sábado, 27 de octubre de 2012

Palabras para Andrea

(Foto: René González)

Hoy cumple 15 años mi hija Andrea Soledad. Anoche pudimos celebrar su fiesta, entre sus compas y parte de nuestra gran comunidad de parientes y amigos. Fue una fiesta sencilla pero muy emotiva, porque también celebramos mi renacimiento a la vida. Escribí para ella estas palabras, que las compartí en un momento de la ceremonia. Ahora las comparto con ustedes...

La primera imagen que me quedó grabada de vos, fue tu risa. Eras apenas una diminuta forma humana en brazos de tu mamá, recién llegada al mundo, y sin embargo te reías, con esa risa franca, gutural y cristalina, que tienen los bebés. Era una risa expansiva, que iluminaba al mundo y a la vida, y muy especialmente a mi vida y a la de quienes, desde entonces, seríamos tu familia.
Llegaste en un momento especial de mi vida, en que personalmente me planteaba tantas cosas, menos quizás el rol de ser padre. No se si pude aprender a serlo, en todos estos frenéticos años de mi vida de trotamundos, pero por suerte tuve el apoyo de mis seres más queridos e invalorables, desde mi propia mamá, Ña Nilda –cuya memoria nos acompaña ahora-, y de mi querida hermana Asucena y su esposo Cristian, que te abrazaron con todo su enorme corazón desde el primer momento, al igual que a tu prima Mabel, y que te hicieron sentir lo más esencial, lo que no tiene precio: la calidez de un hogar construido con amor y con sólidos valores humanos y cristianos. Una conmovedora misión a la que se fueron sumando muchos: mi hermana Odu y su familia, mi tía Luisa, tu madrina Clari, y todos tus primos y primas, tíos y tías, construyendo alrededor nuestro una maravillosa red de afecto familiar y educativo, para que pudieras llegar a ser la maravillosa persona, cuyos quince floridos años celebramos esta noche.
Desde entonces, tu risa franca y cristalina siempre fue música en nuestros oídos. Sentí que eras una niña privilegiada, porque tenías más de una mamá y más de un papá. Sobredosis de amor y cariño en abundancia. Sé que estuve ausente en momentos seguramente claves de tu vida, y te pido disculpas por eso. Pero igualmente, siempre sentí que en todos estos años también pudimos construir un modo especial de ser padre e hija, aún en la distancia, como quizás también lo construiste con tu madre, y que a veces basta una simple mirada para entendernos, una sonrisa cómplice, una palabra clave o un silencio compartido. Siempre sentí que te puedo tener total confianza, como vos la tenés en mí, y espero no llegar a defraudarla nunca.
En estas noches en que me tocó vivir la experiencia límite de mi enfermedad y mi internación en el IPS, y te ofreciste a quedarte varias noches a cuidarme, como la enfermera más dedicada del mundo, aprendí a conocerte mucho mejor. Pude ver la transparencia de tu corazón noble y sensible, porque no estabas solamente pendiente de mí, de tu papá, como sería natural, sino también de mi eventual compañero de sala, un humilde y laborioso campesino del interior del país, que era un total desconocido para vos, pero al ver que a veces él no tenía un familiar que pueda quedarse a acompañarlo y a cuidarlo, le prodigabas la misma atención y cuidados, cuando sentías que el necesitaba algo, o que los dolores no lo dejaban dormir. No te lo dije entonces, pero en esas frías y desoladas horas de madrugada de hospital, viéndote actuar con esa actitud tan solidaria, me sentí verdaderamente orgulloso de ser tu padre.
Recuerdo que en la incertidumbre de mi eventual salida del hospital, me propusiste suspender la fiesta de celebración de tus quince años, y yo te dije que no, que aunque no me dieran de alta para esta noche, igual iba a estar presente, aunque fuera en silla de ruedas. Por suerte no fue necesario. Hoy estamos todos aquí, y la celebración es doble: tus quince mágicos años y mi renacimiento.
Así que, permítanme levantar esta noche mi copa de jugo dietético, y brindar con todos y con cada uno de ustedes por los 15 años de esta maravillosa y risueña niña, hoy mujer, llamada Andrea Soledad.
Gracias a todos y a todas por haberla ayudado a ser quien es. Hagamos el compromiso de seguir contribuyendo a que sus mejores sueños no se apaguen nunca, y seamos el viento cálido que ayude a que las llamas que arden en su joven corazón, iluminen al mundo y a la vida, al igual que su risa.
¡Feliz cumpleaños, hija querida...!

viernes, 19 de octubre de 2012

Carta escrita desde el borde de la vida



(Una crónica sobre mi primera experiencia como paciente cardiaco en el IPS)

