lunes, 27 de marzo de 2017

Odessa en Paraguay: El viaje final del Carnicero de Riga



Acusado de matar a 30.000 judíos, Eduard Roschmann, El carnicero de Riga, llegó en julio de 1977 a Asunción, huyendo de un intento de extradición desde la Argentinaa, portando la identidad falsa de Federico Wegener. No pudo obtener la ayuda de los nazis paraguayos, como si la tuvo anteriormente su colega Josef Mengele, el Ángel de la Muerte. Roschmann murió en Clínicas, el hospital de los pobres, solo y desamparado. El destino final de su cadáver sigue siendo un misterio.

#CrónicasDeLaMemoria


Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

El hombre que bajó del ómnibus de La Internacional, en la terminal de la empresa Brújula Turismo, sobre la calle Presidente Franco casi Colón, en la zona portuaria de Asunción, no se parecía en nada al actor suizo-austriaco Maximilian Schell, quien tres años antes lo había encarnado en la aclamada película Odessa, dirigida por Ronald Neame.
Al contrario del apuesto y despiadado oficial nazi que aparece en la pantalla, el recién llegado parecía un abuelo cansado y obeso, con poco pelo y grueso bigote, que sudaba copiosamente ante el calor de la siesta paraguaya y rengueaba con dificultad, arrastrando una ajada maleta.
Era el 7 de julio de 1977, cerca de las 15.00. El hombre que llegaba huyendo desde Argentina con una identidad falsa no era otro que el buscado criminal nazi Eduard Roschmann, apodado El Carnicero de Riga, a quien el  novelista inglés Frederick Forsyth había puesto en el foco mundial con su libro The Odessa files (o simplemente Odessa, en que se basó la película), relatando las atrocidades que cometió como comandante del gueto de Riga, en Letonia, durante la Segunda Guerra Mundial, donde se le acusa de haber asesinado a 30.000 judíos.
En las inmediaciones de la terminal de Brújula estaba el bar copetín Pez Mar, donde Roschmann entró a beber una gaseosa. Con su dificultoso español preguntó al dependiente si conocía un hotel “que no sea muy caro”.
El encargado del bar era un ciudadano chino, quien le contó que él vivía en una pensión familiar donde había camas disponibles. Roschmann se mostró interesado y el chino le anotó la dirección en una servilleta.

Foto en portada del diario Ultima Hora, en la edición del jueves 11 de agosto de 1977.

La vieja pensión de la calle Iturbe

Alrededor de las 16.00, un taxi lo dejó frente a una casona de la calle Iturbe 859, casi Manuel Domínguez, donde funcionaba la Pensión Ríos, propiedad de Juana Echagüe viuda de Ríos. Cuarenta años después, la fachada sigue igual, pero ahora el local pertenece al Estudio Jurídico Riera Abogados, que integra el  ministro de Educación, Enrique Riera, junto a otros socios.
El costo del alojamiento era 400 guaraníes por día, que incluía la cama en una habitación compartida y las comidas. Roschmann pagó diez días de permanencia.
“Vino recomendado por uno de los chinos que eran nuestros pensionistas, por eso no hubo problemas en alojarlo. Tenía una cédula de identidad argentina, a nombre de Federico Wegener y con ese nombre se registró en la pensión”, relató Aníbal Ríos, uno de los dueños del local, en una entrevista con Última Hora, semanas después de la llegada del criminal nazi.
“Era un pensionista normal. Incluso mi madre le comentó a uno de mis hermanos: ‘Ojalá que todos fuesen como Wegener… ¡si hasta para ir al baño pide permiso!”, describió Ríos.
Hablaba español, no fluidamente, pero se hacía entender sin dificultades. Salía poco a la calle y se pasaba gran parte del tiempo leyendo en la habitación. La dueña de la pensión le preguntó a qué se dedicaba y el huésped le dijo que era comerciante, que había venido al Paraguay a buscar a una familiar suya, de ascendencia alemana.
Roschmann trataba de hacer contacto con la misma organización local, vinculada a Odessa (la red secreta internacional que ayudaba a los nazis a escapar de la Justicia),  que había brindado protección a otro criminal de guerra, el médico Joseph Mengele, el Ángel de la Muerte, que entre 1959 y 1963 vivió oculto en Paraguay, pero en los años 70 la acción del grupo se había vuelto mucho más hermética, ante la fuerte vigilancia y presión internacional que ejercían los “cazadores de nazis” como Simon Wiesenthal y Beate Klarsfeld, que tenían al país bajo la lupa.  

La identidad falsa de Roschmann, con ciudadanía argentina.

