lunes, 19 de marzo de 2012

Tras las huellas de Rafael Barrett, clandestino en Yabebyry


Con el escritor y juez de Yabebyry, Camilo Cantero, junto a uno de los carteles que evocan a Rafael Barrett a la entrada del pueblo misionero donde estuvo refugiado clandestinamente.

#CrónicasDeLaMemoria


Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

Los habitantes de la desolada y remota localidad de Yabebyry, Departamento de Misiones, a 288 kilómetros al sur de Asunción, prácticamente ignoraban que, hace más de cien años, sus antepasados habían tenido como ilustre huésped clandestino a uno de los más célebres luchadores libertarios e intelectuales: nada menos que Rafael Barrett, a quien el escritor Augusto Roa Bastos considera “el fundador de la literatura social en el Paraguay”.
Aunque el paso de Barrett por la región es un dato conocido, mencionado en varios de sus escritos, constituye una de las etapas menos investigadas de los seis azarosos —aunque fructíferos— años que el gran escritor, periodista y luchador anarquista español vivió relacionado con este país.
Hace casi cuatro años, el periodista, abogado y docente Camilo Cantero, oriundo de la ciudad de San Ignacio, Misiones, desembarcó como flamante Juez de Paz de Yabebyry, y empezó a preguntar a los más ancianos si alguien conocía la historia del paso de Barrett por el lugar.
En principio, halló desconocimiento y sorpresa. Pero, poco a poco, fueron surgiendo pistas vagas acerca de un lugar llamado “Barrett Cué”, un establecimiento a 14 kilómetros del centro urbano, sobre el camino a Los Cedrales.
Se trata de la antigua Estancia Laguna Porá, que perteneció al doctor Alejandro Audivert (abogado, político e intelectual paraguayo, quien llegó a ser presidente de la Corte Suprema de Justicia y que estaba casado con Angelina López Maíz, hermana de Francisca Panchita López, esposa de Barrett, ambas sobrinas del sacerdote Fidel Maíz, ex fiscal de sangre del mariscal López durante la Guerra de 1864-70), y que se convirtió en el refugio y en la “isla dentro de la isla” más entrañable para el autor de El dolor paraguayo.

El regreso.

En 1909, Barrett llevaba varios meses en Montevideo, Uruguay, exiliado por el régimen del coronel Albino Jara (quien intentó hacerle tragar una hoja de papel en la que estaba escrita su valiente denuncia “Bajo el terror”), ya gravemente enfermo de tuberculosis, distanciado de su esposa y de su hijo, extrañando horrores vivir lejos del Paraguay.
Fue cuando se propuso entrar clandestinamente al país y refugiarse en Laguna Porã (lugar que ya había conocido, junto con su esposa, en 1907).
El 13 de marzo de 1909, Barrett cruzó el río Paraná en canoa, ingresando por el puerto entonces llamado Guardia Cué, hoy Panchito López. Desde allí, junto con su cuñado José López Maíz, entonces jefe político de Yabebyry, recorrió a caballo los casi 8 kilómetros hasta la estancia.
Ese mismo martes 9 de marzo, Rafael escribe una carta a Panchita:

“Mi dulce señora:
Estoy en la estancia, pero es un secreto que me debes guardar. Para los demás, estoy en el campo, en la Argentina… Heme pues aquí de incógnito en esta tierra paraguaya que amo tanto —¡me he dejado picar con delicia por mis mosquitos!—. Y al venir de Guardia Cué, ¡qué hermosura!, había dejado de llover. La naturaleza me ofreció su magnífica bienvenida en el esplendor de las aguas y de la selva”.

Barrett permaneció oculto en Laguna Porã del 9 de marzo de 1909 hasta el 21 de febrero de 1910.
Allí escribió muchos de los artículos que componen El dolor paraguayo y Moralidades actuales, pero haciendo creer que los escribía fuera del país.
En la estancia compartió con la esclava Panta, a quien describe en varios textos. Se reencontró con Panchita y con su hijito Álex, temeroso de contagiarles con su enfermedad, hasta que amigos influyentes le consiguieron una amnistía y pudo radicarse con su familia en San Bernardino, en lo que fueron sus últimos meses en Paraguay, antes de partir a Arcachón, Francia, para su inevitable y prematura muerte.

El camino de Barrett.

El viajero que hoy llegue a Yabebyry se encontrará con llamativos carteles a la entrada, que sirven de guía tras las huellas del recordado maestro.
El “camino de Barrett” es el resultado del trabajo realizado en estos años por el juez Camilo Cantero, involucrando a autoridades y a pobladores en el rescate de la memoria de su huésped más ilustre.
Cantero se metió a los polvorientos archivos del Juzgado para certificar que Álex (Alejandro Rafael Barrett López), el único hijo de Rafael y Panchita, nació en Yabebyry.
También halló a varios de los hijos de Álex, entre ellos la más célebre, Soledad Barrett, la bella y valiente guerrillera que acabó asesinada en Brasil, inspirando un poema de Mario Benedetti y una canción de Daniel Viglietti, quien también nació en Yabebyry.
Justamente, Soledad encabeza la lista del segundo libro de Misioneros Ilustres que Camilo está terminando de editar.
En estos días ardientes de enero pasado, cumpliendo una promesa largamente acariciada, nos tocó visitar junto con el juez —con quien compartimos la pasión por Barrett desde los años 90— el desolado puerto de Guardia Cué, donde hace 103 años atracó de contrabando la canoa que traía de regreso a Barrett.
Desde allí transitamos los 15 polvorientos kilómetros hasta la Estancia Laguna Porã.
Pudimos llegar al exacto lugar donde alguna vez estuvo la humilde vivienda que el escritor habitaba, retirado del casco principal para no contagiar a los demás moradores.
Hoy es solo un claro en medio de la espesura, aunque todavía están allí los árboles de eucalipto que aparecen de fondo en la única foto conocida de Barrett en Laguna Porã.
Laguna Porã pertenece actualmente a la familia Rautemberg, cuyos miembros anunciaron que realizarán mejoras ante las continuas visitas de personas interesadas en conocer el histórico lugar.
También pudimos observar de cerca el campanario de la iglesia de Isla Mburukuja, a cuatro kilómetros de la estancia, cuyos tañidos Barrett describe haber escuchado como música celestial.

