lunes, 13 de octubre de 2008

Mundo Sacoleiro


(Adelanto exclusivo: Una obra teatral que estoy escribiendo, inspirado en las situaciones y personajes de Ciudad del Este y la Triple Frontera y que pensamos llevar a escena con un grupo de actores jóvenes de la región. Se acepta la colaboración de de algún amigo director teatral que quieran embarcarse en la aventura...).

Al borde del abismo insondable de Ciudad del Este, junto al Puente de la Amistad, el Sacoleiro’s Bar congrega a las almas perdidas de la Triple Frontera para el último trago antes del primer contrabando.
En esta tierra de nadie, a medio camino entre el Infierno y el Paraíso, un grupo de condenados se enfrenta a lo que queda del día: el músico alcohólico que desgrana recuerdos en su saxo nostálgico; el intrépido periodista que denuncia a los corruptos esperando le paguen para dejar de hacerlo; el ex aduanero y caudillo en decadencia que añora la época dorada; el dirigente gremial sin techo y con camioneta 4x4, operador político del nuevo gobierno; el publicista argentino que vende parcelas virtuales de las Cataratas del Yguazú; la sacoleira brasileña que busca hacerse millonaria para mudarse a Europa; el mozo motoqueiro que trafica perfumes y electrónicos; la vendedora de galería que busca a su príncipe azul árabe y millonario; el mendigo prófugo refugiado en el territorio neutral entre dos países, la dueña del bar que cual Penélope fronteriza aguarda el regreso sin gloria de su amor perdido.
Todos anhelan pasar una noche más, sin sospechar que el Destino, en un sorpresivo vuelco, les reserva una inesperada revelación.


Acto 1

Empieza con el sonido de un saxo, romántico, melancólico, sensual, en la penumbra. (Podría ser la guarania ‘Alto Paraná’, de Herminio Giménez, en estilo jazz-fusión, o algún tema clásico internacional).
Mientras se sigue oyendo, la luz se enciende tenue y va creciendo hasta iluminar la escenografía que recrea un bar, a la noche, cerca del Puente de la Amistad, sencillo y popular, pero ambientado con elegancia. Hay mesas con sillas, una barra, taburetes. Al fondo la silueta nocturna del Puente y el río Paraná, como visto desde una ventana. Un cartel luminoso indica: “Bar El Sacoleiro”. Toda la luz tiene un tono azulado.
A un costado, Ángel toca el saxo con pasión, con melancolía. Por el momento no hay nadie más en todo el bar.
Al son de la música, desde el otro costado aparece una pierna desnuda de mujer (con zapato taco alto aguja o bota sexy) detrás de un biombo o una cortina. La pierna se mueve, baila, juega con la música, al estilo de los cabarets de New Orleáns. Detrás de la pierna se va revelando el cuerpo de una mujer: Reina, la dueña del local, con un vestido llamativo, aparece y sigue bailando, jugando, acercándose al saxofonista, provocándolo, acariciándolo con las manos, excitándolo. Después se mete detrás de la barra y empieza a ordenar las copas y los vasos, sin dejar de bailar, hasta que la interpretación de la música concluye con un vibrante final. Ella aplaude con entusiasmo.

Reina: -¡Bravo, maestro, bravo…! Cada día tocás mejor…

Ángel: -No tanto como tocás vos, Reina. Esa manito… cada vez que me roza… ¡me da todo pîrî…!

Reina: -No te confundas, Angelito. Era solo un show artístico, exclusivo para vos, antes de que lleguen los clientes…

Ángel: -¿Y por qué no, Reina…?

Reina: -¿Por qué no… qué?

Ángel: -¿Por qué no hacés este mismo show para el público? ¡Me imagino cómo se va a llenar de clientes el bar…!

Reina: -No, muñeco. Ni ahí luego… Esto no es un Nigth Club, ni un Cabaret. Es solamente un bar de mala muerte en la cabecera del Puente de la Amistad, al borde del abismo insondable de Ciudad del Este, a medio camino entre el Paraíso y el Infierno. Una versión mau del Purgatorio, donde se congregan las almas perdidas de la Triple Frontera a compartir el último trago antes del primer contrabando. ¡Salud…!

Ángel: -¡Uf…! ¡Estás poética hoy, Reina…!

Reina: -¿Te parece…? A todo esto, ¿lo viste a Moralito…? Ese enano anda cada día más fresco. Van a llegar los primeros clientes y todavía no hay mozo. ¡Le voy a descontar de su sueldo…!

Ángel: -Para poder descontarle… primero tenés que pagarle, Reina.

Reina: -E’a… dos meses atrasados nomás le debo. Aparte, con todas esas transadas que él hace desde aquí con los sacoleiros y traficantes, no necesita luego el salario. Usa mi bar como base de operaciones para sus negociados. Por mí, todo bien… ¡siempre que sea discreto y cumpla sus obligaciones!