Orden de captura y extradición

Nacido en Graz, Austria-Hungría, en 1908, Eduard Roschmann se afilió al Partido Nazi de su país en 1938. Fue integrante de las SS de Adolf Hitler y enviado como comandante al Campo de Concentración de la ciudad portuaria de Riga, en Letonia, y del gueto judío, donde se mantuvo hasta 1944. Se le acusa de ser responsable de la muerte de la mayoría de los más de 30.000 judíos que vivían en el lugar, a quienes mandaba fusilar o ahorcar en los bosques cercanos. Por sus métodos crueles, su nombre inspiraba terror entre sus víctimas.
Tras huir ante la avanzada soviética al final de la guerra, Roschmann fue arrestado por los británicos en 1947.  A pedido de los norteamericanos, fue evacuado a Alemania. Durante el viaje en tren pidió ir al baño y aprovechó para saltar por la ventanilla. En su travesía a través de los campos nevados se le congelaron los pies, por lo cual debieron amputarle cuatro dedos, lo cual años más tarde ayudaría a que su cadáver pueda ser identificado en Asunción.
Roschmann había llegado a la Argentina en 1948, huyendo con un pasaporte de la Cruz Roja, a nombre de Federico Wegener.
Allí pudo montar un negocio de venta de maderas, con ayuda de una fundación nazi. A pesar de que había dejado a su primera esposa en Graz, se casó en Argentina con su secretaria y fue acusado de bígamo por su anterior mujer. En 1957 decidió volver a Austria y, al llegar, fue procesado hasta que se anuló su segundo matrimonio. Al año siguiente viajó por varios países de Sudamérica, vivió un tiempo en Brasil y nuevamente se radicó en la Argentina, donde en los años 60 obtuvo la nacionalidad argentina, con su nombre falso Federico Wegener.
En 1963, un tribunal de Hamburgo emitió una orden de arresto en su contra, pero recién en 1976 el Gobierno argentino aceptó conceder la extradición. Para entonces, Frederick Forsyth ya había publicado su novela The Odessa files (1974) y en 1976 se estrenaba la película Odessa, con John Voigt como protagonista, y Maximilian Schell encarnaba en la pantalla a un Roschmann perverso y cruel. La literatura y el cine acababan de convertirlo en un personaje famoso, a quien ya le iba a resultar difícil pasar inadvertido,
Alarmado ante el riesgo de ser capturado, Roschmann hizo apuradamente una maleta y abordó el primer ómnibus rumbo al Paraguay.
Tenía 63 años de edad, sufría de una afección cardiaca y caminaba dificultosamente porque le habían amputado cuatro dedos de los pies, pero confiaba en que Odessa y los nazis paraguayos le iban a brindar ayuda y protección.
Leyendo una vieja novela en idioma alemán, el único libro que había logrado traer consigo en la maleta, en la soledad de la vieja pensión, Roschmann esperó en vano el contacto con los nazis paraguayos y la angustia de la espera afectó a su enfermo corazón.

El informe de la autopsia a Federico Wegener (Roschmann) en Clínicas.

Los últimos días en Clínicas

El día 26 de julio de 1977, el criminal nazi había amanecido con la cara roja, sin poder respirar, lo cual alarmó a los dueños de la pensión.
“Mi mamá fue a verlo y reconoció que era un ataque cardiaco. Mi padre había muerto de una enfermedad similar. Así que llamó un taxi y mi hermano, Epifanio Ríos, con una empleada, Mirtha González, lo llevaron urgente al Hospital de Clínicas”, había relatado Aníbal Ríos, hijo de la dueña de la pensión.
Con el mismo nombre falso de Federico Wegener, Roschmann fue admitido prácticamente en estado de coma e internado en la cama 16,  sala B, de la Primera Cátedra de Clínica Médica.
No había nadie que se hiciera cargo del paciente, salvo los dueños de la pensión, que llamaban por teléfono a conocer su estado, y en más de una oportunidad le compraron los medicamentos que necesitaba.
“Nadie vino a visitarle, nadie se interesó por su salud. Solamente la persona que le trajo (Epifanio Ríos, hijo de la dueña de la pensión), dejó un número telefónico, 45082, indicó que allí debíamos recurrir si pasaba algo peor”, relató el entonces director del Hospital de Clínicas, doctor Alberto Echeverría.
Al no tener parientes, Roschman fue considerado uno más de los muchos pacientes indigentes y abandonados que eran remitidos diariamente al llamado “hospital de los pobres”.
La atención que le brindaron, sin embargo, le permitió al pacien te tener una considerable recuperación.
“En la evolución el paciente mejora, recupera la lucidez, los signos de neumopatía mejoran paulatinamente. Tratado con digitálicos, diuréticos, traquetomía, penicilina cristalina y clorafenicol. Presentó además diarrea, que cedió con medicación”, escribieron en su historia clínica.
Tanta fue la mejoría, que Roschman pudo levantarse y dar paseos por el hospital, hasta que en una ocasión, el día 4 de agosto, con acuerdo de una de las enfermeras, pudo salir por unas horas del hospital, abordar un taxi y retornar a la pensión de la calle Iturbe para retirar su maleta y sus pertenencias.
“Cuando llegó, le dio un susto a mi gente, porque todavía estaba abierta su herida con la traquetomía, pero podía movilizarse bien y le ayudamos a juntar todas sus cosas y a volver en un taxi al hospital”, relató Anibal Ríos, de la Pensión Ríos.
En los días siguientes, la salud del criminal nazi volvió a deteriorarse.
“Como era previsible, la situación del paciente fue empeorando, hasta que le resultaba sumamente difícil respirar. Es por eso que se le sometió a un electrocardiograma. Esa operación tuvo a su cargo la señora Magdalena de Oliveira. Posteriormente, su muerte fue inevitable”, relató el director de Clínicas, Alberto Echeverría.

El registro de la muerte de Roschmann, en su historia clínica,

 La muerte que se volvió un escándalo político

“En la madrugada del 10 de agosto de 1977, el paciente tiene convulsiones toniclocónicas, está cianótico, pulso indeterminado, presión arterial 0”, indicaba el registro de la historia clínica de Eduard Roschmann, entonces todavía identificado como Federico Wegener, en el Hospital de Clínicas de Asunción.
En seguida se registraba escuetamente su momento final: “Al cabo de 15 a 20 minutos, paro respiratorio”.
Hasta entonces, el anciano con cédula argentina era un paciente indigente más que había fallecido, de los muchos pacientes que llegan diariamente al “hospital de los pobres” y en muchos casos se mueren.
Así que con él también se aplicó el trámite de rutina: se lo trasladó a la morgue, que quedaba detrás del hospital.
Si nadie reclamase el cadáver en algunos días, sería destinado para la práctica de los estudiantes de medicina.
Pero alguien en Paraguay sabía que Federico Wegener era en realidad Eduard Roschmann, “el carnicero de Riga”, uno de los criminales nazis más buscados internacionalmente, y ese dato se lo transmitió a un periodista del diario ABC Color, que en la edición del día siguiente, 11 de agosto de 1977, sorprendió con una auténtica primicia periodística, con un gran título a seis columnas en su portada: “Un criminal de guerra nazi murió ayer en el Hospital de Clínicas”.
En su edición de esa misma tarde, el diario Última Hora (que en esa época era vespertino), trajo en portada la foto de la pensión de la calle Iturbe, en la que Roschmann estuvo alojado durante 15 días y en su página interior una entrevista con la dueña, Juana Echague, y con su hijo, Anibal Ríos. Además, un informe acerca de cómo había muerto el criminal, con versiones de los médicos y enfermeras que lo atendieron.
La revelación generó un gran impacto y atrajo el interés de la prensa internacional, convirtiéndose en un gran escándalo político.
Se fortalecía la imagen de que el Paraguay se había convertido en un refugio para criminales internacionales, aunque en este caso no existen indicios de que Roschmann haya recibido algún tipo de protección del régimen.
Al principio surgió la duda de que el hombre que había muerto en Clínicas realmente fuera Roschmann, cuando el célebre cazador de nazis, Simon Wiesenthal, dijo en diálogo telefónico con los medios de comunicación que podía tratarse de una treta para ocultar el paradero del verdadero criminal. Finalmente, tras comprobarse que le faltaban cuatro dedos en los pies, Wiesenthal aceptó que el muerto era realmente Roschmann. La Interpol también ayudó a confirmar la identidad.
La Cátedra de Anatomía Patológica de la Facultad de Ciencias Médicas dispuso que un equipo médico practique una autopsia al cadáver de Wegener-Roschmann. Fueron designados para ello los médicos José Bellasai, Pedro Rolón y Hernán Godoy.
“Fue una autopsia rutinaria, que se hacía habitualmente a muchos pacientes que fallecían. En ese momento aún no teníamos la dimensión de quien era Roschmann, hubiéramos hecho un examen mucho más detallado”, recuerda el doctor José Bellasai.

