miércoles, 31 de marzo de 2010

El otro Viacrucis


La procesión emergió en una esquina de la plaza, envuelta en nubes de polvo y tristeza.
Anastasio Melgarejo la vio a través del pequeño agujero en la pared del calabozo y sintió que la multitud de penitentes le estaba devolviendo como en un espejo deformado la imagen de su propia tragedia.
Vio al barbudo campesino que hacía de Jesucristo avanzar tambaleante frente a la multitud, con su túnica de sábana manchada y su corona de ñuati curusu, empujado por los toscos muchachitos vestidos como antiguos legionarios romanos, con lanzas de madera y cartón. Vio a las viejas de largo y pesado vestido negro, con velas y rosarios en las manos. Vio a los estacioneros con sus candiles encendidos y el cántico lúgubre flotando en la tarde.
Un alarido de dolor resonó en el fondo de la comisaría y Anastasio cerró los ojos, estremecido.
–Pobre Martínez... –dijo una voz a su lado–. Ya estará medio muerto.
–Después nos va a tocar a nosotros... –dijo otra voz, ahogada por un sollozo.
Los demás campesinos estaban sentados en el piso de tierra húmeda, recostados contra la pared. No había un solo mueble en la pequeña habitación. Solo la puerta cerrada y el pequeño agujero por donde Anastasio veía acercarse la procesión del viernes doloroso.
–Y esa gente allí afuera, celebrando la Semana Santa, como si nada estuviera pasando.
–Nde, Melgarejo –preguntó álguien-, ¿le ves piko al pa’i José en la procesión?
–No, no le veo. Ha de estar en la Iglesia ya, preparando el tupaitú.
–A lo mejor él viene a ayudarnos. A él siempre le pareció bien nuestra idea de formar las Ligas Agrarias...
–Pero nunca dijo nada en público. Y menos va a hablar ahora que nos cayó encima la represión.
–¡Shsst, cállense...! –pidió Anastasio.
El canto quejumbroso de los estacioneros ahora estaba allí, casi pegado a la pared. El campesino barbudo que hacía de Cristo estaba pasando muy cerca, cuando repentinamente se detuvo y extendió la mano hacia el hueco del calabozo. Anastasio sintió un nudo en la garganta. Le pareció que el otro quería decirle algo, pero los jóvenes disfrazados de romanos lo empujaron con fuerza y lo obligaron a continuar la marcha. El barbudo giró la cabeza varias veces, angustiado, buscando con la vista los ojos de Anastasio, hasta que la procesión dobló la esquina y se perdió de vista.
En ese instante se abrió la puerta del calabozo.
Dos soldaditos metieron el cuerpo inerte de Leoncio Martínez y lo dejaron caer de bruces sobre el piso.
–¡Melgarejo, nde ha...! –ordenaron.
Anastasio avanzó hacia la puerta. Los demás campesinos bajaron la cabeza para no tener que mirarlo a los ojos. Los soldaditos lo aferraron del brazo y se lo llevaron a través de un largo corredor.
De pronto, Anastasio se dio vuelta y los miró con sorpresa.
El tradicional uniforme color caqui de la policía había desaparecido y ahora los soldaditos iban vestidos con túnicas de legionarios romanos, con cascos en vez de birretes y lanzas en lugar de fusiles.
Lo condujeron hasta el patio del fondo y le ataron los brazos con alambres al travesaño de un horcón.
Anastasio no pudo evitar una sonrisa irónica al percibir que los maderos formaban la perfecta figura de una cruz.


