jueves, 16 de agosto de 2018

La batalla de Acosta Ñu: el mayor holocausto infantil de América



“La Patria era un río de sangre desbordada
y llegaron aún más días insaciables
insatisfechos de muerte y agonía
¡…y llegó Acosta Ñu!
donde murieron los pájaros del mundo
donde la risa infantil quedó cuajada en mil charcos de sangre adolescente
donde la Patria envejeció cien años
por la muerte de los niños combatientes….”
(Rafael Paeta, canción Los niños mártires de Acosta Ñu).


¿Cómo narrar el heroísmo y el horror de una batalla tan épica, tan trágica, tan inabarcable…?
¿Será que alcanzan todos los muchos libros, los testimonios, los relatos populares, los poemas, las canciones, los documentos históricos… para poder aproximarse a la verdad de una de las epopeyas más emblemáticas del Paraguay, que a un siglo y medio después de haber sucedido todavía vibra y duele en el alma y en la piel de cada uno de los habitantes de esta desgarrada y mediterránea geografía…?
¿Dónde acaba la historia y comienza la leyenda…?
¿Cómo narrar Acosta Ñu…?

Era un amanecer con olor a pólvora y presagios de muerte, el de ese día 16 de agosto de 1869.
Tras una larga y penosa marcha, durante toda la noche, a través de los montes de Caacupé, el ejército casi espectral de niños, ancianos y mujeres, al mando del general Bernardino Caballero, estaba llegando hasta un gran descampado, en las afueras de Barrero Grande, conocido popularmente como Ñu Guasú, al que los militares e historiadores brasileños llamarán por su traducción del guaraní, Campo Grande.
La zona desde el estero Ypucú hasta el arroyo Piribebuy era conocido con ese nombre, Ñu Guasú, y el sector desde el Piribebuy hasta el inicio de la selva en Caaguy Yurú se denominaba Acosta Ñu (el campo de Acosta), porque en tiempos de la colonia española, la vasta propiedad había pertenecido a un ciudadano portugués, llamado Juan Blas de Acosta Freyre, ex regidor y alcalde provisional de la ciudad de Asunción.
Así lo precisa el historiador Andrés Aguirre, señalando que por un error introducido en un poema escrito por el sacerdote Juan B. Tounedou, primer director del Colegio San José, “A los niños muertos de Rubio Ñu”, durante mucho tiempo se repitió el error de llamar también Rubio Ñu al lugar de la batalla. En realidad, Rubio Ñu era otro campo, distante a unos 10 kilómetros al este del lugar donde se libraría el desigual combate, parte de las ex tierras de Acosta, adquiridas por un ciudadano porteño, llamado Miguel Rubio.
Varios historiadores de la época ayudaron a originar la confusión, al dar varios nombres al lugar donde se libraron los combates. El general Francisco Isidoro Resquín lo llama campo de Barrero Grande. El coronel Juan Crisóstomo Centurión lo denomina indistintamente Ñu Guasu, Rubio Ñu o Díaz Cue. El historiador Juan E’Oleary fue quien más contribuyó a la confusión, llamándolo Campo Grande o Rubio Ñu. Hasta un regimiento de infantería de la Fuerzas Armadas y un popular club de fútbol llevarían luego el nombre equivocado de Rubio Ñu.
Recién en 1948, el historiador Andrés Aguirre logró que el decreto N° 27.484 del Poder Ejecutivo,  el mismo que estableció el 16 de agosto como Día del Niño, dictamine: “Sustitúyese la palabra Rubio Ñu por la de Acosta Ñu, como lugar de la homérica batalla librada por los niños paraguayos, el 16 de agosto de 1869, bajo el comando del ínclito general Bernardino Caballero”. 
Pero en esa mañana del 16 de agosto, sería el campo de Acosta Ñu el principal escenario de una terrible batalla, que iba a volverse legendaria.
Desde el sector aliado, ya en la noche anterior, el mariscal brasileño Victorino Carneiro Montero había dispuesto que el general Carlos Resin establezca un campamento a la entrada de Barrero Grande, con su división de infantería, artillería y artillería ligera, para cortar el avance de las tropas del general Caballero.
Al mismo tiempo, ordenó que el general José Antonio Correia da Cámara, al frente de su caballería de 10.000 hombres, se dirija hacia Caraguatay, en persecución del mariscal Francisco Solano López y sus tropas.
Mientras, el propio Carneiro Montero se moviliza con sus hombres a ocupar Pindoty, a una legua de Caaguy Yurú, en el sitio hoy conocido como Isla Pucú, elegido como un lugar estratégico desde donde dirigir y respaldar las acciones bélicas.
Desde Caacupé y Piribebuy, detrás de las tropas de Caballero avanzaban otras poderosas divisiones del ejército aliado, directamente al mando de su máximo comandante, Luis Filipe Gastão de Orléans, el conde d’Eu.
Cuando el fantasmagórico ejército del general paraguayo, tras cruzar el estero de Ypucú, salió en horas del amanecer al campo de Acosta Ñu, ya estaba atrapado entre dos grandes flancos de tropas enemigas, que se iban abriendo, con la intención de rodearlo por completo. 
Tras cruzar el Ypucú, Caballero y sus hombres salieron por un lugar llamado Díaz Cue, a unos 8 kilómetros del arroyo Yukyry, y un poco más allá, muy cerca, lo esperaba el arroyo Piribebuy, que se une a un par de kilómetros con el Yukyry. A su izquierda, a cierta distancia, sobresalía el alto promontorio del cerro Itakyty y más allá el cerro Tapiaguaré, hoy conocido como el Cerro de la Gloria.
El combate era prácticamente inevitable.
Aunque Caballero intentó varias maniobras para tratar de cruzar más rápido el vasto territorio de Acosta Ñu y poder alcanzar el bosque tras Caaguy Yuru, para intentar escapar al cerco, sabía que la lentitud de su expedición, además de su exigua tropa compuesta principalmente por niños y con armas muy precarias, lo volvía sumamente vulnerable, principalmente en un campo abierto, donde iba a tener que franquear los dos arroyos. Que el enemigo lo alcance, desde cualquier dirección, era solo una cuestión de tiempo.
“Caballero comprendió, desde el primer momento, que no podía luchar contra una fuerza tan enormemente superior en número a la suya. Si lo hizo fue porque, a fuerza de militar pundonoroso, se veía obligado por el deber a defender la retaguardia del resto de nuestro ejército, y también porque, rodeado como estaba por todos lados de fuerzas enemigas, no le quedaba otra alternativa, en la absoluta imposibilidad de continuar su marcha de retirada”, señala el coronel Juan Crisóstomo Centurión.    