Por Andrés Colmán Gutiérrez

Siempre me pareció una pena que los bebés recién nacidos no puedan atesorar recuerdos de sus primeras sensaciones, al explorar y descubrir el fascinante misterio de la vida.
Al menos, de mi primer nacimiento en Yhú, un ardiente noviembre de 1961, no tengo memorias del sabor de la primera teta materna, ni que habré sentido al oír el arrullo del primer tororé mi  niño, ni como habrá sonado aquella primera voz áspera de papá, ni qué le habrá parecido a mi lengua la primera cucharita arrimada a la boca con algún menjunje alimenticio. Menos todavía recuerdo como habrán sido la forma y el color del mundo en ese edén rural, cuando mis ojos se fueron abriendo para contemplarlo. Solo tengo retazos de nieblas de memoria que ni siquiera sé si son realmente mías, o me las prestaron o inventaron.
En cambio hoy, a los 50 años de mi edad, en esta que considero mi más larga y penosa –pero a la vez desafiante- jornada de lucha contra la muerte y de re-nacimiento a la vida, en este convulsionado octubre de 2012, me estoy haciendo un arcón de nuevos tesoros que me acompañarán seguramente durante el resto de mi todavía obstinada existencia.
Tras interminables días y noches de haberme sentido atrapado en mi ya traqueteado cuerpo, herido e inmóvil, cribado de agujas conectadas a máquinas centelleantes, y tras solo haber podido mirar los mismos monótonos techos y paredes de hospital, pensando qué triste era esa visión si fuera la última del mundo... de pronto, mientras un apurado enfermero me transportaba en una camilla por los pasillos del séptimo piso del Hospital Central del Instituto de Previsión Social, rumbo a la Unidad Coronaria, desembocamos en un sector del corredor con un ventanal panorámico, en donde tuve la visión fugaz pero imborrable de un mágico atardecer sobre la zona costera norte de Asunción, con sus verdes lomadas, con la inconfundible torre de la querida Iglesia de Trinidad sobresaliendo entre todo, y más allá, en el fondo, el largo espejo del río Paraguay abriéndose a los vastos misterios del Chaco, y de pronto… ¡wow…!  me asalta la sensación del primer hombre ante la primera imagen de la creación del mundo.
Quise decírselo al camillero, para quien esa imagen resultaba mil veces rutinaria, tan cansado de recorrerla todos los días que ya ni siquiera se fijaba; quise explicarle lo que significaba para mí, y pedirle que detuviera un momento su burocrática y reiterada marcha para dejarme disfrutarlo… pero solo me salió un hilo de voz.
Así que al no tener conmigo ni el bb ni la nikon que casi siempre me acompañan como parte de mi piel, solo pude pedirle al iris del diafragma de mis ojos heridos que hiciera el esfuerzo de captar la mejor toma posible y que la archivara en una carpeta bien al alcance, entre las muchas que estarán almacenadas en el cerebro, para que estuviera allí siempre, para que no nos permita olvidar nunca -ni a mi, ni a las distintas partes de lo que soy y seguiré siendo- este histórico día en que empezamos a regresar con todas las ganas, desde el borde del abismo de la muerte al imperfecto pero impagable mundo de los vivos.
En pocas horas más iba a descubrir también que el primer sorbo de jugo de naranjas sin azúcar que alguien me dio en la boca, tras tantos días o siglos de solo alimentarme con suero por vía intravenosa, en realidad no sabía a naranja... sino a gloria y a felicidad.
Todavía más, –contra todas mis creencias sostenidas en base al exceso de racionalidad de mi últimos tiempos- iba a poder comprobar personalmente que los ángeles si existen en la tierra… solo que a veces se disfrazan de médicos o de enfermeras para  regalarte pequeños y grandes milagros, fingiendo que son simples sonrisas luminosas, casuales caricias humanas o aburridos informes clínicos.
Pero, como ya les dije… uno no puede reconocer estas pequeñas maravillas de volver a ser un bebé descubriendo el mundo a los 50 años, si no empezara por admitir y asumir que está volviendo desde el borde de la muerte y naciendo de nuevo… y que eso implica asomarse al mundo y a la vida, al todo y a la nada, con ojos totalmente nuevos, con el corazón herido y sobreviviente también renovado, pero sobre todo con un chip mental cambiado para instalar una lógica distinta que médicos, Dios, familiares, amigos y amigas mas queridos, y quienes más fueran, han ayudado a ponérnoslo por delante.
Esto es –en esencia- lo que a mi me pasó y me sigue pasando en estos días. Si se animan a seguirme, déjenme que les cuente en detalle como se produjo este crash en mi vida, que casi me lleva a la muerte, pero que hoy me permite nacer de nuevo, y que va a transformar el resto de lo me quieran conceder de existencia... porque ustedes son parte del apasionante viaje que ha sido mi vida hasta ahora, y no quiero dejar de contar con ustedes en el nuevo itinerario que se me abre.

Letras como lágrimas en la madrugada.