* * *

El pa'i José estaba solo en la sacristía, quitándose los ornamentos de la celebración litúrgica que acababa de concluir, cuando sintió la oscura sombra parada en la puerta.
–¿En qué le puedo servir, comisario? –preguntó, sin necesidad de mirar al visitante para saber de quién se trataba.
–Usted ha metido la pata, pa’i. No debió decir las cosas que dijo en el sermón... Esas cosas no ayudan. –dijo la silueta uniformada, con voz seca.
–Lo dicho, dicho está... –respondió el sacerdote, mientras doblaba la estola de color púrpura.
–Ya le avisé muchas veces, pa’i. Le dije bien que no se meta en política. No tenía por qué mezclar el viacrucis de la Semana Santa con el tema de estos campesinos comunistas que acabamos de agarrar.
–¿Mezclar...? –se indignó el sacerdote, encarando esta vez con firmeza al uniformado–. Usted no entiende nada, comisario. El verdadero viacrucis no es este ritual vacío que usted acaba de presenciar en el templo. ¡El verdadero viacrucis es el que están padeciendo ahora los campesinos en su comisaría, por el único delito de querer ser libres!
–Muy bien... eso es lo que quería escuchar, pa’i –dijo con mucha calma el comisario–. Entonces, ahora también usted podrá conocer personalmente ese viacrucis.
Otras siluetas aparecieron en la puerta. A un gesto del comisario, entraron y rodearon al sacerdote. El pa’i José se dejó llevar sin reclamar. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que una inmensa paz inundaba su alma. Quizás por eso no le causó ninguna sorpresa que, al salir a la luz mortecina del atardecer del Viernes Santo, se diera cuenta de que los soldaditos de la comisaría iban vestidos como antiguos legionarios romanos.

(De El Principito en la Plaza Uruguaya – Relatos, Andrés Colmán Gutiérrez, Editorial Servilibro, Asunción 2007).

lunes, 29 de marzo de 2010

Descubre Tañarandy



Cae la noche y se encienden las fogatas. Quince mil candiles de apepu esparcidos en el suelo convierten el Yvaga Rape en un camino llameante.
La multitud avanza, flotando en el quejumbroso canto de los estacioneros, noche adentro, país adentro, al encuentro de una identidad cultural más antigua que la memoria.
Fuego en las manos. Encender la vida, encender la memoria, encender la esperanza. Aún a riesgo de quemarse, de abrazarse con el resplandor de una cultura que mezcla culturas, barroco efímero y sustancial.
El apepu rendy. Una cáscara de naranja cortada a la mitad, vaciada, rellenada de sebo de vela y pavilo de tela. Es todo lo que se requiere para encender la magia e iluminar los pasos a una experiencia increíble.
Semana Santa Yma Guare. El canto de los estacioneros, como la luz del candil, llega desde una época primitiva y esencial, que se resiste a morir, y que se potencia con las maravillas de Internet y la imagen digital.
Yvaga rape. Camino al cielo. O quizás el cielo esté en la tierra, y sea la maravilla que manos humanas pueden construir con sensibilidad artística. Es como caminar entre las estrellas. Una sensación que no tiene nombre.
Al final de la procesión, en el Anfiteatro al aire Libre de la Fundación La Barraca, el gran artista plástico Koki Ruiz, impulsor de la intervención artística y el rescate de las tradiciones culturales de la comunidad desde hace 18 años, al frente de un elenco de músicos, bailarines, actores y creadores campesinos, sorprenderá de nuevo con un show impagable de lo que el denomina “El Barroco Efimero”: música, teatro, danza, religión, efectos especiales. Cuadros pictóricos clásicos del Arte Universal y el Arte Jesuítico de las Reducciones, recreados en vivos por pobladores locales.
Este Viernes Santo, 2 de abril, al caer la tarde, la pequeña comunidad rural de Tañarandy (en las afueras de San Ignacio, Misiones; a 226 kilómetros al Sur de Asunción, sobre la ruta 1), te espera para compartir una experiencia inolvidable. ¡No te lo pierdas!

domingo, 28 de marzo de 2010

Los rostros del Paraguay olvidado



Hay algo en esos rostros curtidos por el color de la tierra, como si ya fueran parte de ella.