Son las reliquias vivas de una sublime historia, que espera ser recuperada con mayor pasión e interés por toda una nueva generación de paraguayos y paraguayas.

La Estancia Laguna Porá, que perteneció a Alejandro Audivert. Aquí se refugió Rafael Barrett entre 1909 a 1910, en Yabebyry.

Rafael Barrett en la estancia Laguna Pora de Yabebyry.
Única foto conocida del escritor en el lugar.

En este claro, cerca del casco de la estancia, estaba la cabaña que habitó Barrett.
Varios años después fue demolida.

El Puerto de Panchito López (ex Guardia Cue).
Por este lugar Barrett ingresó al Paraguay, en forma clandestina, en 1909.

lunes, 5 de marzo de 2012

El periodismo en los tiempos de Gabo



Muchos años después, frente al pelotón de reporteros que lo fusilaban con micrófonos y cámaras, el Nóbel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez habría de recordar aquel día lejano en que decidió arrojar por la borda una prometedora carrera de abogado, para dedicarse al precario e inestable oficio del periodismo.
Tenía 21 años de edad. Había abandonado abruptamente el segundo año de derecho en la Universidad Nacional de Bogotá, para huir de las oleadas represivas que siguieron al asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1848. Acabó refugiado en un prostíbulo de Cartagena de Indias, sin dinero y sin saber qué hacer, cuando un casual encuentro con el médico y novelista Manuel Zapata Olivella le abrió la posibilidad de escribir para el diario local El Universal.
Hasta entonces, el flaco y tímido joven llegado desde una aldea perdida en la región bananera colombiana, llamada Aracataca, solo había publicado tres cuentos primerizos en el diario El Espectador de Bogotá, que le habían dado un cierto prestigio de "promesa literaria", pero nada estaba más lejos de su ánimo que dedicarse al periodismo.
El 21 de mayo de 1948, en la página 4 de El Universal, se estrenó su columna Punto y aparte. Desde la primera línea ya establecía el sello de un estilo: "Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda".
Entre aquel hotel de putas y aquella redacción provinciana empezaron a escribirse no solo las páginas de su primera novela, La Hojarasca, que publicaría en 1955, prefigurando al mayor escritor de ficción que ha dado América Latina, sino también empezaba a forjarse uno de los más genuinos maestros de lo que el propio García Márquez bautizaría más adelante como "el mejor oficio del mundo": el periodismo.

Nace un reportero
En El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla, García Márquez se dio a conocer como columnista estrella, pero fue en el diario El Espectador de Bogotá, para el cual trabajó desde febrero de 1954, donde nació su vocación de gran reportero.
Su consagración llegó en marzo de 1955, con la historia del marinero Luis Alejandro Velazco, que sobrevivió milagrosamente al naufragio del barco destructor Caldas, tras pasar 13 días a la deriva en medio del mar. Marcando una radical diferencia con los demás periódicos, que ofrecían clásicas versiones informativas, García Márquez publicó el relato en forma novelada, contada en primera persona con la voz del propio protagonista, en una larga serie de 14 capítulos que mantuvo en vilo a toda Colombia.
Aquella epopeya, reunida posteriormente en un libro, con el título Relato de un náufrago, es considerada hoy un manual de culto para los estudiantes de periodismo en todo el mundo.
En realidad, el título completo y original del libro, inspirado en la forma de titular de los grandes diarios colombianos de la época. es: Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.
Ni la consagración definitiva como novelista que le significó la publicación de Cien años de soledad (1967), ni siquiera la cumbre de la gloria de ganar el Premio Nobel de Literatura (1982), han hecho que se apartara del periodismo, su otro gran amor.
Entre sus libros hay dos que fueron escritos con técnicas de periodismo puro.
El primero es Las aventuras de Miguel Littín clandestino en Chile (1986), en el que narra de manera apasionante la visita realizada por el director de cine chileno a su país natal, luego de 12 años de exilio, para rodar una película documental con identidad falsa, desafiando al sistema represivo del dictador Augusto Pinochet.
El otro es Noticia de un secuestro (1996), en donde cuenta la historia de nueve personas secuestradas por el Cartel de Medellín del jefe narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, en Colombia. 
A ello se suman sus centenares o miles de artículos para periódicos y revistas, reunidos en varios volúmenes antológicos como Textos Costeños (1948-1952), Entre cachacos (1954-1955), De Europa y América (1955-1960), Por la Libre (1974-1995) y Notas de prensa (1980-1984). 
Pero quizás el mayor legado de Gabo para sus colegas comunicadores es la creación de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que desde hace una década impulsa la capacitación y la promoción de un periodismo más ético y de calidad, impartiendo talleres y cursos, otorgando becas y premios, en todo el continente.
No es un detalle gratuito que la sede de la Fundación está en Cartagena de Indias, la misma ciudad en donde, hace más de medio siglo, un García Márquez pobre y desorientado se decidió a abrazar la carrera periodística, y al contrario de las estirpes condenadas a cien años de soledad, encontró su segunda oportunidad sobre la tierra