Empiezo a escribir esto en una madrugada de insomnio, desde la sala 710 de Cardiología del IPS. Son casi las 2:05 de la madrugada. Mi gran amigo y compañero querido de tantas aventuras, el fotoperiodista René González, se acaba de marchar, luego de que nos pasamos horas hablando sobre  vida, muerte, salud, filosofía, arte, política, esperanza, futuro. Él estaba volviendo de una larga jornada laboral en Ciudad del Este y se coló a visitarme a tan inusual horario, con esa habilidad que tantas veces le vi desplegar para burlar vallas y prohibiciones y estar siempre justo en el lugar indicado con su cámara. Me hizo muy bien sentir esa camaradería que nos llevó a construir juntos tantos proyectos y reportajes en los últimos años.
Ahora me quedé solo ante la noche inmensa de una Asunción que me saluda con luces surrealistas desde el ventanal. En la cama vecina duerme mi compañero de cuarto, don Juan Samaniego, un curtido y laborioso campesino de la compañía Rincón, Acahay, que arrastra un padecimiento de insuficiencia cardiaca, y con quien nos hemos hecho más que amigos, compañeros solidarios en muy poco tiempo. Al lado de mi cama, tumbada sobre una finita estera plegable, mi hija Sole también se ha quedado dormida. Es su segunda noche de turno como enfermera-familiar acompañante, oficio que ha debido aprender a los 14 años.
Así que estoy básicamente solo en medio de la noche, con el cuerpo dolorido y débil, pero con una inmensa paz de espíritu y la voluntad cada vez más fuerte. Recién hoy me pudieron traer la notebook, me liberaron del suero que me mantenía el brazo prisionero y me han dicho que puedo escribir tranquilo, siempre que no me agite ni me produzca mucho esfuerzo físico. Lo voy haciendo por parte y con pausas, como en los programas de tevé.
Todavía no pude terminar de leer los cientos de mensajes en el mail, en  el twitter, en el facebook, porque muchos me hacen llorar inevitablemente (y los médicos me recomiendan que no me emocione mucho, ¿cómo se logra eso?). No puedo evitar sonreírme. Yo, que siempre me creía tan duro, llorando ante los mensajes que ustedes me dejaron, y que me siguen dejando. Es un llanto manso y dulce que lava el alma, que renueva, que fortalece…. Gracias. De verdad.
Pero como a la vez encuentro a varios y a varias que me piden que les cuente como llegué aquí, y qué va a pasar conmigo, esta carta es también para eso, aunque esencialmente sea para sacarme de adentro el vendaval de palabras e ideas que se me han ido arremolinando en todas estas largas horas.
Así que les advierto: Será una carta un poco larga, y tal vez con agregados posteriores. Pero no solo es parte de mi necesidad comunicativa y a la vez deuda pendiente con ustedes, que están siempre allí, al otro lado de lo que escribo, y que me dan la razón de ser palabras o imágenes sobre papel o pantalla, sino es también parte de mi terapia. 
Los médicos me recomiendan que haga lo que más me gusta hacer... y escribir lo es. Así que, aquí vamos…

El día en que me falló el corazón.

En la tarde del viernes 12 de octubre, en una breve salida a pie para hacer una gestión en el centro de la ciudad, desde mi puesto de editor periodístico de la Sección Sucesos en el diario Última Hora, sentí una ligera opresión en el pecho y que me faltaba aire.
Como hace algunos años me habían detectado diabetes e hipertensión –males para los que tomo regularmente medicamentos-, pensé que se trataba de una subida en los picos de glucemia y presión, así que me detuve, respiré profundamente, y al sentir que volvía a la normalidad, proseguí la caminata. Los médicos creen que el inicio del infarto fue ya en ese momento, y que si hubiera acudido al instante a tratarme, la historia hubiera sido algo distinta. Pero yo ni me imaginé que sería algo cardiaco (nunca antes tuve síntomas en ese sentido) y regresé a la Redacción, a concluir mi tarea, que me llevó hasta muy tarde de la noche, ya que el subeditor de la sección se hallaba de vacaciones y me tocaba asumir casi todo el compromiso. 
Volví luego a mi casa ya casi a medianoche (vivo solo en un departamento), pensaba prepararme una cena liviana y descansar, pero un vecino me recibió con una sonrisa y una parrilla atractivamente humeante: era su cumpleaños y me invitaba a compartir la fiesta familiar. La eterna lucha entre la prudencia y la tentación. La necesidad de descomprimir tantas horas de tensión y de trabajo sedentario en la Redacción. Una linda plática entre vecinos, tragos de cerveza muy helada, y algunos apetitosos trozos de carne asada, probablemente con más gordura de lo conveniente, hicieron lo suyo.
Al día siguiente, sábado 13, me desperté como a las 9 de la mañana, con una leve opresión en el centro del pecho. Me costaba respirar, me sentía fatigado. Aun así no se me ocurrió pensar que fuera un problema cardiaco, seguía creyendo que solo había abusado bastante de mis niveles de azúcar e hipertensión. Me bañé, tomé mis antidiabéticos e antihipertensivos. Sabía que me esperaba una ardua jornada para preparar la edición dominical, pero no me sentía bien, así que llamé por teléfono a Miguel Ortíz, gran amigo y mi editor jefe, le dije que iba a consultar con un médico y que luego le avisaba. Se mostró muy preocupado y me pidió que lo tenga al tanto. Saqué el coche y fui manejando solo hasta el Sanatorio Español. Me sentía dolorido y debilitado, pero dueño de la situación, tan autosuficiente como siempre, y en realidad lo que más me preocupaba era todo el trabajo que me aguardaba. Solo esperaba que el médico me diera algo para pasar el dolor y poder seguir. Ya lo saben quienes me conocen más de cerca: La inconsciencia y la soberbia personificada.
Tuve que esperar como veinte minutos hasta que el médico de guardia se desocupe. Me escuchó atentamente y me auscultó. Ordenó exámenes de sangre, placas radiográficas del tórax y finalmente un electrocardiograma. Era ya cerca del mediodía. Cuando tuvo en sus manos la larga tira de papel que mostraba en rayas oscilantes la evolución de los latidos de mi corazón, vi que su rostro se ensombreció. “¿Me permitís que llame a un cardiólogo especialista?  Parece que tenemos un problemita”, me dijo.
El doctor Sosa no tardó mucho en llegar, a pesar de que estaba en otro hospital distante. El me confirmó lo que yo prácticamente ya presuponía: “Tuviste un infarto, compañero. Y no es macana… Hay que tratarte ya, urgente”.
Lo demás, a partir de allí, fue vertiginoso. La propia directora de Última Hora, mi gran amiga y compañera de labor hace tantos años, Miriam Morán, llegó en muy pocos minutos y se encargó personalmente de trasladarme con rapidez a Urgencias del Hospital Central de IPS, donde el personal ya estaba sobre aviso, aguardándome.  Yo ya había llamado por teléfono a mi hermana Azucena, pero ella estaba con su marido en Encarnación, en una reunión de la que tuvieron que salir sin tiempo a dar muchas explicaciones y emprender viaje a la capital. Mi otra hermana, Odu, apenas lo supo tomó a sus dos hijas y partió raudamente en otro vehículo desde Ciudad del Este.
Así que cuando me ingresaron a Urgencias de IPS, en la tarde del sábado 13, hasta la noche del domingo, yo ya no pude hablar personalmente con ninguno de mis familiares. Ellos afuera tampoco tenían mucha información, y solo después me contaron que anduvieron durante mucho tiempo buscándome afanosamente, sin que les pueda dar datos certeros del lugar en que me encontraba, ni de la gravedad de mi estado de salud.
Las visitas y el uso de celulares dentro de Urgencias IPS están totalmente vedados, así que yo no tenía ningún medio de comunicarme con mis familiares y la incertidumbre de no saber de ellos y que ellos no supieran de mi, por momentos me pesaba quizás mucho más que el dolor provocado por el infarto.