El ataque a la Fiambrería Alemana, en represalia contra quien identificó a Roschmann.

 La identificación de Emilio Wolff

Emilio Wolff, empresario judío, dueño de la Fiambrería Alemana en Asunción, fue un sobreviviente de campos de concentración durante la Segunda guerra Mundial y conoció personalmente la crueldad de Eduard Roschmann, cuando estuvo prisionero en el campo de concentración de Auschwitz II-Birkenau.
Wolff fue uno de los primeros en afirmar que la persona que murió en Clínicas como Federico Wegener era el Carnicero de Riga. Incluso, una de las versiones más insistentes sostienen que fue el propio Wolff el informante anónimo que pasó el dato a los periodistas del diario ABC Color, lo cual lleva a suponer que el empresario judío ya conocía de la presencia del criminal nazi en el país, con identidad falsa.
“¿Cómo no lo voy a conocer? A Roschmann lo he visto en varias ocasiones en Birkenau, Polonia, en donde estaba otro de los campos de concentraciones, o en otros términos, otro sitio de carnicería humana. Fui testigo de sus crueldades, de la horrible matanza de decenas de prisioneros. Por eso, cuando miré el cadáver, dije: ¡Exacto! Es el mismo Roschman. No me cabe ninguna duda”, aseguró Wolff a Última Hora en agosto de 1977.
El empresario judío contó que estuvo prisionero de los nazis por siete años y nueve meses. “En el campo de concentración y en mi presencia mataron a mi padre, mataron a mi madre y mataron también a mi hermana, que tenía un mellizo”, relató.
“Este Roschmann fue uno de los sanguinarios nazis, que no en balde recibe el sobrenombre de ‘Carnicero de Riga’, merecía peor muerte”, indicó.
Tras la publicación de la entrevista, el local comercial de Emilio Wolff, la Fiambreria Alemana, que quedaba sobre la calle Luis Alberto de Herrera, en la esquina con Independencia Nacional, fue atacado a balazos por dos desconocidos, en la madrugada del sábado 13 de agosto de 1977.
El periodista César Insfrán, entonces integrante de la Redacción de ÚH, fue un testigo presencial del ataque. Describió que un automóvil Ford, de color azul y techo blanco, paró frente al local y uno de los dos ocupantes, el que estaba en el lugar del acompañante, “descendió y sin pérdida de tiempo abrió fuego contra la fiambrería. Se escucharon tres disparos y luego otros tres”.
Posteriormente, los atacantes huyeron del sitio, uno de ellos a pie y el otro con el vehículo Ford.
“Presumimos que el atentado habrá sido por las declaraciones de mi padre a los diarios, acerca de la identidad de Roschman”, dijo uno de los hijos de Emilio Wolf, tras el incidente.
El ataque  causó aún mayor conmoción en el ambiente político asunceno, en torno a la muerte del criminal de guerra. “¿Actúan nazis en Paraguay”, era el título de otro artículo publicado por ÚH, en el cual se aseguraba que la comunidad judía esperaba nuevos ataques tras la muerte del criminal de guerra en Asunción.

El antiguo "hospital de los pobres" en Asunción, donde acabó el criminal nazi su largo viaje.

¿Qué pasó con el cadáver de Roschmann?