Recreación de la Batalla de Acosta Ñu, en el mismo sitio del enfrentamiento, 149 años después.
La historia y la leyenda

No había otra alternativa que prepararse para el combate.
Es aquí donde la historia se confunde con la leyenda, principalmente en lo concerniente la caracterización que presuntamente asumieron los niños soldados, buscando disfrazarse de combatientes adultos, para buscar engañar al enemigo.
Sin dar muchos detalles que certifiquen que aquello realmente ocurrió, varios historiadores repiten lo que los relatos orales transmitieron insistentemente, a nivel de la cultura popular, durante los tiempos que siguieron a la Guerra: Que los niños de Acosta Ñu se pintaron barbas postizas para intentar hacerse pasar por adultos y tratar de engañar al enemigo, o que muchos portaban fusiles de utilería, tallados de madera, para hacer creer que tenían armas de fuego.
El historiador Efraím Cardozo, en sus Efemérides de la Historia del Paraguay, es uno de los que sostienen que “algunos niños se pusieron barbas postizas, para simular una edad que no tenían”.
En los relatos de primera fuente, como el del general Centurión, no hay casi referencias a las barbas postizas, ni a las armas simuladas. Por el contrario, existen varios testimonios de que el alto comando brasileño poesía informes de inteligencia y datos muy precisos acerca de la real conformación del ejército de Caballero. Ni las presuntas barbas postizas, ni las presuntas armas de madera, en caso de que hubieran existido, habrían podido engañarlos. Es decir, sabían muy bien que en su gran mayoría eran niños y adolescentes, y aun así cargaron contra ellos, con toda la saña exterminadora de la que fueron posibles. Eso es lo realmente terrible.
Acerca de las armas, Aguirre detalla que casi todos los soldados paraguayos tenían armamentos básicos y precarios; pesados y antiguos fusiles de chispa, media docena de cañones de avancarga, lanzas y sables. A gran diferencia, los aliados contaban con los modernos fusiles de repetición “a la minié”, además de cañones de retrocarga y bayonetas.
El propio comandante en jefe brasileño, el Conde d’Eu, lo reconoció en su diario de guerra: “Nuestros fusiles a la minié llevaban la muerte hasta a sus reservas, al paso que nuestros soldados más avanzados poco perjuicio sufrían”.

