lunes, 27 de mayo de 2013

Regreso a la cima del Paraguay



En 2001, escalamos por primera vez hasta la cumbre del Tres Kandú, el cerro más alto del país, en un reportaje especial para la revista Vida, de Última Hora. Doce años después, volvimos al lugar para contar cuánto ha cambiado el mundo, visto desde 842 metros de altura. (Reportaje publicado en la edición especial por los 15 años de Vida, publicado el sábado 25 de mayo de 2013).

Había que subir casi a ciegas. Agarrarse con desesperación de las salientes de piedras o de las ramas de los árboles, para no resbalar y caer barranca abajo.
Ahora hay senderos auto-guiados con estaciones marcadas. Hay carteles informativos que te indican con precisión geográfica cuántos metros ya subiste, y cuánto falta todavía. Hay cabos de acero tensados para ayudarte a subir en las partes muy empinadas. Hay pintorescos banquitos de madera en medio de la espesura, donde te podés sentar a recuperar el aliento.
Aún así, la subida al cerro Tres Kandú, la cumbre más alta del Paraguay, en la Cordillera del Yvytyruzú, Departamento del Guairá, sigue siendo una aventura difícil y complicada, pero igualmente apasionante.  A 230 kilómetros al sureste de Asunción, se llega por la ruta 8, que une Villarrica con San Juan Nepomuceno, hasta la localidad de General Eugenio A. Garay, ex Charará.
En doce años, el paisaje del entorno ha cambiado. Ahora hay toda una infraestructura instalada de destino turístico, una empresa que ofrece servicios de guías y apoyo logístico a los escaladores, y una comunidad, Garay, que ha asumido con orgullo y márketing ser la puerta de ingreso a uno de los lugares más emblemáticos del turismo de aventura.
Hace doce años, solo había un polvoriento camino y un precario tapé po’i en medio del monte, rumbo hacia lo alto y hacia lo desconocido.


Destronando al Cerro San Rafael.

Aquella primera expedición organizada por Vida en 2001, fue de aventura y descubrimiento.
El Tres Kandú era entonces prácticamente desconocido, ya que la mayoría de los manuales escolares de geografía informaban equivocadamente, desde hacía varias décadas, que el punto más alto del Paraguay era el Cerro San Rafael, en Itapúa.
En 1977, un equipo de investigadores del Instituto Geográfico Militar se dio cuenta del error y se encargó de aclarar que en realidad el cerro más alto es el Tres Kandú, con 842 metros sobre el nivel del mar, pero las autoridades del Ministerio de Educación no se mostraron muy interesados en corregir los libros.
La cumbre máxima del Ybytyruzú siguió siendo ignorada y desconocida.
A fines de febrero de 2011, junto con el fotógrafo Alfredo Duarte, y un gran colaborador de VIDA, el ingeniero agrónomo e investigador cultural (entre varios otros oficios) guaireño Caio Scavonne, llegamos hasta una chacra al pie del Tres Kandu, buscando el perdido tapé po’i o sendero que utilizaban los lugareños para llegar hasta la cima.
Un campesino de piel curtida y sombrero piri salió a nuestro encuentro. Era Higinio Insfrán, uno de los pobladores legendarios de General Garay, quien no solo nos mostró cual era la vía para subir al cerro, sino gentilmente se ofreció a guiarnos hasta la cumbre.
Fueron más de tres horas de dificultosa escalada. En más de una ocasión nos salvamos de caer al precipicio, gracias a la hábil y oportuna ayuda de Higinio, quien se movía entre los árboles con la agilidad de un chimpancé. 
Llevaba una escopeta colgada del hombro. Cuando le pregunté si esperaba algún peligro, me respondió con seriedad: “A veces aparecen tigres por aquí”. El fotógrafo pensó que era una broma, pero al ver el rostro serio de Insfrán, empezó a alarmarse.
Finalmente, cuando ya estábamos a punto de desfallecer de cansancio, se abrió la espesura, y emergimos en una amplia meseta, desde donde pudimos observar uno de los paisajes más bellos e increíbles. 
Aquella vez, pronunciamos una frase casi al unísono: “Estar aquí y poder sentir esta sensación de tener el mundo a tus pies… ¡vale cualquier sacrificio!”.

Hacia un turismo comunitario.

Aquella tapa del número 149 de VIDA tuvo un gran impacto periodístico. En la foto se veía a nuestro eventual guía, Higinio Insfrán, con su escopeta y sombrero pirí, contemplando el amplio valle del Guairá desde la alta cumbre. El reportaje, “Viaje a la cima del Paraguay”, despertó el interés de muchos lectores y lectoras por viajar y conocer el  Tres Kandú.
Doce años después, regresamos con Caio Scavonne, sumando esta vez a la expedición al fotógrafo Fernando Francesquelli. Alfredo Duarte ahora vive en Estados Unidos. Higinio Insfrán sigue viviendo en Garay, pero el día de la visita no lo pudimos encontrar.
El camino que utilizamos en aquella primera subida, ya no existe. Quedó sepultado por un alud de rocas, y se habilitó otro sendero, que parte desde la compañía Potrero Ybaté, donde la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur) y la Secretaría del Ambiente (Seam) asesoraron a un grupo de pobladores y propietarios de terrenos para crear la empresa Asociación Naturaleza Pura SA y Asociados, en el marco de una reserva de recursos manejados.
“Buscamos desarrollar un modelo de turismo comunitario, que deje beneficios a los propios pobladores, quienes prestan servicios de guía, acompañamiento, comidas caseras, incluso comparten relatos sobre las historias de la región”, explica Manuel Almada, uno de los directivos.
Las visitas generalmente se organizan a través de agencias de turismo o grupos, con tarifas adaptadas. La empresa cuenta con un campamento base, con zona de camping y servicios de baños y agua potable. 
El sendero de subida está totalmente señalizado y geo-referenciado, pero aun así, exige un gran esfuerzo físico. Esta vez ascendimos sin prisa, tomando aire a cada tanto, disfrutando plenamente de la odisea, gozando de cada detalle que ofrece esa maravillosa belleza natural de nuestro país, hasta que, al cabo de tres horas, llegamos a la cima.
Como aquella primera vez, parado en el borde del techo del Paraguay, observando el increíble y verde paisaje a nuestros pies, con pueblos y ciudades vistos como pequeñas maquetas y con las personas apenas perceptibles cual minúsculas hormigas, sólo pude volver a expresar la misma frase que me había surgido en aquel primer viaje: “Esta sensación de tener el mundo a tus pies… vale cualquier sacrificio”.