sábado, 24 de junio de 2017

Agustín Barrios Mangoré, Roa Bastos y El Principito en la Plaza Uruguaya


Dicen que ante la negativa del Gobierno paraguayo a que actúe en el Teatro Nacional, el gran guitarrista y compositor Agustín Barrios Mangoré decidió dar su último concierto en la Plaza Uruguaya, en enero de 1925.
“El concierto se realizó al aire libre, en la Plaza Uruguaya, en el que colaboraron amigos y simpatizantes, entre ellos Dionisio Basualdo para la organización. El escenario era un tablado improvisado para la ocasión. Al inicio del concierto la avalancha del público por verlo de cerca hacía peligrar la estabilidad del frágil escenario abandonado por Barrios a tiempo, pues se venía abajo…”, narran Luis Szaran y Sila Godoy, en su obra Mangoré, vida y obra de Agustín Barrios,
Al final del concierto, el músico emocionado, a manera de adiós al Paraguay, leyó el emotivo soneto de su autoría:

¡Cuán raudo es mi girar! Yo soy veleta
que moviéndose a impulsos del destino,
va danzando su loco torbellino
hacia los cuatro vientos del planeta.

Llevo en mí el plasma de una vida inquieta,
y en mi vagar incierto, peregrino,
el arte va alumbrando mi camino
cual si fuera un fantástico cometa.

Yo soy hermano en glorias y dolores
de aquellos medioevales trovadores
que sufrieron románticas locuras.

Como ellos también, cuando haya muerto,
Dios sólo sabe en qué lejano puerto
iré a encontrar mi tosca sepultura.

Fue la última vez que Mangoré actuó en su patria.
Dolido, se alejó para nunca más volver…
Murió en San Salvador, en 1944, donde es un ídolo nacional.
En los primeros días de este culturoso junio de 2017, a pesar de todo, Mangoré regresó a la Plaza Uruguaya.
Está allí, encarnado en una estatua, con su guitarra inmortal.
En frente, sentado en un sillón en actitud pensativa, también desde este junio cuasi invernal, lo contempla otra gran gloria de la cultura paraguaya, el escritor Augusto Roa Bastos.

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Roa Bastos cuenta que siendo niño llegó por primera vez desde Iturbe a Asunción en compañía de su madre, bajó en la Estación del Ferrocarril y cruzó a la Plaza Uruguaya, donde tuvo una de la visiones más impactantes: era la estatua de una mujer pintada de blanco, en cuya boca abierta bajaban los pajaritos.
En su imaginación febril, él vio que la mujer cerraba la boca y se comía a los pajaritos.
Años después utilizó ese recuerdo para cerrar su relato Estaciones, el tercer capítulo de su novela Hijo de Hombre, en donde el episodio de la estatua que comía pajaritos es contado por el protagonista, el teniente Miguel Vera.
Ahora Roa Bastos también está allí, encarnado en una estatua, no lejos de la mujer de blanco y frente a la del gran músico Mangoré.

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En un relato autobiográfico de Roa Bastos, divulgado en en el libro de Rubén Bareiro Saguier, Augusto Roa Bastos: Caídas y resurrecciones de un pueblo, se narra que el gran escritor francés Antoine de Saint Exúpery, autor de El Principito, estuvo en Asunción en enero de 1930, como piloto y director de la Aeroposta Argentina.
Se encontró con el poeta paraguayo Hérib Campos Cervera en esa misma plaza.
“Se sentaron a conversar en la Plaza Uruguaya y Hérib, en su mal francés, le relató el último concierto que el guitarrista Agustín Barrios dio allí, tras acarrear él mismo los bancos de la plaza para que la gente pudiera sentarse…", cuenta Roa.
El episodio está recreado en mi cuento El Principito en la Plaza Uruguaya, en el libro homónimo publicado por la editorial Servilibro.

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Mangoré, Roa Bastos y El Principito en la Plaza Uruguaya.
Senderos que se bifurcan y vuelven a cruzarse.

¿Quién dice que las plazas de Asunción no están tan pobladas de historia y de cultura…?




lunes, 12 de junio de 2017

Iturbe (Manorá), el pueblo donde nació la literatura de Roa Bastos



Visitar Iturbe (o Manorá) es meterse dentro de los cuentos y novelas de Augusto Roa Bastos. Los escenarios de las mágicas historias que vivió siendo niño y luego las reescribió, todavía están allí, esperando ser recreadas. En el centenario del supremo escritor, viajamos hasta su aldea literaria y conocimos al último de los carpincheros.


Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
Cámaras y edición: Ivonne Velázquez, Ylda R. Miskinich
ITURBE, GUAIRÁ

-Sí, los carpincheros del cuento todavía existen, pero casi ya no quedan carpinchos... -afirma Silvio Rodas, conocido como Piliki, también ex carpinchero, mientras nos conduce en su precaria canoa por las aguas del Tebikuarymi.
Parado y con el torso desnudo, impulsándose con un rústico pértigo, se parece a un personaje fugado del cuento Carpincheros, el primero del libro El trueno entre las hojas de Augusto Roa Bastos, publicado en 1953.
A 120 kilómetros de Asunción, Iturbe es un pueblo de calles polvorientas y antiguas casas dormidas desde que la industria azucarera, que le daba vida económica y social, también quedó paralizada.
Aunque nacido en Asunción, el 13 de junio de 1917, Augusto llegó aquí con 3 años de edad, en brazos de su madre Lucía Bastos. Su padre, Lucio Roa, ya llevaba un par de años trabajando en el ingenio azucarero y la familia habitó en una pequeña casa, sobre un barranco a orillas del río.
La casa original de los Roa ya no está. Solo quedó un desvencijado portón de madera que el escritor encontró en 1994, cuando regresó de visita a Iturbe, luego de casi medio siglo de ausencia. Él lo llamó "el portón de los sueños", que le permitía escapar desde allí a las aventuras infantiles para descubrir el mundo. Ese mismo portón se mantiene como monumento junto a la antigua estación del Ferrocarril, hoy convertida en museo y Casa de la Cultura.

Silvio Rodas, alias Piliki, es el último de los carpincheros en el Tebikuarymi. Al fondo se ve la Azucarera Iturbe.
REALIDAD Y FICCIÓN. Gran parte de lo que el niño Augusto vivió en Iturbe aparece reflejado en varias escenas de sus cuentos y novelas.
"Su papá le prohibía salir, pero él se escapaba a las siestas y a las noches para vivir aventuras con sus amigos, los mita'i campesinos. Fue así como vio a los carpincheros pasar con sus canoas por el río, como describe en su cuento Carpincheros. Con los de su pandilla colocaban obstáculos en las vías del ferrocarril, como se lee en su cuento Pirulí, para que el tren se detenga y ellos puedan subir y viajar gratis", relata la ex maestra de literatura Reina Gallinar, en cuya casa se alojó Roa Bastos cuando regresó a Iturbe.
Aunque Roa no nació en Iturbe, su literatura si nació allí, afirma la docente. A los 13 años, Augusto escribió en ese lugar su primera obra, la pieza teatral La carcajada, junto con su mamá Lucía.
"Iturbe es para Roa Bastos su aldea literaria, a la que llama Manorá, al igual que Aracataca es Macondo para García Márquez. Mucho de lo que él vivió en este lugar aparece en su literatura y muchas cosas que hay en sus cuentos todavía se pueden hallar aquí", destaca la profesora Reina.


El antiguo pupitre en el que se sentó Roa Bastos en la escuela de Iturbe, entre 1924 y 1926.
RELIQUIAS. Un ajado pupitre de madera se guarda celosamente en el museo La Estación de Iturbe.
Un cartelito informa que se trata del mismo pupitre escolar en que se sentaba el niño Augusto, cuando cursaba los primeros grados en la Escuela Rigoberto Caballero, entre 1924 y 1926.
Después, Augusto se fue a seguir sus estudios en Asunción, pero regresaba en las vacaciones y así se puso de novio con Ana Lidia Tota Mascheroni, hija de una de las familias tradicionales de Iturbe, con quién se casó en 1942. La casona y el antiguo almacén de los Mascheroni se mantienen altivos, cerca de la Estación.
Piliki, el último de los carpincheros, nos lleva de paseo en su canoa, por las aguas del río Tebikuarymi.
Desde el lugar se ve la estructura de la Azucarera Iturbe, actualmente parada, y la casa de la Administración, en el mismo lugar donde se alzó la vivienda en que crecieron Augusto y sus hermanas.
En el lugar hay un banco de arena en forma de media luna, el mismo que describe Roa en varios de sus cuentos, especialmente en Carpincheros y El trueno entre las hojas.
"Yo he leído sus obras y está clarísimo que este es el lugar que él cuenta, donde vio pasar a los carpincheros en la noche de San Juan y un poco más allá estaba el lugar por donde pasaba la balsa, antes de que exista el puente. Es probablemente el lugar donde tenía su balsa ese líder sindical de los cañeros, que se quedó ciego y después se hizo balsero", dice Piliki, mientras sigue remando con el pértigo.
A 100 años de su nacimiento, Roa Bastos y su obra siguen vivos en Iturbe.


 La casa de la administración, de la Azucarera Iturbe, en el lugar donde vivían los Roa Bastos.
En Iturbe se conserva la casa de Lidia "Tota" Mascheroni, quien fue  novia de juventud y luego esposa de Roa Bastos.
El portón de los sueños, lo único que quedó de la casa de Roa Bastos, se mantiene en la antigua Estación del Ferrocarril.
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(Publicado originalmente en el diario ÚLTIMA HORA).