Ángel: -¿De qué estás hablando, Reinita…? Aparte de mí, que solo vengo a buscar un beso de mujer a cambio de una canción, los que vienen aquí no lo hacen por deleitarse con mis melodías, por apreciar tu escultural figura, por beber tu whisky falsificado, o por masticar tus papas fritas que parecen chicle. ¡Este es un lugar privilegiado y estratégico para controlar el movimiento fronterizo y hacer negocios! Se puede decir que el Sacoleiro’s Bar se ha vuelto un territorio neutral en medio de las guerras de la vida cotidiana, una especie del Rick’s Café de una Casablanca sudamericana… ¿Vos viste la película Casablanca, Reinita?

Reina: -¡Ay, sí… claro que he visto… no soy ningo tan tavy…! Y talvez yo me parezca algo a la Ingrid Bergman… pero vos estás muuuuy lejos de ser Humphrey Bogart, queridito.

Un fuerte ruido de motor los sobresalta. Ingresa una moto, manejada por Moralito, el mozo. Pequeño, frenético, hiperactivo, bien popular. Pantalón negro, camisa blanca, moñito rojo. Y la cabeza cubierta por un casco de motoqueiro. Un bolso pequeño en bandolera. En la grupa, una mujer voluminosa, vestida con calzas y remera de llamativos colores, y dos enormes bolsos a la espalda. Es Ana Creuza, la sacoleira brasileña. Moralito apaga el motor y se quita el casco, agitado, señalando hacia la calle…

Moralito: -¡Nde…! ¿Vieron pio eso…? ¡Amóntema…! ¡Parece que la prensa tenía nomás luego razón…!

Reina: -Moralito… ¿Cuántas veces te dije que no entres con tu moto al bar? ¿Qué te pasó esta vez? ¿Qué nueva excusa vas a inventar para justificar tu llegada tardía?

Moralito: -Allí, en la calle… ¿Voce viu…, ne, Maria Creuza? ¿Você viu...?

Maria Creuza: -¡Oh... eu vi, sim...! ¡Eu vi, sim señora...! ¡Eu vi…! ¿Mais… o qué foi que eu vi, Moralito...?

Luego de afirmar con seguridad, la sacoleira cambia de actitud y duda ante las miradas y los gestos desconfiados de Reina y Ángel.

Moralito: -¡Los árabes…! ¡Los árabes con barbas, con túnicas y con turbantes…!

Maria Creuza: -¿Os árabes…? ¿Eu vi…? ¡Ah, sim… eu vi… os árabes!

Moralito: -¡Si, si… les juro… allí estaban… paseándose tranquilamente por plena avenida Adrián Jara, comprando devedé mau de los mesiteros… como si nada!

Reina: -¡Moralitoooo….!

Moralito: -¡Seguro que eran de Al Qaeda…! ¡Había luego uno que era igualito a ese Osama Bin Laden, el que sale en la CNN!

Reina: -¡Moralitoooo…! ¡Basta…!

Ángel: -Moralito… En la Triple Frontera se halla una de las comunidades de inmigrantes islámicos más numerosas de Sudamérica. Por tanto, es normal que veas árabes con vestimentas típicas, ya que es la expresión de su cultura. Ahora… eso de que aquí hay presuntas bases terroristas o células de Al Qaeda, es algo que inventaron los yanquis para seguir controlando la región, pero es algo no lo cree ni tu abuela. ¡Nuestros queridos árabes están más interesados en vender mercaderías y ganar plata, que en cualquier otra cosa!

Reina: -¡Bueno… bueno… basta! Ya les dije: en este bar no se habla de violencia, sino de amor. Y vos, Moralito, limpiá las mesas, que en cualquier momento llegan los clientes.

Ángel: -Yo diría que ya llegaron, Reina. ¿O acaso esta hermosa garotiña no es la primera cliente de la noche? Senta aquí, meu beim. ¿Eu poso convidar voce con un tequila?

Con aire de seductor, Ángel se desvive por guiar a María Creuza hasta la barra. Ella se deja llevar, encantada, acomodando sus enormes bolsos en el piso. Se sientan en los taburetes. Del otro lado del mostrador, Reina la mira con gesto poco amigable.

María Creuza: -Na verdade, eu só bebo champán…

Ángel: -Entonces, que sea champán. ¿Chileno, mendocino, californiano…? No, mejor que sea francés. ¡Reinita…! ¡Una botella de Don Perignon para la garota de Ipanema, por favor…. a mi cuenta!

Reina: -Moralito, traé una botella de sidra Fresita. ¡Quitale nomás el rótulo, que ésta no va a distinguir la diferencia!