“El cadáver de Roschmann estuvo en la morgue del Hospital de Clínicas, hasta que unas semanas después desapareció misteriosamente”, sostiene el médico e investigador Alfredo Boccia Paz, quien también ejerció durante muchos años la medicina en el Hospital y es docente en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNA.
El destino del cuerpo del criminal nazi es uno de los misterios que hasta ahora no se han podido desentrañar, ya que no existen registros ni testimonios públicos conocidos acerca de quién retiró el cadáver, ni a donde se lo llevó.
El periodista argentino Alfredo Serra, quien en esa época escribía para la revista Gente, estuvo en Paraguay siguiendo las huellas de Roschmann a días de su muerte, en un reciente artículo publicado en el diario digital Infobae asegura que el cadáver del criminal acabó bajo el bisturí de prácticas de los estudiantes de medicina de la UNA.
El patólogo y forense José Bellasai, quien participó de la autopsia de Roschmann, asegura que el dato brindado por Serra es falso.
“No se destinaban los cadáveres sometidos previamente a autopsia a prácticas de estudiantes, y menos aún se hubiera procedido de ese modo cuando ya existía certeza de que era un criminal nazi buscado internacionalmente”, sostiene Bellasai, quien también conoce la versión de que el cuerpo fue retirado del lugar, pero no se conoce la identidad de quienes lo hicieron.
Hasta ahora hay algunas versiones que fueron compartidas con el autor de esta nota, por parte de fuentes que pidieron permanecer en el anonimato, por lo cual no daremos los nombres de las personas a las que mencionan, ya no que estos datos aún no han podido ser confirmados.
La primera versión es que un conocido empresario, ya fallecido, muy vinculado al entonces dictador Alfredo Stroessner, fue quien ordenó a un grupo de hombres de su confianza a que retiren el cadáver de la morgue de Clínicas “sin dejar rastros” y lo sepulten en una fosa anónima, en un cementerio de la capital, para “evitar que los judíos tomen revancha con el cuerpo”.
La otra versión es que un grupo comando de nazis paraguayos, a quienes Roschman no pudo contactar en vida, fueron quienes rescataron su cuerpo, valiéndose de altas influencias con la gente del régimen stronista, y lo sepultaron en lugar que es una especie de mausoleo nazi, donde acostumbraban realizar ceremonias rituales secretas. Esta versión sostiene que fueron miembros de este grupo los que balearon la Fiambrería Alemana, en la madrugada del sábado 13 de agosto de 1977.
Una tercera versión sostiene que las propias autoridades de la dictadura dispusieron que el cadáver sea retirado y entregado en secreto a familiares de Roschman, presumiblemente a su segunda esposa en Argentina, una mujer llamada Edith Redemacher, que vivía en una casa sobre la calle Guiraldes 824, en Buenos Aires, para quien Roschman dejó una nota final entre sus pertenencias.
Sea cual sea la versión real, es parte de los interrogantes que aún faltan esclarecer, a 40 años del viaje final del Carnicero de Riga, que concluyó en el “hospital de los pobres”, en Asunción. 

martes, 21 de marzo de 2017

¿Quién ordenó matar al vicepresidente?


El vicepresidente Luis María Argaña, uno de los últimos grandes caudillos del Partido Colorado, fue asesinado el 23 de marzo de 1999 en Asunción, generando la mayor movilización ciudadana, conocida como el Marzo Paraguayo, que terminó ocasionando la caída del gobierno de Raúl Cubas. Fue el mayor crimen político en la era democrática. El general Lino Oviedo, principal adversario de Argaña, fue acusado como presunto autor moral pero resultó absuelto por la Justicia, que no pudo -o no quiso- determinar quién fue el responsable del ajusticiamiento. A más de dos décadas, recordamos una densa historia de intrigas y violencia política que dejó su marca en la vida política del Paraguay.

#CrónicasDeLaMemoria

Por Andrés Colmán Gutiérrez
@andrescolman

Luis María Argaña Ferraro, vicepresidente de la República del Paraguay, se despertó de buen ánimo en la mañana del martes 23 de marzo de 1999, según recordaría su hijo mayor, el arquitecto Félix Argaña.
Poco después de desayunar con su esposa Marilyn, subió al asiento trasero de la camioneta Nissan Patrol, color rojo, que debía conducirlo desde su residencia en el barrio de Las Carmelitas hasta su despacho en el centro de la ciudad de Asunción, en la sede de la Vicepresidencia.
Adelante iban el chofer, Víctor Barrios Rey, y su custodio asignado, el suboficial de policía Francisco Barrios González. Aunque posteriormente varias versiones buscaron sostener que Argaña ya había muerto la noche anterior y que en la camioneta solo viajaba el cadáver, Félix Argaña asegura que su padre llegó a realizar varias llamadas desde su teléfono celular esa mañana, una de ellas a su hijo Jesús, a quien le dejó un mensaje grabado, ya que el mismo no pudo atender.
Según declaraciones recogidas después por la policía, por la Justicia y por la Comisión Bicameral de Investigación, el conductor siguió el trayecto habitual que tomaba todos los días. Al avanzar por la calle Diagonal Molas, a unos  40 metros antes de alcanzar Venezuela, un auto Fiat Tempra, de color verde oscuro, se ubicó al costado izquierdo y empezó a adelantarlo. Eran cerca de las 8.35 de la mañana.
Al llegar a una lomada, el auto se interpuso bruscamente frente a la camioneta y le cerró el paso. El chofer Barrios Rey se vio obligado a frenar de golpe, para no chocar. Entonces, según la versión de la mayoría de los testigos, dos hombres descendieron del interior del Fiat, mientras un tercero permanecía al volante, con el vehículo en marcha. Hay testigos que mencionan a un cuarto hombre, pero la mayoría coinciden en que los que descendieron eran dos.
El que bajó del asiento del acompañante es descrito como un hombre fornido, quien portaba una escopeta calibre 12. Del mismo lado, pero por la puerta trasera, descendió otro hombre, con armas cortas y granada de mano colgadas del cinto. Ambos tenían el pelo corto, iban vestidos con ropas militares de estilo camuflaje o para’i.
“Eran uniformes para para’i, tenían camisas de mangas largas, desprendidas, tenían la remera larga debajo, botas, cinturón verde, las granadas de mano colgaban de su cintura. Eso me llamó la atención, la forma en que se bajaron, porque se bajaron rápido y ya corrieron hacia la camioneta y comenzaron a disparar los dos…”, declaró Aurelio Arguello Enríquez, copropietario de una carpintería en el lugar del crimen, ante la Comisión Bicameral de Investigación.
Mientras el segundo hombre avanzó por la vereda hacia la parte trasera de la camioneta, el que llevaba la escopeta  se colocó en frente, levantó el arma y apuntó directamente al parabrisas, realizando los primeros disparos. Los perdigones atravesaron el vidrio y parte del fuselaje del capó, dejando varios agujeros, pero el parabrisas permaneció entero. El otro atacante disparó con la pistola automática. Los proyectiles impactaron de lleno en el cuerpo del guardaespaldas Francisco Barrios González, quien había tenido tiempo de extraer su arma, pero ya no alcanzó a contraatacar. El chofer Barrios Rey resultó herido en el rostro, pero no perdió el sentido.
-¡Agáchense, hay que salir de acá…! -gritó Luis María Argaña desde el asiento trasero, según relató el chofer Barrios.
El chofer reaccionó por instinto, poniendo la palanca de cambios en reversa y oprimiendo el acelerador. La camioneta retrocedió algunos metros a gran velocidad, giró en forma lateral y se incrustó contra la muralla de una casa vecina, quedando varada, con una de las ruedas reventadas y el motor todavía en marcha.
Los atacantes se aproximaron disparando contra el vehículo. El chofer abrió la portezuela y agachándose pudo correr hacia atrás, metiéndose al patio de una vivienda vecina.
El segundo atacante se aproximó hasta la ventanilla trasera, que ya estaba rota, donde encontró a Argaña agachado sobre el asiento. Hasta entonces, el vicepresidente aún no había recibido un solo balazo. Según se detalla en la reconstrucción del ataque, el sicario metió la mano con el revólver 38 por el agujero de la ventanilla y apuntó al cuerpo. Argaña levantó el brazo como para intentar proteger su rostro. La primera bala lo golpeó en el antebrazo. Otros dos proyectiles le alcanzaron en el pecho. El vicepresidente cayó tendido sobre el asiento. Allí recibió el cuarto y último disparo, la bala mortal que le ingresó en la espalda, le destrozó un riñón y llegó hasta el corazón.
Eran las 8.45 cuando el asesinato del vicepresidente fue consumado.
Mientras varios vecinos salían de sus casas a mirar lo que sucedía y otros vehículos que circulaban por la calle se habían detenido a la distancia, ocasionando un gran congestionamiento.
Los atacantes arrojaron una granada junto a la camioneta y subieron al automóvil, para alejarse rápidamente del lugar. La granada no llegó a explotar y luego fue desactivada por la Policía.
Posteriormente, el auto Fiat Tempra de los atacantes fue encontrado a pocas cuadras del lugar, totalmente incendiado para borrar pistas.