Las luces y sombras del nuevo IPS

Yo nunca antes estuve internado en IPS, a pesar de que soy asegurado desde que fui contratado por primera vez en el diario Última Hora en 1979, cuando apenas tenía 18 años.
Siempre tuve prejuicios y recelos sobre los servicios médicos de la institución, por los muchos reclamos que siempre recibíamos de los usuarios desde mis inicios como reportero, por las tantas investigaciones periodísticas en que fuimos destapando casos de tragadas de plata y otros hechos de corrupción, por las crónicas sobre el interminable calvario de la gente que formaba colas ante las ventanillas para sacar turnos con meses de antelación.
En lo personal, muchas veces preferí pagar consultas privadas o manejar seguros alternativos, antes que perder tiempo gestionando turnos, pero desde hace algunos años muchos colegas y amigos me fueron transmitiendo historias que retrataban  los esfuerzos de mejoría que se había logrado en el IPS, y me insistían convencidos de que en muchas áreas médicas es lo mejor que tenemos. Esa idea  y la frase del médico que me detectó el infarto en el Sanatario Español me convencieron rápidamente: “Mucho de los mejores especialistas paraguayos en cardiología están en el IPS y tienen los mejores equipos”.
De los dos primeros días en que estuve ingresado e internado en Urgencias de IPS, me quedan, sin embargo, impresiones contradictorias y algunas muy marcantes.
Aunque la atención que me dieron fue inmediata y constante en todo momento, con abundante monitoreo y medicación, debo admitir que no ayuda mucho a la presuntamente necesaria tranquilidad que necesita un enfermo coronario que te ubiquen en una sala que por momentos se parecía –por el trajín, no por la infraestructura, aclaro- a un hospital de campaña en medio de un frente de guerra.
Yo estaba en una camilla pequeña, totalmente conectado a todo tipo de aparatos,  muy bien monitoreado, en una sala moderna y bien refrigerada, pero desde allí veía en primera fila el incesante desfile de ingresos de pacientes con los más distintos cuadros, con médicos y enfermeros reaccionando en medio de gritos, carreras, desesperación muchas veces, con un entrechocar constante que por momentos me hacía sentirme en los peores momentos de Emergencias Médicas. Una situación privilegiada que me hubiera gustado vivirla penamente desde adentro como un cronista de historias, pero no como un paciente con "infarto agudo de miocardio" (asi dice textualmente el diagnóstico) en vías de reanimación y con un panorama aún incierto, como era mi caso. Es un cuadro literalmente "no apto para cardiacos".
Me marcó mucho el caso de don Higinio, un señor campesino bonachón a quien colocaron en una cama al lado de la mía, también víctima de infarto, con quien mantuve una solidaria conversación en guaraní durante varias horas, buscando distraerlo y distraerme, hasta que de pronto se disparó el ruido de la alarma, las carreras, los gritos, las desesperadas técnicas de reanimación, hasta que… biiiiiiiiiiiiiiiiiip… solo sobrevino el sonido inconfundible, quedo y estático de la muerte. ¡Mi vecino de cama acababa de abandonarme para siempre...!
En pocas horas más, varios otros “óbitos” (como aprendí que le dicen en la jerga médica a los casos en que van perdiendo en esa heroica pelea cotidiana contra la muerte) desfilaron frente a nuestros ojos. Nada muy estimulante para un paciente coronario. Una enfermera me lo explicó así: “Si, yo sé que a ustedes los enfermos coronarios les hace mal ver toda esta carnicería, pero lamentablemente no hay otro lugar donde ponerles”.  Agradecí que mi oficio periodístico me ayudó a no ser tan impresionable ante situaciones así.
Para  mí,  esos primeros sábado y domingo que estuve en Urgencias IPS fueron probablemente los más largos y angustiosos de mi vida. Allí no hay relojes en la pared, así que uno no sabe si es día o noche, si continua siendo ayer o ya es mañana. No hay nada qué leer, nada en que distraerse, ningún otro elemento que no sea el desfile incesante del drama de los demás enfermos y la pelea minuto a minuto de los médicos. Uno ansía ver un rostro amigo, una palabra al menos que te traiga alguna señal del mundo exterior, saber si tus familiares están afuera pendientes de vos… pero todos los lazos están cortados.
Aun así, el sábado a la noche conseguí la complicidad de una enfermera solidaria, que consiguió meter de contrabando por algún rato un teléfono móvil celular, con el cual pude hablar con mi cuñado Cristian. Sentí que la angustia se me quitaba del pecho, al escuchar voces queridas, y enterarme de que había mucha gente afuera inquietada y hasta rezando por mí. También pude entrar fugazmente al twitter y ver una larga lista de mensajes que me deseaban fuerza y pronta recuperación. Las lágrimas empezaron a brotarme, incontenibles. Todavía tuve tiempo de escribir y enviar un tuit agradeciendo, antes de que un caballero de la inquisición blanca me descubriera infraganti con el celular en las manos y me lo arrebatara, devolviéndolo al exterior. Pero yo ya estaba feliz: había hecho contacto con el mundo y sentía un nuevo bálsamo que ni las muchas sondas que me penetraban el cuerpo habían logrado antes. (Esto va en serio, queridos médicos y médicas especialistas en cardiología: alguien debería estudiar lo que puede aportar la energía invisible de las redes sociales en casos como estos, antes que proscribirlo  tan tajantemente).

