Hoy me despedí de
mi viejo Motorola EX115, doble chip.
¡Ah, si mi querido celu pudiera hablar…! ¡Cuántas
historias compartidas, cuantos secretos encerrados en tan diminuto equipo!
Lo había comprado
en una tienda de Ciudad del Este, hace más de cuatro años, a un precio muy barato,
siguiendo la recomendación de un amigo comerciante árabe.
Fabricado en Brasil para competir con los dobles chip chinos, lo que más me encantó del dispositivo es que podía tener las dos líneas telefónicas -la mía particular y la corporativa del diario- en un solo teléfono, lo cual resultaba tremendamente cómodo y práctico.
Fabricado en Brasil para competir con los dobles chip chinos, lo que más me encantó del dispositivo es que podía tener las dos líneas telefónicas -la mía particular y la corporativa del diario- en un solo teléfono, lo cual resultaba tremendamente cómodo y práctico.
Aunque
presuntamente intentaba ser ya un smartphone básico, nunca tuvo buena conexión
a internet, pero eso no me importaba. En esa época yo todavía sostenía –con
mentalidad de dinosaurio digital- que uno necesita un teléfono solo básicamente
para hablar... y que para navegar en internet estaban las notebooks y las
tablets.
Después, la
empresa periodística para la cual trabajo me proveyó de mi primer Blackberry
corporativo, y mi visión del asunto empezó a cambiar. Aún así, mantuve
fielmente mi M EX115 como segunda opción, con mi línea privada prepaga, aunque
a veces tuviera que caer en el viejazo de tuitear vía SMS.
Hace unos días,
luego de darle muchas vueltas al asunto, tomé la decisión de dar un salto
digital, cancelar mi módem de internet móvil y retirar un nuevo smartphone con
todas las letras.
Me decidí por la Galaxy Note II de Samsumg, hasta ahora quizás la mejor conjunción que se ha logrado entre la tablet más pequeña y el teléfono celular móvil más grande... y todavía estoy aprendiendo a sacarle el jugo a las infinitas probabilidades comunicativas que permite.
Me decidí por la Galaxy Note II de Samsumg, hasta ahora quizás la mejor conjunción que se ha logrado entre la tablet más pequeña y el teléfono celular móvil más grande... y todavía estoy aprendiendo a sacarle el jugo a las infinitas probabilidades comunicativas que permite.
Pero… ¿cómo
decirlo? Al ir desmantelando de a poco mi vieja M EX115 sentí que de alguna
manera iba enterrando una parte de mi vida.
Inevitablemente, fui removiendo los
momentos lindos... y también los momentos tristes compartidos.
Este fue
probablemente el teléfono a través del cual recibí algunas de mis mejores
primicias periodísticas, como también los más tiernos mensajes de amor, pero en
él también sostuve algunas de las más fuertes discusiones que nunca hubiera
querido tener, y por él, una noche terrible, me enteré a la distancia de que mi
mamá se estaba muriendo.
¿Cómo decirlo...? La Vida misma, encerrada en una minúscula
tarjeta hecha de silicio y nanotecnología.
Mientras
me ocupaba de sacar el chip y guardar la batería -para luego eliminarla sin
riesgo contaminante-, me encargué también de borrar los vestigios electrónicos
de cualquier posible prueba comprometedora para mis afectos más íntimos.
Al final quedó solo una
carcasa casi vacía, que me hizo evocar una bella y metafísica canción de Silvio
Rodríguez. ¿A dónde van los cotidianos objetos queridos, cuando uno considera
que han cumplido su ciclo? ¿Habrá acaso un cielo o un infierno para los teléfonos
celulares que se van quedando al costado del camino, en esta loca y
vertiginosa carrera de la tecnología?
Descansa en paz, querido M EX115. Te dejo,
eternamente agradecido por tan valiosos servicios prestados.
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