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martes, 21 de agosto de 2012

Ñangapiry news

(Un clásico relato sobre la odisea de viajar en ómnibus en Asunción).


Mirna Pereira, vestida apenas con unas gotas de Guerlain, desaparece bruscamente a las siete y cinco de la mañana.
Estábamos en lo mejor, ella y yo, cuando el bip frenético del despertador de cuarzo decide iniciar su fastidiosa función de aguafiestas. Extiendo la mano para callarlo y solo consigo tumbar la botella de vodka sobre las baldosas, con un estruendo infernal que me clava mil alfileres en el cerebro. El Sol se mete en forma cruel por la ventana, revelando al mundo que mi departamento de soltero no tiene nada que envidiar a las Ruinas de Humaitá.
Una cucaracha me saluda desde adentro de la zapatilla. Es lo último que hace en la vida. Después viene la caricia del agua fría, la toalla, el peine, el cepillo de dientes, el frasco entero de aspirinas, la misión imposible de reconstruir este rostro devastado por la resaca. Juro solemnemente no beber nunca más. Bueno... al menos no tanto como anoche. Ahora la ropa, la cámara fotográfica, la calle, el Sol insoportable, la impaciente espera del condenado ómnibus que nunca aparece.
Cuando por fin el maldito se decide a aparecer, más cargado que bolsillo de aduanero, descubro que aquel principio de física que me enseñaron en el colegio, ese que decía que dos cuerpos no pueden ocupar un mismo lugar en el espacio, no pasaba de ser una tremenda bola. De lo contrario no estaría ya adentro del vehículo, pasándole mis últimos diez mil guaraníes al chofer, escuchando lo mismo de siempre: Pasá nomás hacia el fondo, después te doy tu vuelto, che ra’a, ahora no tengo cambio.
Y aquí, ¿nadie se enteró de que ya inventaron el desodorante? Esta gorda, ¿qué se cree...que soy de esponja? ¡Ay, mi pie! ¿Qué dice el chofer...? ¿Qué hay más lugar hacia atrás? ¡En tu cerebro lo que hay lugar, nde tavyrón! Y este maldito dolor de cabeza que no se me pasa. ¡Cuidado, señora, me está aplastando la cámara fotográfica! Sí, soy reportero de la revista Ñangapiry News. ¿Qué...? ¿Tomar una foto de lo excesivamente lleno que va el micro? No creo que se pueda. No hay lugar. A ver... ¡Ups! ¡Cuidado...! Perdón, señorita, es que estaba intentando tomar una foto y no me pude sostener. Me caí en su regazo sin querer. ¿Mba’e...? ¡Sátiro será tu abuelo!
Este tipo está rematadamente loco. Aquí ya no cabe un alfiler y sigue alzando gente. A ver si puedo fotografiar a esos tipos colgados de la estribera. Eso es. ¡Click! Nde, cuate, enohemi nde po. ¡Click! A ver si puedo captar la parte del chofer, a lo mejor se nota la marca del velocímetro. ¡Click! Es notable como a través del lente todo se ve distinto. ¡Click! Esa camioneta que nos pasa rozando, por ejemplo. ¡Click! Ese panchero al que casi atropellamos. ¡Click! La manera en que subimos sobre la vereda. ¡Click! Esa columna que avanza hacia nosotros. ¡Click! Este... que... pero... ¡Click! Parece que... ¡no! ¡Click! ¡chocamoooos...! ¡Click! ¡CRASH...!

* * *

El griterío infernal de Fulgencio Mendieta, director de la revista Ñangapiry News, me despertó, tendido en la cama de algún hospital.
–¡Fantástico, Rafa, fantástico....! ¡Sos el primer periodista que consigue fotografiar todo el proceso de la loca odisea de un micro suicida que en carrera desenfrenada crea una verdadera conmoción por las calles de la ciudad, hasta las escenas más dramáticas de la colisión final... trágica, real, increíble! ¡Y todavía sobreviviste para contarlo! ¡Esto es genial...! ¡Será un impacto periodístico, un golpe demoledor para la competencia! ¡Es nuestra consagración, Rafa querido, nuestra consagración...!
Mendieta hubiera seguido gritando hasta el día del Juicio Final, si no fuera por los dos fornidos enfermeros que se lo llevaron a rastras porque estaba despertando a todo el pabellón.
Me quedé solo, contemplando el jarrón de flores que alguien había dejado sobre la mesita. La tarjeta la firma una tal Alicia, de la que no me acuerdo. ¿No era la rubia esa de la heladería? ¡Uy, siento un estirón en la rodilla...! Por suerte, parece que no tengo fracturas graves.
Ya sabía que este iba a ser un día infernal, desde que encontré la cucaracha dentro de mi zapatilla. ¿Por cuánto tiempo más querrán dejarme aquí estos médicos de morondanga? Están locos si piensan que me voy a quedar postrado cuando tengo que ir a escribir la nota del año. ¡Periodista...! Pensar que si le hubiera hecho caso a la tonta de mi tía, a esta altura estaría rayando planillas en un escritorio con telarañas. ¡Quería que trabajara en un banco, la vieja loca! ¡Uy, la rodilla...! Por lo menos pasó algo bueno: ya no me duele la cabeza. Pero tengo una sed de los mil demonios. ¿No habrá una miserable cervecita en este hospital?