El mozo trae la botella y destapa el corcho con ceremonia, festejado por Ángel y María Creuza. Sirve dos copas. Ambos los hacen chocar y beben. Ángel empieza a cantarle:

Ángel: “Moooza do corpo dourado… do sol de Ipaneeeema… o seu balanzado é mais que um poeeeema… é a coisa mais linda que eu ya vi pasaaaar….”.

María Creuza: -¡Ay, que bonitiño tú cantas…! ¡Eu adoro esa música do Roberto Carlos…!

Ángel: -Je... En realidad es del gran Vinicius, meu amor. De Vinicius de Moráes y Tom Jobim. ¿Y que acha si despois de mi actuación, vamos a mia casa, a beber otra garrafa ainda mais gostosa?

María Creuza: -¡Ay, meu querido… eu gostaría muito… mais eu tein que cruzar o río esta noite con a miña mercadoría!

Ángel: -Pero a la noche no abre la Aduana, meu amor.

María Creuza: -¡Ja ja ja…! Vocé e muito simpático… ¡Aduana, ja ja ja…! ¡Muito simpático…! ¡Oh, Moralito…! ¿A qué horas vein o seu amigo, o canoeiro…?

Moralito: -¡Ssshhh…! ¡Fala baixo, mulher! El amigo Cañete va a estar para la una de la madrugada, con su canoa, en el puertito que está a cien metros hacia abajo del puente…

Ángel: -Pero… ¡es muy peligroso! ¡Cruzar el Paraná a la noche, en canoa…! Encima ese puertito está muy cerca de la Base de la Armada… ¡Si te pillan los marinos, te pueden disparar…!

Moralito: -No, no… tranquilo upéa, che duky. Yo ya arreglé con el marinero de guardia, que es luego mi socio. El promete y garantiza total seguridad y protección, como manda la Ley.

María Creuza: -¡Oh, que bom, Moralito…! ¡Você e un dociño...!

Ángel: -¿Pero qué Ley…? ¡Si es un contrabando!

Moralito: -¡Ssshh… cállate na, nde músico ka’ucho, me vas a arruinar el negocio hina…!

Angel: -¡Sorry, beibi! Por de pronto, vos ya arruinaste el mío… por culpa de tu bendito contrabando.

En ese momento se oye una voz potente, enojada, e ingresa al bar un estrafalario personaje: Jhonny Mendieta, el corresponsal fronterizo. Viste un chaleco de prensa, trae cámara fotográfica, filmadora, grabadora, bolso con laptop… todo recargado.

Mendieta: -¿Contrabando… contrabando? ¿Mo’o oimé la contrabando? ¡Hay que denunciar esa actividad ilícita con todas las letras del cuarto poder! ¡Ahora mismo voy a escribir un feroz artículo condenando la práctica de la ilegalidad que evade al fisco…! ¿A quién hay que acusar…?

Reina: -¡Muy bien…! Se va completando el club. Ya llegó Jhonny Mendieta, el intrépido periodista que se pasa denunciando a las autoridades, funcionarios y empresarios corruptos, pero solo para conseguir que alguno le pague para dejar de hacerlo. ¡Si supieran que ya no tenés ningún periódico en donde publicar, porque ya te echaron de todas las redacciones!

Mendieta: -No me hace falta, Reina. Estamos en la época de Internet y de la comunicación alternativa digital. ¿Quieren conocer la verdad sobre la mafia y la política en las tres fronteras? Ingresen a:
http://www.mondahapartida.com.py/, ¡Un periodismo valiente y sin pelos en la lengua!

Reina: -Sin pelo, sin lengua y sin nada te vas a quedar, uno de estos días, cuando algún capo se canse de ser chantajeado…

(Lo demás se verá en escena… más temprano que tarde).

martes, 18 de marzo de 2008

Todos los libros el libro

Desde que el homo sapiens se alzó sobre sus pies, cuando se lo permitieron los dinosaurios, una de las cosas más placenteras que busca todo ser humano es que alguien le cuente una buena historia.
Eso no ha variado. Lo que ha variado es el cómoDesde el abuelo Pitecántropus contando cuentos a los miembros de la tribu, sentados alrededor del fuego bajo la noche coronada de estrellas... hasta la voz metálica de The Matrix invitándonos a navegar por mundos sicodélicos en el océano virtual.
Hubo épocas en que el libro tuvo forma de arcilla o de papiro... y ahora probablemente tenga forma de bips, de pendrives, de blogs o páginas web.
En pocos años más el libro será... un holograma animado, colorido y sonoro, proyectado en el vacío… y después, ¿quién sabe?
¿Qué importa…?
Lo que realmente importa es que la historia sea buena. 
Que te emocione. 
Que te remueva las cosas adentro. 
Que te deje un sedimento de sensaciones que no son nada fáciles de explicar.
A mi me encanta esa relación promiscua con alguno de esos viejos y buenos libros, de hojas amarillas como las mariposas de Cien años de Soledad, hacer el amor con sus páginas a la luz del velador, hasta que el sueño me venza, y dormirme abrazado a su caratula arrugada (a no ser que aparezca una mejor compañía, claro... tampoco la pavada).
Pero sé que es solo fetichismo.

domingo, 9 de marzo de 2008

Corre, niño, corre...