Recreación del éxodo a través de Acosta Ñu. Madame Lynch y las Residentas.
Aquellos niños soldados…

Esa mañana, los niños soldados habían desayunado una pobre ración de mbokaja (coco) y avati maimbe (maíz tostado), según el relato del veterano cabo Cipriano Crispiniano Franco, quien fue uno de los sobrevivientes.
Poco se ha escrito sobre la identidad de aquellos menores obligados a ser adultos de manera tan violenta, que es bueno rescatar algunos casos más conocidos.
Quizás el más célebre de los combatientes de Acosta Ñu fue Emilio Aceval, quien tenía 15 años de edad, cuando le tocó combatir en la  legendaria batalla. Oriundo de Asunción, Emilio fue enrolado y llegó a ser sargento mayor, a la edad de 14 años. Sobrevivió a los combates y fue hecho prisionero en  Acosta Ñu y trasladado a Asunción, donde sufrirá la tristeza de ver su hogar ocupado y prácticamente destruido por los soldados aliados. Fue protegido y adoptado por una familia, que lo lleva a vivir a Corrientes. Años más tarde, pudo ingresar al Colegio Nacional de Buenos Aires. Aceval llegó a ser presidente de la República entre 1988 y 1902, y luego senador nacional.
El cabo Lisandro Amarilla tenía 12 años de edad, cuando entró en combate en Acosta Ñu. Fue jefe militar de una compañía del Batallón Joven. Es recordado como un niño soldado de gran heroísmo, que acostumbraba alentar a sus compañeros con consignas en guaraní: “¡Neike mitá! ¡Ja hechaukake umi enemigo rembyrépe na i kuimba’eveiha ñande hegui! ¡Pe hesyvoke, há pe hesyvoporake…! (¡Vamos, chicos! ¡Demostremos a estos restos de enemigos que no son más hombres que nosotros! ¡Clávenles, y clávenles bien…!”.
Juan Pío Prieto, nacido en Pilar el 5 de mayo de 1855, tenía 13 años cuando se vio envuelto en la batalla de Acosta Ñu. Ya había luchado antes en Ytororó y Lomas Valentinas. Tras sobrevivir y caer prisionero, fue mantenido cautivo en el Campo de la Gloria, pero logró huir y dirigirse de vuelta a su pueblo natal, donde se dedicó a ejercer la docencia. Uno de sus hijos, que se volvió ilustre, se encargó de rescatar y contar su historia.
Son solo algunos nombres, rescatados del vendaval del olvido…