El otro IPS.

El domingo a la mañana pasó a visitarme el director médico del Hospital Central del IPS, doctor Vicente Ruíz Pérez. Supe después que es hermano de mi admirado y entrañable amigo Koki Ruiz, alma mater de la revolución del arte en Tañarandy. Me dijo que estaba siguiendo la evolución de mi caso, y que la prioridad era conseguirme una cama en la Unidad Coronaria (UCO), pero que estaba resultando difícil, pues todo estaba muy saturado, pero que la atención desde Urgencias iba a ser toda la necesaria.
Supe por él que destacados colegas y hasta influyentes personas del mundo político llamaron a interceder para que me den una cama en la Unidad Coronaria,  lo cual me creó sentimientos contradictorios, ya que no deseaba obtener privilegios solo por ser un periodista conocido, pero por otro ansiaba que mis ganas de pelear contra la muerte pudiera darse en mejores condiciones.
Ese día además se colaron a verme otros amigos médicos que pasaron a visitarme, y me dieron buen ánimo. Ya me llegaban mensajes con más frecuencia y sentí que se estaba tejiendo una red de energía solidaria que me envolvía de manera muy positiva. Mi primo Mauro también en algún momento logró colarse, pero como me encontró dormido, me dejó unos libros junto a la almohada, que fueron desde entonces mi compañía salvadora. Mauro se quedó varias noches a acompañarme en las horas mas densas, pero esa solidaridad mutua es una historia que viene desde nuestras infancias en Yhú.
El domingo a la tarde, Urgencias colapsó y me pasaron a la sala contigua, a la que llaman Nivel 2. Aunque es una sala mucho más atestada y caótica, la buena noticia es que allí sí me podían entrar a ver familiares. Y así fue. Por primera ver pude sentir de cerca a mis hermanas, a mi hija, a mis sobrinas, ver sus rostros radiantes por el reencuentro, pero a la vez angustiados ante el cuadro que veían alrededor mío. Creo que hicieron oír sus quejas a niveles de contactos que ellos tienen con gente de Gobierno, y sé que eso generó incomodidad.
Minutos más tarde, la voz de una enfermera que para entonces ya se había convertido en mi ángel guardián favorito, me pasó el dato: “Ya te consiguieron una cama en la UCO. En un rato vienen a buscarte”.
Fue el inicio de un viaje a otro IPS que yo desconocía. Un largo recorrido en camilla por túneles laberínticos y ascensores de distintas eras, hasta desembocar en una sección futurista, en el séptimo piso, que parecía salida de las series de tevé yanqui sobre enredos médicos. Cuando mi cuerpo fue depositado sobre una cama amplia y mullida, dotada de mandos electrónicos que me permitían regular las más diversas posturas, sentí que de ser el incomodo paciente de un hospital de campaña había pasado a ser protagonista de una experiencia de la medicina de más alto nivel que se puede soñar en el Paraguay del Siglo 21.
Allí, en esa sala donde creo que no éramos más que cuatro internados, empezó otro round, en donde muy rápidamente me sentí paciente de lujo: Enfermeras y enfermeros que te cuidan como si fueras el único. Médicos que te hacen sentir que son tu mejor amigo, y que te explican todo lo que les preguntás con la paciencia de los sabios humildes. Un régimen acotado y controlado de visita, pero un nexo con los familiares y amigos que ya no se volvió a romper. Y hasta un detalle que me encantó: una pequeña radio encendida en una estación de música romántica en la mesa de las enfermeras, con el volumen muy bajo pero suficiente para permitirme disfrutar y dormir soñando.
El lunes a la mañana fue un incesante desfile personalizado de médicos, que ordenaban chequeos, exámenes, inyecciones, medicinas... hasta que en una junta decidieron rápidamente someterme a un cateterismo, ese extraordinario procedimiento en que te meten un catéter por una vena, en este caso desde la ingle, y llegan a tu corazón dañado, buscando repararlo, todo a través de microcámaras y monitores. En mi caso me explicaron que hallaron una de mis arterias ya muy cerrada, y no pudieron abrirla para insertarle un stent, en lo que se conoce como angioplastia. Así que decidieron dejar la arteria así, cerrada, darle tiempo a que cicatrice (me dicen que, por suerte, es una de las que menos trabaja), y enfatizar mi tratamiento por otros caminos: medicamentos, control, cuidados estrictos…
El martes me pasaron a una sala de recuperación, en Cardiología, séptimo piso, que no tiene el nivel de ciencia ficción que me impactó en la UCO, pero que igual me deslumbró con el rostro de un IPS digno, limpio, cuidado, reluciente, como no lo imaginaba.
Ahora estoy en una sala (la 710) para dos pacientes, con una amplia ventana con vista al río, ventiladores de techo y aire acondicionado, un placard amplio compartido, baño privado, y espacio suficiente donde hasta pude montar una pequeña mesita en donde escribo en la notebook con mucha comodidad.
Aquí permiten que un familiar se quede a acompañar en forma permanente en la sala, y pueda dormir en una estera extendible, a la noche. Te dejan tener todo lo básico indispensable, imponen las reglas básicas de cualquier hospital, hay mucha limpieza, un renovado cuerpo  de enfermeras que no dejan detalle de tu evolución médica sin controlar.
Mi caso está ahora en manos de la doctora Silvia Vinader, una mujer que me cayó bien desde el primer día, cuando entró a la sala a las 6 de la mañana a despertarme, acercó una silla junto a mi cama y me dijo: “Contame…”. Quiso saber todos los detalles de lo que me había pasado, sin conocer aún entonces mi perfil de comunicador, y ella  sigue mi caso con obsesiva rigurosidad, acompañada de la doctora Carmen Saldívar.  Son dos estupendas mujeres y profesionales de la nueva medicina paraguaya, a las que estoy aprendiendo a respetar y valorar,  y a quienes seguramente les deberá mucho esta etapa de mi vida. Este viernes pude conocer además fugazmente al otro capo, el doctor Luis Bell, de quien escuche magnificos comentarios de uno de sus pacientes ilustres, el gran colega, amigo y maestro Antonio Pecci.
Aquí nos dejan recibir visitas de 17 a 21, y es una delicia ver esos rostros y oír tantas voces queridas.
No sé hasta cuando estaré aquí, pero sé que no me dejarán ir tan fácilmente, y que decidirán lo mejor para mí, y todo eso me llena de fortaleza, optimismo, esperanza, confianza, voluntad. Solo que, desde el fondo de mi espíritu rebelde,  una pregunta insistía en repiquetear insistente e inquietante: ¿Alguna vez este nivel ideal de medicina estará más fácilmente al alcance de nuestra gente, sobre todo de la más mayoritariamente humilde y casi siempre postergada a lo largo de la historia de este país?


