En octubre pasado, cuando la salud me jugó una mala
pasada y resulté víctima de un infarto agudo del miocardio, a pesar de haber
experimentado una recuperación prácticamente milagrosa, llegué a creer
sinceramente que muchas de las cosas buenas de la vida ya me quedarían vedadas
para siempre.
Ustedes recordarán que en aquella extensa “Carta
escrita desde el borde de la vida” que les compartí desde mi blog, había
escrito que el gran desafío que me esperaba era “…encontrar la manera de seguir
haciendo el periodismo que me apasiona, y que ustedes esperan y comparten, pero
de manera que sea una plena realización para el cuerpo y para el alma, y no en
condiciones que puedan llegar a hacernos daño. Tendré, seguramente, más
limitaciones de movimiento y quizás de temas. Probablemente ya no pueda
deleitarme en contemplar el Paraguay desde la cima del cerro Tres Kandú, como
alguna vez lo hicimos para una histórica portada de la revista Vida de ÚH, pero
habrá otras cumbres menos geográficas que un corazón golpeado seguirá buscando
alcanzar”. Fue lo que entonces escribí textualmente.
Para sorpresa mía, hace pocas semanas, la querida
amiga y colega Gaby Murdoch, editora general de las revistas de Editorial El País
SA, me planteó el desafío: ¿Me sentiría en condiciones de volver a subir a la
cima del cerro más alto del Paraguay, evocando aquel recordado reportaje, para
una edición especial por los 15 años de la revista Vida?
Sin dudarlo, le dije que sí. Aunque luego tuve un
flash de duda. ¿Resistiría mi corazón herido el gran esfuerzo de escalar los
842 metros hasta la cumbre? Más de algún familiar, y amigas y amigos queridos,
intentaron hacerme desistir: “¡Estás loco…!”.
Se lo consulté a uno de mis médicos, quien me habló
con mucha franqueza: “Te lo prohibiría, pero te conozco bien y sé que para vos
es importante vencer el desafío. Tu recuperación ha sido asombrosa. Hacélo con
prudencia, manejando bien tus límites. Si sentís que te llegas a cansar mucho
en la subida, tendrás que detenerte y descansar hasta recuperarte bien, y si
sentís que el riesgo es grande, no dudes en abandonar la empresa”.
El martes último, en un radiante día de sol, acompañado
del colega fotógrafo Fernando Franceschelli y del querido amigo guaireño Caio
Sacavonne, gran compañero de aquella primera aventura –y de muchas otras-,
emprendimos otra vez la expedición hacia la cumbre.
En contra de mis temores, mi organismo reaccionó más
que bien. Esta vez incluso sentí que la escalada me resultó menos forzosa que
aquella primera vez, hace 12 años. Ascendimos sin prisa, tomando aire a cada
tanto, disfrutando plenamente de la odisea, gozando de cada detalle que ofrece
esa maravillosa belleza natural de nuestro país, hasta que, al cabo de tres
horas, llegamos a la cima.
Como aquella primera vez, parado en el borde del
techo del Paraguay, observando el increíble y verde paisaje a nuestros pies,
con pueblos y ciudades vistos como pequeñas maquetas y con las personas apenas
perceptibles cual minúsculas hormigas, sólo pude volver a expresar la misma
frase que me había surgido en aquel primer viaje: “Esta sensación de tener el
mundo a tus pies… vale cualquier sacrificio”.
Sentado durante una eternidad en el mirador más
alto del país, mirando la gran obra de Dios o de la Madre Naturaleza, llegué a
reflexionar sobre tantas cosas. Pensé en la sucia guerra política electoral que
se libraba allá abajo, que apenas horas antes nos abrumaba como una cuestión de
vida o muerte, y que allí arriba sonaba tan lejana, tan de otro tiempo y visto
desde otras perspectivas. Pensé en cómo nos dejamos enredar tan fácilmente en
las pequeñas miserias de la vida cotidiana, que desde esas alturas parecían tan
nimias. Pensé en ese inesperado regalo de la Vida, que me había permitido
cobrarme revancha una vez más, y en lo agradecido que me siento, y en el
compromiso de corresponder a tanta generosidad. Eso y muchas cosas más pensé,
desde la cima del Paraguay.
El reportaje aparecerá próximamente en el número
aniversario de la revista VIDA de ÚH. Reserven su ejemplar.
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