El primer ataque

Cerca de las 8 de la mañana, el sector de la retaguardia del ejército de Caballero, que estaba bajo el mando del coronel Ángel Moreno y su segundo, el comandante Bernardo Franco, recibe el primer ataque, al ser alcanzado por la vanguardia de las tropas imperiales, comandado por el general brasileño Vasco Alves Pereira.
“La guerrilla enemiga inició un recio tiroteo con la nuestra. Moreno envió entonces a su ayudante, el alférez (Estanislao) Leguizamón, a dar parte al general Caballero, que estaba en un punto llamado Cerrito”, destaca Centurión.
Caballero le responde con instrucciones de que emplace sus dos bocas de fuego, mientras Franco, al frente de la División VI de Veteranos de Infantería, debía extenderse por  el campo.
El mandato es “aferrarse al terreno, reteniendo el empuje aliado con máximo vigor, para dar tiempo al Centauro (Caballero), a tomar posiciones en las cercanías del Yuquyry”, apunta Aguirre.
Centurión agrega que Caballero también le indica a Moreno que no podía enviarle ninguna reserva de apoyo, porque apenas tenía hombres para cubrirse, y que resista por su cuenta, tratando de no dejarse envolver por las tropas enemigas. Además le comunica lo que ya era una cuestión inexorable: “En el caso extremo de verse envuelto, sería necesario formar el cuadro de táctica y defenderse hasta sucumbir honrosamente”.
Desde atrás de las líneas, desde el camino que llega desde Piribebuy, el conde d’Eu apura su marcha, con el grueso de su ejército, para apoyar el primer ataque de Vasco Alves.
En la retaguardia del ejército paraguayo, el combate seguía arreciando. Los niños soldados, entre ellos los alumnos de la escuelita de Pirity, del maestro Clemente Medina, recibían su bautismo de fuego.
Obedeciendo las instrucciones de Caballero, Moreno dio la orden de retirarse del combate, en medio del fuego cerrado, en dirección hacia el arroyo Yukyry
-¡Una descarga..! ¡Tercerola a la espalda! ¡Sable o lanza en mano! ¡Marchen…! –era la orden que les impartían los jefes a los niños soldado, recuerda Cipriano Crispiniano Franco.
Es en ese momento, cuando el comandante Bernardo Franco, el segundo al mando, desobedece la orden de prudencia en la retirada, se acerca demasiado hacia el fuego enemigo y es alcanzado por un certero disparo de fusil en la cabeza, que lo derriba inerte de su cabalgadura.
La noticia de la muerte de uno de sus más altos y valerosos oficiales le llega a Caballero, quien ordena que rescaten el cadáver de Franco y no lo dejen a merced del enemigo. Un equipo de veteranos se encarga de la misión casi suicida, y en medio de una lluvia de velas, cavan una tumba y sepultan al comandante Franco, a orillas de un arroyo.
“Desde entonces, una alta cruz de madera señala en la inmensidad la tumba del héroe, única señal del recuerdo que florece en la tierra de la tragedia más honda de nuestro pueblo”, apunta Andrés Aguirre.
 
Otra secuencia del enfrentamiento, recreado en el mismo campo de batalla.
 El sangriento cruce del arroyo Yuquyry

Los casi 20.000 soldados del ejército aliado ya han llegado totalmente a Acosta Ñu y el Conde d’Eu inicia el operativo tan esperado, en busca de acabar con las tropas de uno de los principales oficiales del mariscal López.
El comandante brasileño distribuye sus fuerzas en dos columnas yuxtapuestas, frente a las líneas paraguayas. A la derecha se ubica la Segunda Brigada de Infantería de Valporto, con la batería de Murao Pinheiro. A la izquierda, la Sexta Brigada, de Lorenzo de Araujo. La caballería de avanzada de Alves cubre los flancos  y una parte del 13° Cuerpo cubre el centro de la línea de ataque, según precisa el historiador brasileño Tasso Fragoso. También un grupo de la Legión Paraguaya ataca a sus compatriotas, como parte del ejército aliado, desde la izquierda.
El general Bernardino Caballero no tiene tiempo para fortificarse. “Enfrenta a cuerpo gentil a las veteranas tropas aliadas, numerosas como arena, las que, abiertas en forma de abanico, avanzan con designio de atenazarlo”, relata Andrés Aguirre.
El conde d’Eu combina con el general Enrique Castro, jefe de las fuerzas orientales, un ataque desde la izquierda, mientras ordena a Deodoro que ataque con otra brigada desde la derecha.
Caballero percibe que el ataque desde distintas direcciones busca su arrollamiento, antes de alcanzar su objetivo de cruzar el Yuquyry, entonces se ve forzado a situar su tropa en orden de batalla, en forma paralela a la corriente del arroyo, para modificar luego su línea en forma perpendicular.
“Con esta diestra evolución, logra su propósito: Eludir el asedio y lograr el cruce del Yukyry, de su tropa y carretería, en las cercanías de la confluencia con el Piribebuy”, sigue Aguirre.
Las maniobras se producen en medio de una encarnizada batalla, que lleva casi todo el resto de la mañana. El cruce se da a través de un precario puente y gran parte cruzando por el agua, que no es muy profunda.
La visión que da el Diario del Ejército del Conde d’Eu sobre este momento, es el siguiente: “El general Caballero intentó entonces, con éxito durante algún tiempo, hacer un movimiento perpendicular a su primera posición. Calando su artillería de la izquierda y reforzando la de la derecha, cubrió uno de sus flancos y después de tres horas de lucha, consiguió establecer dicha línea perpendicular, con el fin de desfilar junto al bosque y así ganar fácilmente la costa del Yukyry, que había sido transpuesta por la mayor parte de sus carretas”.