 Conmoción en la ciudadanía

Tras la huida de los asesinos, el chofer Víctor Barrios Rey salió de la vivienda vecina donde había buscado refugio y llamó por teléfono a la sede de la vicepresidencia, informando acerca del ataque que habían sufrido.
El dirigente político colorado José Alberto Planás, integrante del Movimiento de Reconciliación Colorada -organización interna del Partido Colorado que había fundado Argaña-, fue uno de los primeros en llegar al lugar. En una comunicación telefónica al aire con la periodista Mina Feliciángeli, directora de Radio Mil, confirmó que el vicepresidente acababa de ser asesinado. La comunicadora estalló en gritos y acusó directamente al general retirado Lino Oviedo y al presidente Raúl Cubas de ser los responsables del crimen. Rápidamente, la noticia fue retransmitida por las demás radioemisoras y los canales de televisión. Las agencias noticiosas internacionales empezaron a emitir cables urgentes.
Varios agentes de policías llegaron al lugar del crimen, pero parecían no saber demasiado cómo proceder. Rogelio Giménez, camarógrafo de Canal 9 Cerro Corá, vecino del lugar, llegó a los pocos minutos al sitio con su cámara, y pudo grabar las primeras escenas. Uno de los detalles absurdos mostrados en la televisión fue que un policía insistía en reclamar su cédula de identidad al chofer Barrios Rey, quien tenía el rostro sangrante y estaba en estado de shock, en lugar de prestarle auxilio.
Tras descubrir que había una granada de mano sin explotar debajo de la camioneta de Argaña, pasaron varios tensos minutos, hasta que expertos policiales realizaron una detonación controlada.
El cuerpo del vicepresidente Argaña fue sacado del vehículo y trasladado en una ambulancia hasta el Sanatorio Americano, sobre la avenida España casi Washington, donde los médicos confirmaron su deceso.
Varios familiares, dirigentes y militantes del Movimiento de Reconciliación Colorada comenzaron a juntarse frente al local del Sanatorio Americano, con la presencia cada vez mayor de periodistas, que emitían reportes en vivo por radios y canales de televisión.
En el lugar se produjeron llamativos incidentes, cuando dos prominentes políticos opositores, Guillermo Caballero Vargas, del Partido Encuentro Nacional, y Domingo Laíno, del Partido Liberal Radical Auténtico, se acercaron para dar sus pésames por la muerte del vicepresidente, pero fueron echados con gritos, insultos y empujones por los seguidores de Argaña, acusados de haber mantenido “una postura cómplice” ante las actos de violencia atribuidos al oviedismo. También un edecán, enviado del presidente  Raúl Cubas, fue expulsado del lugar.
Eran las 11.30 de la mañana cuando Adrián Castillo, dirigente de la juventud argañista y uno de los líderes de la organización Jóvenes por la Democracia (que reunía a las juventudes de los principales partidos opositores al oviedismo), acompañado de Fernando Camacho, de la juventud del Encuentro Nacional, propusieron realizar una marcha desde el local del Sanatorio Americano hasta el Palacio de Gobierno, aproximadamente unas 40 cuadras, para protestar contra el crimen.
Empezó a marchar un reducido grupo, que al inicio se componía solamente de una docena de personas, pero se iban sumando más personas por el camino. Cuando llegaron hasta las calles El Paraguayo Independiente y 15 de Agosto, casi en la misma esquina de la Casa de Gobierno, una barrera de policías les cerró el paso.
El número de manifestantes era cada vez mayor. Cantaban la canción “Patria querida” y coreaban consignas, exigiendo la renuncia del presidente Raúl Cubas y cárcel para Lino Oviedo.



