Ya
había acabado todo. Era la noche del martes 26 de marzo en la plaza del
Cabildo, en el centro de Asunción.
El acto
de recordación a los mártires del Marzo Paraguayo había resultado puntual y
emotivo.
Se
había juntado cerca de un centenar de personas, más que el lluvioso año
anterior, pero poca gente en comparación a lo que fue esa misma plaza catorce
años atrás.
Era la
expresión del olvido y la desmemoria que carcome la historia de este país, como
si a veces estuviera escrita sobre arena.
Esa
noche, tras gratos momentos de charlas y de compartir afectos, recuerdos y
emociones, la gente se fue retirando. Gladys Bernal, la mamá de Henry Díaz
Bernal -uno de los ocho jóvenes asesinados en la plaza, en la gesta ciudadana
de 1999- se resistía a marcharse.
La
incansable Madre Coraje quería seguir quedándose allí, a solas ante la cruz de
madera, rezando y dialogando a solas con el espíritu y la memoria de su hijo
acribillado por las balas asesinas.
Éramos
pocos quienes nos quedamos a hacerle compañía, a sobrellevar su dolor y su
pena.
Fue
entonces cuando un automóvil se aproximó al sitio y del interior descendió un
hombre sonriente, portando un reluciente arpa paraguaya.
Era el
arpista Cristóbal Pedersen, uno de los propiciadores de la institución Arpa
Róga, hermano del también arpista Rito Pedersen y padre del igualmente músico
Kike Pedersen.
"Estoy
llegando un poco tarde, pero sabía que te iba a encontrar aquí, Ña Gladys. Te
traigo una serenata, a vos y a nuestros muchachos héroes", le dijo a la
desconsolada madre.
Cristóbal
contó que él estuvo allí mismo, hace catorce años, defendiendo la plaza con
piedras y palos, pero ahora regresaba con su arpa y su música.
En esa
plaza casi solitaria, con el suave resplandor de las velas encendidas ante la
cruz de los mártires, el arpista inició un alucinante recital de polcas y
guaranias.
Los
sones cristalinos del instrumento musical resonaban en la noche, con el
luminoso fondo del viejo Cabildo. Un humilde y anciano reciclador, que llegaba
desde el centro de la ciudad, portando enormes bolsas sobre la espalda, se
detuvo extasiado a apreciar el concierto.
"Es
la primera vez en catorce años que, en lugar de llorar ante tanta injusticia e
impunidad, me siento reconfortada, porque esta música me refresca el
alma", confesó Ña Gladys.
Desde
un arbolado rincón hubo un suave aleteo de pájaros nocturnos, como si la cálida
serenata ayudara a despertar a los sueños dormidos de la histórica plaza.
(Publicado en la columna "Al otro lado
del silencio", sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 30
de marzo de 2013).
No hay comentarios:
Publicar un comentario