La heroica resistencia

El general Bernardino Caballero le pide al coronel Ángel Moreno que apure el avance de la artillería, para cruzar el arroyo Yuquyry y tomar posición en la otra orilla, a fin de proteger el paso del resto de la tropa.
Tras lograrlo, Caballero forma su línea de batalla apoyando el flanco derecho de su ejército en el arroyo Piribebuy, la artillería en el centro y el flanco izquierdo se prolonga hasta muy cerca del curso del mismo arroyo, pero hacia el Este.
Desde el otro lado del Yuquyry, la poderosa artillería de los aliados ha sido emplazada frente al paso, junto al precario puente, apuntando directamente sobre la posición paraguaya.
“Ni bien ha terminado el emplazamiento de las bocas de fuego sobre el puente, cuando la Alianza toma la ofensiva”, destaca Andrés Aguirre.
El general paraguayo se instala a cierta distancia, bajo un árbol de laurel, en un sector elevado conocido como Ypaú, que es como un gran mirador natural. Desde allí, desmontado de su caballo, controla todo el escenario y dirige la batalla.
Es casi mediodía cuando se produce el primer fuerte ataque de los aliados, con una andanada de cañonazos que causa estragos en las fuerzas paraguayas. Los pocos cañones guaraníes responden al fuego, con el mayor ímpetu que pueden.
Los soldados aliados se lanzan al ataque, pero son repelidos por una salva de disparos desde el otro margen del Yuquyry, y luego se producen los primeros encuentros cuerpo a cuerpo, con lanzas, espadas y bayonetas.
“El césped de esmeralda, en las riberas del Yukyry, se tiñe de púrpura de sangre derramada a torrentes”, retrata Aguirre.
Pero la táctica defensiva de los paraguayos consigue repeler el primer ataque.
Los soldados aliados fueron “recibidos con un nutrido fuego de fusilería y artillería, que vomitaba con espantosa actividad sus balas y metrallas, causando estragos en las filas de aquellos, y produciendo como era natural, en el primer ímpetu, gran confusión en ellos”, refiere Juan Crisóstomo Centurión.
La batalla llegaba a su momento culminante, coincide el historiador Hugo Mendoza. “Era ya mediodía, y desde el amanecer la lucha no tenía tregua ni descanso. Se produjo una nueva carga y nuevamente fue repelida por Caballero. El cauce del arroyo quedó colmado de cadáveres. Optó entonces el ejército imperial buscar un vado, para evitar fracasar en otro ataque frontal. Caballero volvió a hacerse fuerte sobre el puente del Piribebuy, conteniendo con todo éxito el avance de sus perseguidores”, detalla.
Desde el otro lado de la historia, el brasileño Augusto Tasso Fragoso, lo confirma: “Los contrataques del enemigo (los paraguayos) producen una fluctuación en nuestra línea”.
El conde d’Eu “brama en los pajares ante los desaciertos de sus legiones, cuyas bayonetas relucientes forman selva, y las cicatea a la infernal hoguera. Le secundan sus ayudantes: Rufino Salgao, Alfredo Taunay, Almeida Castro. Lo propio hace el general Herculano Sánchez da Silva Pedra, quien espada en mano empuja a su tropa. Le sigue Deodoro, en su ejemplo. Emplaza contra el puente cuarenta piezas de artillería”, narra Aguirre.
Y en frente, resistiendo heroicamente, están Caballero y sus niños soldados, junto a un número cada vez más reducido de veteranos.
La protección del puente sobre el Yuquyry se ha vuelto una obra quimérica, como la última fortaleza en el desierto que no se debe dejar caer.