La reacción gubernamental

Cerca del mediodía, el presidente de la República, Raúl Cubas Grau, leyó un comunicado condenando el crimen, prometiendo investigar y descubrir a los culpables. Ordenó el cierre de las fronteras y declaró duelo oficial por tres días. Dijo que tenía la conciencia tranquila y convocó a la paz y la tranquilidad.
El político colorado José Alberto “Icho” Planás revelaría posteriormente que el presidente Cubas Grau le llamó por teléfono esa mañana, cuando estaba aún en el Sanatorio Americano, consultándole si podía ir a llevar personalmente sus condolencias a la familia Argaña. Planás asegura que él le respondió: “Ni se te ocurra venir, porque te van a linchar acá. Lo que podés hacer es apresarlo ahora mismo a Oviedo, dale tu golpe vos, porque si no él te va a terminar golpeando”.  Icho dijo que Cubas se puso nervioso y cortó el teléfono.
Esa misma mañana se conoció un hecho muy llamativo, ocurrido en la sede del Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE), sobre la avenida Eusebio Ayala, cuando varios periodistas informaron que a pocos minutos de confirmarse el asesinato de Argaña, dos de los tres miembros del Tribunal, Expedito Rojas y Carlos Mojoli, ya tenían lista una resolución convocando a elecciones para elegir a un nuevo vicepresidente para el 10 de septiembre.
La periodista Dolly Olmedo, de Radio Cardinal, declaró ante la Comisión Bicameral de Investigación que a las 9 de la mañana, apenas a 15 minutos de que se consumara el atentado contra Argaña, Raúl Mojoli, hijo de Carlos Mojoli, le reveló que su padre estaba preparando la resolución para elegir al nuevo vicepresidente.
El periodista Miguel Almada Tatter, de Radio Uno, quien realizaba coberturas en temas electorales, declaró ante el juez Jorge Bogarín: “A través de funcionarios de la Justicia Electoral, empezó a circular lo que sería un proyecto de resolución judicial, que aparentemente tenía la firma de los doctores Expedito Rojas y Carlos Mojoli. Recuerdo que ese proyecto fue acercado a las oficinas del doctor Ramírez Zambonini y quedó allí ese documento. Todo es fue alrededor de las 10:00 horas del 23 de marzo del año en curso. Esa resolución hablaba de que por haberse producido la vacancia de la vicepresidencia de la República, en su efecto se procedía al llamado para elecciones a fin de cubrir ese cargo. Este hecho llamó mi atención y el de los numerosos periodistas que en ese momento cubrían la Justicia Electoral”.
En horas de la tarde se conoció la noticia de que el ministro del Interior, comisario Rubén Arias, había renunciado a su cargo. En su lugar, el presidente nombra a su propio hermano, el capitán retirado Carlos Cubas, quien se comprometió públicamente a aclarar el asesinato de Argaña.
Carlos Cubas ya había sido ministro de Industria en el gabinete de su hermano, al inicio de su periodo presidencial, pero renunció el mismo día en que Raúl Cubas firmó el cuestionado decreto liberando al ex general que permanecía detenido, condenado por un intento de Golpe de Estado en abril de 1996.
El capitán Cubas relató después que su hermano lo convoco y lo enfrentó con mirada adusta  en el solitario despacho del viejo Palacio de López.
–Carlos, la situación que vive el país es muy grave –le dijo–. Te pido que olvidemos nuestras diferencias y que me ayudes. Quiero que dirijas personalmente la investigación del asesinato de Argaña.
Carlos Cubas observó a su hermano con cautela. Lo vio envejecido y desolado. Tuvo la impresión de que el sillón presidencial le quedaba más grande que nunca. El capitán era un viejo y experimentado político, pero Raúl no. Había sido corredor de rally, ingeniero civil de profesión, dueño de varias empresas. Ocupaba la presidencia por un azar de la política, ya que se había embarcado como segundo de Lino Oviedo en el proyecto electoral del general retirado, y cuando Oviedo fue inhabilitado como candidato, debido a la condena judicial, Raúl ocupó su lugar y conquistó la presidencia con el juramento de que, apenas asumiera el mando, liberaría inmediatamente a Oviedo. En ese momento parecía arrepentido de su temeridad.
–¿Querés que investigue el asesinato de Argaña... sea quien sea el responsable? –le preguntó Carlos, con cautela.
–Sea quien sea –respondió Raúl.
–¿Aunque el responsable pueda ser tu querido amigo... el general Oviedo? –insistió Carlos.
–Sea quien sea –repitió el presidente.

Un polvorín político, listo para estallar

El magnicidio fue la mecha que terminó de encender el polvorín político en que se había convertido el país, con la emergencia del general Lino Oviedo como aspirante a la presidencia de la República.
Condenado a diez años de cárcel por un intento de golpe de Estado contra el presidente Juan Carlos Wasmosy, en abril de 1996, Oviedo había sido liberado por su socio político, el presidente Raúl Cubas, en agosto de 1998, con un decreto que fue desautorizado por la Corte Suprema de Justicia. Un pedido de juicio político contra el mandatario aguardaba su tratamiento en la Cámara de Diputados, cuando se produjo el asesinato.
La indignación ante el crimen motivó la concentración de miles de ciudadanos en las plazas del Congreso, exigiendo la renuncia de Cubas y cárcel para Oviedo. Los oviedistas también movilizaron a sus partidarios y se produjeron enfrentamientos durante seis días, que mantuvieron en vilo al país.
En la noche del 26 de marzo, francotiradores dispararon con armas de fuego desde las sombras, dejando un saldo de 8 jóvenes muertos y más de 700 heridos. La conmoción provocó la renuncia del presidente Raúl Cubas y la huida de Lino Oviedo fuera del país. Asumió la presidencia el titular del Congreso, Luis González Macchi.