El otro Yo.

Advertencia para mis lectores más clásicos: Este último capítulo puede llegar a tener para muchos un inevitable tono new age, o estilo de libros best sellers de autoayuda, cosa que apenas dos semanas atrás yo mismo hubiera aborrecido. Pero uno no pasa por una experiencia límite como la de tutearse cara a cara con la muerte, sin que se produzcan transformaciones profundas en su interior, y lo conduzcan a replantearse las cuestiones mas existenciales sobre lo que significa realmente vivir, amar, ser, estar, compartir, ser corresponsable, creer o no creer en algo superior.
A esta altura del proceso de lo que llamo “el crash”, o “mi viaje de vuelta desde el borde de la vida”, o “mi renacimiento”, todavía tengo más preguntas que respuestas. Pero hay cuestiones básicas que ya las voy elaborando, y quisiera compartirlas con ustedes. 

·        En primer lugar, cómo algo así te cambia toda la perspectiva. Hace dos semanas, yo difería muy fácilmente invitaciones o propuestas de juntarme con alguna amiga o algún amigo, simplemente a celebrar la vida y hablar de pavadas, o encontrarme con mis hermanas o con mi hija y sobrinas, ir a ver una peli o un concierto, o quizás apenas sentarme en el banco de una plaza a disfrutar del ocaso… porque estaba “detrás de algo muy importante” y no había tiempo. La Gran Misión, El Gran Tema, eso-que-no-puedo-postergar-ni-delegar-porque-hay-que-hacerlo, aunque signifique trabajar sin descanso día y noche, y que todo lo demás espere, porque no puedo defraudar a quienes esperan de mí. Hasta que ocurre un crash como el que me ocurrió a mí, y uno percibe de pronto que lo único realmente importante es la vida y la buena salud –y lo que contribuya a lograrlo (familia, amigos, amores, relax…)-, y que todo lo demás se puede ir literalmente a la puta. Por eso entiendo perfectamente lo que Mani Cuenca me escribió en un tuit: “Pasé por eso y cambia nuestra visión de la vida”.  Eso.

·        Para las fiestas y los encuentros familiares siempre he sido la “oveja negra”, “el que nunca tiene tiempo”, “el que siempre está apurado”, “el que viene de paso porque está en cosas muy importantes”, y la mayoría de mis amigos y amigas tienen largas listas de reclamos de citas y encuentros fallidos o pospuestos, porque “surgió algo más importante a último momento”. Pero siempre me aceptaban, me comprendían y disculpaban, seguramente por lo mucho que me quieren. Hasta que ocurre el crash y uno se da cuenta que quienes realmente dejan lo que sea, para correr a venir a estar contigo, son tus familiares y aquellos y aquellas a quienes  vas reconociendo a confirmando como tus más queridos amigos.