Hay algo en esas miradas cándidas, tristes, melancólicas, de los niños y de las niñas. En esas miradas duras, sufridas y combatientes, de las mujeres del campo. Todas esas miradas tienen algo que duele, algo que emociona, algo que interpela.

Han llegado otra vez, marchando desde muy lejos, con sus reclamos que se reiteran desde hace 17 años, en cada marzo húmedo y otoñal.

Han llegado desde sus verdes valles desolados, pueblos y comunidades rurales que siguen esperando en medio de la soledad y el olvido, a merced de las mismas miserias e injusticias seculares, que no cambian por más que cambien los Gobiernos o los colores partidarios.

Han llegado desde la profundidad de una historia repetida, desde el corazón de una memoria desgarrada, que tercamente insiste en rescatar sus antiguas utopías sobrevivientes.

Han llegado con sus zapatos gastados, sus banderas descoloridas, sus toscas pancartas de tela que insisten en pedir la reforma agraria y varios otros reclamos, con visibles faltas de ortografía.

Han llegado como forasteros en tierra extraña, como intrusos en la jungla de asfalto y cemento, esta vez en número mucho más reducido presuntamente por culpa de la lluvia, aunque quizás más por el cansancio de tantos años de venir y volver con las manos vacías, escuchando las mismas excusas y las mismas promesas de siempre.

“Ndaipori mba’evete la ypyahúva (no hay nada nuevo), son los mismos discursos de siempre”, sintetizó el dirigente de la Federación Nacional Campesina, Odilón Espínola, tras la audiencia con el presidente de la República, Fernando Lugo.

Fue triste verlos subir a la carrocería de los camiones para emprender el regreso. Pero no se iban vencidos. No había derrota ni frustración en sus miradas. Quizás apenas la comprobación de algo que ya esperaban: que el cambio no llegará tan fácil, y mucho menos será el legado de una clase política que continúa sorda e indiferente al clamor del Paraguay más olvidado, el verdadero país del interior. El cambio habrá que c0nstruirlo desde abajo, día a día, con movilización ciudadana, con solidaridad activa, con organización y trabajo.

Esta vez la marcha campesina tuvo un rostro predominantemente de mujeres y de niños. Miradas infantiles pero ya contagiadas de realismo. Miradas que duelen, miradas que conmueven, miradas que interrogan, miradas que convocan.

(Foto: Fernando Calistro, Última Hora).

martes, 2 de marzo de 2010

Otra vez marzo



Otra vez marzo
como una herida abierta
en el corazón de la patria.

Otra vez marzo
como una incómoda sucesión de preguntas
sin respuestas.

Un hiriente filo de cuchillo
que nos divide en dos aguas.

Una historia tan inmensa
tan trágica
tan dolorosa
tan heroica y sublime a la vez
que nos convierte a todos
en defensores o cómplices
en patriotas o idiotas útiles
pero que no nos permite el lujo de la indiferencia o la ignorancia.

Otra vez marzo
con la soledad y el silencio
en la vieja e histórica plaza.

¡Qué solos y abandonados
se han quedado nuestros héroes y mártires…!

Silencio estruendoso
poblado de los ecos multitudinarios
de aquel 1999.

Caras pintadas
banderas al viento
consignas y música en el aire.

Patria queriiiida…. somos tu esperaaaanza...¡Vienen los cascos azules…! ¡Agárrense de las manos, no se suelten…!
robusto el cueeeerpo… la frente siempre erguiiiida...
¡De aquí no se mueve nadie…!
Padre nuestro que estás en el cielo...
¡Cuidado... están disparando desde arriba!
Santa María madre de Dios...
¡Al piso, al piso... todos al piso...!
serán allaaá… nuestros pechos las muraaaallas...
¿Cuántos... cuántos muertos y heridos?
¡Hijos de putas...!
que detendraaaán…. las afrentas a tu seeeer...
¡Soy paraguayo, carajo...!

