Si el primer apocalipsis bíblico fue
por un exceso de lluvias que inundó el mundo, quienes habitamos esta
caótica y a la vez entrañable maraña urbana que conforman Asunción y sus
ciudades circunvecinas, acabamos de padecer otra violenta muestra de
lo que implica ser víctimas de un diluvio.
Las dramáticas
escenas que se siguen repitiendo en los noticieros de la televisión, en
los sitios de noticias y en las redes sociales en internet, mostrando
furiosos raudales que derrumban casas y arrastran automóviles y personas
por las calles de Asunción, Lambaré, Limpio, Luque y otras localidades,
causando cuantiosas pérdidas económicas y de vidas humanas, no tienen
nada que envidiar a las de la fantasiosa película 2012, con la que
Hollywood intentó aprovechar taquilleramente la paranoia global desatada
ante la supuesta profecía maya, que anuncia el fin del mundo para el
próximo 21 de diciembre.
Aquí no necesitamos de ninguna profecía.
Desde hace tiempo, casi todos sabemos que basta que caiga una fuerte
lluvia para que las calles de nuestras ciudades desbordadas, sin
planificación y sin equipamiento urbano, sin un buen sistema de redes
cloacales y canales de desagüe, se conviertan en caudalosos ríos y en
peligrosas trampas mortales.
Todos lo sabemos... pero no hacemos
casi nada por buscar soluciones de fondo. Ni las autoridades, ni los
ciudadanos. Con mucha inconsciencia, seguimos arrojando basura en
calles, arroyos y baldíos, colmatando y taponando las pocas e
insuficientes vías. Seguimos destruyendo y contaminando los recursos
naturales, incidiendo en la alteración climática. Cada vendaval provoca
horror y despierta actitudes de heroísmo suicida, solidaridad y
asistencialismo, baldeadas y remiendos... pero solo hasta esperar que
llegue la próxima tormenta.
Los proyectos de transformación
urbana son pocos e insuficientes, y son encarados aisladamente, sin una
visión política y técnica integradora y global, que esté por encima de
calendarios electorales e intereses corporativos. Casi todo es
asistencialismo de emergencia, limitado a repartir víveres y chapas con
leyenda electoral el día después de mañana. Puro parche o aspirina sobre
la herida profunda. Correr a apagar incendios, antes que prevenirlos.
Y
mientras barrios y comunidades enteras siguen esperando que se
reconecten los servicios de energía eléctrica o de agua potable, o que
alguien les ayude a reconstruir sus casas derribadas o a rehabilitar sus
calles arrasadas... los políticos en campaña prosiguen con sus mítines
partidarios y su propaganda electoral, buscando sacar réditos hasta de
la precaria asistencia.
(Publicado en la columna Al otro lado del silencio, sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 1 de diciembre de 2012).
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