·        Un tema más espinoso para mi es Dios, la religión, lo esotérico, alguna fuerza superior... Vengo de una activa participación en movimientos católicos juveniles durante la dictadura, experiencias de fe muy ligadas a la religiosidad popular y hubo momentos en que fui casi un cruzado de la fe cristiana. Pero luego la vida me mostró otras caras de las instituciones religiosas y fui alejándome, volviéndome escéptico, racionalista, o simplemente abierto a formas más múltiples de concebir y expresar las maneras de ver lo misterioso e intangible. Hay quienes dirían que me volví ateo, pero yo creo que simplemente fueron conviviendo partes distintas de mí, y encontré una fuerte atracción –probablemente más cultural que religiosa- por ejemplo en las religiones indígenas. Pero me sorprendí a mi mismo, ese primer incierto sábado a la tarde, cuando escribí y envié desde mi cuenta de twitter el siguiente texto: “Pude leer sus mensajes. Gracias por sus buenos deseos. Estoy en manos de Dios y de los excelentes médicos del IPS, y ustedes me dan fuerza”. La imagen de Dios apareció más de una vez en mi mente, en esos dos primeros días en que estaba solo en la cama, sin más comunicación que mi pensamiento. Pero creo que no es tan simple.  En estos días me conmovió hondamente que un amigo rockero llegue a visitarme al hospital y se ofrezca a ayudarme con procesos de recuperación con técnicas de yoga, o que otra amiga y ex alumna me regale sus mejores deseos con un breve momento de oración  y perfumes de la Virgen de la Rosa Mística. Pero lo que realmente me puso los pelos de punta fue la comunicación de mi gran amiga Teresa Mereles, promotora social que trabaja con comunidades indígenas en Canindeyú, contándome que 13 mujeres indígenas aché estaban rezando con ella en su lengua originaria, abrazadas al Árbol de la Vida, para transmitirme la fuerza “kaaguygua”.
·    
En fin. Todavía no sé como va a ser mi vida a partir de ahora. Siento  que va a cambiar mucho, si es que no cambia todo.
Todavía estoy en proceso de tratamiento y de observación. Luego, mis nuevos ángeles-médicos me dicen que me van a hacer un plan de alimentación, ejercicios, medicación estricta…  que deberé cumplir rigurosamente por el resto de mi regalada existencia (que estoy más que dispuesto a tratar de que sea larga y fructífera, aún).
“Prometo no volver a dejar que me exploten tanto laboralmente”, le dije, un poco en broma y en serio al colega y querido amigo Richard Ferreira, editor de DPeriodistas, cuando jugamos a que me arrancaba las primeras palabras luego de mi regreso al mundo de los vivos, para publicarlas en alguna de sus muchas plataformas en la web. Pero el tema también va por allí: encontrar la manera de seguir haciendo el periodismo que me apasiona, y que ustedes esperan y comparten, pero de manera que sea una plena realización para el cuerpo y para el alma, y no en condiciones que puedan llegar a hacernos daño.
Tendré, seguramente, más limitaciones de movimiento y quizás de temas. Probablemente ya no pueda deleitarme en contemplar el Paraguay desde la cima del cerro Tres Candú, como alguna vez lo hicimos para una histórica portada de la revista Vida de ÚH, pero habrá otras cumbres menos geográficas que un corazón golpeado seguirá buscando alcanzar. Y sobre todo, lo que yo se y ustedes también lo saben muy bien: hay cosas que, definitivamente, ningún crash podrá cambiar: la manera de concebir un periodismo renovado en lo tecnológico pero clásico y ético en lo esencial, que siga teniendo una mirada escrutadora sobre toda forma de poder y no disculpe ninguna falta contra el pueblo por afinidad ideológica, conveniencia o amiguismo. Un periodismo que esté nutrido con los valores de nuestra cultura, solidario con los sufrimientos y alegrías de nuestra gente, que sintonice con sus mejores sueños y proyectos, que sea respetuoso de su tradición y su pasado, pero tenga la clarividencia de saber mirar el futuro mas digno posible. Ese modelo de periodismo lo vamos a seguir cumpliendo y promoviendo en las nuevas generaciones, desde donde sea, con las limitaciones que surjan, quizás con más optimismo y relax, pero sin renunciar un ápice a lo que fuimos, somos, y seguiremos siendo.
Me comprometo a eso... y sé que cuento con ustedes. 
Gracias de nuevo por la gran fuerza que me dieron en todos estos dias y que me la siguen dando, a cada instante (lo nuestro ya es casi como un matrimonio, ¿no?, por aquello de "en la salud y en la enfermedad").
Si estoy aquí otra vez, en camino, es por y con ustedes. 
Gracias por estar siempre allí, del otro lado de las letras del papel o la pantalla. Pero sobre todo, del otro lado de este corazón que, herido y todo, sigue latiendo.
Los quiero mucho.   

Andrés 

P.D.: Las visitas a nuestra sala (710, Cardiología, Septimo Piso del Hospital Central de IPS, Barrio Trinidad de Asuncion), se permiten de 17 a 21 en los días de semana.  Los fines de semana son más flexibles con la admisión. Se aceptan materiales interesantes de lectura, incluyendo libros de Condorito.

