente
coincidencia temporal y geográfica.
La acción
del EPP pudo hallar raíces en ese vasto territorio del olvido que es el Norte
del Paraguay, donde conviven comunidades pobres y aisladas con mafias del
narcotráfico y el contrabando, caudillos políticos semifeudales y una
estructural corrupción de los pocos organismos estatales instalados. Especialmente,
la Policía.
Desde
que se iniciaron los ataques armados en el 2006, los sucesivos gobiernos se han
preocupado por instalar más comisarías, pero se han olvidado de que por sobre
todo hacen falta más escuelas, más puestos de salud, caminos en buenas condiciones
y principalmente oportunidades de trabajo y desarrollo. Mientras esa dura
realidad no sea tenida en cuenta, la violencia seguirá cobrando víctimas... y
no solo la que proviene del EPP.
(Publicado
en la columna "Al otro lado del silencio", sección Opinión del diario
Última Hora, edición del sábado 8 de junio de 2013).
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