Incidentado proceso judicial

La investigación sobre el asesinato del vicepresidente Argaña adquirió desde el principio un fuerte tinte político, que echó sombras sobre la eficacia de la Justicia. La aparición de un testigo falso, Gumercindo Aguilar, que incriminó a diversas personas sin muchos fundamentos, arrastró el caso hacia un pantanal jurídico.
Pero aparecieron algunas pruebas concretas: Héctor Rudi Monges, el vendedor del auto Fiat Tempra usado por los sicarios, permitió dar con el comprador, Costantino Rodas.
Un cruce de las llamadas hechas desde el teléfono celular de Rodas a los pocos minutos tras el asesinato de Argaña, permitió conectar con otros sospechosos: Pablo Vera Esteche, Luis Rojas, Fidencio Vega y el mayor Reinaldo Servín, conocido dirigente oviedista, quien también se comunicó con el dirigente Víctor Galeano Perrone y el líder máximo de Unace, Lino Oviedo.
Como autores materiales, Rodas, Rojas y Servín fueron condenados a 25 años de carcel, y Vera Esteche a 22. Galeano Perrone y Vega permanecieron prófugos por mucho tiempo. En donde la Justicia no pudo avanzar mucho fue en la determinación de quien quién fue el autor moral.
Lino Oviedo seguía siendo investigado como el principal sospechoso.  Tras asumir la presidencia el entonces presidente del Congreso, Luis Angel González Macchi, se encomendó la búsqueda y captura internacional del líder de Unace, quien tras su huida de Paraguay fue acogido por el mandatario argentino Carlos Saúl Menem, quien lo protegió y le permitió moverse entre Buenos Aires y la región sureña de Ushuaia. Pero cuando se sintió muy acosado por los reclamos de  captura internacional, prefirió trasladarse al Brasil.
El 12 de junio de 2000, Oviedo fue capturado en Foz de Yguazú, Brasil, donde presuntamente se movía con un disfraz. Apelando a la Justicia brasileña, obtuvo la condición de asilado. En todo ese tiempo, siguió manteniendo vínculos con sus seguidores, dirigiendo acciones políticas y dando entrevistas "desde la clandestinidad", presuntamente oculto por momentos en territorio paraguayo.
El ex presidente Raúl Cubas Grau se mantuvo asilado en Curitiba, Brasil, hasta que sorpresivamente regresó al Paraguay en el año 2002, e inmediatamente fue arrestado y procesado por cargos de corrupción y por conspirar para el asesinato del vicepresidente Argaña, de los cuales resultó absuelto en su totalidad. Anunció que se retiraba de toda actividad política. Su esposa, Mirta Gusinky, quien se separó de Raúl, siguió activando en la ANR.
El 21 de septiembre del 2004, su hija Cecilia Cubas (de 30 años de edad en ese entonces) fue secuestrada, y aunque Cubas pagó un rescate de 800.000 dólares estadounidenses, en febrero del 2005, el cuerpo de la mujer fue encontrado enterrado en una casa abandonada en la ciudad de Ñemby a las afueras de Asunción.
En el otro caso, investigado por separado, el de los asesinatos de los manifestante en la plaza, durante el Marzo Paraguayo, tampoco hubo significativos avances. Hubo 39 procesados inicialmente, pero solo el tirador que fue filmado disparando a la multitud, Walter Gamarra, fue condenado a 25 años de cárcel. En una entrevista concedida al diario Última Hora desde la prisión, en marzo de 2009, Gamarra reconoció haber disparado “a causa del fanatismo y el alcohol” y acusó de haber sido tomado como un chivo expiatorio, ya que no fue el único que disparó esa noche. “Mucha otra gente estaba allí disparando, pero siempre hay un chivo expiatorio”, recalcó.
El 28 de junio de 2004, Oviedo retornó al Paraguay y decidió someterse por propia voluntad a la Justicia, para enfrentar los cargos acumulados en contra suya, tanto los del intento de golpe del 96 como por las muertes del Marzo Paraguayo. Fue detenido y trasladado a la Prisión Militar en Viñas Cué, en las afueras de Asunción.
El 23 de julio de 2007, Oviedo logró que un recurso de Habeas Corpus sea admitido ante la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia paraguaya, y obtuvo su libertad provisional en el proceso por el asesinato de Argaña.
Otro Habeas Corpus fue admitido en julio de 2007, logrando su libertad provisional en el proceso por la masacre de jóvenes del Marzo Paraguayo. En este caso, los abogados de Oviedo pretendieron cobrar las costas del proceso a los familiares de las víctimas, unos 785 millones de guaraníes. Los familiares de las víctimas del Marzo Paraguayo sostienen que la Justicia cedió a los lazos de corrupción que protegen a Oviedo y sus seguidores, favoreciendo la impunidad.
El 30 de octubre de 2007, la Corte también absolvió a Oviedo y dejó sin efecto la condena de 10 años por el intento de golpe de 1996.
Uno por uno, utilizando sus fuertes influencias en la Justicia Paraguaya y el poderoso aparato de abogados que siempre supo manejar, Oviedo logró desvincularse de todas las acusaciones y procesos en su contra y recuperar su plena libertad.
La mayoría de las últimas resoluciones a favor se obtuvieron durante la presidencia de Nicanor Duarte Frutos, por lo cual se habló de una alianza entre el último presidente colorado y el exmilitar.
Lino Oviedo falleció trágicamente en la noche del 2 de febrero de 2013, cuando regresaba a la Capital de una gira proselitista por la zona de Concepción. El helicóptero Robinson 44 que lo transportaba, en compañía del piloto y su guardaespaldas, se precipitó a tierra, falleciendo los tres tripulantes.
Llamativamente, la muerte del considerado último caudillo militar en la política paraguaya, ocurrió exactamente a 24 años del golpe que derrocó a la dictadura, de la que Oviedo fue protagonista y donde iniciara su azarosa carrera política.

martes, 14 de marzo de 2017

¿Amor por los animales o xenofobia…?