P.D. 2.: Hoy, lunes 22 de octubre, mis médicos me dieron de alta, y poco después del mediodía, abandoné la sala 710 de Cardiología IPS. La alegría de salir del hospital solo se vio un poco empañada en el momento de la despedida, al ver la cara afligida de karai Juan Samaniego, quien más que mi casual compañero de cuarto, se convirtió en un "che ru guasu", que me iluminó con su callada y estoica sabiduduría y nobleza campesina, en todos estos días de infortunio compartida. Apenas bajamos el estacionamiento, la realidad estallaba de nuevo ante mis ojos: el conflicto por el desalojo de vendedores frente a IPS. Intenté no interesarme, pero fue imposible, mientras me llevaban al vehículo, iba preguntando detalles, formulándome cuestionamientos. Ahora estoy en la calidez familiar, rodeado de mucho afecto y cuidados, en casa de mi hermana Asu, en el barrio San Pablo. Tengo 30 días de reposo médico, antes de regresar al trabajo (que seguramente será también en condiciones distintas). En estos días me propongo en principio escribir más poco, relajarme mucho, descansar, caminar bastante, tomar rigurosamente mis medicinas, someterme a los controles, querer y dejarme querer... Pero es casi seguro que eso que llevo en la sangre me tironeará cada tanto, y les estaré dejando nuevas lineas desde este blog, repicado en nuestras cuentas de Fb y Tw, contándoles lo que significa este segundo viaje en el tren de la vida, que tiene aún tantas estaciones por conocer. Asi que gracias por todo... y no se enojen si no les respondo todos los bellos y conmovedores mensajes que me dejan. Les aseguro que los leo todos. ACG.

sábado, 6 de octubre de 2012

El círculo de la violencia (2): El EPP contra la prensa


Hay un punto de inflexión significativo en la acción  del grupo armado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), marcado por el violento ataque con bombas a la emisora Radio Guyrá Campana, de Horqueta, Departamento de Concepción, ocurrido en la noche del jueves 4 de octubre, y en la amenaza concreta a miembros de la prensa, expresada en las copias del comunicado que dejaron en el sitio.
Aunque no es la primera vez que el EPP asume como blanco a un medio de comunicación y a trabajadores de prensa, si constituye una nueva modalidad que la acción apunte directamente a silenciar a una de las emisoras radiales más emblemáticas y escuchadas en su zona de influencia, haciendo explosionar bombas caseras armadas con polvora en gel en los estudios de transmisión, e incluso buscando derribar la antena de transmisión con  una tercera bomba que finalmente falló.
Ya en enero de 2011, miembros del EPP habían hecho explosionar una bomba de menor porte en la estación del Sistema Nacional de Televisión, Canal 9, en Asunción, pero en aquella ocasión los daños fueron mínimos.
Entonces habían dejado un comunicado que ya contenía mensajes de amenaza a la prensa: “Hemos sido respetuosos con los medios de comunicación y los periodistas y estos nos han respondido con la defensa intransigente de los criminales, incitándolos a derramar más y más sangre revolucionaria, felicitándolos con posterioridad sus crímenes, ayudándolos a llevar adelante sus maléficos planes”.  
Advertían aquella vez que los periodistas iban a pasar a convertirse en “objetivo militar” de las “fuerzas revolucionarias” y anunciaban que “recibirán merecidos castigos por ser cómplices y encubridores de los enamorados del gatillo, agrupados y capitaneados por el obispo Católico, oportunista y traidor”, refiriéndose al entonces presidente Fernando Lugo.
Esta vez, la acción violenta contra Radio Guyrá Campana y las amenazas transmitidas verbalmente, en el sentido de que “deben prepararse a morir” los comunicadores Fredy Rojas, corresponsal de ABC Color en Horqueta y también directivo y  miembro del plantel de la emisora atacada, y sus compañeros Juan Benítez y María Victoria Piccardo, por presuntamente ser voceros de la “guerra sucia” estimulada desde el Gobierno contra el grupo armado, reviste la historia con un tono de mucha mayor gravedad: hoy los periodistas y el periodismo han pasado a ser también blanco directo del EPP.
Estas amenazas cuasi mafiosas contradicen a la pretendida imagen de guerrilla revolucionaria que el EPP acostumbra reivindicar en sus discursos, panfletos y comunicados. Aún en los conflictos bélicos más encarnizados, ocurridos en distintas épocas de la historia y en diferentes regiones del mundo, la labor de los corresponsales de prensa acostumbra ser respetada por su gran valor testimonial y documentador, más allá de la ideología política que pueda tener cada uno de los comunicadores, o que puedan ostentar los dueños de las empresas de comunicación para las que trabajan, o aún de los encontrados intereses en pugna y las partes en disputa. Aunque a muchos colegas les pueda resultar difícil cumplir con el principio exigido de la supuesta objetividad o neutralidad profesional, ello no justifica matar al mensajero.
En este desgarrado país, de profundas necesidades y desigualdades sociales no atendidas por los sucesivos Gobiernos, y con altas dosis de violencia e impunidad impuestas por sectores del narcotráfico y del crimen  organizado, con sus complejas ramificaciones en las esferas de los poderes del Estado, los periodistas paraguayos ejercemos nuestra profesión –con todas sus luces y sus sombras- como una permanente situación de riesgo.
Parece que a esos muchos desafíos… hoy debemos agregar, además, las nuevas y crecientes amenazas de los miembros del EPP.