El Mariscal Lopez y los niños de Acosta Ñu. Recreación en el mismo lugar.
 Se consuma el holocausto

Los golpes de suerte del ejército paraguayo no iban a durar mucho.
Poco después del mediodía llega la Cuarta Brigada de Caballería del ejército aliado, al mando del coronel Hipólito Ribeiro, que lanza un fuerte y masivo ataque de flanqueo por el ala izquierda.
El general Caballero busca escapar al encierro, precipitando a sus hombres sobre el arroyo Piribebuy, donde vuelve a tomar ubicación. Caballero establece rápidamente otro puesto de comando en el lugar llamado Cerrito.
“La Alianza, apoyada por la artillería, caballería e infantería, cruza el Yuquyry a paso de carga y se estrella contra nuestros estropeados escuadrones de caballería. Ypaú queda tapizado de cadáveres”, cuenta Andrés Aguirre.
El sol va cayendo lentamente sobre el vasto horizonte del campo de Acosta Ñu.
Son casi las cinco de la tarde.
La hora final.
El momento de mayor crudeza y desigualdad en el combate.
La consumación del holocausto.
Relata el coronel Juan Crisóstomo Centurión: “Las bajas, en lucha tan encarnizada y tenaz, eran considerables de una y otra parte, pero los aliados tenían la ventaja no solo de reponer los muertos y heridos suyos, sino de aumentar el efectivo de sus fuerzas con divisiones que afluían del lado de Barrero Grande: una división por el frente, otras por los flancos y otra por la retaguardia, mientras que las bajas nuestras no eran cubiertas o reemplazadas. De esta manera quedaron envueltas o rodeadas nuestras escasas fuerzas por tres poderosas columnas enemigas. Pero esta circunstancia, a pesar de lo abrumadora que era, no fue bastante a desconcertar a nuestra gente o a infundir el abatimiento en su espíritu, resistiendo hasta las cinco de la tarde”.
Combate cuerpo a cuerpo.
Cacería encarnizada de niños combatientes, por parte de los soldados de la Alianza.
Escuchemos las voces que relatan ese dramático momento:
- “No hay palabras para describir la sublime ofrenda de vidas inocentes”.  (Andrés Aguirre).
- “Millares de bayonetas lidian contra un centenar de lanzas”. (Aguirre).
- “Los jinetes aliados no comprendieron cómo aquellos niños desnutridos, que apenas sí podían cargar sus largos fusiles de chispa, peleaban con tanto frenesí, poseídos por homérica furia”. (Efraím Cardozo).
- “Acosta Ñu es el símbolo más terrible de la crueldad de esa guerra: Los niños de seis a ocho años, en el calor de la batalla, aterrados, se agarraban de las piernas de los soldados brasileños, llorando, pidiendo que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en las selvas próximas las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas empuñaron las lanzas y llegaron a comandar grupos de niños en la resistencia”. (Julio José Chiavenatto).
El sol se oculta detrás de los cerros lejanos, mientras los soldados aliados empiezan a prender fuego al campo de Acosta Ñu, provocando un gran incendio.
Un denso olor a pólvora y a carne quemada impregna el aire, mientras los gritos de dolor y de combate se confunden con el estruendo de los disparos y cañonazos.
Pareciera que todo ha llegado a su fin… pero no.
Hay un último batallón, que todavía pelea.



___________
(Del Libro “Acosta Ñu”, de Andrés Colmán Gutiérrez. Colección 150 años de la Guerra Grande. Asunción 2013. Editorial El Lector. Diario ABC Color).

Fotos: Desirée Esquivel y Andrés Colmán Gutiérrez.

2 comentarios:

  1. Excelente material Andrés, también en Caraguatay hemos producido un corto metraje, para el concurso Materiales audiovisuales organizado por la Comisión Sesquicentenario, Campaña de las Cordilleras. Dicho corto se denomina "La victoria de las caraguatanas" tema: las residentas caraguatanas, muy linda también, como amateur, pero lo hicimos con amor entre los scout del Vapor-Kue y Sonidos de la Tierra.Un fraternal abrazo desde Caraguatay

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  2. Un corto metraje sobre las residentas caraguatanas. Ganó dos premios: Mejor música y Mejor Fotografia

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