(Relato incluido en el libro El Principito en la Plaza Uruguaya de Andrés Colmán Gutiérrez, Editorial Servilibro, Asunción 2007)

martes, 11 de septiembre de 2007

ANGÉLICA

(Monólogo teatral de Andrés Colmán Gutiérrez - Escrito para la obra Casona: Siete Habitaciones -Última habitación: La Lujuria-, puesta en escena en El Estudio, en agosto y setiembre de 2007-. Interpretada por Jorge Torres Romero. Versión original).

En el centro un confesionario de Iglesia. Suena una música religiosa instrumental en un viejo órgano. El actor ingresa despacio. Su actitud es seria, reverente. Se santigua y se acerca al confesionario, se arrodilla.

-Hola, pa’i. ¿Está ahí…? Necesito hablar con usted. ¡Necesito hablar con alguien! Necesito contarle de Angélica… la que me tiene al borde de la locura y de la muerte. ¿Me escucha…?
No, Angélica no es mi novia. Tampoco es mi esposa, ni mi amante. ¡Angélica ni siquiera es un ser real, de carne y hueso!
Angélica es… ¿cómo decirle? ¿Sabe usted lo que es la ansiedad o la angustia, pa’i? ¿Esa sensación indefinible que aparece cuando menos te lo esperas, y te arranca lágrimas de sangre, te quiebra el corazón, te hace abandonar cualquier cosa importante, para arrastrarte a bailar a la orilla de un precipicio?
Si. Esa es Angélica, pa’i. Es el nombre que le doy a mi mejor o peor pesadilla. Ella es la que me tiene loco. ¡Y ya no puedo más…!
Míreme, pa’i: así como ve, yo soy lo que se llama “un hombre de éxito”. Buena familia, buena educación cristiana, buen matrimonio, buena posición social. Una esposa abnegada, dedicada, sumisa, como tiene que ser. Unos hijos ejemplares, disciplinados, que hacen todo lo que su papá les dice. Soy un tipo bien relacionado, tanto con la gente del gobierno como con la oposición. Y claro: voy a misa todos los domingos, religiosamente. Es decir: ¡Tengo todo lo necesario para ser un hombre feliz!
Pero… ¿quién aparece para desestabilizar mi vida? ¡Angélica…!
El otro día estaba en un asado, en la casa de mi amigo Julio. Y de pronto, casi de la nada, siento que algo me pica adentro. Miro en frente, al otro lado de la mesa, donde está sentada Claudia, la mujer de Julio… ¿y que veo? La veo a ella… ¡pero con la cara de Angélica! Desde ese momento, ya ninguna otra cosa tuvo importancia, pa´i. Ni el asado, ni la charla sobre fútbol, ni mi esposa y sus reclamos. Solo ella, con su mirada pícara, su sonrisa lujuriosa y sus rojos labios obscenos, provocándome. Solo ella, pasando sus dedos por el borde de la copa de vino, rozando mi pierna con sus pies descalzos bajo el mantel. Solo ella, levantándose luego de guiñarme el ojo, y yo siguiéndola como un idiota, atrapándola en el pasillo, apretándola contra la pared, estrujando sus labios con mis besos desesperados, con mis manos acariciando sus senos, subiendo por sus piernas bajo el vestido. Ella que se me entrega y se me escapa, y yo la persigo y la vuelvo a atrapar, una y otra vez, le quito el sujetador, le quito la bombacha… cuando de pronto escucho muy cerca la voz de mi esposa llamándome, y me paralizo, me cago de susto, y ella se mete en el baño y yo me quedo allí, como un boludo, con las ropas desarregladas…
¿Sabe usted lo que es la lujuria, pa’i? Claro, ¿cómo no lo va a saber? Es uno de los siete pecados capitales. Está en la Biblia. Por la lujuria, Adán y Eva fueron echados del paraíso y toda la raza humana fue condenada. Por la lujuria, dos ciudades enteras, Sodoma y Gomorra, fueron destruidas a sangre y fuego por la ira del Señor. El imperio más poderoso de la tierra, Roma, que supo resistir y vencer a los más feroces enemigos, sin embargo se derrumbó solito … ¿Por qué…? ¡Por la lujuria, pa’i! ¡Por la decadencia a la que le arrastraron los romanos con el apetito desordenado del goce sexual, con sus fiestas bacanales y sus interminables orgías…!
Sí… yo se que es pecado y tengo que resistirme, pa’i.
Pero Angélica no me deja vivir en paz.
Se me aparece apenas me levanto, con la cara de la empleada doméstica, que está agachada limpiando el piso con un shorcito apretado que resalta sus glúteos perfectos. Me saluda con el gesto de la deliciosa vecinita de abajo, que cuando salgo al trabajo me invita a que la ayude a hacer un trabajo práctico para el colegio, ahora, en el departamento, cuando no están sus padres. Me provoca con las desverguenza de la kioskera rubia de la esquina, que cuando me vende el diario me acaricia la mano y se relame los labios con la lengua. Me excita con la mirada lánguida de mi secretaria, que cada día llega con la pollera más cortita y el top más infartante, y me responde con voz de telefonista hot line.
¡No sé que hacer, pa’i! Angélica es una maldición… pero tampoco sé si quiero liberarme de ella. ¡No me malentienda! Desde que ella llegó, mi vida que antes era gris y aburrida, ahora es un infierno, pero también se volvió… como le digo… más interesante… eh… mas emocionante…. ¿Comprende? Ella es mi perdición, pero también es mi salvación. La lujuria, el sexo, la vulnerabilidad del eros… es lo que nos hace débiles en nuestra fortaleza… o fuertes en nuestra debilidad… no se.
¡De carne somos, mi querido pa’i!