Otra vez marzo
como el mejor espejo
de nuestras grandezas y miserias.

Dos décadas no son nada
pero también una eternidad.

Dos décadas de traición.
"¡Venganza no, justicia sí...!"
¡Ja...! Ni venganza, ni justicia.
Dos décadas de farsas jurídicas.
Dos décadas de impunidad.

Dos décadas
de ver a los autoproclamados paladines de la democracia
los oportunistas que se montaron sobre el triunfo ciudadano
y la sangre de los mártires
abrazándose a los mismos asesinos
robando con premeditación y alevosía
no solo las escasas riquezas del país
sino también lo más valioso:
las últimas y mejores esperanzas
de la ciudadanía.

Otra vez marzo.

Silencio
herida
pregunta
grandeza
soledad
heroísmo
iniquidad
traición.

¡No importa…!

Dos décadas no son nada
pero también una eternidad.

Nadie apagará el eco ensordecedor de la plaza.

Nadie podrá borrar
los nombres queridos

Henry
Manfred
Víctor Hugo
José Miguel
Armando
Cristóbal
Tomás
Arnaldo


grabados a fuego
sobre una cruz de madera.

Descansen en paz, hermanos.

Es otra vez marzo
y no faltarán velas encendidas
flores
plegarias
lágrimas
canciones
sonrisas
sueños resucitados
voces nuevas
empeñadas en construir
el país que ustedes amaron tanto
tanto
tanto
hasta dar la vida.

lunes, 1 de marzo de 2010

Mis héroes favoritos


¿Así que hoy es el Día de los Héroes? ¿Ah sí? ¿Y quiénes son los héroes? ¿Esos seres de bronce o de mármol que con la espada en la mano hacen pruebas de equilibrio sobre caballos encabritados en el centro de una plaza o en algún cruce de avenidas? ¿Esos que a la hora de morir pronunciaban largos e interminables discursos, como si el enemigo fuese a esperar que hagan sus legados para la posteridad, antes de coserlos a lanzazos o a balazos?
Los héroes tienen poco de heroicos cuando no exhiben ninguna mancha en el uniforme, ninguna debilidad en el carácter, ninguna grosería o vulgaridad en el solemne vocabulario. Y menos aún cuando detrás de sus actos magnificados por la historia se esconden crímenes horrendos y barbaridades sin nombre.
Mis héroes favoritos no son esos. Mis héroes son otros. Humildes anónimos y cotidianos, que quizás nunca tendrán estatuas, ni recibirán discursos, ni figurarán en los libros de historia.
Entre mis héroes favoritos hay un joven maestro que recorre diez kilómetros a pie, todos los días, para llegar hasta una pequeña escuelita en la colonia Yasy Cañy, Canindeyú, para enseñar a una treintena de alumnitos y alumnitas la lección que no está escrita en ningún manual escolar.
Entre mis héroes favoritos hay una mujer, dueña de una hamburguesería en la ciudad de Hernandarias, que todos los días recibe a decenas de niños y niñas de un barrio marginal y les prepara una nutritiva merienda. A ella no le sobra el dinero, pero sí la generosidad y la alegría.
Entre mis héroes favoritos está el sufrido trabajador que con un mísero sueldo consigue alimentar, educar, curar, mantener a su familia. Los campesinos que se desloman en los campos de algodón. Las mujeres que llegan a la madrugada cargando pesadas bolsas sobre la espalda para tratar de vender algo en el mercado. Los pueblos indígenas que se aferran tercamente a su cultura solidaria y a sus valores de amor a la naturaleza.
Y ya que estamos en marzo y hablamos de héroes, entre mis héroes favoritos están esos chicos y esas chicas que hace casi once años se congregaron en la plaza del Congreso cuando creían que la patria estaba en peligro, y no dudaron en enfrentar con piedras y palos a los francotiradores asesinos, al punto de dar su vida por sus ideales.