Ya había ocurrido algo similar en la noche del domingo 10 de junio de 2012, cuando varias personas que se presentaban como miembros de un grupo dedicado al rescate de animales en situación de riesgo, atropellaron el domicilio de Hoon Ki Baek, un ciudadano migrante de origen coreano, dueño de una despensa sobre la calle Herminio Giménez, casi Irrazábal, en la zona del Mercado 4, en un violento, arbitrario e ilegal “operativo” para rescatar a tres perros que estaban en el patio, acusando que el comerciante los tenía cautivos, con la intención de “faenarlos para luego comerlos”.
Aquel fue un espectáculo bochornoso, en que los “rescatistas de animales”, con mucha pasión y adrenalina encima, presentaron primero una denuncia en la Comisaría 3ª Metropolitana, exigiendo que los policías vayan a allanar el local del coreano y liberar a los perros.
Cuando los agentes les explicaron que no podían actuar en una propiedad privada sin una orden judicial, los “rescatistas” decidieron actuar por su propia cuenta y acompañados por algunos periodistas que cubren los sucesos policiales nocturnos, llegaron hasta la casa del coreano, exigieron a gritos que se abra la puerta, y al no obtener respuestas de los dueños de la casa, tumbaron a golpes uno de los portones e ingresaron al patio, donde estaban tres perros atados, a quienes procedieron a liberar.
Las cámaras de televisión registraron las airadas acusaciones de una chica, llamada Anahí, que encaraba al hijo del dueño, reprochándole: “¡Comés perro, hijo de puta! ¡Sos una mierda de persona, andá a tu país a comer perro! ¡A tu papá hay que ponerle encadenado en el piso durante cuatro días, sin agua y sin comida!”. Y la mayoría de las personas que se habían unido al grupo repetían con tono acusatorio: “¡Coreanos de mierda…!”.
Tras el incidente, divulgado ampliamente por la prensa, hubo intervención fiscal y policial, incuso intervención diplomática. Hubo lo que no había habido hasta entonces: oportunidad de diálogo. Y entonces se aclararon muchas cosas: los tres perros eran mascotas de la familia coreana desde hacía tiempo y nunca habían estado contemplados en ninguna hipotética dieta gastronómica.
Simplemente alguien los había visto atados en el patio, había visto a los coreanos, se había acordado de la leyenda urbana “los coreanos comen perros” y había hecho sus propias suposiciones.
Sung Baek, la nieta del dueño, ella de nacionalidad paraguaya aunque de ascendencia oriental, explicó: “Hay muchos prejuicios acerca de que los coreanos comen perros. Eso ocurría durante la guerra en Corea, por la precariedad, pero ya no es así, y menos en Paraguay. Estos animales eran mascotas que estaban bajo cuidado, y esta gente entró a atropellar nuestra propiedad…”.
Elena Gómez, una de las vecinas que había apoyado al grupo rescatista, se acercó a pedir disculpas a la familia coreana. “Nos movilizamos por una denuncia, fue una denuncia que no estaba sustentada en nada. Nos dijeron que había pruebas, pero nunca nos las presentaron y sucedió el hecho lamentable”, explicó la mujer.
La fiscala Sonia Mora acabó imputando por “perturbación de la paz pública y hurto agravado” a cuatro de los integrantes del grupo rescatista de animales y los perros “rescatados” tuvieron que ser devueltos a sus dueños.


LA HISTORIA SE REPITE…

Aquel suceso de hace cinco años quedó como un lamentable episodio de xenofobia contra una comunidad oriental asentada desde hace varios años en el Paraguay, con hijos y nietos paraguayos, pero que se siguen sintiendo discriminados por algunos habitantes del país que los acogió generosamente, quizás solo por tener rasgos, piel, idioma y cultura diferentes.
Pero como en el Paraguay nos cuesta mucho aprender de nuestros propios errores, o nos cuesta vencer nuestros prejuicios, en estos días ha vuelto a ocurrir algo muy parecido.
Esta vez, incluso, han sido algunos concejales municipales de Asunción, de quienes uno espera un mínimo de seriedad, quienes rápida e irresponsablemente dieron alas a una supuesta denuncia de un grupo de rescate denominado “Narices Frías”, que según afirmaban, habrían rescatado a un perro que estaba a punto de ser echado a una olla de agua hirviendo, para ser cocinado en un exclusivo restaurante chino del coqueto barrio Villa Morra.
No había más pruebas que una foto del perro atado y sentado, que supuestamente había sido “pelado”, pero a los concejales José Alvarenga y Rodrigo Buongermini les bastó para anunciar que iban a presentar una minuta “para fiscalizar y verificar todos los restaurantes de gastronomía oriental”.
¿De pronto, todos los restaurantes orientales se han vuelto “sospechosos” de cocinar perros…?
¿Qué atribuciones puede tener la Junta Municipal de Asunción para iniciar una especie de “cacería de brujas” contra locales gastronómicos orientales, cuando no controlan tantos puestos de comida paraguaya insalubre, tantos edificios que siguen sin sistemas de prevención de incendios, tantas carencias mucho más graves…?
Lamentablemente, también varios medios de comunicación publicaron la noticia, tomando como base y principal fuente a la versión de los concejales, sin confirmar si la información era real, dando por hecho que el perro iba a ser comido y servido en el restaurante…
Sin embargo, una foto difundida en Facebook por el dueño del perro demostró que el mismo ya estaba “pelado” desde mucho antes, y que solo se había extraviado.
Ahora la mujer que realmente encontró al perro, llamado Rubio, asegura que este no fué rescatado de ningún restaurant, sino de la vía pública, y que tras contactar con gente de la organización "Narices Frías", por estar el animal rapado, surgió la versión de que los perros son preparados así por los orientales para ser cocinados: (Léanlo aquí
Es decir, nuevamente fue solo una especulación. No un hecho comprobado.
Esta nueva versión hace que se considere aún mucho más irresponsables las intervenciones de los concejales municipales, difundidas por los medios de comunicación, ya que al asumir que lo que simplemente se presumía o se especulaba, era real, despertó toda una corriente de discriminación, prejuicios y xenofobia.
Ante las muchas versiones que corrían, el conocido y concurrido restaurante especializado en comida china Shangri-la emitió un comunicado, negando absolutamente la versión.
“Respetamos la cultura paraguaya de la cual somos parte y repudiamos cualquier tipo de maltrato animal. Lamentamos estas falsas acusaciones que denotan xenofobia, que no se compadece con la cultura paraguaya de hospitalidad y solidaridad”, sostiene la versión del directorio del local gastronómico.
Y así acaba otro bochornoso caso que denota una lamentable actitud de xenofobia… que debe mover a reflexión a mucha gente: incluyendo directamente a varios medios y periodistas.

¿Será que esta vez aprenderemos la lección…?