lunes, 18 de julio de 2016

El síndrome del gueto


Sí, lo sé. No debería ir contra la corriente.
En momentos en que todos, desde este bando, cierran filas para pedir la nulidad del adefesio jurídico que fue el caso Curuguaty, y desde el otro sector tratan de justificar el parcial y politizado proceso en que los fiscales solo investigaron la muerte de los 6 policías y nunca les importó las de los 11 campesinos, yo no debería ponerme a señalar las contradicciones surgidas, no debería ponerme a filosofar sobre el “síndrome del ghetto”, ni sobre el grupismo, ni sobre el mesianismo, ni cosas por el estilo.
No debería “darle razones al adversario”.
Pero sucede que a esta altura de mi vida me siento libre y no le debo nada a nadie. Ya no me preocupa mucho el “qué dirán”.
Mi frase de cabecera sigue siendo esta del gran escritor y periodista británico George Orwell: “El periodismo consiste en decir cosas que alguien no quiere que digas: todo lo demás son relaciones públicas”. Y esta otra, muy similar, también de Orwell: “Si la libertad significa algo, es el derecho de decir a los demás lo que no quieren oír”.
Por ello, siguiendo un poco el hilo de lo que reflexionábamos esta semana durante nuestra exposición en la asamblea de la Conferpar, escribí este artículo para la columna semanal de ÚH, a contramano, a contraviento.
Porque creo que estas son cosas que alguien tiene que decirlas, desde aquí, desde la cercanía con tantos compañeros y compañeras de sueños. Desde el afecto. Desde la personal mirada crítica que uno ejercita desde este oficio de comunicador. Esas mismas ideas que muchos comparten en mesas de café o vino más íntimas, pero que no las quieren decir en voz alta, porque te exponen, porque te van a acusar de muchas cosas.
Sí, alguien debería decir, por ejemplo que es lamentable lo que hizo este chico, Arturo Cano, dirigente de #UNAnotecalles -a quien admiro por su lucha y por su valiente actuación cívica en la gran rebelión universitaria-, en la tarde del lunes, en la Plaza de la Justicia, cuando rechazó públicamente (parte del incidente se transmitió en vivo por Telefuturo) la solidaridad con las víctimas del caso Curuguaty que había llevado el grupo de Camila Benítez y otros dirigentes de la Organización Nacional Estudiantil (ONE) –los mismos que iniciaron la aclamada #Tomadecolegios en mayo de este año-, acusándolos de ser cartistas. No sé si los de la ONE lo serán o no, pero me cuesta creer que jóvenes “cartistas” puedan protagonizar la más linda primavera juvenil que he visto en mi vida y cargarse a su ministra de Educación. Si de veras lo son, debo revisar urgentemente mis parámetros sobre el “cartismo”. Pero lo que si dolió es ver que Arturo, con su actitud intolerante, estaba empañando uno de los logros más lindos de aquella primavera estudiantil: haber visto a gente de ONE, FENAES, UNEpy e independientes, dejar de lado sus rivalidades y trabajar juntos en un frente unido, aquella vez.
Alguien debería decir, también, que lo que hizo el querido Pa’i Oliva, tras ese incidente en la plaza, también estuvo mal. Cualquiera sabe cuánto aprecio y admiro al gran sacerdote jesuita. Lo acompañé en momentos álgidos del Marzo Paraguayo. Escribí el prólogo de uno de sus libros. Pero nada da eso me limita a decir que tuvo una actitud autoritaria e intolerante cuando le negó el micrófono a Camila y a Arturo para que sigan discutiendo en la tarde del lunes, y menos cuando expulsó de manera tan dictatorial y despectiva al colega Dante Melgarejo, de Telefuturo, solo porque estaba registrando lo que pasaba en ese momento, que también era noticia, transmitiéndolo en vivo por la televisión.
Alguien debería decir, también, que es reprochable el “escrache” que le hicieron a la abogada Kattya González por llevar su solidaridad con la causa de Curuguaty en la plaza. Uno puede tener la opinión que quiera sobre Kattya, que es “figuretti”, que es mediática, que viene de Patria Querida, que tiene pretensiones políticas… ¿y?. Lo que no se puede es culparla por el voto de su papá en el juicio a Lugo, ni negar que es también una luchadora que se enfrenta a su manera y peculiar estilo a los corruptos y poderosos. En nuestro caso, el trabajo de Kattya y de la Coordinadora de Abogados del Paraguay al tomar las denuncias de las investigaciones periodísticas de Última Hora sobre la corrupción en la Contraloría, como de la serie sobre la corrupción del Rectorado de la UNA, al tipificar los delitos y presentar las denuncias ante la Fiscalía, fue fundamental para obligar a que se inicien los procesos judiciales. Es decir, en gran medida el impacto judicial que tuvo #UNAnotecalles se debe a Kattya y su grupo. Yo la banco por eso y mucho más. (Quienes duden de su postura crítica sobre el caso Curuguaty, deberían verla en el documental Desmontando Curuguaty que realizamos con Serpaj). Y creo que es arbitraria compararla, por ejemplo, con la querida Nenena Kanonnikof. Son perfiles muy distintos, y diferenciadamente meritorios.
Además, ¿cómo se entiende que por un lado muchos reclamen “la poca solidaridad” de la ciudadanía con el Caso Curuguaty, pero cuando esta solidaridad llega, la cuestionan y la rechazan selectivamente, como ocurrió también con el pronunciamiento de la dirigencia del Partido Liberal Radical Auténtico? ¿No se puede, en todo caso, cuestionar puntualmente los grandes errores políticos de líderes del PLRA sobre la destitución de Lugo, pero no por ello rechazar la solidaridad?
Alguien debería decir, además que –cuando se aquieten las aguas- los procesados del caso Curuguaty y sus familiares nos siguen debiendo una buena explicación de por qué, hace varios meses, despidieron sin más ni más a sus dos muy buenos abogados defensores, Vicente Morales y Guillermo Ferreiro Cristaldo, que se jugaron por ellos con todo y a quienes dejaron inexplicablemente en banda, en medio de un juicio en vivo y en directo, sin siquiera haberse tomado la molestia de avisarles primero. No me trago eso de que fue “para una mejor defensa”, porque no es eso lo que se vio en la realidad. Sé qué allí hubo peleas políticas internas que repercutieron negativamente en el proceso. Y eso, como mínimo, deberían explicarlo a quienes les han dado generosamente apoyo y solidaridad, sin colores ni intereses políticos.
En fin, alguien debería de decir estas y muchas otras cosas sobre este gen nuestro, que nos sigue jugando en contra… porque hay que superarlo si de veras queremos construir un país mejor, con propuestas inclusivas que nos vayan sumando.
Como dirían en la farándula: ¡No me peguen, soy Giordano…!

Pueden leer el artículo publicado en Última Hora aquí.