Corre, niño, corre...
La luz del semáforo en rojo dura apenas 30 a 60 segundos.
Es muy poco tiempo para intentar convencer a los automovilistas detenidos fugazmente de que sus parabrisas necesitan de una rápida limpieza sin limpiar,
o de que el bebé lloroso que cargás en los brazos en realidad es tu hermanito que necesita leche desesperadamente,
o de que si no te compran al menos uno de los caramelos de marca kañy,
o la aspirina hecha de harina en polvo,
o la estampita fraguada en la fotocopiadora de la esquina,
o la bolsa de mandarinas machucadas,
hoy te podés quedar sin nada que comer.
Sí, es muy poco tiempo para tratar de convencerlos de que toda esa mentira... es verdad.

Corre, niño, corre...
Salta a un costado,
esquiva el bólido que pasa peligrosamente cerca de tu cuerpito flaco,
ganale al tiempo,
trata de llegar a la ventanilla del auto
antes de que el chofer la cierre a toda prisa
en un intento por huir de tu mano implorante,
de tu carita de lástima,
ocultándose detrás del vidrio ahumado
para no tener que darte un puñado de monedas o un arrugado billete de mil guaraníes.

Corre, niño, corre...
Ignora los gestos hoscos,
los insultos,
la voz chillona que te grita "haragán, andate a trabajar"
como si no fuera otra cosa lo que hacés.
¿Será que no entienden que ese es tu trabajo?
¿Qué ese es el único trabajo posible que te han dejado?
Aunque a veces sí hay una mano anónima y cariñosa que te regala un billete solidario,
una palabra amable,
una sonrisa franca,
justificando por un breve instante toda tu pesadilla.

Corre, niño, corre...
Huye de tus propios padres o padrastros, hermanos y mayores que te explotan,
quizás porque ellos también crecieron siendo explotados
y no conocen otra manera.
Huye de los proxenetas,
de los abusadores,
de los traficantes de cariño,
de los que te tienen atrapado en su viciada telaraña afectiva.
Huye de la policía
que te usa como informante
y proveedor de pequeños robos.
Huye de los fiscales mediáticos,
de las juezas y secretarias del menor,
de los asistentes sociales,
de los promotores de organizaciones no gubernamentales que buscan justificar contigo sus programas cotizados en euros o en dólares,
de los periodistas denunciadores que te persiguen con sus cámaras sensacionalistas para aumentar su rating.

Corre, niño, corre...
Más veloz que los autos que cruzan en rojo los semáforos.
Más veloz que el destino que te persigue implacable.
Más veloz que el mismo tiempo que avanza en contra como un reloj al revés.

Corre hacia el futuro, donde quizás te aguarda la esperanza que aquí no puedes encontrar.

lunes, 28 de enero de 2008

Para qué escribo...



Escribo para dejar salir a esos extraños bichitos que siempre llevo adentro y que me roen permanentemente las entrañas, los muy malditos.
Escribo para exorcisar a mis demonios privados. Para asustar a mis fantasmas favoritos. Para purgar las culpas propias y ajenas. Para dejar que estallen mis crisis de conciencia. Para aliviar las heridas del alma y las del corazón.
Escribo para encontrar una forma de pagar las cuentas a fin de mes. Para que las chicas me digan ¿en serio pio sos escritor?, y me regalen un beso... y algo más.
Escribo para disfrazar mi inutilidad más absoluta de plantar mandioca, hacer carrera como diputado colorado, traficar cocaína o mentir en los tribunales.
Escribo para complacer la vanidad de ver mi foto en la solapa de un libro, aunque después ese libro solo junte telarañas en la biblioteca.
Escribo porque creo que es mi manera de atravesar la niebla. De dibujar el país o el mundo que mejor o peor imagino. De arrojar mensajes en mis botellas de náufrago sideral.
Escribo para inventar el gran libro que tanto me gustaría leer, y que hasta ahora nadie ha tenido los huevos ni el talento suficientes para escribirlo... y después de terminarlo descubro que yo tampoco.
Escribo porque es mi manera de cometer el crimen perfecto. De matar sin mancharme las manos con sangre... aunque sí con tinta.

Escribo porque no me quiero morir, y tengo la terca ilusión de que con las letras y los mundos que invento voy a seguir viviendo cuando ya sea apenas polvo y nada y siempre.